Silvia Juliana Suárez hizo la curaduría de la exposición gracias a una idea de Camilo Calderón.

Encuentro con el pasado en la Luis Ángel Arango

Se buscan artistas perdidos

La Biblioteca comenzó a celebrar su cumpleaños con una muestra muy parecida a la que montó en noviembre de 1957 para inaugurar el edificio, el Salón de Arte Moderno. Cuatro meses después abriría sus puertas a uno de los públicos más fieles y numerosos de las bibliotecas en el mundo. Para reunir las obras, Silvia Suárez llevó a cabo una insólita labor detectivesca.

Myriam Bautista
22 de enero de 2008

La idea de Camilo Calderón Schrader al querer revivir la exposición de medio siglo atrás parecía difícil de materializar, pero José Ignacio Roca, director de Artes Plásticas del Banco, curador de amplia y exitosa trayectoria, la encontró no solo original sino ilustrativa de una de las etapas más productivas del arte nacional y la puso a marchar.
Lo primero fue encontrar una coequipera para materializar el sueño de este periodista y escritor. La elección, por los buenos resultados del trabajo, fue más que acertada. Sylvia Juliana Suárez, maestra en Artes Plásticas con énfasis en Historia y Teoría del Arte de la Nacional, aceptó entusiasmada el encargo. “Se trataba, ni más ni menos, de hacer arqueología del arte colombiano”, dice. El primer hallazgo fue un único ejemplar del catálogo dentro de un costal del “archivo muerto” del banco.
Con el catálogo como guía indispensable, inició la fase de documentación, en compañía
de Beatriz Álvarez. Se metieron literalmente de cabeza en los archivos de prensa, para
ubicar la trayectoria de los artistas, levantar un panorama del acontecer cultural de una fría y provinciana Bogotá que, apenas llegaba al millón de habitantes y, la de un país que parecía dejar atrás la terrible época de la Violencia, terminaba un régimen dictatorial de manera consensuada, las mujeres hacían uso de sus derechos políticos plenos y los salones nacionales de artistas resucitaban, después de cinco años de ausencia.
La primera persona que la curadora buscó fue a Cecilia Duque de Gómez, “organizadora de la exposición”, como se denominaba en esos años a las curadoras, pero nunca la encontró.
Contrariando el refrán popular que dice que todo lo que comienza mal termina igual, iniciada la búsqueda de las obras la curadora halló cuatro de ellas en el inventario de Artes Plásticas del Banco, exactamente son las que lo inician. La “vaca” de los delegados a la Reunión de Técnicos alcanzó para comprar cuatro obras: Rojo y Azul, de Fernando Botero; El dorado número 2, de Ramírez Villamizar; Ángel volando en la noche, de Cecilia Porras de Child, y la escultura Ondina, de Hugo Martínez, y regalárselas a su anfitrión: el Banco de la República, gesto inusual en eventos similares. Su valor no aparece registrado, pero cada obra pudo costar entre 500 y 1.000 pesos, valor que se ha multiplicado. Un solo ejemplo: Rojo y Azul, de Botero, según expertos, está valorado hoy en más de 300 millones de pesos.
Le quedaban a la curadora catorce piezas por encontrar, pues el Salón de 1957 exhibió cinco esculturas y trece cuadros al óleo. Una de la más difíciles de ubicar fue Mujer, de Julio Fajardo, la primera obra en las dos muestras que apareció después de meses de búsqueda en el Museo de Arte del Tolima. Súarez casi tiene que echar mano de la escultura que cuida la entrada de Sociología de la Nacional, una de las pocas obras de Fajardo, que halló.
Un artista perdido fue Julio Abril, pese a que el muralista mexicano Diego Rivera escribió un largo artículo sobre su obra, la que no fue muy comentada por la “maestra de maestras” de la crítica nacional, Marta Traba. Julio Abril se exilió en México en 1958, fecha en que su rastro se extingue. La curadora, después de semanas de búsqueda, logró, a través de familiares políticos del artista, ubicar a uno de sus hijos en Florida, Estados Unidos, y por su intermedio dar con algunas de sus obras, que se encontraban en Villavicencio.
Contactos fallidos, familiares indiferentes, obras en pésimo estado de conservación, peleas con celadores de museos municipales y con alcaldes poco acostumbrados a préstamos entre museos, hacen parte del diario de esta joven curadora que no cabe en su cuerpo, cuando narra cómo fue encontrando las cincuenta obras, dos o tres por artista, fechadas en el mismo año o en el siguiente. El número de obras se aumentó para ofrecer mayores elementos de juicio sobre un período de transición individual. “El final de los años cincuenta del siglo pasado fue muy interesante, entre otras cosas, dice, porque la mayoría de los artistas incursionaron en el arte abstracto, muchos pasaron la prueba y otros se quedaron”.
El balance de la curaduría arrojaba una sentida ausencia: Greguería y un camaleón, de Alejandro Obregón, cuadro que no le gustó a Marta Traba (ver recuadro), y que paradójicamente nunca apareció. En su reemplazó la curadora consiguió Homenaje a un estudiante, de 1957, del que el pintor hizo varias versiones, una de ellas exhibida en el museo de la oea de Washington. La columna conmemorativa de una masacre de Negret y Los obispos muertos, de Botero, entre otros, son testimonios elocuentes de ese cara a cara que finalmente realizan pintores y escultores con la realidad social y política que vivían y padecían, eludida hasta entonces.
Reunidas las obras, se pensó en una entrada impactante y hubo consenso en que fuera la publicitada foto de Paul Beer. En varias revistas de la época la foto del Salón de Arte Moderno aparecía sin crédito. La curadora se topó con esa imagen del fotógrafo alemán en un libro que contenía gran cantidad de fotos de la Bogotá de las primeras décadas del siglo pasado que hizo Beer y que lo convirtieron en el fotógrafo de la nueva arquitectura de la ciudad. Alejandro Beer, hijo del fotógrafo, buscó el negativo, lo amplió en alta resolución y con este resultado cubrió los dos muros de la entrada. Esa primera imagen devuelve a los visitantes al momento de la apertura. Apertura a la que no alcanzó a concurrir Luis Ángel Arango, muerto el 13 de enero de 1957, quien como director del Banco de la República fue el artífice e impulsor de la construcción de la biblioteca. Su espíritu generoso y altruista no ha abandonado a los sucesivos directores del Emisor para abrir seccionales, sin mezquindad alguna, por todo el territorio y ampliar sus instalaciones de Bogotá hasta convertirlas en el moderno complejo artístico-cultural que funciona en la calle 11 y alrededores, a cargo del banco.
Emma Araújo, ex directora del Museo Nacional y especializada en arte, califica con nota sobresaliente la exposición por la recreación de una época de gran efervescencia, en la que pintores y escultores buscaban su estilo, su camino y dejaban de ser testigos mudos de la situación política. “Es en ese contexto que la muestra se debe observar, admirar y agradecer.”
Muestra que fue recorrida por el maestro Fernando Botero, sorprendido con obras que no reconocen a sus creadores y creadores que no se reconocen en sus obras.