Especiales Semana

CONSTRUCCION VIVIENDA Y DECORACION

23 de julio de 1990

LA CIUDAD ROJA
Desde hace más de un siglo Bogotá ha sido conocida como la ciudad del ladrillo, la de los techos rojos. Y toda esa tradición arquitectónica de barrios como Teusaquillo, La Candelaria o La Soledad, en los cuales el ladrillo desnudo de las construcciones hacía juego con el paisaje y la naturaleza de comienzos del siglo XX, parece haber sido transmitida a las nuevas generaciones de arquitectos, quienes han encontrado en el ladrillo el material ideal para la construcción de viviendas en la capital.

Cuando el imponente conjunto residencial de las Torres del Parque fue inaugurado, los arquitectos y los constructores decidieron uniformizar a Bogotá con el mismo sentido estético. Entonces el ladrillo nació como la alternativa obvia. No sólo poseía una resistencia al tiempo envidiable con respecto a los demás materiales, sino que a los ojos de los expertos, tenía una vejez hermosa. Entre más viejo fuera el ladrillo, más bella se tornaba la edificación. No era -por supuesto- una regla general, ni pretendía ser obligatoria, pero por lo menos sugería respetar la tradición bogotana de las fachadas rojas.

Entonces muchos constructores comenzaron a utilizar el ladrillo en el acabado no sólo de las viviendas sino de las demás edificaciones, con mucho éxito. Además de aprovechar la extensiva mano de obra de la capital (en otros países resultaría demasiado costoso el contrato de mano de obra para la realización de un acabado en ladrillo), se estaba apoyando a la industria casi artesanal de los chircales y se reducían los costos de los materiales.

El resultado fue la adecuación del antiquísimo ladrillo a los diseños arquitectónicos más modernos. Los bogotanos comenzaron a ver edificios, centros comerciales y conjuntos residenciales acabados en el histórico material, intentando reconocer parte de la identidad cultural de la capital reflejada en sus construcciones.

A las Torres del Parque se sumaron numerosas edificaciones en ese intento por hacer de Bogotá una ciudad de ladrillo, y los ejemplos se cuentan por decenas. Tal vez los más antiguos, los que le proporcionaron a la ciudad esa fisonomía característica, son ya monumentos nacionales. El Gimnasio Moderno es uno de ellos, y la Casa Medina, obra de don Santiago Medina Mejía, otro prominente. Por los lados del norte de la capital, en donde se concentra gran parte de la expansión de la ciudad, los conjuntos residenciales y los edificios de apartamentos son una clara muestra de esa identidad alrededor del ladrillo. Cedritos, Antigua, el Centro Comercial Lisboa, Cedro Madeira y otros más.

Al sudoeste, la obra más reciente es probablemente Ciudad Tunal, el gran complejo urbanístico destinado a solucionar los problemas habitacionales de una gran cantidad de familias y cuya construcción está acabada, en un 90%, en ladrillo. Y como éstos, existen numerosos ejemplos de la preferencia particular por el típico material de construcción.
El edificio de la Federación Nacional de Cafeteros, ubicado en la calle 73, es una verdadera obra maestra del diseño arquitectónico, en el cual el ladrillo sobresale como una de sus virtudes.

Porque el ladrillo es sin duda un material noble que se amolda perfectamente a las concepciones modernistas, si se le sabe emplear adecuadamente. Tanto así, que hasta las estaciones de servicio lo han utilizado como un elemento de innovación. La estación de La Caro logró ir más allá de la simple interpretación arquitectónica de ceñirse a los requerimientos de seguridad, para lograr un diseño muy moderno, paradójicamente basado en materiales tradicionales. Bóvedas de cañón que descansan sobre una mampostería trabajada en ladrillo tolete y adobe, y cornisas escalonadas hechas de los mismos materiales. Sin duda, una elección que no sólo redujo los costos de manera considerable sino que le entregó a la estación ese ambiente sabanero característico.

Sin embargo, el ladrillo no es una simple solución arquitectónica al problema de los costos. Sus cualidades deben ser explotadas de acuerdo con el proyecto y el diseño que se quiere, según lo expresa el Arquitecto Carlos Niño. "No por revestir una mala arquitectura con ladrillo ésta puede adquirir cualidades que no posee, o adquirir por arte de magia condiciones sugerentes que en esencla no existen". Y ese es el peligro en que puede caer la arquitectura bogotana.

Por eso es necesario tener en cuenta verdaderos proyectos en los que no sólo se intente utilizar el ladrillo con el ánimo de abaratar costos, sino que sea de antemano una necesidad estética. Si este objetivo se cumple, Bogotá podrá continuar of reciendo a su gente y a sus visitantes una arquitectura urbana propia, digna de ser recorrida sin cansancio en innumerables paseos.

EXPANSION CON PLANIFICACION

Bogotá ha crecido en los últimos 20 años a un ritmo vertiginoso. Las viejas épocas en las cuales viajar a Usaquén era todo un paseo dominical han sido archivadas en la nostalgia para dar paso a la arrolladora expansión de la metrópoli. Municipios como Bosa, Fontibón
Usme, Suba y el mismo Usaquén, han sido absorbidos ya por el desarrollo de la capital, y en menos de 20 años Chía también será anexado.

Es simplemente el síntoma de una ciudad que progresa y que necesita ampliar sus fronteras en vista de la multiplicación de la población. Pero también puede ser un síntoma caótico si no se logra cumplir con el objetivo de una armónica planificación. Porque si bien es cierto que Bogotá cuenta con una extensa sabana sobre la cual crecer, el desarrollo desmedido y desorganizado puede volcarse en contra de los propósitos de la urbe.

Ante todo deben tenerse en cuenta las necesidades de una población siempre en ascenso que requiere unas condiciones específicas para habitar. Entonces las zonas verdes y los espacios de recreación deben jugar un papel preponderante.
La experiencia de las grandes capitales extranjeras que descuidaron la arborización y ahora sufren los problemas de la contaminación ambiental es ejemplarizante, y Bogotá, que todavía goza de las maravillosas ventajas de la sabana no puede desperdiciar la oportunidad de ver ampliar sus fronteras conservando ese hábitat de pastos verdes que caracteriza al distrito. Con razón muchos urbanistas coinciden en afirmar que el crecimiento de una ciudad no excluye de hecho a la naturaleza, sino que debe hacer parte del mismo proyecto de expansión.

Pero no sólo las nuevas áreas de explotación urbana merecen la atención de una buena planeación. Algunas veces los mayores problemas de crecimiento urbano se presentan en zonas antiguas que por un motivo u otro han transformado su fisonomía para convertirla en una más moderna y aprovechable. Y los problemas se presentan cuando las añejas casas son demolidas para dar paso a nuevas edificaciones. Las casas vecinas del sorpresivo edificio, en muchas oportunidades deben sufrir las consecuencias: el área de aislamiento no es la adecuada, impide la visibilidad de las casas aledañas y la intimidad de los jardines interiores se pierde.

"No se trata de conservar etrnamente un sector residencial que bien puede demandar cambios, comenta el urbanista Carlos Niño, la transformación es inevitable. Pero las nuevas edificaciones deben tener en cuenta la zona urbana en la cual se están levantando y respetar los principios arquitectónicos y estéticos mínimos del barrio. Así la ciudad logrará su modernización dentro de un marco urbano armónico".

La capital seguirá creciendo durante la década de los noventa, a pesar de la transitoria crisis del sector de la construcción.
La capacidad urbana de la ciudad y el permanente aumento de la población así lo aseguran. Y crecerá con la misma tendencia con que lo ha venido haciendo. Por el norte, acercándose permanentemente a Chía, y por el sudoeste, rondando los límites de Soacha. Y de la buena planeación depende que ese desarrollo urbano -sinónimo de progreso- se traduzca en una Bogotá ejemplarizante para las demás ciudades del país. Por algo la capital posee una de las mejores zonas de Colombia para lograr sus objetivos: la ciudad más grande de la nación y también la mejor urbanizada.-