Especiales Semana

DESCUBRIR UN BUEN LIBRO ES UNA ALEGRÍA MUY GRANDE

El escritor portugués Antonio Lobo Atunes será sin dudas uno de los grandes protagonistas de la Feria. Semana Libros conversó con él.

Luis Fernando Afanador
18 de abril de 2004

Antonio Lobo Antunes nació en Lisboa en 1942. Proviene de una familia acomodada y culta; su padre fue un importante cirujano. Estudió medicina y ejerció la siquiatría en el Hospital Miguel Bombarda hasta que se dedicó en forma exclusiva a la literatura. Estuvo durante cuatro años en la guerra de Angola, una experiencia que lo marcaría profundamente.

En 1979 publicó su primera novela, Memoria de elefante, que tuvo un gran éxito en Portugal. Pero es en Fado Alejandrino (1983) donde aparecen los temas y las obsesiones que constituyen su mundo narrativo: el trauma de la guerra colonial, la relación hombre-mujer, la homosexualidad latente, las enfermedades físicas y mentales, la falta de sentido de la vida, la decadencia portuguesa y la miseria de la condición humana. No obstante, esta obra, de una estructura bastante convencional, no tiene todavía las cualidades técnicas y de lenguaje que desarrollará en sus siguientes novelas: frases largas en las que mezcla abruptamente el pasado y el presente y las voces de sus personajes que son interrumpidas por otras a la manera de una composición coral. Logros artísticos que lo han hecho acreedor de muchos premios europeos -ha sido varias veces candidatizado al Nobel- y el reconocimiento de la crítica y de numerosos lectores.



Usted, tan reacio a los viajes y a las giras para promover sus libros, ¿por qué aceptó venir a Colombia?

(Se ríe). Es verdad que no me gusta viajar, pero mi editor en España y María Luisa Blanco, la directora de Babelia, a quienes les gusta mucho Colombia, me insistieron en venir y me hablaron del entusiasmo que hay acá por la cultura. Estoy seguro de que será una experiencia muy buena y voy a hacerlo con mucho placer.

¿Qué conoce de Colombia?

Lo que conozco de Colombia es lo que María Luisa Blanco -quien recibe todo el tiempo lo que se publica en Colombia- me envía y alcanzo a leer. Pero percibo que hay una vitalidad muy grande. Yo pertenezco a un país pobre y puedo decir que cuando uno es pobre lo que debe exportar es la cultura. Por ejemplo, hace un año estuve en Rumania -un país que empieza a salir de grandes dificultades- y sentí una vitalidad y un interés por la cultura inmensos. Eso es lo que tenemos para exportar: nuestros poetas, prosistas, músicos, pintores.

En una larga entrevista, que le concedió precisamente a María Luisa Blanco, usted manifestaba un gran interés por la literatura latinoamericana.

La literatura que se hace en los países latinos es la que más me interesa, la que está más cerca de mi sensibilidad, de mi temperamento. Aparte de eso, tengo interés por la buena literatura y pienso que en Latinoamérica se hace muy buena literatura.

¿Qué autores latinoamericanos lo influyeron?

Como lector, muchos. Cuando estaba en África, en la guerra de Angola en los años 70, fue el momento en que el boom empezó a ser conocido. Entonces yo pedía que me mandaran libros y así conocí Paradiso, de Lezama Lima, que fue toda una revelación. Luego leí a Bioy Casares, Sabato, Borges, Cortázar (un autor bien importante para mí), Onetti y, por supuesto, Felisberto Hernández. También, a Reinaldo Arenas, un hombre de talento que tuvo un final trágico. Y tantos otros: poetas, novelistas, que en esos tiempos fueron una alegría muy grande. Bueno, es que para mí, todavía hoy, descubrir un buen libro, un buen autor, es una alegría muy grande.

A un lector interesado en conocer su obra, ¿cuál libro le recomendaría?

Yo no recomendaría nada. Creo que si uno tiene interés en leer acabará por leer lo que tiene que leer. Pienso que es el lector el que tiene que elegir. Yo no leo después los libros que escribo, cumplo con escribirlos. Mi opinión no tiene nada de especial, es como otra cualquiera y, además, parcializada. Son los lectores, los críticos, quienes deben hacerlo.

¿Por qué, a pesar de haber escrito ya muy buenas novelas, sigue produciendo a un ritmo imparable?

Pienso que uno va perfeccionando su trabajo porque va conociendo mejor algunos trucos técnicos. La primeras novelas de cualquier autor, aunque ya se encuentren en germen todos sus temas futuros, tienen algo de imperfecto. Las últimas tienden a ser mejores, más cerca de la idea que se tiene de la novela. Por supuesto, la últimas novelas son más trabajadas, tienes más conocimiento, y tu noción de la literatura ha cambiado. Escribir es principalmente un oficio de paciencia.

Parece una búsqueda insaciable.

Uno tiene la sensación de que sigue aprendiendo porque escribir es muy difícil. Por supuesto que hay una técnica, un mejor conocimiento, pero al mismo tiempo tienes que conservar una virginidad de la mirada, tienes que conservar tu infancia, porque estás trabajando con emociones y las emociones son anteriores a las palabras. El trabajo es entonces traducir esas emociones en palabras, conseguir lo que es para mí una buena novela: un delirio controlado.

¿Y piensa que lo ha conseguido?

En las primeras versiones la distancia entre la emoción que tú sientes y el resultado que queda en el papel es muy pobre. Tienes que trabajar, trabajar y trabajar, de manera que esa distancia disminuya. El problema tal vez no es tanto escribir sino corregir para hacer que tu trabajo esté más cercano a los hombres y a la vida.

No obstante ser el lenguaje un gran protagonista en sus novelas, sus personajes son muy importantes y algunos, entrañables.

Lo que más te preocupa es el trabajo con el texto, con las palabras. Los personajes son como espejos que se iluminan mutuamente y que sirven para expresar nuestras contradicciones porque ningún sentimiento existe sin su contrario. Lo que tienes que hacer es dar a ver, no demostrar.

En 'Buenas tardes a las cosas de aquí abajo', su más reciente novela, usted retoma otra vez el tema de la guerra de Angola.

La guerra es una cosa tan absurda, tan horrible, tan violenta, que por supuesto deja marcas en ti. En Buenas tardes a las cosas de aquí abajo hablo de la Angola de hoy, una Angola que no conozco pero que asumo en forma ficticia. Cuando uno plantea su trabajo en forma ficticia debe asumirlo con una intensidad tal que tenga oportunidad de existir en la realidad. De esa manera nacieron la Santa María de Onetti, el Madrid de Hemingway y la Yoknapatawpha de Faulkner.

¿Qué tanto habrá cambiado la Angola de hoy con respecto a la que usted conoció?

Angola es un país muy rico. Tiene petróleo, diamantes, minerales, pero la triste suerte de un país en el que los grandes intereses internacionales prevalecen y el pueblo sigue siendo muy pobre. Estados Unidos, Suráfrica y algunos países europeos -entre ellos Portugal, desde luego- quieren comer, y los angoleños no comen nada. Para mí es una indignación constante que 40 años después de que yo estuve allí, ese país siga en lo mismo: la guerra, la muerte, la miseria, el hambre. En parte, sigo escribiendo sobre Angola por indignación, por aquellos que no tienen voz y no pueden hablar porque les han quitado todo.