Especiales Semana

EL IMPERIO DEL PAPEL

A pesar de sus ventajas, los 'e-book' todavía no se ganan un espacio en el mercado editorial.

Álvaro Montes
18 de abril de 2004

El imperio de la palabra escrita parece atado irremediablemente a la tinta y el papel. La gente se resiste a leer en la pantalla de un computador y las tendencias indican que para la mayoría de las personas la lectura electrónica viene bien sobre los titulares y encabezados de esa hemorragia de información que ofrece Internet. Pero después del cuarto o quinto párrafo, la adicción a la celulosa obliga a utilizar el comando imprimir y sentarse a leer como Dios manda: con el papel entre las manos, suave al tacto y crujiente con el paso de las hojas.

Este magnetismo seductor del papel y la tinta ha hecho perder mucho dinero a la industria informática en sus intentos por popularizar el hábito de leer documentos digitales. Varios esfuerzos notables han sido realizados en la búsqueda de una alternativa al costoso y antiecológico libro impreso, pero los frutos de tales esfuerzos parece que tardarán todavía en llegar.

¿Por qué es tan difícil que los lectores se acostumbren a devorar un documento digital? Una explicación romántica sostiene que nada puede sustituir el placer de leer tumbado sobre el sofá, la fascinación del sonido de las hojas y el encantador aroma del papel que ha pasado por la imprenta. Pero hay una explicación más convincente: los adultos -que son quienes todavía cultivan el arte de leer- se aferran con todas sus fuerzas a la lectura lineal y la interpretación unívoca del texto escrito; la hipertextualidad, la polisemia y la navegación interactiva, propias del mundo digital, están todavía lejos de sus coordenadas y el libro impreso, que se lee en respetuosa secuencia de principio a fin, garantiza un mundo seguro y conocido. Un cierto escrúpulo contra la cultura electrovirtual y la televisión podría hallarse en el fondo de este rechazo de la gente al libro electrónico. Puede ser.

El punto es que los libros digitales no gozan aún del éxito esperado. Planeta encabezó una cruzada por conquistar lo que se creía un mercado emergente prometedor y fundó en 2001 el sitio web veintinueve.com, sobre el que descargó una importante franja de títulos nuevos, algunos editados en exclusiva para Internet. El proyecto no duró dos años; la máquina registradora sonaba poco y Planeta decidió poner fin a su aventura. Alfaguara también suspendió su portal Inicia, dedicado a la edición exclusiva de literatura en formato digital. Muchas editoriales tienen tiendas en la red y Amazon vende muchos libros, pero libros de papel. Los e-book todavía no pisan duro en el mercado editorial.

Hay, por supuesto, iniciativas exitosas, las más notables de ellas, sin duda, el proyecto Gutemberg (http://gutenberg.net) a nivel internacional, y la Biblioteca Virtual Cervantes (http://www.cervantesvirtual.com), en el mundo de habla hispana, que colocan en Internet, para descarga gratuita, el patrimonio literario de la humanidad que ha sido liberado de derechos de autor. Comercialmente hay autores pioneros que obtuvieron éxito en la edición exclusiva de obras para Internet, como Stephen King, quien alcanzó récords de ventas con Riding the bullet, vendida masivamente en Amazon en formato electrónico a razón de 400.000 copias diarias durante los primeros días. En castellano el autor más exitoso es Arturo Pérez-Reverte, autor de la serie de novelas El capitán Alatriste, quien publicó con éxito el volumen El oro del rey primero en Internet antes que en papel.



Lo "hipermega" del libro electrónico

Todo esto de tumbarse en el sofá y el aroma del papel entintado será cierto, pero hay que reconocer las ventajas de una eventual alternativa al libro impreso, en construcción desde que aparecieron los computadores, en la primera mitad del siglo XX. Los libros electrónicos entonces eran documentos simples que se leían en secuencia lineal sobre una pantalla negra (tipo D.O.S.), hasta que al ingeniero Ted Nelson se le ocurrió que el computador permitía hacer algo más interesante con los libros electrónicos: romperles la secuencia lineal, y así nació el concepto de hipertexto, un encadenamiento de textos que, mediante hipervículos (los populares links), se pueden consultar de manera aleatoria saltando de uno al otro en el orden en que al lector se le venga en gana. Con esta idea se construyó toda la Internet que hoy conocemos y se hace la mayoría del software educativo multimedia. La idea es tan interesante que incluso en la literatura hay antecedentes -por ejemplo Julio Cortázar- que se plantearon una búsqueda parecida pero sobre papel.

Justamente, en literatura es en donde vino a saberse que la gente prefiere el formato clásico y de allí los intentos de la industria informática para poner sobre la pantalla algo que se parezca a los libros convencionales. Vendría entonces el software para facilitar su lectura: abundan los

'readers', como se conoce a estos programas, de entre los cuales son famosos el

Microsoft Reader y el Adobe Reader, que permiten al lector encontrarse en la pantalla casi con la experiencia de un libro de verdad, es decir, con páginas que hay que recorrer de principio a fin, en letras tipo imprenta que se distancian claramente de las fuentes de computador normales y, especialmente, en secuencia lineal, tal como fueron escritos. Nada de hipertextos.

No es posible por ahora ponerle aromas ni untar de tinta los dedos, pero llegará el día en que los ingenieros lo logren. De hecho, la propuesta más innovadora apareció el año anterior: la tinta digital, una pantalla que tiene la apariencia de una hoja de papel y puede enrollarse como un papiro. Viene colgada de un pequeño dispositivo con capacidades de conexión inalámbrica para descargar libros, diarios y revistas en línea. Investigaciones de Xerox, Phillips, Lucent y E. Ink, entre otros, hicieron posible estas tecnologías.