Especiales Semana

De víctimas a líderes

Las mujeres históricamente han sido sometidas al maltrato físico y a otros tipos de agresiones. Ahora, algunas son victimarias; otras, a partir de la tragedia, quieren ser líderes.

Myriam Jimeno
3 de diciembre de 2005

Hace apenas unos meses que un joven golpeó a su novia hasta quitarle la vida: "Yo la maté, me llené de ira y celos", le dijo él a los periodistas. 'El novio de la reina del Bambuco de Arauca confesó que la asesinó luego de que ella le contó que salía con otra persona', fue el subtítulo periodístico. La madre de la joven añadió, "ya la había amenazado". Este es el caso extremo de la condición de la mujer como víctima, el cual se repite en las cifras de maltrato conyugal: en 2003 fueron cerca de 40.000 casos reportados ante Medicina Legal. La mayoría, golpes "con arma contundente". Sabemos ya que el maltrato físico es apenas una de las caras de otras formas de sometimiento de la mujer, menos obvias, pero no menos insidiosas, tales como la devaluación o la humillación cotidiana o la imagen de ellas como muñecas finas. Otras cifras, las de la confrontación interna, revelan mujeres que sufren por la pérdida de sus hogares, por la muerte de los hombres de la familia o por el abandono forzoso de su tierra. En contraste con la mujer como víctima de formas de violencia, otros datos muestran un número no despreciable de mujeres combatientes en grupos armados y algunas que engruesan paulatinamente la participación femenina en la criminalidad común -una mujer dirigió el grupo que atracó al muy conocido director técnico de fútbol Luis Fernando Montoya-. Es también innegable la presencia significativa de mujeres en el maltrato a sus hijos. Pero quiero llamar la atención, no tanto sobre mujeres que actúan como victimarias, sino sobre ese tránsito de las mujeres, de quejumbrosas y dolientes, a luchadoras. Las mujeres no sólo sufren, sino que como desde muy temprano distinguen el rostro amargo del dolor, saben también como afrontarlo con luchas persistentes. Creo que la situación crítica de Colombia en estas pasadas décadas paradójicamente ha sido la oportunidad para hacer ese paso de manera más ostensible y sólida. Por supuesto que tenemos ejemplos históricos de coraje femenino y cada quien sabrá de sucesos de valor personal conocidos tan sólo en los límites del ámbito doméstico. Pero me refiero a que en la misma escala de los dramas que ha vivido el país en estos decenios se ha consolidado la acción social de personas y grupos de mujeres. Esto es evidente en el empeño de miles de mujeres que llamamos "desplazadas" por la supervivencia familiar en el terreno desconocido de una ciudad extraña. Es palpable también en el coraje para sostener iniciativas de paz. Veamos tan sólo uno de muchos ejemplos: delante de nuestros ojos, con la terquedad exasperante de las mujeres, son ellas quienes abanderan el esfuerzo en pro del acuerdo humanitario. Estas mujeres de distinto origen social y regional, Yolanda Pulecio, Ángela Giraldo o Marleny Orjuela para tomar sólo algunas, en Bogotá, en el Huila o en Cali, manifiestan, escriben, hablan con unos y otros, repican semana a semana su 'sirirí'. Ellas se han hecho conciencia y memoria, para no permitir que el olvido cubra a los secuestrados por la guerrilla. Fue gracias a las 'locas' de la Plaza de Mayo como se fue develando el secreto de los desaparecidos argentinos hasta que la justicia por fin llegó. También en Colombia la guerra ha traído mujeres que no se resignan ni se refugian en su condición de víctimas y transforman su dolor en fuerza y liderazgo. ·Centro de Estudios Sociales Universidad Nacional de Colombia Destacado Las mujeres no sólo sufren, sino que como desde muy temprano distinguen el rostro amargo del dolor, saben también cómo afrontarlo con luchas persistentes