Especiales Semana

CONSTRUCCION, VIVIENDA Y DECORACION

13 de mayo de 1991

LA CASA DE LOS ALMENDROS
ES UNA FORTALEZA QUE MISTERIOSAMENTE detiene el tiempo. Porque en medio de un atardecer cartagenero cuando el sol deja rodar sus rayos entre las ramas de los almendros, Manga, el tradicional barrio de Cartagena de Indias, se viste de pasado.

Y entre tantas historias que narran sus calles, hay uno que recuerdan con especial nostalgia. Durante el último año de la segunda década del siglo XX, en 1919, don Henrique Román trazó los primeros bocetos de su futura casa.
Hijo del gobernador de Bolívar encargado de la construcción del puente Román, don Henrique, el farmacéutico de la familia, se consagró como arquitecto empírico con el diseño de una embrujadora edificación que se erigió sobre los ocho mil metros cuadrados del terreno de la familia en los predios de Manga.

Nadie supo nunca la razón que motivó a don Henrique a mezclarlos remedios con los planos. Sin embargo, el resultado ha recibido el título de patrimonio cultural urbano de la ciudad.

Admirador de su ancestro español que partió de Palos de Moguer hacia América, don Henrique permanecía estupefacto ante cualquier expresión del arte sevillano hasta tal punto que decidió reproducir el lindaraja de la Alhambra en un enorme ventanal ubicado en la entrada de la casa, presagio de la edificación.

Porque como si fuera una película de cine ubicada en los años 20, la casa de don Henrique tiene energía propia. Resalta en el lugar y atrae la atención de cuanto ciudadano cruza por el frente.

De color curuba fuerte, la vivienda presenta una fachada impecable, expresión de un mantenimiento permanente.
Los bordes de las paredes llevan cenefas blancas que contrastan y dan una mayor expresividad al conjunto del lugar.

Pero no todo es construcción. Prueba de ello es el inmenso antejardín que sigue los lineamientos de las construcciones del barrio y presenta rasgos característicos de la época de la construcción como las bancas y los enormes árboles que refrescan y dan sombra a la casa en su totalidad.

IMAGENES DE AYER
Un hall exterior rodeado de columnas blancas, da la bienvenida al lugar. El portón alto, de dos puertas de madera, permite imaginar el interior de la casa.

Amable y con abanico en mano, doña Teresita Román de Zurek recibe al visitante con una amplia sonrisa y un universo de palabras en las que teje la historia de la casa.

Entonces comienza un interesante recorrido durante el cual es imposible dejar de detenerse en los azulejos de la entrada. Al lado derecho, un arco ojival decorado en su interior con figuras árabes concentra la atención de cuanto viajero cruza los umbrales de la edificación.

Y es tal la experiencia que tiene la anfitriona como guía turistica por su casa, que percibe con exactitud cada una de las paradas que ordena la curiosidad del visitante.

Pausada y paciente, doña Teresita responde cada una de las preguntas que despierta la casa. Entonces, propone los ángulos desde los cuales se ve mejor la casa e inicia el viaje.

De pie, cerca de la puerta, se puede contemplar la totalidad del lugar. Con una base rectangular la casa vive alrededor de un gran patio que se convierte en el principal potencial de luz de la edificación y cuya fuente central está invadida de azulejos sevillanos y flores de colores. Una construcción al aire libre que en días de lluvia o calor excesivo permanece cubierto por una carpa amarilla que lo protege.

La edificación que se llevó 800 metros cuadrados de área construida, miles de azulejos y más de cuatro años de trabajo, cuenta con una amplia sala cuyas ventanas permanecen decoradas con cenefas esculpidas en madera.

TESTIGO URBANO
Pero el recorrido no se detiene allí. Porque el corredor que da al patio, lleva al comedor. Un salón que permanece intacto con las decoraciones originales, ventanales amplios con figuras andaluces y techos altos que permiten la entrada del aire al lugar. Y conectada a él por una puerta, aparece la cocina en un pequeño y acogedor cuarto, el imperio gastronómico en el que doña Teresita Román de Zurek prepara los más exquisitos platos de la olla cartagenera.

Porque cuando se trata de comidas y postres, las Román no dejan por fuera ningún detalle. Prueba de ello son las tradicionales onces que sirven en la terraza que conduce al jardín trasero, construido después de la muerte de don Henrique.

Pasando por un pequeño estar cerca del corredor central, se llega al área privada que cuenta con cuatro habitaciones cada una con su respectivo saliente y altar y con cuatro baños cuyo antiguo sistema hidráulico aún permanece vigente.
Sin embargo, lo que más llama la atención del lugar es un pequeño salón cerca del acceso a la casa, cuyas entradas son arcos de ojiva al estilo árabe que reflejan la influencia de los moros en la arquitectura española.

Un lugar adornado por una colección de más de dos mil muñecas testigos del silencioso misterio que habita en el interior de la casa.

Porque a pesar del colorido que imprimen las decoraciones a la edificación y de la alegria que reina por sí misma en la casa, una melancolía silenciosa vaga por los corredores, recorre los salones, que pasea por el jardín.

Es el testimonio de una gran obra cuya vida permaneció impregnada de movimiento y que ahora cuando la vejez golpea sus puertas, se niega a permanecer relegada unicamente al plano de la admiración. No quiere convertirse en un museo urbano. La casa de la familia Román, en Manga, quiere ser la memoria de una vida enriquecida por las risas de los niños que vio crecer, del esfuerzo de un hombre que sin saberlo edificó una de las construcciones más queridas por los cartageneros de hoy.