Especiales Semana

El país de los niños

Benposta, con su líder el ‘Peque’, sigue enseñando con el ejemplo que la convivencia y la democracia se contruyen en la infancia.

17 de enero de 2000

Hace 25 años vino a Colombia el circo Los Muchachos de España. José Luis Campos, mejor conocido como ‘Peque’, quien era uno de sus miembros, se quedó. Tenía 18 años y en aquel momento se enamoró de este país y de un sueño que hoy ha convertido en realidad. ‘Peque’ fue huérfano en España y gracias a Benposta, una organización española fundada por el padre Jesús Silva hace 48 años, llegó a Colombia. Benposta recogía a los huérfanos de la guerra civil y conformaba colegios de autosuperación, e incluso creó un circo que viajó por todo el mundo. Cuando ‘Peque’ dejó atrás el mundo de los elefantes, los trapecios y los payasos quiso darles a los niños colombianos la oportunidad de vivir lo que a él le habían dado en España.

Para ello nació Benposta en el país como una isla de convivencia en mitad del caos colombiano. Ya tiene tres sedes: una en Bogotá, ubicada en el barrio Los Laches, y dos más en Montería y Villavicencio. Lo curioso es que, a diferencia del resto de Colombia, dentro de Benposta todo funciona. Los niños eligen su propio alcalde y su junta de gobierno en elecciones que ellos mismos administran. Y todo está reglamentado: desde los turnos en la cocina para la comida diaria hasta las relaciones de pareja. Por ejemplo, si un muchacho decide ennoviarse con una muchacha, la pareja tiene la única obligación de anunciarle su compromiso a la comunidad en una asamblea, de tal manera que sea público y las partes asuman la responsabilidad que les corresponde. Estas y todas las reglas de juego en Benposta son impuestas y reguladas por los niños.

Benposta ha sido criticada por ser una especie de isla de tranquilidad en un infierno de intolerancia. Pero lo cierto es que su labor no se limita a sus miembros. Uno de sus principales fines es el de acercar a los niños a sus familias para fortalecer esos vínculos y recuperar hogares que en su mayoría han sido desgarrados por la violencia, el maltrato o el abandono.

En Bogotá hay 165 niños residentes y la filosofía que los orienta es muy simple: los pequeños y débiles están arriba y los grandes y fuertes abajo para sostenerlos. Desde los más pequeños, que tienen tan sólo cinco años, escogen sus representantes. Cada representante debe responder por el aseo y la organización de las habitaciones y las demás faenas que hay que desarrollar en la comunidad. Los niños estudian en el colegio desde las siete de la mañana hasta la una de la tarde y, en el tiempo que les queda después, participan en labores comunitarias, desde hacer muebles hasta cortar el pasto. Cuando un infante llega a la edad adulta y se gradúa como bachiller en promoción comunitaria tiene la opción de convertirse en mantenedor, que es el nombre que reciben los adultos que viven en la comunidad y comparten su vida con los niños. ‘Peque’ es uno de ellos y vive allí con su esposa y tres hijos, quienes son parte de la comunidad. No ganan salario y se dedican a ser garantes de que el sistema y la filosofía sigan funcionando. Uno de ellos es el médico, que atiende gratuitamente en el centro de salud de la comunidad no sólo a los miembros de Benposta sino también a la gente del barrio. “Así logramos un pacto de paz con las bandas de la zona. Ellos saben que aquí no roban y cuando tienen problemas pueden acudir a nosotros para recibir ayuda médica”, asegura el ‘Peque’.

Benposta es mucho más de lo que parece. A simple vista es tan sólo un colegio más para niños de bajos recursos pero, en realidad, es un revolucionario experimento de comunidad. Allí la democracia no es una palabra lejana que usan los poderosos para aprovecharse de los débiles. Allí la democracia se vive todos los días. Benposta es una organización humilde, no hay muchos recursos, no hay grandes instalaciones, no llegan grandes donaciones. Pero el compromiso, la dignidad y el cariño llenan esos vacíos sin ningún problema. Los hombres y mujeres que salen de allí no son colombianos normales. Son verdaderos hombres y mujeres de paz que entienden que la unión hace la fuerza y que un mejor futuro sólo se consigue si se piensa primero en colectivo.