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Cien años a bordo del ‘Titanic’

En 1912 todos querían viajar en el barco más lujoso y seguro del mundo, pero el sueño terminó en las gélidas aguas del Atlántico Norte. Un siglo después, el mundo sigue fascinado con la tragedia de su naufragio.

7 de abril de 2012

No deja de sonar paradójico. El Titanic, el coloso que chocó contra un iceberg y se hundió en las profundidades del océano, hoy es una leyenda insumergible. Aunque haya pasado un siglo, los relatos de sus pasajeros y las circunstancias que rodearon el nefasto desenlace siguen siendo objeto de decenas de libros, películas, documentales, exposiciones y viajes al lugar donde yacen sus restos. Se dice, incluso, que el nombre del famoso barco es la tercera palabra más conocida en el mundo, después de Dios y Coca-Cola.

¿Por qué el misterio se ha mantenido vigente durante tantos años? Es verdad que, con 1.500 víctimas, no es la peor catástrofe marítima de la historia y que el deshonroso título es del transatlántico alemán Wilhelm Gustloff, que se hundió con 9.000 personas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero es que, más allá de los números, el naufragio del Titanic fue el abrebocas de las grandes tragedias del siglo XX y, sobre todo, le recordó al hombre la fragilidad de sus obras: el buque de los sueños, que había tardado dos años en construirse, el que era tan avanzado que no se podía hundir, zozobró en apenas dos horas y cuarenta minutos y, lo peor, en su viaje inaugural.

"El Titanic se ha convertido en una poderosa parábola moderna, en la metáfora más citada para hablar de desastres. Si no se hubiera hundido, habríamos tenido que inventarlo", explicó a SEMANA Hugh Brewster, autor de Titanic, el fin de unas vidas doradas, la obra que inspiró la película de James Cameron. "Es como la novela perfecta, una novela que sucedió realmente -dijo al diario El País de España el director canadiense, que acaba de estrenar una versión en 3D de su taquillerísima cinta y es el protagonista de un nuevo documental de la National Geographic-. Todos pensaban: 'No nos puede pasar a nosotros. Somos demasiado grandes para caer'. ¿Cuándo hemos oído eso antes? Hay muchos paralelos con nuestra existencia de hoy día en esa historia".

Por eso, porque es un drama absolutamente humano, todavía hay quienes no se cansan de leer sobre la lujosa embarcación que zarpó de Southampton- al sur de Inglaterra- hacia Nueva York, el 10 de abril de 1912, y se fue a pique cinco días después. Pese a que nadie sabe a ciencia cierta cómo fueron los últimos momentos de las víctimas, mucho se ha escrito sobre ellas: desde el confiado capitán Edward J. Smith y los valientes músicos de banda, hasta el arrogante empresario Benjamin Guggenheim, que cambió el chaleco flotador por un frac para "morir como un caballero", y los inseparables Isidor e Ida Straus, dueños del almacén Macy's, que prefirieron ahogarse juntos en lugar de que solo uno se salvara.

En cambio, rara vez se habla de la vida posterior al naufragio de los 705 sobrevivientes que lograron un puesto en alguno de los botes salvavidas y luego fueron rescatados por el buque Carpathia. Según cuenta el periodista británico Andrew Wilson en su libro La sombra del Titanic, muchos de ellos se volvieron famosos con sus memorias, otros optaron por guardar silencio, mientras que unos cuantos no soportaron la culpa y se suicidaron. Cualquiera que haya sido su destino, ninguno pudo olvidar los gemidos de auxilio de las personas que cayeron a las gélidas aguas del Atlántico Norte.

"Sonaban como langostas en una noche de verano. Ese llanto se prolongó durante 20 o 30 minutos más y fue apagándose poco a poco a medida que la gente sucumbía al frío", recuerda Jack Thayer, uno de los pocos que saltó antes de que el barco se hundiera y logró subirse a un bote. El joven, por entonces de 17 años, fue recibido por la prensa como un héroe. Después del accidente, terminó sus estudios en la universidad, se convirtió en banquero y se casó. En 1940 revivió los horrores del hundimiento en un libro, pero eso le trajo una profunda depresión que, sumada a la muerte de uno de sus hijos durante la Segunda Guerra Mundial, lo llevó a quitarse la vida cinco años después.

A diferencia de Thayer Annie Robinson, otra pasajera que se salvó de milagro, no pudo soportar por mucho tiempo la trágica experiencia. Antes del Titanic, ya había sobrevivido a un accidente similar en 1909, cuando el buque en el que viajaba chocó también contra un témpano de hielo. La hazaña de su repetida supervivencia ocupó las primeras planas de los periódicos y tuvo el privilegio de contarle personalmente su historia al rey Jorge V. Todos creían que era la mujer más afortunada del mundo, pero para ella se trataba de una maldición. El 9 de octubre de 1914, mientras viajaba entre Liverpool y Boston, se lanzó al mar.

Helen Bishop, turista de primera clase, también fue víctima de las supersticiones. La joven regresaba de su luna de miel en Europa y Egipto, donde una adivina le había dicho que sobreviviría a un naufragio y un terremoto, pero que moriría en un accidente automovilístico. Efectivamente, al año del desastre del Titanic, salió ilesa de un temblor en California y después el carro en el que viajaba se estrelló con un árbol. Pero, aunque los médicos lograron salvarle la vida a pesar de que sufrió una fractura de cráneo que le dejó graves secuelas, al poco tiempo Bishop falleció por un golpe fatal en la cabeza, producto de un absurdo accidente doméstico con una alfombra.

No todos tuvieron un final tan penoso. Es el caso de Eloise Hughes, que después de perder a su esposo en la tragedia se casó con uno de los sobrevivientes que conoció a bordo del Carpathia. O los gemelos franceses Michel y Edmond Navratil, los únicos huérfanos que llegaron solos a Nueva York y luego se reencontraron con su mamá. O la actriz Dorothy Gibson, la protagonista de la primera película sobre el desastre. O Millvina Dean, quien terminó convertida en una celebridad a los 90 años, aunque en el momento del siniestro solo tenía 10 semanas de nacida y, por lo tanto, era imposible que conservara algún recuerdo.

Algunos expertos creen que no quedará nada de los vestigios del Titanic dentro de unos 20 o 50 años por los efectos de una bacteria que se está devorando la estructura y por el desgaste que producen los sumergibles que se posan sobre el barco cada vez que hay una nueva exploración. Aun así, el tiempo no podrá sepultar los relatos de los supervivientes ni acallar las teorías sobre las causas del naufragio (ver artículo siguiente). Prueba de ello es que 100 años después sigue presente en el imaginario colectivo y el próximo 14 de abril, a las 11 y 40 de la noche, todos los barcos del mundo encenderán sus sirenas para recordar uno de los acontecimientos navales más intrigantes del siglo XX.
 
Entre lo curioso y lo misterioso

1) Catorce años antes del ‘Titanic’, Morgan Robertson publicó ‘Futility’, una novela que cuenta la historia de un barco de lujo insumergible llamado ‘Titan’,  que también choca contra un iceberg en una noche de abril.

2) La banda siguió tocando ‘Nearer My God to Thee’ mientras el barco se hundía. Los músicos murieron y, aunque fueron declarados héroes, la White Star Line le cobró a sus familias por la pérdida de los uniformes.

3) Se dice que el ‘Titanic’ transportaba de contrabando el sarcófago de la sacerdotisa egipcia Amón-Ra (foto), que maldijo a los que se adueñaran de su tumba, y que por eso el barco se hundió. Este mito no tiene fundamento, pues la momia hoy se exhibe en el Museo Británico.

4) El barco ‘Californian’ estaba a solo tres kilómetros, pero el telegrafista se quedó dormido . El capitán tampoco reaccionó, pues al divisar los cohetes blancos, y no rojos, creyó que era una fiesta.

5) De no ser porque rescató a 705 pasajeros, el ‘Carpathia’ no hubiera pasado a la historia. El barco llegó al lugar  dos horas después de recibir la señal de auxilio, pero su destino también  fue trágico. En 1918, durante la Primera Guerra Mundial, fue torpedeado por un submarino alemán.

6) En el ‘Titanic’ murió el multimillonario neoyorquino John Jacob Astor, descendiente de la primera familia rica de Estados Unidos. Astor abordó el trans-
atlántico con su esposa, Madeleine Force, que  tenía cinco meses de embarazo, y ella se salvó. La señora heredó 5 millones de dólares, una fortuna enorme en la época.