Especiales Semana

CONSTRUCCION, VIVIENDA Y DECORACION

19 de agosto de 1991

DETRAS DE LAS PAREDES
LA MODESTIA NO ES SU CARACTERISTICA. POR el contrario, sabe cuando su trabajo es bueno y se enorgullece de él. Y en ese sentido es capaz de desafiar hasta al más agudo crítico de sus obras.

Porque la conciencia que tiene del trabajo hecho con empeño y dedicación lo lleva por el camino del reconocimiento en el mundo de la arquitectura y también en el del arte.

Hábil, sensible, sincero y muy expresivo el arquitecto Alvaro Barrera, un santandereano de 46 años de edad, es considerado uno de los más prestigiosos restauradores del país. Una misión que no ha sido fácil. Pues el hecho de ser un trabajo que no representa mayor utilidad económica para los promotores de los proyectos, condena a la restauración -así como es condenada la poesía- al rincón de las ilusiones literarias.

El lucha por su afición. Porque vive y vibra con cada descubrimiento que encuentra detrás de una ruina. Sabe que más allá de la arquitectura están impresas las voces de los hombres de otros tiempos, de otros espacios, de otras aspiraciones.

Barrera, egresado de la Universidad América, en Santa Fe de Bogotá, se especializó en Planteamiento Turístico en el Instituto Español de Turismo; en Restauración en el Instituto de Cultura Hispana, en Madrid, España; en Restauración de monumentos arquitectónicos en la Pontificia Universidad Javeriana, en Bogotá, y en Restauración de Monumentos en la Escuela de Conservación, Restauración y Museología, en Bogotá.

Su vasta experiencia académica se mezcla con la experiencia como arquitecto diseñador de vivienda y como arquitecto restaurador. Por eso, él en sí mismo es un gran observador y crítico del quehacer arquitectónico en el país.

Funcionario durante varios años de la Corporación Nacional de Turismo, subdirector del departamento de Patrimonio Cultural y secretario del Consejo de Monumentos Nacionales en Colcultura, director de obras para la Fundación para la Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural Urbano, y director y propietario de la oficina de proyectos e investigaciones para la recuperación de centros históricos, restaurador del Convento de San Agustín, en Tunja, y del Teatro Popular, de Bogotá, Alvaro Barrera representa una autoridad en el tema de la restauración.

Tiene la habilidad de reconocer cuando un trabajo ha sido resultado de la seriedad y cuando es consecuencia de la mediocridad.

SEMANA consultó su opinión acerca de la restauración en Colombia. El resultado: muchas luchas, pocos trabajos buenos, mucha mediocridad y en ocasiones cosas muy malas.

El termómetro con el que Alvaro Barrera mide el desarrollo de la restauración nacional tiende a asustar a algunos, alegrar a otros y a sonrojar a los más conscientes representantes de una actividad que necesita perfeccián y que se confunde con la simpleza del pincelazo.

Más que un concepto
Para Alvaro Barrera la restauración más allá del concepto, consiste en hacer la construcción igual a lo que era en la época en que se construyó. Sin embargo, la restauración no se detiene allí. Porque piensa que al restaurar hay que rescatar todas las esencias que se han impregnado sobre los muros de la edificación.

El espacio entonces adquiere una característica más profunda. Se convierte en testigo y protagonista del paso de los hombres sobre la tierra. La restauración de un lugar descubre las huellas que otros seres humanos han plasmado en las construcciones.

Por eso, para Barrera es importante desnudar los muros, las texturas para encontrar materiales, colores y hasta murales que han sido cubiertos por grandes manos de pintura.

Paso a paso, Barrera encuentra en sus restauraciones las cicatrices de las construcciones.