Especiales Semana

El nuevo enemigo

El ataque a los símbolos del poder financiero y militar de Estados Unidos redefine un nuevo tipo de terrorismo internacional.

15 de octubre de 2001

Recientemente el presidente de Estados Unidos dijo que la diferencia entre ahora y la época de la Guerra Fría era que antes se sabía quién era el enemigo. “Ahora no se sabe quién es, pero sabemos que está allí afuera”, argumentó George W. Bush para convencer al Congreso de que financiara un verdadero escudo antimisiles.

Con el ataque terrorista del martes a los símbolos del poder financiero y militar, que acabó cobardemente la vida de miles de estadounidenses e inmigrantes de todo el mundo, el enemigo se materializó. Si se comprueba que el ataque provino de un grupo terrorista extranjero, como el de Osama Bin Laden —hacia lo que apuntan los análisis— se trataría de un enemigo nuevo.

“Son guerreros”, afirma Robert Borosage, experto estadounidense en terrorismo internacional y coordinador de Campaign for American Future, una coalición progresista en Estados Unidos, citando al analista conservador Charles Krautheimer. “Se ven a sí mismos en una guerra contra Estados Unidos porque hemos intervenido en su mundo: en el Oriente Medio, en el Golfo Pérsico, etc. El terrorismo es el arma de los débiles, de quienes no logran enfrentarse militarmente a Estados Unidos”, dijo Borosage a SEMANA.

Durante la Guerra Fría el enemigo de Estados Unidos era la Unión Soviética y todos sus aliados. Con la caída de este imperio las amenazas a la seguridad nacional de la potencia capitalista, convertida en la única superpotencia del mundo, adquirieron por momentos varias caras: la de Saddam Hussein y su fundamentalismo islámico, la de Pablo Escobar y el narcotráfico, o la de Muammar al-Gadafi y el terrorismo de Estado.

Pero con este ataque se pondría en evidencia que ese enemigo, que no se reduce a un Estado ni a una organización criminal, se redefinió. “Es un enemigo mucho más difuso y difícil de encontrar y sus armas de guerra también son nuevas”, afirma Daniel García-Peña, experto en historia de Estados Unidos.

Ya en el informe que presentó el Departamento de Estado de Estados Unidos al Congreso en 2000 sobre los patrones de terrorismo internacional se hablaba de una nueva tendencia: “Ya no se trata de grupos organizados y patrocinados por Estados sino de redes vagamente organizadas de terroristas internacionales”. Y aclara que una red de este tipo estuvo detrás del intento frustrado de introducir explosivos en Seattle en diciembre de 1999.

Como el apoyo estatal a los terroristas ha decrecido en los últimos años —agrega el informe— estos individuos y grupos buscan cada vez más nuevas fuentes de financiación como el narcotráfico y otras actividades criminales y de contrabando. “Este giro coincide con la transición de un terrorismo con motivaciones más políticas a uno con motivaciones religiosas o ideológicas”, dice el informe.

El terrorismo de ahora poco tiene que ver con la ola de secuestros de aviones a finales de los años 70 para promover la causa palestina o con otros actos políticos por el estilo. Antes de la explosión del avión de Pan Am sobre Escocia, en 1988, los terroristas reivindicaban con orgullo sus acciones para llamar la atención del mundo sobre sus banderas políticas o lograr una transacción. El brutal ataque del martes a las Torres Gemelas en Nueva York y al Pentágono en Washington, aún sin reivindicar, no buscaba sino destruir, crear una sensación de vulnerabilidad en el pueblo estadounidense magnificada por la transmisión televisiva de la tragedia y manifestar un odio acérrimo frente a ese país. Un sentimiento que, a juzgar por las imágenes de palestinos celebrando en su territorio la destrucción masiva, es compartido por otros grupos en diferentes partes del mundo.

El informe del Departamento de Estado también señala que el epicentro del terrorismo internacional se ha movido del Oriente Medio al sur de Asia. Específicamente acusa a Afganistán y a Pakistán de proveer apoyo y refugio a los grupos terroristas internacionales.

Al talibán, que controla gran parte de Afganistán, se le sindica de proteger y encubrir a Osama Bin Laden y a otros militantes islámicos buscados por Estados Unidos. “Afganistán sigue siendo refugio para terroristas o sitio de paso para una red de ‘ex estudiantes afganos’, que han estado involucrados en la mayoría de ataques o planes terroristas en contra de Estados Unidos en los últimos 15 años”, dice el último informe del Departamento de Estado presentado en abril de este año. A Pakistán se le acusa de apoyar a terroristas que pelean por arrebatarle a la India el control de la región de Cachemira. Entre estos, se encontraría Harakat ul-Mujahedin, responsable del secuestro y desvío de una aeronave india hacia Afganistán en 1999.

Además de estos dos países siete más aparecen en la lista negra del Departamento de Estado desde 1993 —Cuba, Irán, Irak, Libia, Corea del Norte, Sudán y Siria— y 30 organizaciones terroristas, entre ellas el ELN, las Farc y las AUC.

Irán y Siria, según el informe, continúan apoyando grupos terroristas que buscan torpedear el proceso de paz en el Medio Oriente, como el grupo Hamas y el Jihad islámico.

Hasta el momento la política antiterrorista de Estados Unidos se había basado en la diplomacia internacional, en inteligencia militar, en acciones judiciales para criminalizar a los terroristas y en el despliegue de su poderío militar. “Los terroristas buscan refugio en ‘pantanos’, donde el control del gobierno es débil o donde los gobiernos simpatizan con ellos’, dice el informe. ‘Nuestra meta es desaguar esos pantanos”.

El problema es que en este caso el enemigo se salió del ‘pantano’ y atacó donde más dolía. Toda la inteligencia militar y los controles fueron insuficientes. El escudo antimisiles, de haber existido, habría sido inocuo. “La seguridad ahora no es igual a armas. Sus políticas unilaterales generan odio, su militarismo genera militarismo, afirma García Peña. Y aunque su respuesta inicial a esta barbaridad, que es totalmente condenable, seguramente consistirá en más armas, yo creo que por ahí no es la cosa”.

Pocos dudan de que Estados Unidos responda con toda su fuerza a esta agresión una vez determine de dónde provino. Sin embargo esta retaliación no les restaurará a los estadounidenses la certeza de vivir en un mundo seguro. “Se pondrá una mayor atención a la defensa de Estados Unidos, a la seguridad aérea, a la seguridad en las fronteras”, afirma William Banks, profesor de derecho de la Universidad de Syracuse, experto en terrorismo internacional y nacional. Estos mayores controles afectarán, sin duda, aquello que hace la cultura estadounidense tan atractiva al resto del mundo: su respeto irrestricto por las libertades individuales. Derechos que, paradójicamente, se convierten en el principal obstáculo para ubicar al nuevo enemigo ya que, como dijo el senador Joseph R. Biden, citado por The New York Times el miércoles, “si alteramos nuestras libertades básicas, o nuestros derechos civiles, si cambiamos la forma como funcionamos como una sociedad democrática, habremos perdido la guerra antes de que ésta haya comenzado de verdad”.

Aunque aún quedan más incógnitas que respuestas, además del dolor de miles de personas en todas partes del mundo que perdieron sus seres queridos en estas torres, símbolos de la civilización occidental, nadie duda que Estados Unidos ha comenzado a pelear una nueva guerra. Porque esta vez se la declararon en su propio territorio.

Documento Relacionado

Patterns of Global Terrorism 2000