Especiales Semana

AL BORDE DEL ABISMO

La situación en el Golfo Pérsico ya llegó al punto de no retorno y la guerra se considera inevitable

24 de septiembre de 1990

Fue otro día largo y caluroso para el batallon 82 aerotransportado Bajo el sol ardiente de Arabia Saudita, los integrantes de uno de los cuerpos de élite de la infantería de los Estados Unidos se dedicaron a sudar a limpiar sus armas, mientras el planeta estaba al borde de la tercera guerra. Tal era la escena el sábado pasado al cierre de esta edición, cuando se cumplió el día núméro 23 de la invasión de Irak a Kuwait, episodio que desencadenó la crisis mundial más seria de los últimos 30 años.

Porque a pesar del aburrimiento de las tropas, la inminencia de una conflagración está latente. Poco a poco, la tensión en el Golfo Pérsico continúa su marcha ascendente mientras la guerra de palabras entre Bagdad y Washington parece anteceder a la de los batallones.

Y ese no ha sido el único escenario de las hostilidades. A comienzos de la semana pasada, Irak se jugó una peligrosa carta: retener a un número indeterminado de ciudadanos europeos, norteamericanos y japoneses, con el fin de utilizarlos como escudos humanos en las áreas más estratégicas del país. Algunos de ellos fueron exhibidos en un video de la televisión iraquí, en donde el hombre fuerte de Bagdad, Saddam Hussein, le daba palmaditas en la cabeza a varios niños ingleses.
Las imágenes generaron el repudio de Occidente y para muchos constituyeron la prueba de que Hussein no respeta principios y está dispuesto a todo.

Tal impresión fue confirmada el sábado pasado cuando se venció un plazo fijado por Bagdad para que los diplomáticos acreditados en Kuwait abandonaran la ciudad, bajo la amenaza de perder su inmunidad. La respuesta de ocho países, entre los cuales estaban Estados Unidos y Gran Bretaña, fue mantener la presencia en sus embajadas y advertir a Hussein que cualquier intento de agresión sería considerado un acto de guerra. En consecuencia, los iraquíes decidieron sitiar las sedes dando claras indicaciones de que, por ahora, no hay posibilidades de dar marcha atrás.

Las cosas parecen complicarse cada vez más. Irak permanece en posesión de Kuwait; tropas y armas se acumulan en la zona; y el bloqueo del comercio exterior iraquí, ordenado por las Naciones Unidas, se mantiene. El sábado pasado, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó casi por unanimidad (las únicas abstenciones fueron las de Cuba y Yemen) el uso de la fuerza en caso de que Irak intente romper el cerco naval. Grandes contingentes de tropa, principalmente norteamericanas, se hallan en territorio de Arabia Saudita en la frontera con Irak, mientras poderosas naves de la Armada de los Estados Unidos y países como Gran Bretaña, Francia, Canadá y Holanda patrullan las aguas del Golfo Pérsico.

Todos los movimientos que se han dado en uno y otro sentido han sido considerados como actos preparatorios de guerra. Por eso la pregunta que todo el mundo se hace es hasta dónde están dispuestas a ir cada una de las fuerzas en conflicto. Las hostilidades, que por ahora sólo contabilizan la muerte de dos militares norteamericanos en situaciones no bélicas - un sargento atropellado por un camión y un marinero electrocutado-, no se están desarrollando en los campos de batalla, sino principalmente en el terreno psicológico.

La estrategia, por el momento, parece centrarse en la paciencia: quién aguanta más sin disparar un solo tiro.
Si Hussein con un país bloqueado que importa el 80% de los alimentos y que no ha logrado concitar el apoyo general del mundo árabe, o Bush, hoy por hoy el capitán de Occidente, quien ha visto hasta ahora cumplir las amenazas de Hussein y que tiene en el asunto de los rehenes uno de los puntos más difíciles para el manejo de la crisis.
Sin embargo, en lo que muchos analistas coinciden es en que la solución de este conflicto no puede ser de largo plazo.

La suerte está echada
Aunque no se puede afirmar que la crisis se vaya a resolver en forma inmediata, lo cierto es que todo indica que las dos partes en conflicto saben que no se deben repetir los libretos de Vietnam o de la guerra entre Irán e Irak.
Las razones parecen claras. Por el lado de los Estados Unidos, no hay interés en prolongar indefinidamente la presencia de una fuerza de las dimensiones de la actual a un costo cercano a los 30 millones de dólares al día. Más aún, Bush se está jugando su prestigio para demostrarle a sus conciudadanos que puede resolver la crisis con relativa rapidez, obteniendo dos cosas: el retiro de Irak de Kuwait con el consecuente restablecimiento del flujo petrolero y el regreso sanos y salvos de los rehenes y de buena parte de los 250 mil soldados norteamericanos que eventualmente harán su presencia en la zona. La Casa Blanca sabe que la opinión pública es voluble y que el actual apoyo al Presidente podría empezar a sufrir mella si comienzan a aparecer en la televisión las imágenes de los ataudes cubiertos por la bandera de las barras y estrellas, sin que en el desierto saudita se den los resultados.

Por el lado de Irak, las cosas no son muy diferentes. Aunque Saddam Hussein puede jugarse la carta del tiempo para ver si el apoyo árabe en su favor aumenta, esa estrategia es riesgosa.
Por ahora tiene en el puño a su pueblo y ha logrado conservar el respaldo de algunos países árabes como Jordania y Libia. También, en una jugada audaz, que consistió en renunciar a sus disputas con Irán, ha disminuido la presión que tenía en la frontera con el país de los ayatollahs y ha podido desplazar a otras áreas cerca de 200 mil hombres que tenía comprometidos en ese frente. No obstante, Hussein sabe que con el bloqueo la resistencia de su país tiene un límite. Los reportes de prensa indican que en Bagdad han comenzado a escasear los alimentos y aunque las cosechas van a ser buenas eso no garantiza la supervivencia infinita de los iraquíes. Por lo tanto, el dictador debe tener en cuenta que también para él el reloj está corriendo.

La presión del tiempo es lo que ha contribuido a hacer más inestable la situación. A pesar de la calma chicha que se ha vivido durante el mes de agosto y de los fracasados intentos de arreglo diplomático, el enfrentamiento parece inminente. Los especialistas afirmar que las apuestas ya están tan altas, que al final tendrá que haber un derrotado un vencido.

Y la verdad es que pocos le apuestan a Irak. Quizás como nunca en la historia del mundo, un país se ha enfrentado tan de lleno al resto de las naciones.
Las causas son varias. Por una parte, a nadie le interesa que un hombre cuyos calificativos van de carnicero a loco (ver recuadro) controle el 20% de las reservas mundiales de petróleo. Por otra,
una de las grandes lecciones de historia que ha aprendido Occidente en este siglo, es que este tipo de problemas hay que cortarlo por lo sano. Para muchos, una de las principales causas de la Segunda Guerra Mundial fue la débil posición de Francia e Inglaterra cuando Hitler, en 1938, anunció la anexión de Checoslovaquia. No haberlo detenido a tiempo le permitió al dictador nazi consolidar su poder y disponer del tiempo necesario para reforzar su formidable maquinaria de guerra.
Ahora, cuando ya se dio la anexión de Kuwait por parte de Irak, de lo que se trata es de no darle a Hussein la oportunidad que se le dio a Hitler, más aún cuando se sabe que el país árabe debe tener armas nucleares dentro de unos años. Por eso la opción militar es tan fuerte. Tal como ha dicho el ex-secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, "los Estados Unidos deberán considerar la destrucción de los activos militares de Irak".
El problema es que mientras cae Saddam Hussein puede llegar a hacer mucho daño. Un dictador que se ha peleado con dos de sus seis vecinos (Irá y Kuwait), que tiene pésimas relaciones con otros dos (Arabia Saudita y Siria) y a quien no le tembló la mano para utilizar gas venenoso contra la minoría kurda de su país, es
capaz de todo.


Las opciones
Peor todavía Saddam Hussein está, acorralado. Tal como están las cosas los conocedores le ven tres alternativas: golpear militarmente; sentarse a esperar que el consenso mundial contra él se deteriore; o buscar un compromiso.
La primera posibilidad -la militar- podría orientarse en dos direcciones: la invasión de Arabia Saudita, lo cual significaría la guerra contra los Estados Unidos y una derrota segura; o la guerra con Israel que podría darle dividendos al apoyar a los independentistas palestinos. Esta se haría a través de Jordania buena parte de cuya población respalda a Irak. En ese caso los judios tendrían que decidir como repeler el golpe y dependiendo de su respuesta el mundo árabe podría verse tentado a cerrar filas en torno a Hussein, desvertebrándose así el apoyo que ha recibido los Estados Unidos. Hasta ahora Israel ha mantenido un perfil bajo, pero está preparado para lo peor. Hay 5 millones de máscaras anti-gas que se le pueden distribuir a la población y, hoy por hoy, el bicarbonato de sodio -un remedio casero contra el gas venenoso- se vende como pan caliente en Tel Aviv o Jerusalén.
La segunda vía es la de dejar correr el tiempo y sentarse a esperar -aguantando el bloquéo- para ver si la alianza contra Irak se debilita, antes que la voluntad de Bagdad. Pero esta alternativa implica sacrificios económicos pues 95% de las exportaciones iraquíes se componen de petróleo. No obstante, pueden presentarse fisuras en el bloqueo. El apoyo popular que tiene Hussein entre los árabes puede llegar a distanciar a la gente de los gobiernos que están en contra de Bagdad, lo cual eventualmente podría generar cambios políticos en el área. Eso depende de varias cosas. Por una parte, si la confrontación continúa, la intervención norteamericana puede hacer revivir la ideas pan-árabes de la época del egipcio Gamal Abdul Nasser. Pero también eso se mezcla con el renacimiento de la idea islámica y la lucha contra los infieles de Occidente. De un lado, los nacionalistas están disgustados por la intervención extranjera en lo que ellos consideran un problema árabe, mientras que los fundamentalistas critican la "profanación" de la tierra donde están las ciudades sagradas de la Meca y Medina, piedras angulares del Islam. Aunque normalmente estas dos corrientes no fluyen en el mismo sentido, la decisión de Hussein de esperar y mostrarse como un árabe orgulloso sitiado por Occidente podría rendirle beneficios tangibles.
La tercera opción es llegar a un compromiso. La iniciativa de Irak, hace unos días, la cual permitía el retiro eventual de sus fuerzas de Kuwait sobre la base de una salida de Israel de los territorios ocupados y de Siria del Líbano, no fue aceptada por Washington. Ambos pedidos son justificables, pero la invasión de un país vecino no es la manera de hacerlo y es claro que ese chantaje no sería aceptado. No obstante, esa propuestá dejó en claro que, en último término, Hussein no considera que la anexión de Kuwait es irreversible y que, dado el caso, podría retirarse del emirato.

El problema es que ésta última alternativa no hace sino aumentar los temores frente a la permanencia de Hussein en el poder, quien es una amenaza permanente para la estabilidad de la región.
Por esa razón las opciones norteamericanas son diferentes. Analistas como Henry Kissinger consideran que la Casa Blanca tiene también tres posibilidades: apoyar pasivamente un consenso salido de las Naciones Unidas; respaldar propuestas de otras naciones industrializadas; y escoger la vía militar que incluye la desaparición de Hussein. Esta última, como es evidente, es la que se está ensayando, pero su aplicación tiene ciertos problemas prácticos.
En teoría, las tropas norteamericanas en Arabia Saudita tienen un carácter estrictamente defensivo para impedir el paso del ejército de Hussein. Pero al mismo tiempo el objetivo es sacar a Irak de Kuwait y si eso no se logra a las buenas, habrá que pasar a la ofensiva.
Y eso tampoco es tan sencillo. El ejército iraquí es temible, tiene experiencia guerrera, está apoyado por 5.500 tanques y supera en número, con su millón de hombres, a las fuerzas "aliadas". En último térrnino, los analistas consideran que Irak acaba perdiendo pero que la batalla será larga y cruenta.
Frente a tantas alternativas, es evidente que nada está claro: la tensión crece, las apuestas aumentan y la solución del conflicto no está cerca. Aunque a estas horas es imposible saber lo que va a suceder, los observadores consideran que el desenlace puede contener varios de los elementos mencionados arriba. Por ahora, lo más posible es que la calma se mantenga mientras se completa el transporte de tropas y material norteamericano, a continuación se preveen hostilidades limitadas y cuando el bloqueo de resultados, sería el turno de la diplomacia.

Las lecciones
Pero mientras algo se define, la crisis del Golfo Pérsico ha dejado ya su buena cuota de enseñanzas. La primera y quizás la más apabullante es que los Estados Unidos sigue siendo, de lejos, la primera potencia mundial. Todas las historias sobre el declinar de Norte América pueden ser ciertas parcialmente en materia económica, pero en cuestiones militares no hay vuelta de hoja. Ninguna otra nación es capaz de desplazar en tan poco tiempo tal cantidad de hombres y armamento. Para comenzar, una flota cercana a las 40 naves que incluye cuatro grupos de portaaviones, un acorazado dotado de misiles de largo alcance y varios submarinos nucleares. El operativo de envio de tropas se ha convertido ya en la operación aerotransportada más grande en la historia de la humanidad. Cerca de 300 aviones de carga norteamericanos aterrizan al dia en Arabia Saudita. Un avión Galaxy (más grande que un Jumbo) es descargado cada 10 minutos y lo que llega por via aérea es apenas un 5% del total (el resto llega por barco).
En contraste, lo que ha aportado Europa, el resto del mundo árabe o Japón parece muy poca cosa. Sin descontar la importancia de los cinco barreminas alemanes, los 4 mil soldados egipcios o del portaaviones frances Clemenceau, es innegable que la verdadera fuerza la tienen los norteamericanos.
Y además la idea es utilizarla. La guerra de baja intensidad o la progresiva ha sido remplazada por la confrontación masiva. La semana pasada Los Angeles Times dió a conocer un documento del Pentágono en el cual se recomienda que en caso de un ataque a Irak este debe ser simultáneo, rapido y mortifero.

No obstante, por ahora la única victima verdadera ha sido la economia mundial. Las bolsas de valores tuvieron su peor semana en tres años debido al aumento en el precio del petróleo. El barril de crudo pasó por encima de los 30 dólares, más de un 50 por cienlo sobre el nivel que tenía hace un mes. Eso ha puesto una vez mas en evidencia la fragilidad de las economías industrializadas. Aunque productores como Arabia Saudita, Venezuela y México anunciaron que compensarán la disminución en la oferta proveniente del Golfo -Irak y Kuwait bombean unos 4 millones de barriles de petróleo al día- eso no ha tranquilizado a los especialistas.
Otro aspecto para tener en cuenta es el cambio de los ejes de poder en el mundo. Hace apenas unos años la disputa habria visto a Washington y a Moscú en bandos diferentes. Ahora, con el fin de la guerra fría, es evidente que el conflicto entre las dos superpotencias ha sido sustituido por otro tipo de confrontación. En todo este episodio la Unión Soviética ha jugado un papel relativamente secundario. Aunque buena parte de la demora de la ONU en la aprobación de las sanciones tuvo que ver con presiones de la URRS, esta acabó por seguir el camino trazado por Estados Unidos.
A pesar de que la reafirmación del poder de Washington puede considerarse como buena para Occidente, esto tiene sus lados malos. Sin duda lo peor es la evidencia de que el mundo no es un lugar más seguro que antes. Todo lo contrario. Según algunos la presencia de gente sin escrúpulos como Hussein -armado hasta los dientes y dispuesto a todo- es un factor desestabilizador.
. De alguna manera, las lineas en las que se dividía el mundo no son las de antes, pero tampoco es claro cuáles son las nuevas. El ejemplo evidente es la crisis actual. El mundo árabe con su concepción islámica de lucha contra los infieles está dividido en su actitud hacia Irak, pero al mismo tiempo hay disputas internas por la presencia militar de Estados Unidos, el aliado de Israel, archienemigo de los musulmanes.

EL CASO DE ISRAEL
Es precisamente el caso de Israel el que puede ser clave en esta crisis. Lo que Hussein está buscando fundamentalmente es una oportunidad para vincular el retiro de sus tropas de Kuwait con una salida de Israel de los territorios de la margen occidental del Jordán, ocupados después de la guerra de 1967. Sólo si gana algo para la causa palestina, que es ahora la prueba de liderazgo para el mundo árabe, puede él devolver a Kuwait con su reputación intacta.

Y aunque Bush ha dicho que no al intercambio de Kuwait por los territorios ocupados, son muchos los que analizando las alternativas se sienten inclinados a aceptar el argumento de que la conquista de Hussein en 1990 es parecida a la de Golda Meir hace 23 años. Sin embargo, los dos episodios no son equiparables. Kuwait no significaba una amenaza para Irak, mientras que la guerra de los seis días se dió cuando los países árabes, que llevaban 19 años atacando verbalmente a Israel, se movilizaron para destruirlo.

El apoyo de Hussein a la causa palestina ha sido suficiente para elevarlo a la categoria de héroe en la franja de Gaza, a pesar de que la invasión a Kuwait haya desviado la atención que había recibido la intifada en los territorios ocupados. No obstante, para las otras naciones árabes -en especial para emiratos y reinos- el conflicto palestino está ahora en segundo plano, no sólo por cuenta del poderio militar de Irak. El discurso de Hussein que critica el estilo de vida de los jeques y las familias dominantes atenta contra la propia estabilidad política de algunas naciones del medio oriente.

Y hay quienes no descartan que así Hussein sea derrotado y desaparezca del mapa, las consecuencias de la crisis actual pueden llegar a cambiar totalmente la geopolítica del mundo árabe. Por una parte, si Occidente triunfa, será casi segura la presencia de una fuerza militar norteamericana permanente en el Golfo Pérsico. Pero por otra, es muy factible que las tendencias extremistas que ahora representa el gobierno de Bagdad generen una presencia más fuerte de las facciones pro-árabes y pro-islámicas. Debido a ello se espera que, aún cuando se resuelva esta crisis, la tensión en el medio oriente continúe. Hace 30 años fue Nasser y hoy en día es Saddam Hussein, y mientras sigan confluyendo en la región las presiones económicas, raciales y religiosas que la han hecho una de las zonas más calientes del mundo, estarán dadas las condiciones para que "El carnicero de Bagdad" tenga un sucesor.

Pero en el intermedio, el conflicto con Irak tiene que despejarse y mientras los vientos de guerra hacen remolinos en las arenas del desierto saudita, el mundo asiste estupefacto a un enfrentamiento cuyo precio es la cabeza de Saddam Hussein. Occidente se ha jugado el todo por el todo y detrás del poderio militar norteamericano está tratando de probar que la presencia de sus portaviones va a acabar pesando más que la ira de Alá.

SADDAM HUSSEIN

Entre la megalomanía y la paranoia

No cabe duda de que Saddam Hussein es un megalómano. En la historia de su vida hay claves de ello. La más indicativa, aunque en apariencia pintoresca, es que se llama a sí mismo el heredero de la leyenda del rey Nabucodonosor, en cuya memoria ha ordenado la restauración de Babilonia, la antigua ciudad de los jardines colgantes. Pero que el rey de Babilonia sea su ídolo e imitarlo su máxima en la vida, tiene tanto de largo como de ancho. Nabucodonosor pasó a la historia porque, después de un largo sitio, tomó a Jerusalén en el año 587 a.c., la destruyó, deportó a la población y la anexó a su imperio, lo cual derivó en la llamada cautividad de Babilonia, que duró 70 años y que fue el origen de la Diáspora.

Los delirios de grandeza y las múltiples muestras del culto a la personalidad que se observan en todo el territorio de Irak -calles con su nombre, cantos en su honor, pinturas y esculturas con su imagen- evidencian esa especie de lujuria del poder que ha marcado la carrera política de Hussein y que no ha conocido fronteras. Ni geográficas ni de las otras. La invasión de Kuwait es apenas el último capítulo de la campaña de ese dictador de 53 años, para convertirse en el regente de un nuevo imperio babilónico. Y para lograrlo, como lo hizo Nabucodonosor, está dispuesto a hacer cualquier cosa. Y a cualquier precio. Así lo demostró en la guerra que desató contra Irán en 1980, que inicialmente pensó que era una blitzkrieg, pero que significó no sólo la bancarrota de la economía, sino un baño de sangre de ocho años y un saldo de un millón de muertos y heridos iraquíes.

Nacido en 1937 en Tikrit, e hijo de una familia campesina sunita (los sunitas son minoría en Irak donde predominan los chiítas), perdió a su padre cuando apenas tenía 9 meses de nacido. Fue criado por un tío materno, Khairallah Talfah, un oficial de la armada, acerbo crítico del dominio británico sobre la monarquía de su país a la que consideraba una marioneta. Junto a él, el joven Hussein empezó el aprendizaje de las artes de la intriga y del ataque sinuoso, y vió cómo su tío era llevado prisionero por haber participado en un frustrado golpe en 1941. A los 9 años, asistió por primera vez a la escuela y más tarde, cuando hizo su aplicación para ingresar a la élite de la Academia Militar de Bagdad, fue rechazado por no llenar los requisitos académicos. Fue un golpe y, al mismo tiempo, un acicate más de su obsesión por lo militar. Pero sólo fue hasta que accedió al poder en 1979, cuando pudo hacer de sí mismo un general.
Se convirtió en un radical revolucionario a los 15 años, cuando entró a militar el partido Baath, un movimiento socialista pan-árabe y anti-occidental. A los 22 participó, por comisión de su partido, en un atentado para asesinar al Primer Ministro Abdul Karim Kassem. El atentado fracasó y Hussein fue herido en una pierna. Aunque los hechos de su huida fueron menos dramáticos, su biografía oficial cuenta que él mismo se extrajo la bala de la pierna y que huyó por el desierto, a lomo de burro, hasta Siria, donde fue capturado y hecho prisionero. Pero supuestamente su historia llegó a oidos del presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, que lo hizo llevar hasta El Cairo y quien se convirtió en el segundo de sus héroes.

A los 25 años empezó a estudiar leyes en la capital egipcia, pero según una anécdota, cuando en los cafés sepresentaban discusiones políticas entre sus compañeros de clase, Hussein decía: "¿Para qué discutir ? ¿Por qué no más bien sacar una pistola y disparar?".

De regreso a Bagdad en 1963, Hussein emprendió la organización de una milicia para su partido, partido que se tomó el poder en 1968, bajo el liderazgo nominal del general Ahmed Hassan Al-Bakr. Porque el poder real era Hussein, como se hizo evidente cuando Al-Bakr se retiró en 1979 y lo dejó completamente a cargo. Entonces no le tembló el pulso para ordenar la ejecución de 21 miembros de la cúpula del partido, bajo dudosos cargos de traición. En otras ocasiones obligó a asesores y a miembros de su gabinete a formar parte de escuadrones de fusilamiento de prisioneros políticos, como una forma de asegurarse lealtad a través de culpas y responsabilidades comunes. Se cuenta también que una vez que un general le advirtió sobre las graves implicaciones de un ataque que había ordenado, Hussein lo invitó a pasar a su oficina. La puerta se cerró, se oyó un disparo y minutos después Hussein salió con una pistola en la mano que enfundó delante de sus ayudantes. Si a ésto se suma la utilización de gas venenoso no sólo en la guerra contra Irán, sino contra los curdos de su país -una minoría étnica que se opone al régimen-, que significó la muerte de cinco mil personas, incluyendo mujeres y niños, nadie vacilaría en llamarlo "El carnicero de Bagdad". La vida humana no parece significar nada para él, si ésta se interpone en sus propósitos de dominar el mundo árabe.

Al frente de uno de los regímenes más brutales y represivos del mundo hoy en el poder, Hussein (Saddam significa "El que se enfrenta") no sólo es temido, sino que él mismo tiene un gran miedo: la oposición. Por eso no ha vacilado en echar mano de todos los métodos posibles para aniquilarla: desde prohibir la posesión de máquinas de escribir sin autorización del gobierno, pasando por la reubicación y deportación, arrestos arbitrarios, detenciones y allanamientos, hasta torturas, desapariciones y ejecuciones sumarias. Todo ésto, con el apoyo de una intrincada y poderosa red de agentes de seguridad y de una serie de leyes draconianas en las que el concepto de derechos humanos no existe.

Hussein, el hombre que hoy tiene al mundo al borde de una tercera guerra, según todos los diagnósticos que de él hacen los occidentales, está tocado por la locura. Parece moverse entre la megalomanía y la paranoia.

Sin embargo, y echando mano de la historia bíblica de Nabucodonosor, quien soñó con una estatuta colosal de oro, plata, bronce y hierro, pero con pies de barro, el mundo entero se pregunta si el poder de Hussein que parece tan sólidamente establecido no puede derribarse y hacerse polvo como la estatua del sueño de su ídolo el rey de Babilonia. Es la esperanza que les queda a millones y millones de ciudadanos del mundo que ven aterrorizados la posibilidad de una tercera conflagración mundial.