Especiales Semana

ANIVERSARIO

7 de junio de 1993

HOMENAJE A UN FUNDADOR
NO SIEMPRE LOS GRANDES SUEÑOS SE consolidan. Unas veces no alcanzan a nacer, otras nacen pero no se desarrollan. SEMANA nació como lo hace un gran proyecto: con metas e intenciones claras. A diferencia de muchos planes que nunca llegan a realizarse, este, el de informar veraz, analítica y profundamente ha sobrevivido, con los necesarios ajustes, hasta hoy. Es cierto que la revista interrumpió su labor por un tiempo. Exactamente 19 años (de 1961 a 1982). Pero una vez superada esta etapa apareció de nuevo para tratar de emular el desempeño de la revista en su primera etapa.
El de ahora es el papel de siempre, el que enunciara el ex presidente Alberto Lleras Camargo, su antiguo fundador, en el primer número: "Nadie tiene tiempo de averiguar en qué pararon las cosas. Pero además no paran nunca los hechos, siguen desenvolviéndose, y es preciso que alguien los siga con un criterio. Los diarios no pueden cumplir esa función porque tienen que continuar su tarea esencial, que es la de lanzarse sobre las noticias nuevas, sean o no importantes,y dejar que los muertos entierren a sus muertos".
Como un homenaje a la labor periodística del ex presidente, el encargado de dar vida a esta gran idea, hemos querido, en el undécimo aniversario de SEMANA, publicar el fragmento inicial del artículo que sirvió de portada en aquella primera edición, la del 28 de octubre de 1946. Esta nota sobre el entonces primer mandatario Mariano Ospina Pérez, como casi toda la primera edición de la revista, fue pensada y redactada por Lleras Camargo.
NACION:EL PRESIDENTE
Habituado a atender personalmente los asuntos de su oficina de negocios (urbanizaciones, ingenier+a, planeamiento), el Presidente está conociendo, por primera vez, las dificultades de un cargo público. En dos meses de gobierno las pocas hebras grises de su cabeza ha ido blanqueando, y el casco ondulado brilla, ahora, como espuma, gracias a la luz excesiva del despacho presidencial. Senador por muchos años, ministro una vez, miembro activo de su colectividad, el señor Ospina, cada vez que se encontraba en una situación conflictiva, que exigiera una decisión, le daba la espalda. Sus colegas del Senado lo veían atento, sonriente, discreto, en los días de los grandes debates, sentado en su silla, y la minoría lo contabilizaba rápidamente, antes de las votaciones. Pero cuando la votación se realizaba, el señor Ospina había desaparecido, las más de las veces, como por arte de magia. Se sabe que fue un descontento habitual de la política de oposición del señor Laureano Gómez, y, sin embargo el señor Gómez jamás hubo de chocar con él. Sus disidencias con esa política tuvieron momentos afirmativos, como en los días de la "acción intrépida", cuando se retiró, bajo la dirección de Berrío, de la Convención Conservadora. Pero entonces procedía en grupo y bajo el peso de un dilema inexorable: la violencia, o la paz. Y por lo único que el señor Ospina es capaz de ser violento es por la paz.
Pero el gobierno es otra cosa. El gobiemo es decisión, cada día, cada hora. Y cuando el señor Ospina despierta a las siete de la mañana, con el desayuno llegan, cuídadosamente desplegados, los primeros problemas en las ediciones matinales. Háy que defidir. Allí está, palpitante, el caso de la CTC, o peor aún, el de la CTC contra la CTC. El gobierno tiene que decir cuál es la CTC auténtica, y mientras lo decide, el grupo comunista presiona con la huelga del petróleo, y el otro, ronda, amenazante, con el paro de los ferrocarriles. Y allí está la reacción de los industriales con los impuestos, y el eco de la lejana tormenta en la Montaña, desde donde ruge el capital herido. Y allí el verano, calcinando las tierras del Valle y el Tolima, y la cuenca del Magdalena hasta Bolívar. Y sobre el verano no hay nada que decidir pero ahí está. Y el rio seco, los transportes fluviales paralizados, y en las ciudades, ante cada bomba de gasolina, colas de 200 vehículos, y, entre cada vehículo, un hombre, una mujer que rezongan. Y cuando las medidas económicas que irritan a los hombres del Club de la Unión, y a la Plaza de Berrio, y a la Bolsa, logran coincidir con una rebaja del precio del ganado, desde el Sinú, de las Sabanas de Bolívar, de Villavicencio, del Magdalena llega hasta la Presidencia el bramido anhelante de la dehesa que se siente arruinada. Y el Presidente que cree hacer el bien no entiende por qué surge el mal de los decretos, inesperada y traviesamente.
UN DIA DE TRABAJO
Cualquiera, en la semana anterior, es muy semejante a los otros. El Presidente en Colombia no es más, no ha sido nunca más, que un oficinista sin horas fijas. En nada se parece el espectáculo que ve el público, la ancha banda de las damas de Manizales sobre el pecho, las borlas de oro cayendo majestuosas, las charangas haciendo resonar el himno y la figura platinada sonriente, iluminada apenas por los ojos negros apacibles, con ese funcionario rodeado de teléfonos, que reCIbe, al día, medio centenar de personas, y va de un problema a un conflicto, de un conflicto a una dificultad, sacudido como una vieja diligencia en los caminos rurales. A las ocho y media YA está en el escritorio. Azula Barrera, el secretario general, con voz cortés y nasal, va acumulando nuevas dificultades en el camino de ese día. Los conservadores no están satisfechos. En Medellín se dice que para eso no valía la pena de cambiar de régimen. El senador Valenda concibe una polítiCA de aparente respeto y adhesión al gobierno, salpicada de amenazantes prevenciones, para mantener la fe en el partido. Los ministros liberales solicitan una audiencia para hablar de Boyacá y del gobenador Rivera Valderrama. Los comunistas buscan alianza con Gaitán y hacen ensayos de fuerza para demostrar que llevarían algo a la combinacion, como un paro en rio Magdalena, o bien el paro de los petróleos. Eso es lo que trae el señor Azula Barrera. LA EMINENCIA GRIS
Poco después el Presidente recibe al abogado de Palacio. El señor José Luis Trujillo es efusivo, activo, disponedor y francote. El cuenta todo lo que pasa en la calle. La calle es ese abierto mundo hostil y caviloso que comienza en la Bolsa, que va por las tertulias de las cigarrerías, que chismea en los cafés, que se arrellana, descontento siempre, en los sillones del Jockey. El señor Trujillo da consejos sugiere cosas, estimula unas medidas, desalienta otras. Y luego se marcha a la calle, otra vez, a recibir impresiones. Es la Eminencia Gris, en cierta forma, por cuanto el Presidente que mira con recelo, como ingeniero, las leyes y los abogados, confía en él. Para traerlo a Palacio hubo que subirle el sueldo al cargo ( ahora $800) y darle automóvil. Aún así, Trujillo sale perdiendo. Pero seguramente ama ese puesto que le permite estar más cerca del poder de lo que ningún conservador independiente hubiera soñado jamás.
LA EMINENCIA AZUL
El doctor Laureano Gómez casi nunca lo visita. Es posible que sostenga conversaciones telefónicas con él, o que no sea muy difícil para el Presidente saber cómo piensa el señor Gómez. Pero además, ahí está "El Siglo", gobiernista a marcha martillo, elogiando las medidas del Presidente apenas se hacen públicas, pero dándoles una interpretación beligeran te que eriza la piel sedeña de Su Excelencia. ¿Por qué se empeña el señor Gómez en que deben arruinarse, forzosamente, unos cuantos ciudadanos, para que la vida se abarate? Y si luego, como es de temer, no se abarata, ¿qué dirán los arruinados? ¿Qué objeto tendrá esa amenaza constante de que cada secreto es una nueva batalla contra las genes, contra los industriales, contra los especuladores, contra todo lo que hasta ayer, nada más, era para el señor Ospina? ¿Cafetero e ingeniero, esa cosa sagrada e intocable, conocida como "los hombres del trabajo"? ¿Por qué no decir más bien que se trata de hacer el bien, sin producirle mal a nadie? Pero es que el doctor Gómez concibe el gobiemo así, como una oposición en receso, y no entiende que haya decreto bueno si no se arruina a alguien. El Presidente suspira y calla. La Eminencia Azul, sin embargo, es de los mejores, más leales, más firmes sostenedores del gobierno.
LAS JUNTAS
Y luego, antes de almorzar, después de almuerzo, las juntas. El consejo de Ministros, martes y viernes, con sesiones extraordinarias nocturnas, cualquier día. Cafeteros, si se va a "soltar" el precio del café; petroleros, si hay amenaza de huelga; junta económica para estudiar modificaciones a los decretos; junta de ganaderos para oír las quejas de la pampa; industriales para pedirles que rebajen los precios de las telas; y todos oyen al Presidente, le discuten con respeto, y se van, sin que haya quedado otra cosa que una atmósfera de sopor y de hartura.
WEEK-END
Solo el sábado se abre como una ceja amable en el anubarrado panorama del horario presidencial. Entre semana apenas una breve excursión en automóvil y algunos cortos paseos a pie. Pero el sábado el Presidente se desprende de todo, y echa a rodar hacia "San Pedro", 300 fanegadas de buena tierra, cerca del rio Bogotá, ahora quemadas por hilos y Sequía, hacia el norte, en jurisdiccion de Chía. Allí está el hato, y hay hortalizas. Allí los caballos galoperos, nerviosos y gordos. Allí los zamarros de cuero de león, y allí, montar por la llanura plana, recibiendo el viento frío en el rostro moreno. Allí la paz, la familia, el reposo, pero hasta cierta hora, porque el edecán estará recordándole que ya no es un hombre libre, sino un modesto funcionario, que ha de regresar al trabajo o a cumplir una cita social agobiadora. Allí, también, unas acémilas de buena raza que festivamente, en los días lejanos de la oposición moderada, bautizó "hAndeln y "Mamatoco". El Presidente piensa que habrá que rebautizarlos, y regresa.
MARCHA ATRAS
Dos meses duraron las restricciones al crédito que el gobierno impuso a los bancos por resolución de la Superintendencia Bancaria. El 19 de agosto se dictó el decreto y la resolución encaminados a canalizar el crédito hacia fines económicos distintos de la llamada especulación. Esa era la intención, al menos. El resultado fue un pánico bursátil que hizo sufrir cuantiosas pérdidas a inversionistas medianos y pobres, que hubieron de liquidar sus papeles, amenazados de una baja más radical. Los especuladores, como era obvio, no sufrieron. Esperaron la reacción, y consiguieron créditos, ante todo bancarios, después particulares. O se dedicaron, provisionalmente a la grande usura, que dio espléndidos rendimientos en estos 60 días. Eso sostienen, desde luego los adversarios de esa medida, de apariencia inocua, pero que enajenó al presidente Ospina la simpatía de grandes sectores del comercio y la industria. En todo caso, la finalidad última, abaratar la vida por la restricción del medio circulante, no se consiguió. El costo de la vida siguió subiendo. Y al anunciarse que el café había quedado libre en el mercado de los Estados Unidos, y al llegar la libra a 30 centavos, pretender que el circulante podría limitarse con esa restricción al crédito, era, en realidad, una utopía . Pero si Truman, presionado por la inminencia de unas elecciones el 5 de noviembre, acababa de soltar los precios del café, entre otros artículos, y declaraba que el único remedio era sacar del control la came, ¿por qué no retrocederse en Colombia? El Ministro de Hacienda afirma que se seguirá encauzando el crédito hacia la agricultura, y que la medida se modifica, por cuanto ya surtió sus efectos. Eso creen también los que perdieron en agosto. Pero con más amargua. La Bolsa comienza a reaccionar. Los niveles anteriores al pánico están lográndose para la mayor parte de los papeles. Pero la inflación, ¿quién va a contenerla? Algunos anuncian café a 40 centavos para fin de año. Y el señor García Cadena dice que solo hay un remedio: alzar los salarios y sueldos. Pero el gobiemo, ¿cómo los alza? "Todos debemos contribuir", dice García Cadena. Y lo dice como contribuyente considerable.