Especiales Semana

El mito de la alta costura

El vértigo impuesto por la inmediatez de los sucesos obliga a una pausa para reflexionar.

Julian Posada
10 de septiembre de 2001

“La moda busca equivalencias, una validez y una serie de verdades. Carece de contenido, pero no de significado. Es una especie de máquina que atrae el sentido sin fijarlo nunca, es un sentido falso, pero es siempre un sentido sin contenido. Se convierte en un espectáculo que los hombres se ofrecen a sí mismos para dar significado a lo insignificante”, afirmó alguna vez Roland Barthes, del Sistema de la moda.

En los últimos 15 años la moda en Colombia ha sufrido un proceso de cambio asombroso que para casi nadie pasa inadvertido. Por el país y por sus ferias han desfilado personajes antes inimaginables. Las revistas especializadas dan cuenta de la actualidad extranjera y local en el tema. Sin embargo el vértigo impuesto por la inmediatez de los hechos y la velocidad con la que sucede esta y cualquier otra información en Colombia obliga a que hagamos una pausa para reflexionar.

La cultura de la moda en el país se está construyendo a partir de mitos que no enriquecen el quehacer profesional sino que buscan en muchos casos, como diría Andy Warhol, 15 minutos propios de celebridad. Estos mitos pretenden crear en el imaginario colectivo un país de moda, con tiendas como las de Milán o París, con diseñadores más talentosos que los reconocidos mundialmente y con modelos frente a las que la despampanante brasileña Gisele Bündchen es una simple aprendiz.

Si bien es cierto que hoy algunos de nuestros diseñadores exportan, poseen tiendas en el exterior y envían sus productos a todo el mundo, no podemos hablar aún de conquistar mercados ni de resonantes triunfos en el exterior, esto es todavía un espejismo. Una boutique en un mercado como el norteamericano es apenas el inicio de un proceso, pero la conquista toma años y a veces se fallece en el intento.

Los que conocen los avatares de la moda lo saben con precisión. Un diseñador no es nadie hasta que crea su propia fragancia. Son las licencias en cosmética las que logran la proyección de la estética del diseñador y la masificación de su estilo. Al parecer los nuestros se encuentran lejos de esto. ¿O acaso algún lector se ha encontrado en los almacenes de cosméticos la colonia de un diseñador latino distinto a Oscar de la Renta o Carolina Herrera?

A diferencia de los nuestros, estos son ilustrísimos y reconocidos miembros de la sociedad neoyorquina y del Cfda (Consejo Americano de Diseñadores de Moda) que no residen en su país de origen y son considerados ciudadanos del ‘primer mundo’. El mismo que impone sobre el resto una visión hegemónica y homogénea de la estética y del quehacer creativo. En Colombia no hemos construido voces alternativas y que no aludan a los centros de la moda mundial (Nueva York, Milán, París) como referente creativo. En ese aspecto vale la pena mirar lo que sería tema de otra nota: el fenómeno de Brasil como país exportador de creatividad.

En Colombia es necesario editar las emociones, pues al reseñar nuestros ‘triunfos’ en el exterior olvidamos analizar el entorno en el cual se obtienen. En eventos como el Miami Fashion Week, referente obligado para hablar de esos ‘triunfos’, prima más el lucro individual que el interés por promover al diseñador o su país. Una muestra es que el Fashion Wire Daily, el medio más importante de Internet en cubrir el evento, no reseñó a ningún diseñador colombiano ni hizo alusión a los premios obtenidos. Y es claro que para que la moda funcione como fenómeno de masas requiere canales apropiados de difusión.

Frente a estas exaltaciones patrióticas las cifras son desalentadoras y representan un reto grande si queremos ser vistos como un país que exporta talento y no sólo mano de obra. Según Inexmoda, de los 270 millones de dólares recibidos durante 2000 por exportaciones de confección, aproximadamente el 90 por ciento es producido por las 10 más grandes compañías exportadoras. Si hablamos de productos cuyo valor agregado es el diseño, los más optimistas creen que éstos no superan el 1 por ciento del valor total de las exportaciones.

¿Cuál es entonces nuestra vocación? Hace unos años el Boston Consulting Group le preguntó al sector textil confección del país a cuál deseaba parecerse: a la China —producción y bajos costos— o a Italia —creatividad y lujo—. Los medios parecieran apostarle a Italia. Pero la imprecisión con la que a veces usan términos y expresiones para calificar nuestros productos hace más difícil esa proyección. Por ejemplo, palabras como alta costura usadas para referirse a productos que lejos están de serlo evidencian el desconocimiento de la tradición y la cultura de la moda. Sólo París produce alta costura —en Roma se llama alta moda— y sólo unas cuantas casas de moda se dan el lujo de pertenecer oficialmente a la cámara que las agrupa. No existen en Colombia ni la tradición, ni la artesanía, ni el conocimiento, ni los materiales, ni mucho menos la consumidora que justifique producir alta costura.

Es cierto que algunos diseñadores colombianos producen un prêt à porter bien cortado, relativamente bien construido, pero nuestras colecciones carecen de edición y estilismo. Es decir, muchas cosas iguales, pocas ideas o pobremente exhibidas. Al mismo tiempo muchos principiantes creen que al bautizar sus líneas con su nombre se convierten en diseñadores. Ser creador es mucho más que producir pantalones de cuerina y simples camisetas que se mimetizan fácilmente con las de las marcas comerciales. Crear significa dignificar materiales y oficio. Significa especular sobre formas para generar nuevos códigos que enriquezcan el vocabulario de la moda. No podemos seguir creyendo en el mito de la latinización del mundo y de la moda. Cada temporada la moda reinventa sus referentes, vive de la fugacidad y de autodevorarse para reciclarse y regenerarse. Es verdad que lo latino fue una moda, pero pasajera como todas.

Hoy los rostros más representativos de las pasarelas mundiales responden a prototipos más nórdicos y andróginos, que buscan identificarse con estéticas más góticas y duras que voluptuosas y exóticas. Es inútil creer que nuestras modelos están catapultadas a la fama en el exterior por un par de apariciones de las más internacionales sobre las pasarelas extranjeras.

Hay que ajustar todos los desvaríos que nos produce la necesidad de éxito y de autorreconocimiento. Así podremos desarrollar una verdadera cultura de moda como la de Barthes: dotada de significado, partiendo del saber, la reflexión y el análisis. Esta labor no será fácil. Organizarse puede ser una salida. Pero no bajo feudos personales que asuman poderes o recursos para sí. El que nos congregue debe ser un órgano serio, democrático, sin ánimo de lucro —en términos de dinero o de ego— que vele por el estímulo de la creatividad, que hable en términos de país y no de región y que reúna a verdaderos profesionales de un sector que hoy pide a gritos su inserción frente al mundo. ¡Que vivan los creadores colombianos!