Especiales Semana

ANTIOQUIA

7 de abril de 1986

URABA: DE TIERRA PROMETIDA A TIERRA AMENAZAD
"Cuando Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa navegaban a lo largo de costa norteña de Sur América en los últimos meses de 1501, esta tierra firme les debe haber parecido una región verde y abundante".
La naturaleza volcó toda su generosidad sobre Urabá y convirtió este controvertido territorio en una fuente rica en recursos naturales: 350 mil hectáreas aptas para la agricultura, 300 mil de suelos utiles para la ganadería, 194 mil cubiertas de bosques 290 kilómetros de playas con un gran potencial pesquero listo para su explotación; además de calizas, oro, canteras, petróleo, molibdeno y carbón. Pero al mismo tiempo y por obra de un desconcertante equilibrio, la región ha tenido que intentar una desproporcionada lista de obstáculos que desde la misma época de la Conquista han entorpecido su desarrollo.
Es una historia plagada de luchas, desde los colonizadores que asociaron la palabra Urabá al oro venido del interior y fueron capaces de las peores atrocidades en su afan de arrebatarselo a los indigenas, pasando por los años de la piratería, los contrabandistas, la penosa tarea colonizadora, para llegar a la época actual cuando la región todavía se debate en una masa de problemas políticos económicos y sociales que no la dejan salir de su cascarón de atraso y abandono. Baste decir que la famosa carretera al mar, sueño de varias generaciones, necesitó 28 años para llegar de Medellín a Turbo y no se sabe cuántos más se necesitaran para terminarla, pues todavía es una trocha destapada que dificulta la comunicación terrestre, cerrada parcialmente en turnos diarios para trabajos iniciados hace más de dos años que nadie sabe cuánto más podrán demorar debido a la falta de reservas presupuestales en el Ministerio de Obras Públicas y Transporte.
Poco sabe el país de lo que realmente significa Urabá, una región situada al noroeste de Colombia en los departamentos de Antioquia y Chocó, abundante en aguas, bosques húmedos tropicales, 10.520 kilómetros cuadrados de suelos con buenos drenajes para la agricultura y ganadería y sobre todo regiones planas. Los colombianos han asociado la región a una especie de oeste norteamericano en donde sólo tienen cabida los "muy machos", capaces de descuajar la selva para convertirla en terreno productivo, mientras el revólver al cinto espera para dar cuenta del primero que se interponga en su camino de colonos.
Pero el Urabá de hoy es algo muy diferente, es el producto de un desarrollo vertijinoso y desordenado para el que no estaba preparado; de ahí sus graves problemas sociales, caldo de fácil cultivo para el descontento, la protesta, los movimientos guerrilleros y la aparición de sindicatos asesorados por los grupos subversivos. Lo que hasta hace pocos años era una selva pegajosa y caliente, cedió ante la fuerza de hachas y machetes y se convirtió en una tierra con renovado valor. Comenzó a brillar de tal manera que atrajo a toda clase de hombres que presintieron en ella el trabajo duro pero la buena paga: agrónomos, tecnólogos, políticos, campesinos, colonos, aventureros, empresas multinacionales, comerciantes y hasta vividores que olfatearon las ganancias fáciles en medio de aquel río revuelto.
El desarrollo de estos municinios ha sido desordenado, a pesar de los esfuerzos de entidades que han ido allí a cumplir actividades sociales, industriales o comerciales como Augura, Unibán, Comfamiliar, Camacol, ICA, entre otras. El aspecto de los centros urbanos no se puede encajar en ningún prototipo: los edificios se mezclan con las zonas de tugurios, las aguas negras corren libremente por las calles y son motivo de juego para los niños; el agua y la energía se van y vienen a su antojo; el déficit de vivienda es dramático: 22.2 por ciento de las viviendas de Apartadó son inquilinatos con un promedio de 5.6 familias por casa, el analfabetismo es del 45 por ciento y la situación de insalubridad es preocupante: en la región funcionan 6 hospitales y 23 centros de salud con 146 camas, 37 médicos y 7 odontólogos que resultan insuficientes frente a los altos porcentajes de enfermedades endémicas: paludismo, tifoidea diarrea y enteritis. A esta situación se suma la falta de inversión estatal en obras de infraestructura, la escasa densidad vial (47.3 metros de vía por kilómetro cuadrado); la complejidad del fenómeno migratorio y la presencia de grupos guerrilleros comprometidos directamente con los sindicatos.
Esta situación ha hecho que muchos bananeros y comerciantes tengan que manejar sus asuntos desde Medellín o Bogotá, temerosos de los asesinatos y los secuestros y de que la región, convertida en una especie de polvorín social, explote en cualquier momento.
ENTRE EL ATRASO Y EL PROGRESO
Pero en medio de aquellas calles bulliciosas, se respira un ambiente de gran actividad agroindustrial: 20 mil hectáreas sembradas de banano con las que se logra una participación del 13 por ciento del mercado bananero mundial, gracias a los 200 millones de dolares exportados en el último año. Esta línea genera 16 mil empleos directos que devengan un salario básico mensual de 25 mil pesos, y 4 mil empleos indirectos.
Además, Urabá esta conectado con la red eléctrica nacional y el sector bananero ha hecho grandes esfuerzos en la electrificación rural finca a finca, o que les garantiza un futuro energético.
El año pasado, el gremio bananero invirtió 5.7 millones en acueductos y alcantarillado para sumarse a los esfuerzos del sector público en esta materia; 20 millones para atender programas medicos; 19 millones en educación y la donación de un lote para la construcción de un instituto politécnico.
También son parte del progreso las siete mil hectáreas sembradas de plátano, las 6.800 de arroz, las 350 mil que sirven de pasto para los 425 mil bovinos libres de aftosa, y las hectáreas dedicadas a la economía campesina. Por otra parte, está la explotación pesquera, el cultivo del camarón, las maderas, los minerales, las unidades artesanales y la industria manufacturera.--