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Clarita, la ‘santa’ de Cartago

Una estadounidense, desde hace 45 años, entregó su vida a un hogar que se sostiene a punta de caridad.

18 de junio de 2011

Si el amor tuviera rostro, sería el de Claire Aucoin. Ella es la viva estampa de la solidaridad hacia el prójimo. Su obra está hecha de milagros que no roban titulares de prensa, pero salvan vidas. Es una verdadera máquina del bien que a diario provee alimento al hambriento, abrigo al mendigo y esperanza al moribundo.

En Cartago, un pequeño pueblo enclavado en el norte del Valle, sacan pecho porque en el fondo saben y reconocen que Clarita es la Madre Teresa de Calcuta colombiana. El rosario de milagros que esta mujer acumula es digno de un santo. Su hogar, El Buen Samaritano –en la región todos lo conocen como el ancianato de Clarita–, no solo es el refugio de 350 abuelitos enfermos y desahuciados, sino que diariamente es el restaurante ocasional de otro número igual de desamparados o visitantes que buscan refugio.

Pero más ejemplarizante es que ese albergue exista aún sin ayudas oficiales o internacionales más allá que la simple caridad humana. “Dios proveerá”, es la frase que repite a diario cuando se le pregunta por la falta de alimentos o medicinas para sus viejitos.

Clarita llegó a Colombia en 1966 desde Henniker, un pequeño pueblo del condado de New Hamshire, en Estados Unidos. Supo por un aviso de prensa que la diócesis de Cartago requería voluntarias para desarrollar labor social durante tres años.“No lo dudé, empaqué maletas, me vine y no regresé”, dijo tras recordar que dejó a sus padres, 13 hermanos y un novio. Su primer y único destino en Colombia fue Cartago y allí permanece como un roble a sus 81 años de vida.

Su figura angelical le sirvió para abrir puertas. Quienes la conocen y replican su bondad no encuentran reparos a la grandeza de sus acciones; la describen como una mujer perfecta, “entregada a Dios, a los ancianos y a los niños”, relató el sacerdote Jairo Uribe, director de la Corporación Diocesana.

Precisamente los niños fueron los primeros beneficiarios de Clarita cuando llegó a Cartago. Visitó una a una las familias bondadosas de la ciudad y logró conseguir una casa para albergar a sus chiquillos desnutridos y luego a sus viejitos abandonados y perseguidos por la muerte. Hasta hace un par de años, en El Buen Samaritano vivían cerca de doscientos menores, pero hoy todos están bajo el cuidado de Bienestar Familiar.