Especiales Semana

EL FRENTE EXTERNO

En estos cuatro años, Colombia no mejoró su imagen, pero aprendió a manejarla más. También se abrió comercialmente al mundo.

29 de agosto de 1994

Cuando Cesar Gaviria fue elegido, Colombia era vista internacionalmente como el Líbano de América Latina. La pregunta que se hacían muchos corresponsales extranjeros no era si su gobierno estaría o no a la altura de ese reto dramático, sino si el país podría sobrevivir.
Por ello una de las primeras preocupaciones de Gaviria fue reforzar la ofensiva de imagen externa que había iniciado su antecesor Virgilio Barco. Para el efecto, el nuevo presidente institucionalizó la colaboración de expertos estadounidenses, específicamente la firma Sawyer & Miller, que en el período de Barco había logrado cambiar la percepción de que en materia de narcotráfico los colombianos son los victimarios, para pasar a proyectar la verdad, es decir, que son unas víctimas más.
La gestión exitosa de ese nuevo tipo de diplomacia le permitió presentar, en forma positiva, la política de sometimiento a la justicia, que se había convertido en el eje de su aproximación al problema del narcoterrorismo, que a su turno tenía a la sociedad colombiana literalmente con el agua al cuello. El sometimiento tenía evidentes debilidades, porque podía ser visto como la rendición del Estado ante los carteles de la droga. Pero las campañas publicitarias desplegadas en los periódicos más importantes del mundo, en las que se ponía de presente el drama de una sociedad como la colombiana enfrentada al fanatismo sanguinario de una de las organizaciones criminales más poderosas de que se tenga memoria, hicieron el milagro.
Esa tarea la inició el canciller Luis Fernando Jaramillo, pero con el nombramiento, en 1991, de Noemí Sanín adquirió una dinámica excepcional. No podía ser de otra manera, porque el contraste era demasiado fuerte: un país desangrado por la violencia era representado en los foros internacionales por una encantadora y tierna mujer que, a más de manejar con habilidad los temas de la agenda internacional, proyectaba la imagen de una sociedad que luchaba, en condiciones de inferioridad, contra los peores terroristas del planeta. En los foros internacionales, la Canciller se convirtió en figura emblemática de los colombianos, a tal punto que ese prestigio fue determinante en la elección de Gaviria como secretario general de la OEA.
Pero sería injusto decir que todo fue manejo cosmético y de relaciones públicas en este campo. Ninguno de los logros en política exterior se hubieran podido alcanzar sin la tarea realizada en materia de comercio exterior. Desde sus primeros viajes, cada vez que Gaviria era interrogado sobre el tipo de ayuda que Colombia quería, siempre respondía: "Lo único que pedimos es libre comercio". Porque, más que posiciones geopolíticas o doctrinarias, la política exterior del gobierno de Gaviria se centró en el tema económico. De ahí que tan importante como el papel jugado por Noemí, haya sido el que desempeñó el ministro de Comercio Exterior, Juan Manuel Santos.
Y los resultados son dicientes. El país firmó convenios de integración con Venezuela a nivel bilateral, y luego integró el llamado Grupo de los Tres, o G-3, con el país vecino y México, que es una de las economías más grandes de América Latina. También se desarrollaron los mecanismos del Pacto Andino, y con los países de Centroamérica y el Caribe la actuación de Colombia fue protagoniza en cuanto a la promoción e implementación del ideal integracionista. Pero quedaron lunares muy grandes porque, a pesar de todo, la violencia guerrillera pesa como una espada de Damocles sobre las esperanzas de atraer inversión extranjera, y está intacta la imagen de infiltración del narcotráfico en la sociedad colombiana y en sus instituciones. La prueba de ello está en un episodio como el de los narcocasetes que demostró cuán frágil sigue siendo la imagen internacional del país.
El otro lunar de la administración es el tema de los derechos humanos, donde prácticamente no se avanzó. En ese aspecto, el país pasó de ser criticado por la prensa extranjera, a serlo por los organismos internacionales especializados en la materia. Y la despedida de Gaviria en ese aspecto se convirtió en otro lunar, cuando se negó a firmar la ley que convertía en delito autónomo la desaparición forzada de personas, una conducta que se comete, con frecuencia inusitada, a nombre del Estado. Este tema de los derechos humanos deberá adquirir, sin duda, lugar preeminente en la agenda del próximo gobierno, porque al de Gaviria se le quedó entre el tintero. -