La polémica del cine mexicano

¿Problemas de ego?

Desde hace varios meses, en México todo el mundo habla del boom del cine nacional. Pero lo que comenzó como una celebración, poco a poco se convirtió en una amarga discusión sobre la identidad de sus películas.¿Qué es todo este enredo? Reportaje desde Ciudad de México.

Felipe Restrepo*
18 de abril de 2007

Por mucho tiempo el cine mexicano vivió con sus fantasmas. Nombres como María Félix, Jorge Negrete y Pedro Infante eran el recuerdo de una lejana época dorada: desde la década de los cuarenta había una sequía que parecía no tener fin. Por eso, para muchos, la historia cambió para siempre en la madrugada del pasado martes 23 de enero. Muy temprano ese día, la actriz Salma Hayek le anunció al mundo, entre lágrimas, las múltiples nominaciones al premio Óscar que recibían las películas de sus amigos y compatriotas. Entre ellas varias para Babel, de Alejandro González Iñárritu, otras para El laberinto del Fauno, de Guillermo Del Toro y algunas para Niños del hombre, de Alfonso Cuarón. Los ‘Tres Amigos’ –el apodo un poco ridículo con el que se conoce a los tres directores– obtenían en total dieciséis nominaciones: el más grande reconocimiento que jamás le había hecho Hollywood –la industria que, para bien o para mal, más espectadores mueve en el mundo– al cine nacional. Al otro día todos los medios masivos comenzaron a difundir la idea de que lo que había sucedido en Los Ángeles se debía entender como un triunfo para el país.
Apenas dos meses han pasado desde entonces. Y ya pocos tienen ganas de celebrar. Porque, desde la eufórica presentación de Salma Hayek hasta hoy, las cosas han cambiado. El primer golpe vino, justamente, durante la noche de los premios Óscar. Babel apenas se llevó un premio y El laberinto del Fauno no recibió el premio a la mejor película en lengua extranjera, una categoría en la que era la gran favorita. Y aún faltaban otros episodios que les hicieron pensar a los entusiastas mexicanos que los tiempos pasados, aunque muy lejanos, sí fueron mejores.

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En una amplia casa esquinera de la colonia Condesa funciona Canana Films, la productora de Gael García Bernal y Diego Luna. Los dos actores la fundaron hace poco más de un año con la idea de apoyar a los jóvenes realizadores a producir y a distribuir sus películas en México. Los dos conocen muy bien la difícil realidad de la industria en su país. Tanto así que fueron ellos los primeros en criticar la euforia que se vivió después de las nominaciones a los premios Óscar. En una larga entrevista para la revista Proceso –una de las más leídas del país– con los periodistas Juan Villoro y Fabrizio Mejía Madrid, las jóvenes estrellas dejaron claro su escepticismo. “Cuando me preguntan qué se siente que México esté triunfando en Hollywood, contesto: ‘No, hay unos mexicanos a los que les ha ido de huevos y que se sobrepusieron al impedimento de hacer cine en su país’”, decía Luna. El artículo, titulado El cine, qué triste euforia, generó, por supuesto, toda clase de comentarios y críticas: al fin y al cabo García Bernal y Luna son los niños consentidos del nuevo cine mexicano.

Unas semanas después, cuando la tormenta había pasado un poco, García Bernal me recibió en su oficina. Era viernes en la noche y aún le faltaban varias reuniones y horas de trabajo: me sorprendió la coherencia de su discurso y su empeño por sacar adelante su productora. “Lo que está pasando es un premio a los esfuerzos personales. De hecho ninguna de estas películas es puramente mexicana: El laberinto del Fauno podría ser española. Igual Babel: es una película del mundo. O de Japón, Marruecos, Estados Unidos y México. Y Niños del hombre es tan británica como la reina de Inglaterra”, me dijo.

Aunque es uno de los actores más cotizados de su generación, García Bernal ocupa la mayoría de su tiempo en promocionar su pequeña productora y en organizar un festival de cine documental, llamado Ambulante. Su tiempo libre lo dedica a la posproducción de su ópera prima, que se llamará Déficit. Lo que es muy valiente: podría estar ganado millones actuando en películas extranjeras. “Todavía es muy limitada la posibilidad de hacer cine en nuestro país. Ser productor es una de las cosas más injustas que hay en México: pero siento que gracias a lo que está sucediendo estamos en el proceso de encontrar una manera para cambiar y detonar una producción más grande y equitativa”, sostiene. Y sabe de lo que habla: según las cifras más recientes hay 165 millones de espectadores –el quinto país del mundo con más público– , de los cuales menos de 2% son de producciones nacionales. Además, los exhibidores se quedan con un enorme porcentaje, casi 60%, de las ventas en taquilla.

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Alejandro González Iñárritu habla fuerte. Hay que recordar que por mucho tiempo fue un famoso locutor de radio y el publicista consentido de Televisa y de la familia Azcárraga. Durante esos años de formación aprendió a hacer cine y a vender su propia imagen. Por eso su voz, sus movimientos y su discurso están muy estudiados. Durante una sesión fotográfica nos contó a los periodistas que estábamos presentes que se dedicaría los meses siguientes a impulsar leyes para proteger al cine. “Tenemos que pensar que no hay izquierdas o derechas en este negocio. Tenemos que hacer un trabajo en equipo para sacar adelante las cosas”, dijo. Así, con la misma entonación de un eslogan publicitario.

De cierta forma él es el personaje central de la escena del cine mexicano. El éxito de sus cintas es un fenómeno pocas veces visto: sólo ha filmado tres largometrajes y ya ha recibido más de cien premios internacionales, entre ellos el premio al mejor director en Cannes y una nominación al premio Óscar como mejor director. Amores perros, su primera película, marcó un antes y un después en la historia del cine latinoamericano. Su éxito abrió el camino a otras cintas mexicanas como Sexo, pudor y lágrimas, de Antonio Serrano; El crimen del padre Amaro, de Carlos Carrera; Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón; Nicotina, de Hugo Rodríguez o Temporada de patos, de Fernando Eimbcke. Además marcó el inicio de las carreras de Rodrigo Prieto, Gustavo Santaolalla y Guillermo Arriaga, entre otros.

Pero no todo es tan perfecto como parece. Poco después de la entrega de los premios Óscar, la revista Chilango publicó un artículo titulado Rencores perros en el que daban noticia de la ruptura entre González Iñárritu y Guillermo Arriaga. El artículo resumía lo que ya muchos sabíamos: que la pareja más creativa del cine contemporáneo mexicano estaba de pelea. En noviembre pasado me reuní con Arriaga en su casa en la elegante colonia Villa Verdún. Ahí, en un salón decorado con todos sus trofeos de cacería, me dijo: “Dime tú, ¿de quién crees que es Amores perros, de Alejandro o mía?”. Ante mi silencio continuó: “El director solo es un intérprete del mundo que ha creado el guionista. Me molesta cuando Alejandro presenta nuestras películas como una trilogía suya. Esas películas son de los dos”.

Al parecer la relación comenzó a dañarse cuando escribían el guión de Babel. Arriaga quería que uno de los tres segmentos de la película fuera sobre una española ciega que quiere perder la virginidad, mientas que González Iñárritu insistía en que debía ser una sordomuda japonesa. Al final la decisión del director primó y exigió que su nombre apareciera en los créditos como coguionista, lo que no había sucedido nunca antes. Esto molestó muchísimo a Arriaga, que comenzó a repetir en todas las entrevistas lo que me había dicho meses atrás. Es más, en la entrega de los premios Globo de Oro, pidió una mesa alejada de la de su antiguo amigo.

Esto enfureció a González Iñárritu. ‘El Negro’ como lo conocen sus amigos, mandó a todos los medios una carta dirigida a Arriaga en la que le reprochaba su actitud. “Qué lástima que en tu injustificada obsesión por reclamar la sola autoría de una película parezcas desconocer que este es un arte de profunda colaboración. No fuiste –y nunca te has dejado sentir– parte de este equipo y tus declaraciones son un lamentable y muy reductivo punto final de este maravilloso y colectivo proceso”, decía la carta firmada por el director y por García Bernal, Santaolalla, Prieto, Adriana Barraza y varios miembros de Babel. El enfrenamiento dejó un muy mal sabor. Como dijo el crítico Mauricio Montiel Figueras en la revista cultural La Tempestad: “González Iñárritu y Arriaga han incurrido en una especie de frenesí discursivo que los ha llevado a tener una aire ampuloso –se trata de hacer cine, no de hallar la cura contra el cáncer– y sobre todo a olvidar que tres películas son solo el inicio de una ruta larga y sinuosa”.

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“La prensa se dedicó a cubrir el lado brillante del asunto. Pero es un sinsentido cuando ves que estamos hablando de tres directores que tuvieron que irse a Estados Unidos porque no tenían los recursos para hacer cine”, me dice Fernanda Solórzano, la crítica de cine de Letras Libres. Su revista ha sido uno de los medios más radicales frente a la discusión del cine nacional: su edición de abril está dedicada enteramente al asunto. “Nadie recuerda cuáles fueron las verdaderas películas mexicanas del último año, porque la verdad es que en este país no se han hecho buenas películas en mucho tiempo. Creo que este no debe ser el año de la celebración, sino de la autocrítica”, concluye.
Y creo que ahí está planteado el problema real: el de la identidad de un país. Porque detrás del asunto del auge del cine se esconde un problema mucho más amplio, que está todos los días en la vida de los mexicanos. Es el de darse cuenta de que su producción cultural, tan fuerte e importante, se está diluyendo frente a la influencia de un vecino muy incómodo: el que tienen en la frontera del norte.