El editorial

Escuchar la protesta es el único camino: el editorial de ARCADIA

Detenerse y escuchar a los manifestantes, entender la motivación de la protesta como un deseo de subvertir la tragedia, de cambiar el orden para apostarle a la vida, es la ruta. Y hay que escuchar ya.

4 de diciembre de 2019
Joven durante el homenaje al estudiante Dilan Cruz, de 18 años, que falleció tras un disparo del Esmad. Foto: León Darío Peláez.

Este artículo forma parte de la edición 169 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

En la mañana del pasado 15 de noviembre, veintiséis antiguos líderes de grupos armados ilegales –exguerrilleros y exparamilitares– se reunieron en un evento público en la sede de la Comisión de la Verdad, en el centro de Bogotá, para contar que habían hecho un pacto. Se sentaron juntos en el escenario y se presentaron uno por uno, contaron que esto les había costado ocho meses de trabajo en sesiones “intensas, íntimas y muy privadas”, y al final presentaron un documento titulado “Compromiso con la vida, la paz y la reconciliación”, que dice, entre otras cosas, que “nuestro compromiso con la paz de Colombia significa un Nunca Más a la guerra y un rechazo a la violencia como forma de acción”. El esfuerzo había buscado, según el presidente de la Comisión, Francisco de Roux, “potenciar al máximo nuestra capacidad de escucha”. Al final, tras los aplausos, surgió por un instante una foto de un país reconciliado: Rodrigo Londoño, Fredy Rendón, Pablo Catatumbo, Nodier Giraldo, junto a muchos otros, se abrazaban y sonreían a las cámaras.

Lo que sucedió esa mañana no fue una ceremonia protocolaria ni una noticia más del proceso de paz. Se trató de la culminación de un acercamiento, de un proceso de diálogo y de perdón. En palabras de De Roux, fue un evento en el que emergió “la más grande capacidad humana, que es la de recibir al otro sin condiciones”. Personas que se habían alzado en armas y las habían usado contra la población civil y entre sí, que empujaron a la sociedad colombiana a una guerra que costó más de ocho millones de víctimas, habían decidido reconocerse en la diferencia y convertir eso en un acto público de perdón, y de amor.

Nueve días después de la presentación del “Compromiso”, también en el centro de Bogotá, en el cruce de la calle 19 con carrera cuarta, un agente del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) le disparó a un joven llamado Dilan Cruz, que estaba a pocos días de graduarse del colegio y había salido a participar en una de las marchas pacíficas que le siguieron al paro nacional del 21N. El cartucho del Esmad penetró la cabeza de Dilan y lo mató. Las protestas se volvieron más intensas y frecuentes, y el Gobierno nacional lamentó lo sucedido, pero no aceptó claramente una responsabilidad ni pidió perdón. Al cierre de esta edición, miles de manifestantes llenaban calles y plazas de varias ciudades para expresar su rabia por el asesinato de Dilan.

Así, de repente, la foto de la nación reconciliada del evento de la Comisión de la Verdad se quebró.

Uno podría preguntarse en qué país vivimos, si en el de la reconciliación entre antiguos enemigos o en el de la locura de la violencia y el asesinato. Pero Colombia, por fuerza de su convivencia con la destrucción, se ha acostumbrado a soportar esa tragedia y esa discordia, y para hacerlo ha sacrificado, una y otra vez, precisamente aquello que De Roux subrayó para enaltecer el acto de perdón y el compromiso por la vida de los exguerrillos y exparamilitares: su capacidad de escucha.

¿Alguien encontró en algún medio información relativamente exhaustiva, o un análisis, sobre ese hecho inédito que ocurrió en la Comisión una semana antes del 21N? Y si la hubiera encontrado, ¿le habría importado que los secuestradores, asesinos y desplazadores de antaño defiendan hoy, juntos, el derecho a una vida en el perdón y en el amor? ¿Habrían podido ser distintos los sucesos en el centro de Bogotá si esas cosas no pasaran por alto? Si fuéramos capaces de escuchar al otro, si pudiéramos (comenzar a) entender que la salida a la tragedia es la consciencia del otro, ¿habría habido tantos heridos y ese joven muerto? No lo sabremos. Pero detenerse y escuchar a los manifestantes, entender la motivación de la protesta como un deseo de subvertir la tragedia, de cambiar el orden para apostarle a la vida, es el camino. Y hay que escuchar ya. Ya sabemos lo que les pasó a los viejos excomandantes de la guerrilla y las AUC: esperaron demasiado.

Adenda: el arte ha cumplido un rol central en la protesta de las últimas semanas en Colombia, y le ha dado vías de expresión difíciles de ignorar, y de reprimir. Bien haría el Ministerio de Cultura si propone una propia estrategia de diálogo, precisamente con el fin de que la cultura tenga un rol predominante en el encuentro de una solución.

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