Gunter Grass ganó en 1999 el Premio Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias.

La memorias de Gunter Grass

¿Una confesión tardía?

Pelando la cebolla levantó polémica desde el mismo momento en que se lanzó en octubre pasado en Alemania. Recientemente traducido al español, el libro circulará la próxima semana en Colombia y abre varias preguntas sobre la responsabilidad del escritor ante sus circunstancias históricas. ¿Culpable o inocente?

Jorge Iván Salazar
19 de junio de 2007

Está a punto de aparecer en el mercado colombiano el nuevo libro de Gunter Grass, texto autobiográfico que llega precedido por una enorme polémica, toda vez que el laureado novelista confiesa haber pertenecido a las Waffen-SS durante los años cruciales de la Segunda Guerra Mundial. La confesión resulta incómoda en un autor cuyas posturas ideológicas lo han convertido en una referencia moral para su país. Muchos de sus críticos le reprochan lo tardío de su confesión. Otros ven una contradicción patente entre las posturas éticas de Grass y su admisión de haber sido parte de las SS. Para el Consejo Central de los Judíos de Alemania, la confesión de Grass es simplemente una estrategia publicitaria para promocionar su autobiografía. Quienes defienden al escritor sostienen que no puede culparse a un hombre por los pecados de su adolescencia; también aclaran que Grass no disparó un solo tiro y que ignoraba los hechos atroces de la “Solución Final”. Muchos han puesto de presente la simetría entre este caso y el del actual Papa. Pero al leer el libro lo que muchos se preguntarán es qué es lo auténticamente escandaloso y polémico en la confesión de Grass.
Tras la muerte de Jean-Paul Satre, Simone de Beauvoir escribió un texto que levantó críticas: La ceremonia del adiós. Se le reprochó a Beauvoir haber expuesto con crudeza los hechos de la vejez de Sartre, mostrándolo ciego, enfermo, incontinente. No obstante, el libro se defendía con la dedicatoria: a los amigos de Sartre. Sospecho que algo similar ocurrirá con Pelando la cebolla: habrá que esperar que este libro sea leído y comprendido por los amigos de Grass. Por eso, antes de revisar la polémica, conviene darle una ojeada al texto y entenderlo, ante todo, como un ejercicio de la memoria, el ejercicio de “pelar una cebolla”, volver atrás y revisar una vida, capa por capa, sabiendo que este ejercicio puede terminar en lágrimas. En ese sentido, se trata de un texto bellamente construido, casi una novela, que no solo recorre un itinerario vital, sino que da pistas para entender la “cocina” del escritor alemán, nacido en Danzig en 1927. Poco a poco el libro va mostrando la construcción de algunas de las tramas y personajes de las novelas de Grass. Como ejercicio autobiográfico y como ensayo acerca de la génesis de una obra literaria, Pelando la cebolla resulta ser un texto invaluable, más allá de la polémica confesión.
En cuanto a su pertenencia a las SS, Grass señala que desde los quince años fue parte de las juventudes hitlerianas; que llevado por el entusiasmo juvenil quiso ser enviado a la Marina, hasta que finalmente, a los dieciséis años, le llegó la orden de incorporación a las SS. Ya en este momento la guerra estaba casi perdida para Alemania y de lo que se trataba era de ofrecer una última y desesperada resistencia. Muy pronto Grass resultó herido en combate y lo enviaron a un hospital. Después cayó prisionero. Es todo. No hay una discusión fuerte en torno al problema ético; esta discusión es reemplazada por una serie de preguntas que el autor se hace a sí mismo y que deja en el aire sin resolver. El libro muestra algunos hechos crudos de la guerra vista a través de los ojos de un adolescente: la lenta aparición del miedo, por ejemplo; la constante amenaza del enemigo y la suerte que corrían los desertores o los débiles a manos de las SS; las duras condiciones de la vida en el frente y el problema de rehacer la vida después de la derrota. Hay una descripción que se repite varias veces y que en su sencillez da una imagen patética de la guerra: el casco del soldado Grass se le resbala por el cuello y debe encajarlo una y otra vez, pues le queda grande. La imagen de alguien recién salido de la infancia y ya enfrentado a las pruebas más duras por las que pueda pasar un ser humano.
Un lector escéptico puede formularse varias preguntas: ¿se trata acaso de una estrategia retórica del autor, destinada a evitar la confrontación con los problemas de fondo?¿El carácter tan literario del texto no contribuye también a evadir las responsabilidades de la acción?¿Por qué no se hizo pública la confesión mucho antes? Quiero pensar que el relato es sincero y que hay una manera de enfocarlo que permite sacar el mayor partido posible de lo que allí se cuenta. Este enfoque tiene que ver con el valor del cuestionamiento como instrumento de crítica. Me explico: he dicho que el texto trata de ser un ejercicio de la memoria, rastreando los hechos que marcaron la juventud del escritor. También he dicho que una de sus estrategias narrativas consiste en la formulación, a lo largo del libro, de una serie de preguntas que quedan sin ninguna elaboración. Estas son las preguntas que, a mi juicio, el actual Gunter Grass le hace a su propia memoria, al hombre joven que alguna vez fue. Y son justamente las preguntas que Grass adolescente nunca se hizo y que se resumen en las siguientes cuestiones fundamentales: ¿por qué?,¿para qué? Más aun, son las preguntas que Alemania, como pueblo, tendría que hacerse. Son las preguntas que cualquiera tendría que hacerse en una situación similar. Son las preguntas que hay que hacerle continuamente a la historia.
En los años que siguieron a la Segunda Guerra, varios autores trataron de elaborar explicaciones que permitieran entender la locura de la guerra y el holocausto. Dos de estos ellos fueron Eric Fromm y Ernest Cassirer. Sus enfoques fueron muy distintos: uno desde la psicología y la historia, el otro desde la filosofía, pero coincidieron en una serie de preguntas: ¿Por qué una de las naciones más alfabetizadas e ilustradas de Europa se vio arrastrada por el fanatismo irracional?¿Es Alemania un caso aislado o es posible que los eventos se repitan en otros lugares u en otras épocas?¿Cómo prevenir, llegado el caso, este retroceso al irracionalismo? Lo pertinente de estas preguntas y de las respuestas que dieron Fromm y Cassirer es el hecho mismo de poner los temas en el tapete, de negarse a mirar hacia otro lado y dejar la impresión de que nada ha pasado, de que se trata de casos aislados, de que Hitler era un loco que arrastró a un pueblo a la confrontación. Pero tanto Fromm como Cassirer afirman que, lejos de ser un caso excepcional, lo ocurrido en Alemania debe servir para alertar a todas las naciones, y que el único mecanismo de prevención es la conciencia crítica, es decir, la capacidad de hacer y hacerse preguntas pertinentes en el momento oportuno. No tragar entero, negarse a asumir la estrategia del avestruz. Grass, en su autobiografía, parece insistir en el mismo punto. Lo terrible no es haber sido parte del ejército nazi: lo terrible es haberlo sido sin hacer un solo
cuestionamiento.
Una de las escenas centrales del texto tiene que ver con la actitud de un joven compañero de escuadrón, quien se negaba a coger su fusil. Cumplía con obediencia con los deberes del servicio, pero cuando tenía que empuñar el arma la dejaba caer. Cuándo le preguntaban por qué lo hacía, respondía invariablemente: “nosotros no hacemos eso”. En entrevista concedida al diario El País, Grass admite que ni él ni sus compañeros entendieron la actitud de aquel recluta. De hecho, admite que ni siquiera se cuestionó con seriedad, a partir de ese gesto, el valor de su propia decisión. Y, finalmente, a concluir que el problema de su generación, y en general de todos aquellos que siguieron a los nazis, fue el de haberse dejado seducir sin formular preguntas. ¿Será cierto, como afirman los críticos, que esas preguntas llegan demasiado tarde? No necesariamente. De hecho, llegan en el momento oportuno, porque hoy como ayer seguimos enfrentando bárbaras confrontaciones; porque Cassirer y Fromm tenían razón y el irracionalismo bélico está a la vuelta de la esquina. En suma, porque todavía no hemos aprendido el valor de hacer las preguntas correctas en el momento oportuno.