Especiales Semana

El gran garrote

Crece indignación mundial ante los estragos que está produciendo en Irak la nueva doctrina Bush.

24 de marzo de 2003

El ataque a Irak estaba cantado desde hacía meses pero sólo a las 10:16 de la noche del miércoles 12 de marzo el presidente estadounidense, George W. Bush, anunció en vivo y por televisión que había comenzado. "El pueblo de Estados Unidos y nuestros amigos no vivirán bajo merced de un régimen ilegal que amenaza la paz con armas de asesinato masivo", dijo con un tono más sobrio del que se le conocía cuando se refería a Hussein. La pantalla de la CNN se dividió entonces en dos y en el lado derecho se vio la imagen de Bagdad de noche y una especie de bruma que bien podía ser humo causado por una explosión. En el otro lado Bush seguía hablando de la defensa de la paz y aseguraba al pueblo iraquí que la guerra no era contra ellos. Al poco tiempo se supo que un misil crucero había sido lanzado desde el USS Constellation a uno de los palacios presidenciales iraquíes. "Vamos a enfrentar esa amenaza ahora, con ejército, guardia costera, armada, para que no tengamos que hacerlo más tarde con bomberos, policías y doctores en las calles de nuestras ciudades". Con esas palabras justificaba Bush el primer ataque de la historia basado en una doctrina de defensa preventiva. "Ahora que el conflicto llegó, la única forma de limitar su duración es aplicar una fuerza decisiva. Y les aseguro que esta no será una campaña a medias".

Y, en efecto, la primera fase de la campaña 'Libertad de Irak' fue con todos los fierros. Tanto es así que la segunda fase, que comenzó el viernes y consiste en un ataque de todas las fuerzas combinadas, podría ser muy corta.

La operación, que en sus inicios dependió sobre todo de los ataques aéreos y los misiles, se basó, como se había previsto, en la primera fase de estrategia de "Shock and Awe" (Chocar y aterrorizar) del teórico de defensa Harlam Ullam, que fue profesor del secretario de Estado, Colin Powell, en la escuela de guerra. SEMANA habló con Ullam, quien explicó que la idea general de la estrategia consiste en aplicar muy rápido una fuerza lo suficientemente traumática para desorientar al enemigo y dejarle un sentido de impotencia y total vulnerabilidad. "La idea es que se sienta tan saturado que rendirse o retirarse sean sus únicas opciones, como sucedió con los japoneses en la Segunda Guerra Mundial", dijo.

Ullam cree que un paso clave en Irak para lograr esta rendición rápida es acabar con la élite cercana a Hussein para precipitar un levantamiento del resto del ejército. "Queremos que el liderazgo militar y político se retire tan pronto y tan económicamente como sea posible", explicó Ullam a SEMANA. De hecho, siguiendo este imperativo, la primera noche de bombardeos fue llamada "ataque de decapitación", pues consistía en acabar con las cinco cabezas del régimen, que incluyen a Hussein y sus hijos.

Al cierre de esta edición no se sabía si en efecto se les había dado de baja, pues el gobierno de Irak alegaba que Hussein seguía con vida y los medios locales lo mostraron mientras pronunciaba un discurso al poco tiempo del bombardeo: "El criminal pequeño Bush ha cometido un crimen contra la humanidad. Rogamos porque en nombre de Dios, del liderazgo y del pueblo de Irak, su heroico ejército, su civilización y su historia, acabemos con los invasores". No obstante, para la Casa Blanca esta no era ninguna prueba fidedigna. En efecto, Hussein aparecía con la cara tan descompuesta que algunos expertos en fisonomía juraban que se trataba de un doble. En todo caso los resultados en el terreno hablaban de victorias implacables de las fuerzas aliadas. Desde antes de que empezaran los primeros enfrentamientos terrestres varios jefes militares se rindieron ante las tropas aliadas que avanzaban desde Kuwait y ya en varias ciudades ondean las banderas de las barras y estrellas.

Ullam predijo que en los siguientes días los norteamericanos atacarían con miles de soldados que parecerán venir de todos lados, armas electrónicas y de información que "van a confundir y engañar a los iraquíes, quienes sólo sabrán que están bajo el ataque más intenso que quepa imaginar. El casi simultáneo ataque de miles de blancos militares, que eliminarán muchos de los comandos centrales, va a inducir gran pánico y miedo".

El viernes, al cierre de esta edición, los conceptos del experto se habían confirmado. De los nueve misiles Scud lanzados por Irak contra Kuwait, como era previsible, ninguno dio en el blanco, no produjo bajas ni contenía ninguna clase de armas de destrucción masiva. La caída de Bagdad era sólo cuestión de horas y el paradero de la cúpula política y militar del presidente Saddam Hussein era incierto. Lo que parecía un hecho es que su capacidad para controlar y dirigir sus exiguas fuerzas estaba prácticamente destruida. En las primeras 24 horas de guerra el Pentágono había dejado caer sobre un Irak prácticamente indefenso 1.500 misiles.

Pero a tiempo que el mundo presenciaba un nuevo espectáculo televisivo, orquestado por las cadenas norteamericanas, también, alrededor del planeta, las protestas evidenciaron que esta podría ser la guerra más impopular de los tiempos modernos.

Una guerra impopular

Desde antes de que Bush tomara la decisión de atacar Irak los pacifistas ya habían dado muestras de que en las calles esta decisión era rechazada. Incluso en Estados Unidos y los países en que los gobiernos respaldan a Bush las voces en contra de la guerra han sido multitudinarias.

En Londres, por ejemplo, se celebró la mayor concentración pública en toda su historia con casi tres millones de manifestantes. En Madrid, las marchas fueron tan masivas como las de rechazo a ETA, y en Tokio salieron a las calles unas 11.000 personas, justo cuando el primer ministro, Junichiro Kouzumi, ratificaba su apoyo a la guerra.

Pero no han sido las únicas. En Berlín la puerta de Brandenburgo ha sido testigo de multitudinarias marchas y el domingo están programadas manifestaciones de protesta en París, Madrid y Copenhague. En Melbourne fueron 5.000 los manifestantes, en Atenas más de 150.000 y en Malasia unos 7.000 pacifistas quemaron banderas de Estados Unidos y Gran Bretaña, mientras en los carteles se leían frases como "Los norteamericanos son terroristas" y "No maten niños iraquíes, ellos no han matado los tuyos".

Pero sin duda la reacción más furiosa se ha dado en el mundo árabe. En El Cairo fueron necesarias medidas policiales extraordinarias para evitar que los manifestantes incendiaran la embajada estadounidense. En Yemen murieron cuatro personas en violentas protestas. Indonesia, Pakistán, Corea del Sur, Ecuador, Argentina, México y Brasil también han visto sus calles inundadas de mensajes contra la acción militar de Estados Unidos.

Algunas de las concentraciones más radicales se han presentado en las propias ciudades de Estados Unidos. Para no ir más lejos, en las últimas semanas la avenida Pennsylvania, al frente de la Casa Blanca, se ha convertido en el lugar de concentración de más de 1.000 pacifistas diarios, quienes no ahorran críticas en contra del presidente y los miembros de su gabinete. "No a la guerra por petróleo" y "No a la guerra en nuestro nombre" se han vuelto las frases de batalla.

El viernes, segundo día del ataque, fueron detenidos más de 1.300 manifestantes en San Francisco. El diario The New York Times calificó las marchas como "las más grandes en contra de un gobierno en muchos años". Actos de desobediencia civil y bloqueos de avenidas principales fueron la nota predominante en Washington, Nueva York, Los Angeles, Portland, Cambridge y San Luis, entre otras ciudades norteamericanas.

A las protestas se han unido hasta veteranos de guerra de Estados Unidos, como Robert Kirkconnell, quien sirvió en la Fuerza Aérea entre 1967 y 1994. "Puede que más de la mitad de la población apoye la guerra, pero los que van a las protestas son la gente mejor educada y la que tiene más experiencia", dijo Kirkconnell a SEMANA. El hace parte de una organización pacifista que reúne a algunos de los veteranos más condecorados de su país.

Otro frente de la campaña pacifista es Internet. Piratas informáticos han hecho colapsar unos 800 sitios de la web, reemplazando su contenido con consignas en contra de la guerra, caricaturas de George W. Bush y sus aliados, José María Aznar y Tony Blair.

Un sentimiento así no se veía desde los tiempos en que las marchas estudiantiles obligaron al presidente Richard Nixon a ponerle fin a la guerra de Vietnam. En Estados Unidos, como es de esperarse, las encuestas indican que el respaldo a Bush es levemente mayor que el rechazo a la guerra, pero los síntomas de oposición ya se tornan preocupantes, aun cuando el presidente diga que "en la democracia todo se vale".

Incredulidad

La amplitud e intensidad de las manifestaciones alrededor del globo hicieron nacer la tesis, expresada por algunos expertos, de que hoy por hoy el mundo tiene dos polos de influencia: Estados Unidos y la opinión pública mundial, que se expresó con una unanimidad sin precedentes y le dio, a pesar de todo, una legitimidad incontrastable a la ONU (ver artículo de la página 32).

Esa reacción multitudinaria contrasta con el apoyo que recibió Estados Unidos en la hoy llamada primera Guerra del Golfo. En esa época, 1991, Estados Unidos logró rodearse de una coalición internacional porque nadie dudó de sus intenciones de defender a la pequeña Kuwait de la agresión iraquí, y la campaña tuvo el aval del Consejo de Seguridad.

En esta ocasión, en cambio, el gobierno de George W. Bush no logró, a pesar de sus esfuerzos diplomáticos y de su despliegue mediático, convencer de sus intenciones altruistas. A pesar de que nadie defendía a un dictador sanguinario y sin escrúpulos como Saddam Hussein (ver artículo de la página 43), muy pocos estuvieron dispuestos a apoyar una movilización militar lanzada por fuera del marco de la legalidad internacional y en abierto desafío a la Organización de Naciones Unidas. El jueves, cuando las hostilidades ya habían empezado, Bush presentaba con orgullo la lista de 30 naciones que apoyaban la guerra, incluida Colombia (ver artículo de la página 38), casi todas motivadas por sus intereses nacionales y su dependencia de Estados Unidos. Al final de la semana Washington afirmaba tener ya el aval de 45 países, todavía lejos de ser una cifra contundente en un concierto internacional de unos 190 Estados.

El gobierno de Bush no logró convencer, sobre todo, por la debilidad de sus argumentos. Su secretario de Estado, Colin Powell, dilapidó su prestigio internacional al presentar en el Consejo de Seguridad una argumentación pobre y mal documentada. Nadie dudaba de que Saddam fuera un dictador sanguinario e indeseable, pero la mayoría no estaba de acuerdo con el procedimiento. A lo que se agregó que tratar de convencer al mundo entero de la necesidad de lanzar el mayor ataque militar de la historia con argumentos fácilmente rebatibles e informes amañados, era poco menos que peligroso.

El gobierno de Estados Unidos tenía que demostrar, no sólo que Irak tenía "armas de destrucción masiva", sino que Saddam estaba en condiciones de usarlas para convertirse en una amenaza a la seguridad mundial. Una tarea difícil teniendo en cuenta que el presidente iraquí había perdido 80 por ciento de su ejército en la Guerra del Golfo y que, con su economía destruida por 12 años de bloqueo, era imposible que se hubiera rearmado.

Y el desempeño de los encargados de hacerlo no fue bueno. Para la muestra, el 17 de marzo Bush declaró que "El (Saddam) ha ayudado, entrenado y acogido terroristas, incluidos miembros de Al Qaeda". Pero nadie ha podido demostrar esos vínculos y los implicados en el atentado del 11 de septiembre no eran iraquíes sino de Arabia Saudita, un país aliado. El periódico The New York Times reportó que los funcionarios de inteligencia "señalaron que ni la administración Bush, ni los británicos, han producido evidencias de esa conexión". Ese reporte fue confirmado por Los Angeles Times y el Toronto Globe.

El propio Powell tuvo que pasar por la vergüenza de presentar ante el Consejo de Seguridad un dossier que caracterizó como "un excelente documento elaborado por la inteligencia británica", que resultó ser un plagio literal de una tesis de grado de la Universidad de Cambridge publicada por una revista académica 10 años atrás. Y un par de semanas más tarde produjo una correspondencia supuestamente oficial de Níger para demostrar que Irak estaba comprándole a ese país uranio para reactivar su programa nuclear. En la misma sesión el propio Mohammed el Baradei, presidente de la comisión de energía atómica de la ONU, le demostró que el documento era totalmente falso. Baradei remató al declarar ante el Consejo que "no hemos encontrado evidencia o indicaciones plausibles de que Irak haya revivido su programa nuclear".

En otro ejemplo, el 3 de marzo, cuando Irak había comenzado a destruir sus misiles Samud, el vocero de la Casa Blanca, Ari Fleischer, clamó que Irak había negado tenerlos y que excedían el alcance permitido. Pero como reportó la Associated Press el 19 de febrero, Irak los había declarado, junto con sus características, en un documento del 7 de diciembre de 2002.

Por supuesto, los miembros del Consejo de Seguridad opuestos a la guerra, Francia, Rusia, China y Alemania, tenían clara su posición de que se diera tiempo a que las inspecciones demostraran que la guerra era absolutamente inevitable. Pero nada de lo que dijeron Bush, Powell o Rumsfeld logró disipar entre los observadores y analistas, que son los orientadores de las opiniones públicas locales, de que detrás de sus palabras estaba una agenda diferente.

Politica nueva

Las verdaderas intenciones de Bush, como quedó claro cuando su discurso cambió de "desarmar a Irak" a "derrocar a Saddam Hussein" y "liberar al pueblo iraquí", tenían más que ver con su interés geopolítico en la región y, de paso, asegurarse el suministro de petróleo con el control del segundo productor mundial del crudo después de Arabia Saudita.

En cuanto al petróleo, Michael Renner, autor de Irak después de Saddam y analista de Foreign Policy in Focus, explicó a SEMANA que Estados Unidos requiere como una necesidad estratégica asegurar su enorme consumo de petróleo, que es base de la "american way of life". Renner dijo a esta revista que "las reservas están muy disminuidas y Estados Unidos ha superado a Europa en el total de importaciones de crudo. A corto plazo el país simplemente no sería viable si no asegura el petróleo del Golfo Pérsico".

Ese factor, y la proyección de poder en el Oriente Medio, son las primeras expresiones de una doctrina preconizada por varios funcionarios que provienen del gobierno de George Bush padre, una de cuyas manifestaciones es el concepto, inédito hasta ahora en las relaciones internacionales, de "guerra preventiva". Como dijo a SEMANA Gabriel Kolko, experto y autor de varios libros, como Los peligros de la pax americana y La crisis de la Otan: "Hemos entrado esencialmente en una nueva era, liderada por (el vicepresidente) Cheney, Rumsfeld y quienes creen que el poder militar de Estados Unidos es suficiente para reordenar el Oriente Medio e incluso la política mundial. Cometen un grave error".

Desde la llegada de Bush al poder esa política de indiferencia por las instancias multilaterales ha sido consistente y ha tenido expresiones tan dicientes como el retiro de Estados Unidos del convenio de Kioto y la ofensiva diplomática contra la Corte Penal Internacional. No importa el desenlace de la guerra desigual contra un tiranuelo lamentable y sangriento como Saddam Hussein. Como parecen demostrarlo las manifestaciones en el mundo entero, y lo dice Kolko, el desafío norteamericano está planteado y "Estados Unidos está más aislado que nunca".