Especiales Semana

¿Caso cerrado?

Las últimas investigaciones sobre el asesinato de John F. Kennedy dejan sin piso las versiones según las cuales su muerte fue el resultado de una conspiración.

20 de diciembre de 1993

LA DOCENA DE ESPECTADORES QUE A ESA hora luchaban contra el sueño en el Teatro Texas saltaron de sus butacas cuando las luces se encendieron de improviso y un escuadrón de policías invadió la sala de cine.
Uno de los agentes se acercó a un hombre que había entrado cuando ya se había iniciado la función y le ordenó que se pusiera de pie. El hombre alzó sus brazos en señal de obediencia y dijo: "Bueno, ya todo se acabó", pero un segundo después descargó un puñetazo en el cuerpo del policía que lo lanzó directo al piso. Al darse cuenta de que el sospechoso sacaba una pistola del cinto, el policía se abalanzó sobre el mientras otros oficiales llegaban en su ayuda sólo para escuchar, despavoridos, en medio del forcejeo, el clic de un arma engatillada. El hombre fue esposado y sacado del teatro sin permitir que le leyeran sus derechos. En el recorrido hacía la estación los policías le preguntaron varias veces el nombre, pero no respondió. De su billetera extrajeron dos identificaciones. Una decía Lee Oswald; la otra, Alek Hidel. ¿Cuál de los dos es usted?'', le preguntó uno de los agentes. "Averíguenlo", contestó el sospechoso.
Durante 30 años, cientos de investigadores del Gobierno de Estados Unidos, políticos, periodistas y cineastas, han invertido miles de horas y millones de dólares tratando de responder al reto de este hombre que el 22 de noviembre de 19ó3 se convirtió en el sicario más famoso del siglo XX. Una hora antes de entrar al cine, Lee Harvey Oswald había dado muerte al presidente más carismático de Estados Unidos, John F. Kennedy, desde el sexto piso de un depósito de libros situado en una de las esquinas de Dealey Plaza,de Dallas.
Sobre esos seis segundos que cambiaron la historia de Estados Unidos se han escrito mas de dos mil libros, hay 22 volúmenes de una investigación oficial, y se han hecho varias películas, la última de las cuales -JFK,de Oliver Stone- logró, a base de una magistral mezcla de ficción y realidad persuadir a miles de personas de que definitivamente el magnicidio fue el fruto de una siniestra y complicada conspiración del gobierno de Estados Unidos, la industria militar y cubanos anticastristas.
Para desilusión de quienes han creído esta y otras teorías conspirativas que incluyen, además, al FBI, a lo rusos y a la mafía, un abogado de Wall Street acaba de publicar un libro de 600 páginas en el que sostiene que fue Oswald y sólo Oswald, con sus demenciales furias y pesadillas, el único autor de la muerte de Kennedy. "Oswald ha sido olvidado en los más recientes estudios del asesinato -dice el autor Gerald Posner-. Su intrincada personalidad y temperamento han quedado oscurecidos bajo el diluvio de detalles técnicos acerca de las trayectorias, ángulos y velocidad de las balas". Posner investigó
milimétricamente la vida de Oswald, incluyendo episodios hasta ahora inéditos de su vida en Rusia y detalles tan íntimos como el de que Oswald solía tomarse la leche de su esposa para aliviarle el dolor que sentía por exceso de producción.
A lo largo de esa investigación, Posner arrasa con casi todas las hipótesis confabulatorias que comenzaron a tejerse desde que el fiscal general de Nueva Orleans, Jim Garrison en cuyo libro se basó la película de Stone- declaró a la prensa en 1966 que Oswald tenía nexos con la mafía. Una a una las teorías que hablan de la presencia de otros francotiradores en la plaza de Dallas, los presuntos nexos de inteligencia de Oswald con la Unión Soviética y después con el gobierno cubano, las alegadas conexiones con el FBI y la CIA, el supuesto cambio de ataúd del Presidente y la desaparición misteriosa del cerebro son examinadas y amenudo ridiculizadas por Posner a la luz de los estudios que fueron ignorados y de nuevas investigaciones y entrevistas.
Posner es particularmente despiadado con Garrison al citar un diagnóstico siquiátrico en el que se afirma que el combativo fiscal, glorificado por Stone en su película, sufría de una severa e incanpacitante siconeurosis "que interfería su vida social y profesional en un alto grado". Garrison murió en 1992 firmemente convencido de que había descubierto la verdad pese a la tenebrosa oposición de la industria militar estadounidense.
Los autores de las teorías conspirativas son caracterizados en el libro de Posner "Caso cerrado" como unos historiadores de medio pelo mas interesados en alimentar el apetito sensacionalista del público con especulaciones irresponsables y testimonios de charlatanes que en buscar la verdad a través de metodos científicos. La verdad, según Posner, hay que buscarla en la vida de Lee Oswald, el hijo descarriado de una viuda dominante, consumida por el dolor de la muerte de su esposo y el de tener que trabajar para mantener a sus hijos. Oswald vivía, tal y como lo pinta Posner, en una trinchera sicótica, que el mismo había creado para vengarse del "capitalismo opresor" y pasar a la historia "como un hombre que se había adelantado a su época".
SIN REMEDIO
Oswald nació en 1939 y creció en un ambiente hostil signado por una vida cuasinómada en la que hacer amios y echar raices estaba fuera de cualquier expectativa. Antes de que cumpliera 18 años, su madre se había mudado con el 25 veces a diferentes ciudades de Estados Unidos. La falta de estabilidad moldeó un caracter introvertido y violento que pronto lo convirtió en un temido gavillero de escuela. Cuando tenía 14 años fue declarado truhán judicialmente y enviado a un reformatorio donde el siquiatra Renatus Hardog encontró los primeros visos del desarraigo: "Desórdenes de la personalidad con tendencias esquizofrénicas y agresividad pasiva. Debe ser visto como un joven afectado emocionalmente y que sufre por el impacto de una real desolación y privación emocional, falta de afecto, ausencia de vida familiar y rechazo hacía una madre ensimismada y conflictiva".
Con semejante historia clínica a cuestas y sin haber cumplido 18 años, Oswald se bebió entero "El Capital", de Carlos Marx, un libro en el que aparentemente encontró las explica ciones a todos sus pesares y la inspiración de su vida en los próximos años. En un intento por escapar de la sombra de su madre, Oswald se enroló en la Marina, donde continuó sus estudios personales de comunismo y obtuvo un alto puntaje en el uso del rifle M-1.
Pero el refugio emocional duro muy poco, pues pronto se convirtió en el hazmerreír de sus compañeros que hallaron en su personalidad frágil y apasible, y en su indiferencia hacia la juerga y los prostíbulos, el típico carácter del bobo de la tropa. En un ataque de furia con sus compañeros, que los teóricos de las conspiraciones interpretaron como una jugada de la CIA, Oswald disparó su arma y se hirió.
Henry Hurt sostiene en su libro "Reasonable doubt" que el accidente fue arreglado para que Oswald pudiera estar ausente de la base y hacer trabajos de inteligencia.
Con el tiempo, Oswald cambió su carácter pasivo y se volvió un cadete buscapleitos que debió afrontar una corte marcial bajo cargos de invitar a pelear a uno de sus compañeros. La asediada adolescencia del cadete se había convertido en un tormento. En 1958 mientras prestaba guardia en un cuartel de Taiwan, Oswald empezó a disparar sin razón su fusil contra unos arbustos. Cuando su superior llegó, estaba temblando y llorando mientra repetía una y otra vez que no aguantaba más los turnos de vigilancia.
Después de ser trasladado a Japón, donde hizo contactos con el Partido Comunista, Oswald finalmente decidió que su futuro estaba en Rusia. De regreso a California se dedicó a leer periódicos en ruso con la ayuda de un diccionario y a poner discos en ruso a todo volumen en el galpón de su unidad, una costumbre que le ganó el apodo de "Oswaldskovich". En medio de un templado ambiente de guerra fría justificaba su rusiofilia con el argumento de que había que conocer al enemigo para aprender a combatirlo. Pero Oswald amaba al enemigo y despotricaba contra el imperialismo yanqui aun vestido de militar.
DE RUSIA CON AMOR
Con los ahorros de más de un año viajó a Finlandia y de allí a Rusia en octubre de 1959, dando comienzo así a una de las etapas de su vida que más intrigas y misterios ha provocado entre los analistas conspirativos del asesinato de Kennedy, pero que en la práctica se ajustaba a las imprevisibles pautas de su comportamiento, según Posner."La deserción de Oswald en Rusia parece tan bien planeada que algunos se niegan a creer que fue una accion de él", dice Posner. Sin embargo, Oswald lo había planeado todo cuidadosamente.
Al segundo día de estar en Moscú. Oswald manifestó su intención de desertar a la guía turística que lo acompañaba y que, por supuesto, estaba en la nómina de la KGB. La petición del ex marino estadounidense creó en las esferas del gobierno ruso mas incomodidad que complacencia, pues Oswald no tenía mucho que ofrecer y su caso sí podía convertirse en un potencial problema internacional. En otras palabras, los rusos estaban encartados con la petición y no sabían que hacer.
En una entrevista exclusiva con el autor del libro, el veterano agente de la KGB Yuri Nosenko ridiculizó a quienes especularon que Oswald podía entregar a los rusos información sobre el avión espía estadounidense U-2 que alguna vez había conocido como operador de radar. "Yo estaba asombrado de la ingenuidad de esta gente -dijo Nosenko-. "¿Cuál era la gran cosa de que fuera un marino? Primero, el ya no estaba en la Marina; pero aún en el caso de que lo estuviera, nosotros no teníamos interés. ¿Quién era él en la Marina? ¿Un mayor? ¿Un coronel? Nosotros teníamos mejor información proveniente de la KCB que la que el no podía dar".
Luego de que el gobierno ruso le notificó que no podía aceptar su deserción y le daba dos horas para salir del país, Oswald se fue a su habitación en el Hotel Berlín y se cortó las venas, no sin antes dejar constancia en su diario de que sus sueños de dos años habían quedado destrozados."En alguna parte suena un violín mientras que yo veo que mi vida se va. Pienso que fácil es morir, una muerte dulce (a los violines)", escribió. En vista de que el joven no abría la puerta, el gerente del hotel entró con una camarera. Oswald estaba bañado en sangre. De inmediato fue llevado a un hospital cercano donde recibió transfusiones de sangre rusa que lograron estabilizarlo. Unos días despues un siquiatra escribió en su archivo que Oswald hubiera sido capaz de cometer más actos irracionales.
Luego del intento de suicidio, el gobierno ruso quedo en una encrucijada: si expulsaba a Oswald podía matarse de nuevo y la KGB sería responsabilizada de la muerte de un ciudadano estadounidense; si lo dejaba, la decisión podía dañar el ambiente de entendimiento que había dejado la reunión en los bosques de Maryland entre el presidente Eisenhower y el premier Nikita Kruschev. La decisión final fue dejarlo. "Parecía inofensivo -recuerda Nosenko-. Podríamos haber decidido dónde viviría, donde trabajaría y mantener vigilancia sobre el".
Oswald hizo todo lo posible por pagar el favor a los soviéticos. A sabiendas de que su correspondencia sería abierta, escribía cartas llenas de insultos a Estados Unidos y a su Gobierno. En una enviada a su hermano Robert, le decía que Estados Unidos era "un país al que odio" y le gustaría ver postrado el gobierno capitalista. Después de recibir el equivalente en rublosde 500 dólares, Oswald fue enviado a la ciudad de Minsk, donde trabajó como operador metalúrgico de la Fábrica Belorrusa de Radio y Televisión.
El lugar donde vivía, un apartamento de una habitación en un conjunto residencial de clase media, que resultaba excepcional para ser de un simple obrero, ha despertado también sospechas entre los estudiosos, pero Nosenko sostiene que era la vivienda que le daba a cualquier desertor. La vivienda fue el mejor señuelo para conquistar a una tímida trabajadora llamada Marina, quien había soñado con un apartamento, pero que ni en su peor pesadilla había vivido los años que le esperaban. Marina se convirtió en la esposa de Oswald casi al mismo tiempo que su fascinación por Rusia había terminado. "Ningún hombre que haya conocido, que haya vivido bajo la Rusia comunista y el sistema capitalista estadounidense podría tomar una decisión. No hay salida: una ofrece opresión, el otro pobreza.
Ambos ofrecen injusticia imperial con dos marcas de esclavitud" escribió Oswald después de salir de Rusia.

Asi lo viví
CESAR GAVIRIA
Yo había llegado un mes antes a Fresno (California). Tenía 15 años, estaba en un intercambio y a penas hablaba algo de inglés. Fue muy impresionante. Era el primer magnicidio que tenía un cubrimiento televisivo tan grande. Nunca he olvidado esas imágenes, en especial al pequeño John-John y su saludo militar en el cementerio de Arlington.
ROBERTO GERLEIN
Yo era Juez Primero Civil Municipal de Barranquilla. Ese día me encontraba almorzando en mi oficina cuando me entere de la noticia. Me impresionó muchísimo, pero pense que era uno de los acostumbrados rumores de oficina pública. Tuve que salir a la calle para convencerme de que era cierto. Me sentí muy mal y no pude volver a mi trabajo. Pase el resto del día en mi casa pensando sobre el asunto. Creí que Estados Unidos se desplomaba, que dejabade ser el gran líder occidental. Y que habíamos perdido uno de los más grandes amigos de América Latina.
JUAN DIEGO JARAMILLO
Yo había salido del colegio donde cursaba la primaria e iba a visitar a mi padre al hospital. El estaba muy enfermo como consecuencia de un infarto y murió dos meses después. Al llegar escuche la noticia en la radio. Me causó un impacto fuerte. A mi edad solo entendía que un hombre muy importante había sido asesinado; que era un magnicidio. Como nací después del asesinato contra Gaitán yo no estaba acostumbrado a ese tipo de cosas.

CARLOS LEMOS SIMMONDS
Yo estaba almorzando con mi papá en la embajada de Colombia en Santiago (Chile), donde el había sido nombrado.
En ese momento lo llamaron de la Cancillería de ese país. El se levantó. Al volver traía el rostro desencajado. Contó que acababan de asesinar a Kennedy en Atlanta, lugar que el Ministerio corrigió en una segunda llamada. El almuerzo terminó. En aquella época yo vivía en Santiago y trabajaba como lector de libros de Editorial Zig-Zag. Recomendaba las buenas obras para ser publicadas.
RODRIGO LLORENTE
Trabajaba en el Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington A la una de la tarde llegó la noticia. Los latinoamericanos vibramos y salimos a las calles pensando que habría manifestaciones, pero los estadounienses dieron una demostración de estoicismo. Ese día coincidió con mi cumpleaños y con el nacimiento de mi hija menor. Por eso fue de felicidad, pero no de fiesta.
RODRIGO MARIN BERNAL
Iba caminando por la carrera séptima cuando me entere de la muerte de Kennedy. Un hombre que llevaba un radio pasó gritando lo que había sucedido. Me produjo una honda emoción, no sólo por la alta categoría del personaje sino por la vocación de progresista que tenía. Yo era secretario del Directorio Nacional Conservador y ejercía el derecho.
La imagen que más tengo marcada es el momento del asesinato de Oswald.


MIGUEL MAZA MARQUEZ
Yo era teniente y me habían nombrado como alcalde de Planeta Rica (Córdova). Estaba en mi despacho cuando se produjo la noticia. Fue muy duro, pues Kennedy era el presidente que más se había identificado con América Latina. Mi fanatismo por él me llevó a organizar una misa campal en señal de duelo, a la que asistió casi todo el pueblo. Fue una muerte bastante sentida. Perdimos a uno de los grandes hombres de la historia. GABRIEL MELO GUEVARA
Estaba almorzando con mi familia cuando sucedió todo.Yo es taba preparando mi tesis y dictaba clases en la Universidad Javeriana. Ese día no me despegue de la radio. Seguí paso a paso cada uno de los acontecimientos que se transmitieron. Sentí estupor. Era como si asesinaran una ilusión: una bala había logrado acabar la buena imagen que Kennedy había logrado proyectar. Se iban todas las esperanzas. Fue algo doloroso para todo el país.
ANTONIO NAVARRO
Tenía 15 años y estudiaba bachillerato en el Colegio, Santa Librada, en Cali. Aún no tenía una visión muy formada de las cosas, pero la muerte de Kennedy sí fue un hecho que me marcó. La imagen que tenía del presidente estadounidense era contradictoria: por un lado, era la de una persona carismática; pero, a la vez, imponía una política con la que yo no estaba de acuerdo, como la de sus famosos cuerpos de paz. Su muerte fue un hecho fuerte para todos. Recuerdo las imágenes de televisión. Eso se me quedó grabado.
ENRIQUE PAREJO
Trabajaba en Madrid (España) en el Comité Intergubernamental para las Migraciones Europeas. Salí de la oficina a las ocho de la noche y al llegar a mi casa me entere del asesinato de Kennedy. La televisión transmitía las imágenes del magnicidio. El hecho me produjo una gran conmoción. El Presidente irrumpió en el mundo como una esperanza para América Latina. Su política constituía un enfoque diferente sobre los problemas de la región. Y tal como quedó comprobado, esa esperanza se desvaneció a raíz de su muerte.
ANDRES PASTRANA
Tenía nueve años y no había terminado la primaria. Estaba en mi casa cuando recibí la noticia. Lo que más me impactó fue la congoja con que los mayores comentaban el hecho. Todos lo lamentaban profudamente. Hablaban del interés que había mostrado Kennedy por los problemas en América Latina incluyendo Colombia y por la ayuda que estaba dispuesto a ofrecer desde su gobierno. Sin duda su muerte fue una de las noticias más dolorosas de esa época.
HUMBERTO DE LA CALLE
Me encontraba con un par de amigos estudiando para el examen de química de sexto de bachillerato, cuando la radio dio la noticia. Como todos los jóvenes de mi generación, sentí una gran tristeza. Era la muerte del primer lider verdaderamente renovador en muchas décadas; del primero que nos había dicho que el cambio en democracia era posible.
ERNESTO SAMPER
Estaba reunido con mis compañeros del Gimnasio Moderno, es tudiando para un examen, cuando oímos la noticia.
Nunca antes los jóvenes de Colombia habiamos tenido tan buena impresión de un Presidente de Estados Unidos.
Con el y su Alianza para el Progreso, con Carter y su política de derechos humanos, y con Clinton y el tema de la integración comercial y el Nafta, se confirma que a latinoa mérica le va siempre mejor con presidentes demócratas en EU.
LUIS G. SORZANO
Iba en el carro de mi mamá oyendo radio cuando se produjo la noticia. La gente no dejaba de correr de un lado a otro. Nadie podía creer lo que estaba sucediendo. Tenía entonces 13 años y me parecía imposible que el éxito, el poder y la juventud fueran compatibles con la muerte.
DAVID TURBAY
No puedo hablar sobre el impacto que me produjo la noticia, porque cuando todo sucedió yo tenía apenas 10 años y mi pasión eran las bolitas de cristal. Pero si recuerdo que ese dia, acompañado por mi madre y por mi abuelo en la casa de Cartagena, escuchabamos la noticia por radio.
DE REGRESO AL CAPITALISMO
Oswald regresó con su esposa y una hija a Estados Unidos en 1962 para empezar una vida tan inestable como la que había vivido con su madre: era despedido de los trabajos que conseguía por falta de concentración o por disciplina. En épocas de crisis golpeaba a Marina por cualquier razón, los pocos amigos que tenía preferián no discutir con el sobre política porque se ponía irascible y no aceptaba una opinión diferente de la suya. Para colmo, Oswald comenzó a recibir visitas de agentes del FBI que querían interrogarlo sobre su estadía en Rusia y los motivos de su deserción.
Una de las pocas veces que Marina vio llorar fue el día que no la admitieron a ella en un hospital de caridad de Nueva Orleans para tener a su segundo hijo por no llevar suficiente tiempo viviendo en la ciudad. "En este país todo es es dinero- dijo Oswald desconsolado-. Hasta los medicos son negociantes".
Al parecer, su vida conyugal era un desastre. Las pocas veces que hacía el amor con su esposa, dice el autor del libro, era agresivo y, cuando terminaba, volteaba su espalda, se enrollaba en una sabana y le decía a Marina: "Ahora no me toques ni me hables. Estoy en el paraiso y no quiero perder el buen humor". Lo que no lograba en sexo lo hacía en las armas y las publicaciones del Partido Comunista. Oswald estaba constantemente leyendo revistas rusas y averiguando por el armamento más letal disponible en el mercado. Alimentado por ello, se hizo cazador de fascistas. Después de varios meses de estudio y entrenamiento atentó contra el general Edwin Walker, a quien consideraba un peligroso retoño de Hitler en Estados Unidos. Walker se salvó de milagro porque la bala disparada por Oswald hizo una extraña trayectoria al golpear contra el marco de la ventana de su casa en Fort Worth (Texas).
Deprimido por su fracaso en el asesinato, Oswald se mudó a Nueva Orleans, inicialmente solo y después con su familia para empezar allí una nueva cruzada: la lucha en favor de la Revolución Cubana y la denuncia de la intromisión del imperialismo en los asuntos internos de la isla. Trató infructuosamente de conseguir adeptos para la causa "Juego Limpio con Cuba", pese a su masiva campaña de distribución de volantes. No obstante, logró acumular más motivos para los historiadores que sostienen que fue utilizado por Cuba para matara Kennedy.
Lo que sigue de la vida de Oswald es su silenciosa preparación para el asesinato del Presidente, una tensionante jornada que terminó en la mañana del 22 de noviembre de 1963, cuando Marina se levantó a servirle el desayuno y no lo encontró. Sobre el escritorio había dejado 170 dólares, todo lo que tenía en ahorros. Lo que no vió Marina en ese momento, y que si la hubiera preocupado, es que Oswald dejo en una taza pintada a mano, que era de su madre, el anillo de compromiso que nunca se había quitado.
Preguntas sin respuestas

Y SI NO HUBO NINGUNA CONSpiración alrededor del asesinato de John F. Kennedy, ¿por qué el Gobierno de Estados Unidos se empeñó en ocultar cierta información?
Treinta años después la respuesta a esta pregunta no está muy clara, pero un grupo de periodistas de Newsweek ha hecho una interesante aproximación al tema.
El Gobierno, dicen los periodistas de la publicación, se estaba cubriendo la espalda y no quería que la investigación pusiera a Estados Unidos al borde de una crisis mundial.
Lyndon B. Jonhson, quien asumió como presidente, "estaba comprensiblemente preocupado de que si los estadounidenses se enteraban de inmediato de las aparentes conexiones de Lee Oswald con Rusia y Cuba, exigirían una reivindicación podía conducir a una Tercera Guerra Mundial." La idea era obtener un clima de tranquilidad política y aplacar los ánimos. Mientras tanto el Gobierno decidió que no se revelaran los nuevos hallazgos en aras de la seguridad nacional.
El efecto de semejante medida ante un público ansioso de explicaciones fue crear un ambiente donde todo el mundo tejía complicadas confabulaciones nacionales e internacionales y se sospechaba de un complot detrás de cada político.
"En sus esfuerzos por tranquiliar al público, el Gobierno lo que hizo fue ahondar las sospechas acerca de la conspiración", dice el informe de Newsweek.
La falta de información y la cantidad de documentos clasificados como "top secret" sirvieron para incitar la imaginación y la especulación pero no para activar la amnesia popular.
En un país donde la CIA era una especie de gobierno subterraneo del mundo, con agentes que se rompían la cabeza pensando si a Fidel Castro era mejor quemarle las barbas o matarlo con una aguja camuflada en un bolígrafo de cortesía, todo valía.
¿Valía la pena matar al Presidente para que la Guerra Fría continuara?
Las últimas investigaciones aseguran que ese no era el caso. Los periodistas de Newsweek; Gerald Posner, autor de "Caso cerrado", y el secretario de la comisión Warren que investigó todo y publicó recientemente "La última investigación", apuntan hacía otro blanco: fue Oswald, nadie más.