Especiales Semana

De Ruanda a Cartagena

La hermana Marie Kampororo, a quien le asesinaron su familia en su país, se dedica a ayudar a los desplazados del barrio El Pozón de Cartagena.

14 de marzo de 2004

Hace calor en la modesta casa donde habita la hermana Marie Kampororo. La mujer, tímida, menuda y alargada, mira el ventilador aún inmóvil. "La luz se ha demorado en llegar hoy", dice con tono de resignación. El tiempo parece haberse detenido en el barrio El Pozón, al suroccidente de Cartagena: Hace un sol de plomo, en las viviendas las personas permanecen sentadas a la espera de la llegada de la energía eléctrica y los perros duermen bajo la sombra de los techos de zinc.

La hermana Marie Kampororo, nacida el 6 de noviembre de 1961 en el poblado de Butare, en Ruanda, cuenta que lo raro no es que la luz se vaya en este sector de La Heroica sino que llegue. "Es un problema. Aquí se paga colectivamente. No hay facturas individuales. Hay gente que paga a tiempo pero otros no, por lo que siempre la cortarán". A pesar de la escasez de recursos monetarios de la gente, la hermana toma partido a favor de las empresas de energía eléctrica. "La pobreza no sólo es una condición económica sino que en algunos casos, y es lo más grave, una actitud de vida".

Para ella a los sectores deprimidos hay que ayudarlos pero también exigirles. "Hay gente que vive muy mal. Eso es muy triste pero duelen más los casos de personas que no hacen nada por salir adelante sino que se acostumbran a la miseria".

Ella habita en una zona donde lo único que abunda es una pobreza que se multiplica a diario. Su filosofía es brindarles asistencia a los necesitados pero igual exigirles. Exigencias que pasan por pedirles que estudien, que salgan a buscar trabajo, que mantengan limpia la casa, que impongan el respeto en sus hogares y que alejen cualquier rasgo de violencia en sus relaciones cotidianas. No es fácil porque El Pozón es otro barrio más de la inmensa franja que ha ido brotando, casi espontáneamente, en Cartagena. La casi totalidad de habitantes son desplazados que han huido de los horrores de la guerra, en especial en el sur de Bolívar. Informes de la Alcaldía dicen que entre 1996 y 2000 llegaron a la ciudad 41.352 personas desplazadas, de las cuales 17 por ciento

corresponden a niños entre los 7 y los 17 años. Esta tendencia se mantuvo en los últimos cuatro años. Los nuevos pobladores llegan con sus trastos, unos palos, unas tejas y en un abrir y cerrar de ojos ya han montando su vivienda. Hay muchas viudas de la guerra, muchos niños huérfanos y demasiadas adolescentes que sin ser mayores de edad tienen hasta dos o tres hijos. Llevan la violencia en los poros.

La hermana Marie Kampororo recibe a la gente y procura guiarla por el camino de la esperanza. Ella, por ejemplo, es una de las impulsoras de una escuela gratuita para niños que no tienen la forma de pagar. Se llama la Escuela Misionera. Es una humilde casa con apenas un salón de cinco metros por ocho metros en donde en dos jornadas se apiñan 150 niños. Allí les enseñan a leer y a escribir y lo más importante, según ella, "les enseñamos a ser ricos espiritualmente". Es el trabajo de la Pastoría Santa Eduviges del barrio El Pozón, en donde trabajan dos religiosas más. Pero ella brilla con luz propia. No sólo por el don que tiene para relacionarse con los demás sino por su terrible pasado. Hace una década tenía una numerosa familia. Estaban sus padres, Faustino y Theodosia, y sus siete hermanos. Tres mujeres más y cuatro hombres. Todos tutsis.

Desde su adolescencia tuvo una vocación religiosa por lo que se convirtió en misionera de la Sociedad de María, una congregación internacional nacida en Francia en 1848. Y empezó a viajar a donde la enviaran. Primero Senegal, luego Italia y ahora Colombia. La guerra entre tutsis y hutus, que empezó con reproches verbales, pasó a agresiones físicas y saltó a la eliminación física del contrario, se salió de madre. Unos a otros se mataban en una carnicería que horrorizaba al mundo.

En abril de 1994, cuando estaba en Italia, se enteró de la muerte de su primera hermana. Fue detenida por los hutus cuando trabajaba en la alcaldía. Fueron por sus hijos y la apedrearon junto a ellos. Eso destruyó el ánimo de la hermana Marie Kampororo, quien se puso en contacto con su papá para advertirle que se cuidara. Sus corazonadas le decían que a pesar de la forma en que murió su hermana Anastasia, cosas más graves estaban por venir. Su presentimiento se hizo realidad. Su mamá buscó refugió con otra de sus hermanas en una iglesia un día que se veía venir una masacre. Buscaron el recinto sagrado porque hasta entonces estos eran respetados por todos. Sin embargo, los enemigos aprovecharon esta circunstancia y atacaron la iglesia con explosivos matando a todos en su interior. "Igual que en Bojayá", dice ella.

Y así, uno a uno, y cada vez con métodos más violentos, fueron exterminando a su familia. La violencia se los llevó a todos. Sólo sobrevivió ella, aislada en Italia, sin siquiera poder ir a su tierra para sepultarlos con dignidad. Durante un tiempo estuvo destruida, desolada, hasta hace cinco años cuando le informaron que la comunidad religiosa la trasladaría a Colombia. Llegó a Bogotá hace cuatro años. Primero estudió el idioma, el que hoy habla a la perfección. Luego visitó comunidades, asistió feligreses y sintió los pánicos de la ciudad. "Un día, en nuestra casa, entraron unos hombres armados. Nos amenazaron y se llevaron todo", recuerda.

Hace un año llegó al barrio El Pozón de Cartagena, donde empezó a trabajar junto a los más necesitados, hombro a hombro con los humildes, y donde, según ella, está la gente más acogedora, alegre y de buen corazón que jamás haya conocido. Por ellos duerme poco. "Porque hay mucho qué hacer". Pide ayuda, recoge mercados, recibe ropa usada, da clases, presta servicios religiosos, organiza a los vecinos, monta campañas de salud y mantiene un dispensario, entre otras cosas. "No es un trabajo que haga sola. Siempre hay muchas personas ayudando, colaborando de una manera u otra", aclara.

Pero ella no da nada gratis. A quienes les entrega algo les exige que se superen. "Veo que hay mucha gente que quiere recibir y nada más. No. La gente tiene que superarse". Por eso, habla con las esposas para que les exijan respeto a sus maridos, les pide a las jóvenes que dignifiquen su vida sexual y les exige a los más niños para que estudien al máximo. Es fácil rendirse entre el hacinamiento y la desesperanza, pero la hermana Marie Kampororo cree que una sociedad sale adelante cuando sus miembros hacen grandes esfuerzos comunitarios y nadie se recuesta en nadie. "Hay violencia, sí, y mucha injusticia. Pero igual, en algunos sectores hay mucha pereza y eso sí es un verdadero pecado".

A diario hace uso frecuente de las palabras dignidad, esfuerzo y respeto. Ella dice que no se enreda en cuestiones de ideología sino que le basta con saber que la gente tiene que trabajar. De ahí que ella no se esté quieta. Su casa, en el corazón de El Pozón, es humilde pero limpia, fresca y agradable. A pesar de que el ventilador no funciona porque la luz no llega.

"Yo he conocido y he sufrido la violencia. Y para dejarla atrás la mejor herramienta es la educación. Educación no sólo formal en la escuela sino diaria en la casa. Por ejemplo, que el padre respete a su esposa, que ambos respeten a sus hijos y que cada uno luche sin descanso por el bien de todos". Ella, que ha vivido una violencia más atroz que la que hasta ahora han sufrido los colombianos, cree que esa violencia invisible puede llevar a vivir páginas de horror. "Aún estamos a tiempo de luchar, armados de la solidaridad", dice en medio del bochorno mientras evoca las montañas verdes y frescas de su tierra, donde pasó su infancia, entre los cantos de su padres y sus hermanos, a quienes la violencia no les dio una segunda oportunidad.