Especiales Semana

AMOR Y AMISTAD

11 de octubre de 1993

Usted, su mejor amigo
LA SOLEDAD ES INCOMODA PARA MUchas personas. Significa dolor, conflicto y desestabilidad. Sin embargo, sicólogos, sociólogos y otros especialistas coinciden en afirmar que las personas que no han aprendido a disfrutar y apreciar sus momentos privados están condenadas a las relaciones difíciles con los demás. La soledad es, a los ojos de estos expertos, una buena oportunidad para reponer la energía síquica y autonutrirse emocionalmente.
En contraste con lo anterior, cada día aparecen nuevas sectas religiosas que exigen a sus miembros reunirse continuamente e, incluso, interactuar lo menos posible con personas de otras convicciones. También círculos interdisciplinarios de estudio y lugares privados para reuniones metafísicas. Las transmisiones vía satélite, los conciertos en directo desde lugares lejanos en el mundo, el teléfono personal como acompañante continuo y otras maravillas tecnológicas alejan cada día más la posibilidad de instantes solitarios y silenciosos. Hay quien dice que, en gran medida, aquellas formas de asociación y estas avanzadas herramientas de comunicación directa son más un resultado que una causa. ¿De qué? De la intolerancia actual ante las horas solitarias.
No quiere eso decir que los movimientos en busca de apoyo y los avances técnicos deban evitarse. Más bien que en el caso de un gran número de personas, paradógicamente las que necesitan más minutos diarios de recogimiento y soledad, el contacto ininterrumpido con el mundo exterior tiene un efecto negativo: rompe el equilibrio necesario para mantenerse sano mental y emocionalmente, el contrapeso entre intimidad y contacto con el exterior que, cabe aclarar, es diferente en cada persona.
Ese es, precisamente, el tema del libro que SEMANA sugiere hoy dentro de la separata de amor y amistad: A solas con uno mismo. Escrito por el doctor en filosofía y sicoterapeuta Jeffrey Kottler. Traducido este año por Iris A. Ledesma y publicado por Ediciones Paidos.
En sus páginas es posible encontrar un detallado recorrido por la experiencia que de la soledad tienen más de 1.500 personas consultadas por el autor a lo largo de una investigación realizada recientemente en Estados Unidos. La pregunta clave del cuestionario que ellos contestaron en grabaciones anónimas era "¿En qué invierte usted sus momentos de soledad?".
Pero, además, han sido añadidas numerosas fuentes. La literatura y la ciencia son importantes. Dostoievski, Freud, Einstein y Tolstoi aparecen en el libro, algunos de ellos, incluso, con citas textuales. Y hay también opiniones de gente común que ha mantenido una terapia con el doctor Kottler (desde luego, sin sus nombres). El estudio es descriptivo, no estadístico y según el autor "no exhaustivo ni de gran amplitud, sino un esfuerzo por tratar el tema de la soledad humana incluyendo ejemplos representativos de la experiencia de la mayoría de la gente".

Primeras conclusiones
El contenido de la introducción y los 10 capítulos presentados a lo largo de 236 páginas permite concluir, en primera instancia, algo tan lógico como profundo: que es posible encontrarse en un ascensor atestado de gente gozando de un momento de productiva y completa intimidad, lo mismo que estar en casa, recostado en un sillón, aparentemente -solo aparentemente- solo.
La descripción de las actividades privadas habituales de la gente (hay que decirlo) no son siempre reconfortantes. Pero sí sinceras y lo que Kottler solicita es que se consideren con el mismo grado de tolerancia que cada quien aplica a sus comportamientos más íntimos.
Una y otra vez el libro subraya que el mundo privado es esencial para desarrollar una imágen interna sana, la capacidad para ser selectivo ante las exigencias de los demás y los ajustes necesarios para sentirse armónico y equilibrado.
"Lo que hago con total abandono cuando estoy sola es cantar -dice Nancy-. Siempre quise ser cantante. No tengo idea de cómo suena mi voz para los demás, pero para mí es hermosa. Cuando estoy sola en casa, lo que no es común con tres hijos adolescentes, me quito la ropa del trabajo y me pongo una camisa de mi esposo, que me queda grande y suelta; sin pantalones y con el pelo suelto. Esto me hace sentir más distendida y desinhibida. Pongo música -la elección depende de mi estado de ánimo-, me quedo de pie, quieta, como si estuviera frente a un micrófono, y comienzo a cantar con la música, exteriorizando sentimientos profundos".
Vivencias como esta aparecen a lo largo de todo el libro, sumadas a opiniones que servirán como puntos de partida para la reflexión de cientos de personas. ¿Un ejemplo? Allí aparece una cita de la autora Penélope Russianoff en un libro dedicado a mujeres que se sienten inútiles y frustradas sin un compañero: "Vivir sola es exactamente igual que estar casado, excepto que la relación es con una misma. Como en el matrimonio, el hecho de vivir sola tiene sus pros y sus contras. A veces nos odiamos y a veces nos amamos; y a veces estamos en desacuerdo con nosotras mismas. Hay días en que nos sentimos fascinantes y otros intolerables. Y aquí es donde falla mi pequeña analogía, porque una cosa que no se puede hacer estando sola, y sí en el matrimonio, es darse un portazo en la cara".

Un asunto cultural
Pero la soledad, según lo expuesto en A solas con uno mismo, no es lo mismo en cada cultura. Otro investigador citado en el libro, el antropólogo Edward Hall, desarrolló un estudio sobre la utilización del espacio público y privado y las conclusiones son bastante interesantes:
Mientras los alemanes consideran que su espacio privado es una prolongación de su propio yo y protegen sus espacios privados con robustas estructuras a prueba de ruidos, la cultura japonesa tiende a poner mayor énfasis en la dimensión intima de la soledad. De ahí prácticas como la meditación budista que tiene en el Zen una de sus más importantes manifestaciones. Quienes lo practican aprender a considerarse en los momentos de relajación, a base de técnica y disciplina, como puertas batientes que se mueven con el paso del viento.
Hall señala, además, que en la cultura árabe no encontró el concepto de soledad que existe entre los occidentales. En su idioma ni siquiera existe una palabra que pueda traducirse al español como "privacidad".
Pero sea cual fuere la nacionalidad, para Jeffrey Kottler no cabe duda en un punto: "Es la actitud de la gente ante la experiencia de la soledad lo que determina que los momentos privados sean alienantes o vivificantes".
El autor ejemplifica este punto comparando los casos de dos personas con una infancia muy semejante: el científico Albert Einstein y el asesino Richard Speck. Ambos eran brillantes, pero nunca sobresalieron en sus cursos. Los dos tenían una relación moderadamente buena con sus familiares pero disponían de mucho tiempo para sí mismos.
La soledad de Einstein, la que produjo positivos resultados es definida un poco más adelante en el libro cuando toma la palabra el escritor Oliver Morgan: "Esta manera de estar es aprender a soportarse, a sentirse cómodo con el misterio que es uno mismo. Es la decisión de encontrarse cor lo oculto de la personalidad y de permitir que sea parte de nuestra propia forma de vida". Y además, numerosas citas confrontan los mensajes internos de quienes sufren su soledad con los de las personas para quienes es todo un placer.

Lo medible
Desde luego, todo lo anterior tiene consecuencias científicamente medibles. Y como investigador hay para todo, algunos han definido incluso los límites de tolerancia a la interacción y el aislamiento de diferentes especies animales e incluso de los hombres.
"Existe una barrera invisible que rodea nuestros cuerpos, una zona de comodidad personal que no queremos que sea invadida -señala Kottler-. Los hombres mantienen una distancia de 60 centimetros mientras conversan, y las mujeres alrededor de unos 56 centímetros. Las personas totalmente desconocidas guardan una separación de unos 70 centímetros, mientras que aquellos que se sienten sexualmente atraídos reducen la distancia a menos de 50. Hasta sería posible medir cuánto le agradamos a alguien por la distancia a que nos permite acercamos".
Del mismo modo que el género humano, la gran mayoría de los animales poseen un instinto gregario que los mantiene cerca de los demás una parte bastante considerable del tiempo. Y paralelamente, los hombres como las ratas, se vuelven apáticos y agresivos cuando están sometidos a una densidad de población que no les permite estar solos, aunque sin llegar al extremo del cangrejo o la lechuza que, inexplicablemente, se van extinguiendo para dejar más espacio a los sobrevivientes.
¿Cómo es su soledad? ¿Qué hace cuando está realmente solo, lejos de los recuerdos que le trae la música, una novela en la televisión, un libro o el contacto con alguien? Tal vez, en el día del amor y la amistad usted goce de unos minutos para empezar a preguntárselo.