CONSERVACIÓN

Caminando juntos por un territorio sostenible

El encuentro de dos culturas, la campesina y la indígena, en Solano, Caquetá, se constituye en una respuesta ante la amenaza de la deforestación del bosque amazónico.

31 de julio de 2020

Indígenas y campesinos se cruzaban en el camino. Se saludaban. Buenas, cómo le va. Pero no hablaban de sus problemáticas, de cómo iban las cosas en el Resguardo Indígena Inga de Niñeras, o en las veredas Las Brisas, Las Palmas o La Carolina. Ni de la deforestación, el agua o las quebradas Niñeras y Niñeritas, aunque pudiera tratarse de una preocupación común.

 

Buenas, cómo le va, y chao.

Al ser preguntada por su historia personal, Fanny Jamioy, 41 años, dice que cómo así, que de eso no se habla. Se ríe y cuenta que nació en un pueblo cerca de Solano, Caquetá, y que lleva 12 años seguidos como líder en el Resguardo Indígena Inga. Quiere ayudar a su comunidad. Quiere que los jóvenes mantengan el vínculo con los conocimientos ancestrales. Quiere dejar un legado a sus tres hijos.

Fanny Jamioy. Foto: Fundación Natura, proyecto Amazonía 2.0.

Fanny ha participado, entre otros procesos, en la elaboración del plan de manejo cultural y ambiental de su territorio, el resguardo indígena Inga de Niñeras. Sin embargo, los indígenas, que de acuerdo con la Fundación Natura han preservado el 93 por ciento de su bosque, no sabían bien lo que estaba pasando por fuera, en las comunidades campesinas que los rodean. La quebrada Niñeras que atraviesa por el medio del resguardo estaba perdiendo su cauce y necesitaban saber cómo estaban sus nacimientos en territorio campesino. De modo que se marcaron el objetivo de dialogar con ellos. De conocer, concertar, aprender y enseñar.  Aunque no se daba la ocasión.

 Luis Asmed. Foto: Fundación Natura, proyecto Amazonía 2.0.

Luis Asmed Díaz, 53 años, nació en Purificación, Tolima, y a los siete años se fue a vivir a La Montañita, Caquetá. Allí creció. En los años 90 llegó a Solano, donde cada día se levanta a las 5:30 am para ordeñar sus vacas y producir queso. Se interesó en el liderazgo comunitario y participó en la creación de la asociación Pro-desarrollo del núcleo campesino de Mononguete que reúne nueve veredas.

Luis se ha inquietado en particular por la amenaza de la deforestación causada por fenómenos como la ganadería extensiva. Algo que ha provocado cambios en el clima y ha afectado los nacimientos de agua y el flujo de las quebradas. Entonces en las asambleas determinaron que cada campesino debía conservar, mínimo, el 20 por ciento de lo que hubiera de bosque virgen en su finca.

 

Cada quien iba por su propio camino

Hasta que indígenas y campesinos se encontraron, se saludaron, buenas, cómo le va, pero esta vez se sentaron a hablar sobre una preocupación común: el agua. En particular, el estado de la quebrada Niñeras, cuyo cauce mermaba. El encuentro se dio en el marco del proyecto Amazonía 2.0, financiado por la Unión Europea, y que se despliega en seis países: Brasil, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Colombia, donde es ejecutado por la Fundación Natura. Su objetivo es empoderar a organizaciones indígenas y campesinas para actuar y responder, junto a ONG nacionales e internacionales, ante la deforestación y degradación de los bosques amazónicos, la pérdida de su biodiversidad y servicios ecosistémicos.

“Lo que nos unió fue la vida”, dice Luis, quien, tras la charla, se irá a continuar con sus labores diarias. Termina hacia las 4 de la tarde. En su tiempo libre, suele trabajar en informes, pues el proyecto se basa en el monitoreo comunitario del territorio (clima, especies animales registradas, amenazas), que, dependiendo del caso, van escalando a diferentes instancias. También se dedica a elaborar una miniguía sobre los loros de la región, ha descubierto que de 12 especies documentadas, cinco están en peligro; o se capacita en el manejo de tecnologías para hacer sus registros de biodiversidad.

Indígenas y campesinos se encuentran y caminan juntos

Así lo hicieron cuando buscaron el nacimiento de la quebrada Niñeritas. Ese 25 de marzo de 2019, a las 5:20 de la tarde, agotados por el sol —había pocos árboles para buscar sombra—, descubrieron que el nacimiento, antes un cananguchal (un palmar mixto, con árboles, que crece en llanuras de inundación), se había convertido en un potrero. Le propusieron al dueño, Francisco Marín, un plan de restauración. Aceptó.

Así lo piensan hacer ante la amenaza de la deforestación, que sigue latente. Algunos campesinos no se acogen a la iniciativa. Otras personas, que no son de la región, han comprado grandes extensiones de tierra para dedicarse a la ganadería extensiva y extracción de madera. La alternativa planteada es la del diálogo.

Durante el camino intercambian conocimientos, perspectivas, experiencias, árboles, semillas. Los indígenas, indica Fanny, han aprendido a soltar la pena de hablar, a comunicar sus problemas. Ahora conocen lo que pasa en la parte alta de la quebrada Niñeras. Los campesinos, explica Luis, valoran la relación que los indígenas tienen con su entorno. Él mismo lo ha adoptado en sus cultivos: rota entre diferentes zonas, que deja descansar, reforestar, mientras cultiva en otras.

“El territorio nos ha permitido estar hasta hoy. La tierra nos está pidiendo que la protejamos, que la defendamos, que la restauremos, que la cultivemos sin causarle daño. Entonces, si ella nos da comida, agua, oxígeno, medicina, salud, educación, ¿por qué no cuidarla? ¿por qué no decirle a todos que el territorio es lo más sagrado que se puede tener?”, concluye Fanny Jamioy. Son las 6 de la tarde de un viernes. A esa hora puede atender la llamada y tiene señal. Como siempre, el suyo fue un día muy movido.