Especiales Semana

AMOR Y AMISTAD

6 de octubre de 1986

LAS REPERCUCIONES DEL DESAMOR
La primera pregunta es, ¿cómo acomodar un tema tan discutido como el divorcio en escasas tres cuartillas? Para comenzar puede decirse lo estúpido que resulta el pretender que el matrimonio sea indisoluble, como tampoco es posible aceptar el divorcio como un sintoma de progreso social y este par de afirmaciones dan una idea del embrollo que se forma cuando se trata de aclarar un tema repleto de contradicciones.

El asunto se complica al involucrar a los hijos: ¿es traumático? ¿Son más maduros los hijos de padres divorciados? ¿De quién es la culpa? ¿Es contraproducente una estrecha amistad entre la pareja después de la separación? ¿Es aconsejable que los hijos permanezcan al lado de uno solo de los padres? Las preguntas se multiplican y lo peor es que las respuestas son tan numerosas como contradictorias.

El lego en la materia busca entonces toda clase de literatura que pueda darle una visión clara y sin duda consigue un veredicto: el divorcio es traumá tico para los hijos, con la posibilidad de hallar las excepciones que confirman la regla. Pero la afirmación de los libros y revistas se encuentra de frente con la experiencia de sicólogos y educadores quienes afirman que en la práctica los estragos no son tan dramáticos como lo dicen los libros, siempre y cuando, la forma de afrontar el divorcio sea la adecuada y sobre todo, que este clima de paz y cordura se mantenga por los días y meses que siguen a la separación; pues de nada vale comunicar a los hijos la noticia a la hora de los postres en un buen restaurante, con palabras suaves y argumentos valederos si a los pocos días la pareja anda diciendo "lo intransigente que era su mamá" o "por las cosas que me hizo su papá".
O si una vez separados se rompen todas las reglas disciplinarias porque "pobrecitos, ya bastante los hemos hecho sufrir", o si los niños van de casa en casa en un eterno turno de padres, afectando asi su estabilidad. La lista de ejemplos es interminable, pues cada caso es un mundo aparte y es aqui en donde se hace indispensable la intervención de un especialista en la materia para que dé luces sobre la forma de proceder en cada caso, pues la regla de oro no existe. Esto se dificulta más en paises como Colombia en donde no existen estudios suficientemente amplios sobre el tema, el mismo que se ventila públicamente cuando los candidatos lo toman como bandera para ganar votos (en favor o en contra) aprovechando la ignorancia de la gente en este aspecto. También se publica en artículos de revistas femeninas o se encuentra en forma de estudios que alguna entidad, preocupada por la suerte de los divorciados y sus familias, enfoca todas sus baterias a investigar y redactar un texto que por lo general duerme el sueño del olvido en algún anaquel de la biblioteca.

En teoría, existen en Colombia el matrimonio civil y el católico, aceptado éste por el Estado con plenos efectos civiles, es decir, si usted se casó por la Iglesia quedó casado por lo civil, asi nunca haya visitado un juez. Para la Iglesia, el divorcio no está permitido y el código canónico acepta la nulidad o la separación de cuerpos con la comprobación de causales establecidas por la misma Iglesia. Por su lado, el matrimonio civil está legislado por el código civil; con él puede llegarse a obtener un divorcio, una nulidad de matrimonio o una separación de cuerpos.

Esto en teoria, pues en la práctica las cosas son muy diferentes. La gente del común no tiene consideración con las leyes cuando no se entiende con su pareja. Simplemente empaca, da una portazo y se larga. Esto es un abandono del hogar, divorcio a la fuerza y, por lo general, ocasiona el abandono de los hijos que pierden el apoyo económico y la presencia de uno de sus padres. En otras clases sociales los padres se separan y los hijos no son abandonados a su suerte, pero se convierten en punta de lanza dentro de la pelea: son utilizados por la madre como única herramienta para sacarle dinero al padre; o son los hijos de un papá que simplemente deja un cheque mensual en la porteria del edificio; o de una madre que les hace pagar toda su rabia y su frustración, pues destila rencor por todos los poros, o lo peor de todo, son los niños que se convierten en carne de cañón del tira y afloje que arman sus padres para quedarse con su custodia sin importar la clase de armas que se esgriman en una batalla que sólo deja perdedores.

El problema comienza con el distanciamiento de los padres, o la pelea constante; o el evidente desamor; o las "puyas" permanentes; o las frustraciones por mil motivos diferentes que los hijos adivinan en sus padres aunque estos luchen por esconderlo. En ese momento, el niño empieza a desarrollar toda clase de traumas y es donde entra a considerarse la posibilidad de una separación. Pero a la hora de hacerlo pocos padres se detienen a pensar que sus hijos tienen derechos: al amor de sus padres, a la buena salud, a recibir una educación adecuada y a esperar un futuro satisfactorio y feliz. Pero infortunadamente en muchas separaciones se les niega a los hijos sus derechos y se les cambia un conflicto (un hogar destruido) por otro a veces peor, pues lo que para los padres significa la libertad, para los hijos puede ser un cataclismo. Aparentemente los hijos de padres divorciados no parecen muy distintos de los demás, pero el divorcio los impacta, los hace sentir vulnerables a fuerzas que escapan de su control. Se sabe que sólo algunos logran superar la ruptura, su mundo parece derrumbarse y surgen las reacciones tipicas: depresión, cólera, complejo de inferioridad y sentimiento de culpabilidad, por citar algunas.

Según las edades, los niños reaccionan asi: de dos a cuatro años, se les desata un estado siquico de mayor dependencia. De 6 a 8 años se consideran culpables y sienten un gran desamparo. Esta edad es considerada como la más critica para los hijos del divorcio, pues tienen crecimiento suficiente para darse cuenta de lo que pasa, pero no poseen la capacidad de asimilar la situación. De 8 a 12 años, suelen dirigir su cólera hacia el padre que consideran culpable del divorcio, manifiestan su ira en todas sus actividades y transfieren su cariño por el padre culpable a otra persona. De 13 a 19 años presentan un sentimiento de culpabilidad menor, pero sufren el dilema de la lealtad. En todas las edades es notorio el deseo de volver a unir a sus padres.

Además del trauma, del choque afectivo muchos sufren un descenso en su nivel de vida por los costos de litigio y la necesidad de atender dos hogares reducen los ingresos. A menudo pierden sus amigos, su colegio y las cosas empeoran si en poco tiempo uno de los padres decide casarse de nuevo. El divorcio no sería tan grave si fuera sólo asunto de adultos, pero existen los hijos.

La puerta de la esperanza la abren las separaciones de común acuerdo, en las que ninguno de los dos guarda rencor con el otro; estas son fieles a un modelo único: el de dos seres que se separan y aceptan encontrarse en los hijos, cerca de ellos en todo lo que les concierne y guardando religiosamente su condición de papá y mamá. Ellos dejan de formar equipo como pareja, pero continuan formandolo en el plano de sus responsabilidades como padres. Ellos dejan a los hijos por fuera de sus querellas porque, según los mismos niños, "no es culpa nuestra quererlos a los dos". --