Pedro Mairal

“Uno nunca sabe sobre qué escribe”

Ganador del Premio Clarín de Novela, con la estupenda Una noche con Sabrina Love, este argentino es una de las voces más interesantes de la literatura latinoaméricana contemporánea. Entrevista exclusiva desde Buenos Aires.

Daniel Riera
22 de enero de 2008

Pedro Mairal dice que cuando alguien empieza a escribir, sus primeros textos son como trajes que no le quedan bien hasta que, de a poco, va encontrando su propia voz. Tal vez por eso quedó tan impresionado cuando, días atrás, una revista cultural publicó una foto vieja, eso que los diarios llaman “fotos de archivo”. En la foto, de hace diez años, Mairal tiene el cabello aún más corto que ahora y un traje que no le queda bien, no por una cuestión de talles sino porque luce incómodo, encorsetado en él, porque no lo lleva con naturalidad. Sin embargo, la foto corresponde a la época en que comenzó a encontrar su propia voz como escritor, los días en que ganó el Premio Clarín por su primera novela Una noche con Sabrina Love. Han pasado diez años y media docena de libros desde entonces, entre los que publicó con su propio nombre y los que firmó su heterónimo Ramón Paz. O siete, si contamos su tercera novela, Salvatierra, que será publicada en marzo. Mairal dice que, en cierto modo, Salvatierra es su primera novela, la primera, al menos, con más de un personaje fuerte. “Yo siempre escribo cuentos largos, El año del desierto (2005) es eso, en el sentido de que remite a un personaje central que pasa por una serie de peripecias… Una noche con Sabrina Love (1998), también. Me refiero a que no son novelas polifónicas, con muchos personajes que representan ideas, puntos de vista, cada uno con su mirada y su psicología bien delineadas…
Una novela en el sentido Dostoievski-Bajtin del término...
Claro, yo no sé si podría hacer eso ni si me interesa, justamente porque en el siglo xix lo hicieron muy bien (risas). Y con respecto a los escritores que nombrás, yo soy un poco más chico que ellos, no me siento muy cerca generacionalmente de ellos. También es cierto que hubo un momento en que me influyeron mucho los escritores de mi edad, sobre todo a través de la poesía. Tuve una formación muy clásica: Borges, Bioy, Cortázar, empecé a escribir poesía y pronto vi que no me representaba nada ese imaginario natural, cósmico, heredado de Neruda, Vallejo…
Hay un abismo entre su primer libro de poemas (Tigre como los pájaros, 1996) y el segundo (Consumidor final, 2003)…
Sí, por supuesto. En el primero, incluso, hay algunos poemas donde hablo de “tú”…
Es muy solemne, como si se hubiera tomado muy en serio la poesía.
Me la tomé en serio pero de una manera muy poco espontánea. Cuando uno empieza a escribir se pone unos trajes que no le quedan bien. Vas encontrando una voz personal de a poco, te vas acercando a tu época. Los escritores atrasan siempre un poquito, eso es inevitable porque un filtro “cultural”, en el peor sentido de la palabra, que te impide ver, uno siempre trata de sacarse un poco de encima la tradición y a la vez siempre está peleando con lo clásico. Cada autor tiene que dar esa pelea, cada uno encuentra su camino. A la vez también está la tentación de lo actual: escribir la palabra “mouse” (risas).
En algunos poemas de Consumidor… aparece cierta mirada sobre la trascendencia de lo cotidiano, que surge en transacciones comerciales como ir a la peluquería o comprar un durazno en el supermercado.
Estoy muy influido por (Joaquín O.) Gianuzzi. Es que yo tenía un imaginario natural, cósmico, y de golpe, cuando empecé a trabajar, me casé, empecé a pagar impuestos, no me sirvió más. Gianuzzi es un tipo que hace poesía de departamentos. Está en el departamento y suenan las sirenas, suena el teléfono, hace una metafísica de eso, el teléfono como la muerte, la llamada para anunciar una mala noticia, y poemas con accidentes de autos, o mirando la televisión… Hay uno en el que Gianuzzi está mirando la tele, y ve una chica compitiendo en los juegos olímpicos, muy livianita, y él está con su pesada osamenta viendo eso… Para mí fue muy importante, y también (Fabián) Casas, (Santiago) Llach, (Washington) Cucurto, (la revista) Diario de poesía, y ahí tuve una crisis muy grande, pero sentí que si no seguía escribiendo y hablando de ese problema, no iba a poder escribir más. Hay un poema que se llama La fauna embalsamada, que habla de eso, de cómo será un poema en un departamento oscuro…
En Una noche con Sabrina Love, el viaje iniciático del protagonista, el descubrimiento de la vida, del sexo, acompañó el viaje iniciático de Mairal, su propio descubrimiento de la escritura. “Me largué a escribir ese libro como se larga el personaje a la vida, incluso me di cuenta que eso era una novela cuando llegué a la mitad, lo planteé como un cuento, armé una lista de escenas que se me ocurrían y me instalé en el relato. Tiene una trama muy básica y un “gancho” básico: ¿él se acuesta con ella o no? Es un poco la linealidad del deseo: recién al final de la novela hay algunos flashbacks. Prefiero no “intervenir” mucho los libros, en el sentido de que las historias sugieren una “maquinita” a la que hay que respetar. El año del desierto también tiene su propia “maquinita”, con su idea de atravesar la historia argentina al revés …
No hace falta ser un crítico literario para advertir en esa Argentina que retrocede a toda velocidad a la época de la colonia cierta relación con la crisis de diciembre de 2001…
Claro. Recuerdo que en el 2002 estábamos en mi laburo y no había más cartuchos para la impresora. Como no se importaban los cartuchos, la impresora no se usaba más. Entonces volvimos a usar las impresoras viejas que estaban archivadas. De pronto se colgó internet y alguien dijo ¡huy, no vamos a tener más internet! (risas)
En uno de los spot de la campaña de Menem para las elecciones del 2003, aparecía una chica que decía: “Quiero volver a ponerle cartuchos originales a mi impresora” (risas)…
Tal cual, lo había olvidado… (risas) De aquella época conservo un recorte de diario: “Piqueteros amenazan con aislar la Capital”. En la novela las casas desaparecen, se esfuman. En el 2001 desapareció mi casa. Yo tenía un dinero para comprar una casa y se esfumó, como si nunca hubiera estado.
Así funciona el dinero en la Argentina… (risas).
Ayer subí al colectivo y puse dos monedas de 50 centavos en la máquina (la expendedora de boletos), y el visor me marcó que había puesto una sola. Le avisé al colectivero, me dijo cancelá. Cancelé, la máquina me devolvió dos monedas de 25. Era la máquina de la economía argentina: te devalúa al instante. En el 2001, 2002, llamabas a un amigo al trabajo, lo habías llamado hace tres días, y te decían no, no trabaja más acá, o ibas a sacar una fotocopia y estaban los vidrios pintados de blanco, los presidentes duraban dos días, todo era muy volátil. Se me planteó la posibilidad de irme, y una noche pensé que si me iba Buenos Aires se moría, como los chicos, que dejan algo y piensan que no está más. Yo no sé si puedo vivir fuera de Buenos Aires mucho tiempo: puedo, pero sufriría mucho. Por otra parte, una vez le contaba a un amigo la enfermedad de mi mamá: ella tuvo una especie de Alzheimer, se le iba borrando el lenguaje y el vocabulario, fue una regresión terrible, una enfermedad que avanzaba rápido, de la cual los primeros síntomas estaban cuando empecé a escribir El año… Le estaba contando lo de la enfermedad a mi amigo y un poco para cambiar de tema me dijo qué estás escribiendo, le dije mirá acabo de terminar una novela en la que pasa esto. Y él me dijo: escribiste sobre tu mamá, o sea que había como una superposición totalmente inconsciente. El texto tiene una raíz política, pero uno nunca sabe sobre qué escribe. Como dice Borges: Swift escribe Los viajes de Gulliver como una especie de sátira política y terminan siendo un libro para chicos.
Hay una parte de la obra de Mairal que pocos saben que le pertenece: son los pornosonetos que firma su heterónimo Ramón Paz, que hasta tiene una bibliografía apócrifa en la solapa de sus libros, donde descuellan los Cuentos para coger de parado. “Paz intenta una tensión entre lo clásico y lo vulgar. La forma del soneto es hiperclásica y Paz a su vez trabaja sobre lo grotesco, incluso lo grosero. El contraste que se forma entre las dos cosas es muy divertido”. Paz-Mairal escribió tres volúmenes y publicó hasta ahora tres volúmenes con 110 pornosonetos en total, que con el tiempo se convertirán en un volumen final de 150. “Paz considera que cumplió un ciclo y se retiró. Dejó una enorme obra inédita, otros 150 pornosonetos que no le hacen gracia a nadie (risas)”.
Volviendo de Paz a Mairal, ¿de qué se trata Salvatierra?
Es la historia de un pintor que pinta una obra infinita, trabaja en rollos de lienzo, cada año pinta un rollo. Es un pintor mudo, de la provincia de Entre Ríos. Cuando muere, sus hijos se preguntan qué hacer con la obra, y el hijo menor descubre que falta un rollo y se pone a buscarlo.
Es la obra de la vida, la obra que crece todos los días...
Claro, él pinta todos los días y no le importa nada, ni exponer, ni vender un cuadro ni nada, solo pinta, y la obra solo puede concluir con su muerte.