Especiales Semana

EL KOJAK COLOMBIANO

8 de enero de 1990

GENERAL MIGUEL MAZA MARQUEZ
Con su baja estatura y sus kilitos de más, este hombre moreno y sencillote que conserva intacto su acento samario, parece todo menos el jefe de la seguridad del Estado de uno de los países más convulsionados del planeta.

Pero el general Miguel Maza Márquez lo es. Y no de cualquier manera: es, sin duda, uno de los más populares jefes de seguridad de la historia, alguien que, si pudiera salir a la calle, posiblemente se la pasaría firmando autógrafos. Pero no puede. Es posible que en Colombia nadie, ni siquiera el Presidente de la República, tenga que cuidarse tanto. Su popularidad entre la gente de bien es inversamente proporcional a la que tiene entre los distintos sectores de la delincuencia, desde el narcotráfico hasta la guerrilla, pasando por las bandas de secuestradores y hasta los banqueros y financistas fugados del país.

En una década en que el auge de la criminalidad alcanzó niveles sin precedentes, el nombre del jefe de la lucha contra el crimen no puede ser excluido de la lista de personajes. Pero aunque ese nombre sólo comenzó a sonar en estos años, la verdad es que su carrera en la Policía Nacional está plagada de golpes y aciertos relativamente desconocidos o, cuando menos, olvidados.
Ostenta marcas mundiales tan excepcionales como la de ser el hombre que mayor número de secuestrados ilesos ha rescatado (más de medio centenar) o la de haber sido, en 1978, el primero sobre la Tierra en decomisar una tonelada de cocaína, cuando todavía esas cifras daban para grandes titulares.

De niño, nada en él hacía pensar que estuviera para grandes cosas. Nacido en Santa Marta en un hogar de clase media hace 52 años, se crió en un ambiente dominado por un padre para quien la mayor de las esperanzas era que sus hijos se convirtieran en profesionales universitarios. Dos de ellos lo lograron: el mayor se hizo médico y la menor pedagoga. Pero Miguel, el de la mitad, creció con el sueño de muchos niños: ser policía.

Olfato, astucia y temeridad fueron los sustantivos que utilizaron sus superiores para definirlo desde los primeros tiempos cuando, a los 23 años, como subteniente de la X estación de Policía en Bogotá, desbarató una de las más peligrosas bandas de delincuentes comunes de la ciudad de entonces. Con base en datos suministrados por colaboradores del bajo mundo y gracias a un golpe rápido y certero, capturó a la banda en un café del barrio Siete de Agosto, operativo del cual aprendió para siempre que los informantes y el factor sorpresa eran las claves del éxito de un policía investigador.

Y así lo comprobaría en los años siguientes como jefe del F-2 del Atlántico--cuando se ganó el apodo de "Ironside" después de un accidente automovilístico en una persecución, que lo dejó varios meses en silla de ruedas--y luego, en dos ocasiones, como director del F-2 nacional a fines de la década pasada y a principios de ésta. Para cuando el presidente Betancur lo nombró director del DAS en 1984, Maza, por entonces todavía coronel, ya había aprendido muchas más cosas. Sabía que para tener éxito en ese cargo en los tiempos dificiles que Colombia estaba recorriendo ya desde aquellos dias, no bastaba con ser un buen detective. Además de ello, habia que tener algo de sicólogo, algo de sociólogo, algo de politico y, claro está, algo de comunicador.

Esas dotes se hicieron evidentes cuando comenzaron a aparecer los hoy famosos documentos del DAS, primero sobre las matanzas de campesinos en Urabá, luego sobre el ELN, las negociaciones con las FARC y, quizá el más famoso de todos, sobre la cuestión paramilitar como fenómeno nacional. En ellos quedaba en claro que Maza y sus hombres--un grupo interdisciplinario de investigadores, muchos de ellos muy jóvenes y todos cargados de gran mística y admiración hacia su jefe--no se limitaban a sacar conclusiones de pruebas de balistica y relatos de testigos, sino que enmarcaban sus pesquisas en un contexto sociopolítico sobre el cual arriesgaban conclusiones a veces tan tajantes como las meramente judiciales.

Lo anterior le ganó el respeto de los más altos funcionarios del gobierno, incluido el propio presidente Virgilio Barco, quien rápidamente lo incorporó a su Sanedrín. Y, como es obvio, le granjeó más de una envidia, en especial de parte de otros altos mandos militares, que han resentido en distintas épocas la confianza que despierta tanto en el primer mandatario como en la opinión pública.

Todo esto bastaba de por sí para incluirlo entre los personajes de la década. Pero en un dramático episodio en el que, según el propio general, "Dios me dió una manito", Maza adquirió dimensión de héroe. El 30 de mayo de este año, un carro cargado con 80 kilos de explosivos estalló al paso de su convoy por la carrera séptima con calle 57 de Bogotá, dejando media docena de inocentes transeúntes y agentes de policia muertos, y al general con leves heridas en su cuerpo.

Desde ese día, el director del DAS--quien poco se desplaza y pasa la mayor parte de su vida entre su oficina y el aparta-estudio con el que esta está comunicada--sabe que su suerte está echada.

Como le dijo a SEMANA un amigo cercano al general: "El es consciente de que la única posibilidad de convertirse en un venerable anciano, es que antes de retirarse acabe con quienes le han declarado la guerra a muerte".-