Especiales Semana

¿Dónde están ellas?

Por qué hay tan pocas mujeres dirigiendo grandes empresas en el mundo.

25 de abril de 2004

En el listado de las 100 compañías más grandes de Colombia solo hay una mujer presidente. Es María Inés Restrepo de Arango, una paisa que desde hace 10 años lleva las riendas de la Caja de Compensación Familiar de Antioquia, Comfama. El fenómeno es mundial. En la lista de las 500 empresas más grandes de la revista Fortune solo siete mujeres ostentan el cargo de Chief Executive Officer -CEO-, el máximo escalón en el mundo empresarial. Carly Fiorina de Hewlett Packard y Anne Mulcahy de Xerox hacen parte del selecto grupo. Solo el 2,5 por ciento de los ejecutivos mejor pagados en ese país son mujeres. En las 100 de Gran Bretaña hay apenas una mujer, que comparte solitaria esa posición entre muchos caballeros.

Es una realidad: 40 años después de la liberación femenina y de la lucha por igualdad de derechos encontrar una mujer en la cima de una empresa es tan extraño como ver peces en el río Bogotá.

En un estudio realizado en 1992 el fenómeno ya se vislumbraba en Colombia. Entre 1976 y 1985 el número de mujeres con educación completa que ingresó a la fuerza laboral pasó de 2,6 a 11,5 por ciento. "Sin embargo, muy pocas de esas profesionales con posgrados que estaban igual de preparadas a los hombres eran promovidas a los puestos de mando", dice Elsy Bonilla, autora del estudio. Las mujeres profesionales sí están en el organigrama de todas las empresas, solo que a medida que se sube en la pirámide empiezan a escasear. La mayoría se encuentra ubicada en cargos administrativos intermedios o en áreas consideradas de bajo perfil como recursos humanos.

¿Por qué son pocas las mujeres como María Inés Arango en este país? No es falta de oportunidades ni discriminación, dicen los expertos, sino un asunto de prioridades. Las mujeres saben que esa carrera a la cima tiene un costo muy alto que muchas veces ellas no están dispuestas a pagar. Según Juan Carlos Linares, presidente de HPI-DBM, una firma de consultoría empresarial, las mujeres van a 300 kilómetros por hora en su profesión pero en un momento frenan en seco por los dilemas personales. "Ellas le dan más prioridad a la familia, mientras que los hombres nunca analizan el impacto que tendrá en su vida el ser promovidos a posiciones más altas y de mayor compromiso".

Hace 10 años Gloria González* era abogada de una de las empresas más grandes del país y todos le pronosticaban que iba a llegar muy lejos. Disfrutó de ese cargo durante cinco años hasta que se casó y quedó embarazada. En ese momento se puso a meditar sobre su vida y decidió que era mejor tomársela suave. Se retiró de la compañía y abrió su propia oficina para trabajar solo medio tiempo y así poderle dedicar el resto del día a su hijo. Nunca más volvió a ser empleada y hoy no se arrepiente. Durante este tiempo le han ofrecido cargos muy buenos pero no se ha dejado tentar por nada. "Pienso que no hubiera logrado desarrollar mi carrera con éxito y estar al lado de mis hijos si hubiera seguido como empleada, dice hoy. Lo que más me dio esta independencia -agrega- fue flexibilidad para manejar mi tiempo".

Muchos expertos señalan que, a diferencia de los hombres, las mujeres tienen más opciones de desarrollo personal diferentes al trabajo. En estudios recientes Catherine Hakim, profesora de sociología del London School of Economics, encontró que los hombres están tres veces más enfocados en el trabajo que las mujeres. Según ella, en las mujeres se observan tres tendencias: una minoría que está centrada en su profesión; otra minoría, en la casa, y una mayoría que reparte el tiempo entre las dos actividades. Ella las llama especies adaptadas que quieren lo mejor de los dos mundos: combinar la familia y el empleo remunerado. "Eso significa que nunca le van a dar prioridad a ese trabajo. Y como uno solo llega a las altas esferas si le da prioridad al trabajo, ellas nunca van a alcanzar la cima".

El mundo de los negocios está diseñado por los hombres y para los hombres. Las citas de trabajo se ponen a las 7 de la noche, muchos negocios se cierran en el turco o en los campos de golf, los maridos no están dispuestos a cambiar pañales ni preparar teteros mientras sus esposas discuten proyectos con otros hombres y hay poca tolerancia para reconocer lo femenino en esos espacios. "Muchas se agotan en ese contexto", dice

Connie de Santamaría, sicóloga de la Universidad de los Andes. Por un lado deben hacer doble jornada, esto es, asumir la carga laboral más la doméstica. Por otro, dejar sus rasgos femeninos y adoptar el estilo de trabajo de los hombres, es decir, hacerse las duras, ser estrictas, trabajar a toda hora y esconder los sentimientos. Lo paradójico es que mientras un hombre que ejerce un liderazgo agresivo es admirado por estos rasgos, una mujer con los mismos atributos es criticada, especialmente por sus congéneres.

Los intentos de analizar este fenómeno arrojan resultados contradictorios. Mientras unos investigadores afirman que las mujeres carecen de herramientas para combinar las esferas del trabajo y la vida social, como lo hacen los hombres con éxito cuando salen a tomar un trago para discutir de negocios, otras analistas creen que no es falta de habilidades sino que el mundo en que se desenvuelven estas mujeres no tiene en cuenta sus gustos y necesidades, pues no está bien visto que para cerrar un negocio la mujer se lleve a su cliente una tarde de compras.

Santamaría cuenta la anécdota de una ejecutiva del Banco Mundial que un día apareció en su oficina con vestido de florecitas y botones que le hacían juego y en menos de una hora ya tenía un e-mail en su buzón de correo en el que se le recordaba la etiqueta de vestir en esa institución: vestido de colores negro, gris o azul. "Es una manera masculina de anular la diferencia de género, dice la experta. Por eso cuando suben a la cima, ellas se sienten muy solas porque no tienen con quién compartir".

Mujeres y hombres tienen ambiciones diferentes. Ellas, por ejemplo, no les dan importancia a los símbolos de poder como la oficina grande, el club, el carro. También tienen un estilo de trabajo distinto. Son más participativas, trabajan en equipo y no son arrogantes con el conocimiento. "Los hombres se creen los chachos", dice Santamaría. Todos estos factores hacen que la opción de dedicar la vida a la profesión no sea tan atractiva. Una vez las mujeres se prueban a sí mismas que son capaces, piensan que llegar a la presidencia no es lo más excitante que les pueda pasar.

Patricia Correa no olvida ese día de agosto de 1998 en que su segundo hijo nació porque ese día se reventó la banda cambiaria. Los años que siguieron fueron los más agitados de su carrera. Aceptó el cargo de superintendente bancario en 2000 y le tocó enfrentar la peor crisis financiera del país, lo que la obligó en más de una oportunidad a llegar tarde a su casa, cuando sus hijos ya dormían. Su vida dio un giro drástico desde enero de 2003. Renunció a su cargo, se fue con su esposo y sus dos hijos a vivir a

Washington y hoy estudia bellas artes en la Corcoran School of Art and Desing. Aunque la decisión no fue propia sino presionada por un ofrecimiento que recibió su marido, ella hoy no aceptaría ningún cargo importante. "He recibido propuestas en Washington, cargos que hace unos años hubiera aceptado a ojo cerrado, pero hoy no", dice. Correa piensa que las mujeres necesitan algo más que el trabajo para sentirse satisfechas. "Mientras a los hombres los compensa, a las mujeres la profesión las deja con muchos vacíos", admite.

También puede ser que su comportamiento no les ayuda a conseguir las más altas posiciones. Una investigación realizada por economistas de la Universidad de Chicago reveló que las mujeres tienen una actitud diferente cuando se trata de competir. En el estudio, publicado en el Quaterly Journal of Economics, a hombres y mujeres se les pidió resolver laberintos en el computador y por cada respuesta se le pagaban 50 centavos de dólar. En otro grupo se le daba tres dólares a la persona que resolviera la mayor cantidad de estos acertijos. Las mujeres se comportaron igual en ambos grupos, pero en el segundo, a la mayoría de hombres les fue mejor que en el primero.

Sara Lashever, coautora junto con Linda Babcock del libro Women don´t ask, afirma que la falla entre las mujeres para obtener el primer puesto radica en que tienen diferentes maneras de negociar que los hombres. Cuando los estudiantes de maestría empezaron a trabajar, solo 7 por ciento de las mujeres pidieron más salario del que les ofrecieron inicialmente mientras que 57 de los hombres pidieron un aumento. Ella sospecha que las mujeres se sienten mal exigiendo más dinero o creen que si lo hacen se dañará su relación con su jefe.

Muchas mujeres opinan que su posición es más favorable que la de los hombres porque al menos tienen opciones y pueden ser felices con más asuntos que el trabajo. Pero para otros es una lástima que la visión femenina no esté representada en las decisiones que se toman en la presidencia de las grandes compañías ni en los cargos públicos. "En un país donde hay tantos conflictos perdemos todos al no tener la creatividad, la capacidad de innovación y la perspectiva del mundo de las mujeres", dice Elsy Bonilla.

La única manera de feminizar ese mundo de los negocios es curiosamente que más mujeres lleguen a los cargos directivos, pero sin que estas tengan que adoptar los roles masculinos sino conservando su identidad. Las que han llegado a la cima, como María Inés Restrepo de Arango, dicen que se puede. Aunque muchas veces dudó de si lo correcto era estar más tiempo con sus hijos o dedicarse al trabajo, ella un día optó por echarse al hombro las tres jornadas y logró ser ama de casa, esposa, madre y ejecutiva gracias a que hubo apoyo de su familia. "Uno mismo se da o se quita las oportunidades", dice. Después de 10 años en ese cargo directivo siente satisfacción no solo porque ha logrado el éxito en esos dos frentes sino también porque cuando se llega a la cima todo es más fácil. "Las cosas se hacen como uno diga, las reuniones no son a las ocho de la noche sino a las siete de la mañana y son democráticas y participativas y combinamos el afecto con la razón". Ese estilo de liderazgo también funciona y una prueba es que a Comfama hoy nadie la imagina dirigida por un hombre.