Especiales Semana

El poder del pensamiento

Los pensamientos felices pueden mejorar la salud, inclusive cuando uno ya está enfermo.

28 de febrero de 2000

Para evaluar el riesgo de enfermedad cardíaca en un diabético los médicos usualmente toman una muestra de sangre para detectar en ella signos bioquímicos indicativos como el nivel de insulina. El método tradicional ciertamente no incluye recostar al paciente en el diván del siquiatra para preguntarle si considera que el vaso de agua está medio lleno o medio vacío. Sin embargo resulta que esto último es tan importante como el examen de sangre y existen nuevos estudios que muestran que los diabéticos con depresión corren serios riesgos de que su pobre corazón se dé por vencido.

El último estudio al respecto será publicado en el número de enero de Atherosclerosis por Trevor Orchard —epidemiólogo de la Universidad de Pittsburgh— es tan sólo una pieza del rompecabezas que los sicólogos y los epidemiólogos han estado armando durante los últimos años. Otra de las piezas sería la respuesta a la pregunta de por qué las personas con depresión parecen particularmente propensas a las infecciones. La imagen que va surgiendo a medida que todas estas piezas van casando indica que el viejo adagio de ‘mente sana en cuerpo sano’ debería invertirse. Una mente enferma puede producir rápidamente un cuerpo en mala salud y, por consiguiente, adquiere una nueva vigencia la frase de los viejos maestros de la medicina que recomendaban “trate al paciente y no a la enfermedad”.

Acentúe lo positivo

El doctor Orchard exploró la interacción entre la mente y el cuerpo utilizando datos recolectados durante el Estudio epidemiológico de Pittsburgh sobre complicaciones de la diabetes. Dicho estudio fue diseñado para identificar los factores que agravan la salud de las personas que sufren de diabetes. En la diabetes de tipo I, es decir, aquella que se manifiesta desde la juventud, estas complicaciones pueden ser tan mortíferas como la misma enfermedad que las origina. Los diabéticos de tipo I no pueden producir insulina —una hormona que regula el nivel de azúcar en la sangre—. Dichos pacientes deben inyectarse insulina a intervalos regulares o de lo contrario pueden caer en coma o morir súbitamente. Como si eso fuera poco, los diabéticos de tipo I también tienen tendencia a sufrir de una forma severa de arteriosclerosis, el ensanchamiento y endurecimiento de las paredes de las venas.

La arteriosclerosis de las arterias coronarias es particularmente peligrosa por cuanto éstas le suministran sangre al músculo cardíaco. A medida que la arteriosclerosis va afectando las coronarias disminuye el flujo de nutrientes y de oxígeno que llega al corazón y aparece la enfermedad cardíaca coronaria (ECC).

El análisis del doctor Orchard incluyó a más de 600 diabéticos, quienes fueron examinados a intervalos de dos años durante seis. Además de someterse a los exámenes fisiológicos de rigor los pacientes también fueron evaluados al comienzo del estudio mediante el ‘inventario de depresión de Beck’. Dicho inventario cuantifica los síntomas individuales de depresión (como el pesimismo, las ideas de suicidio, la retracción de la vida social y la pérdida de libido). Entre más deprimido se encuentre un paciente mayor puntaje acumula en el inventario.

Los puntajes obtenidos por los pacientes en el examen de Beck resultaron una buena variable de predicción de la ECC. Inclusive resultaron mejores predictores que el nivel de azúcar en la sangre, que es el síntoma estándar de la afección diabética. Los pacientes sin ECC obtuvieron puntajes significativamente menores en el inventario. Por el contrario, los pacientes que resultaron desarrollando angina —una dolorosa afección resultante de la arteriosclerosis— mostraban puntajes depresivos casi dos veces más altos que los diabéticos que no sufrían del corazón (12,2 versus 6,6).

Independientemente de sus tendencias depresivas los diabéticos son personas con una enfermedad seria; pero durante mucho tiempo se ha sabido que los individuos que no sufren de enfermedades serias distintas de la depresión tienen mayor probabilidad de morir que las personas en idéntica situación de salud física pero sin tendencia depresiva. Muchas de las causas de fallecimiento de los depresivos tienen una relación visible con su aflicción: las principales son el suicidio, los accidentes violentos y el abuso de drogas. No obstante los pacientes depresivos también mueren con mayor frecuencia por causas ‘naturales’ como la pulmonía o la influenza.

La cuestión de por qué los pacientes severamente deprimidos sufren de infecciones con mayor frecuencia que el promedio de las personas atrajo la atención de Gregory Miller, un sicólogo de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh. En un cuerpo humano normal los agentes infecciosos son atacados por batallones de células conocidas como linfocitos. Algunas de ellas atacan directamente a los invasores. Otras producen anticuerpos que los bloquean. Sin embargo el sistema inmunológico de las personas severamente deprimidas tiende a responder con un contraataque mucho más débil. El doctor Miller y sus colegas piensan que han encontrado la explicación de esta apatía inmunológica.

En el pasado los estudios que han relacionado la depresión mental con la depresión del sistema inmunológico se han llevado a cabo en pacientes hospitalizados. Eso complica las cosas porque el sólo hecho de estar en el hospital afecta el humor y el comportamiento de un paciente. El doctor Miller prefirió estudiar a 32 mujeres deprimidas que no se hallaban hospitalizadas para compararlas con un grupo de control constituido por mujeres sanas. En el más reciente número de Psychosomatic Medicine él observa que los linfocitos de las pacientes deprimidas respondían mucho menos que los de las mujeres normales cuando se los exponía a agentes que inducen su proliferación.

Una explicación de este hecho radica en que la depresión con frecuencia se encuentra acompañada de un desequilibrio hormonal en el cerebro. La depresión es una enfermedad asociada con niveles anormales de norepinefrina y estradiol, hormonas que se sabe tienen un papel regulatorio en el sistema inmunológico. Los resultados del doctor Miller mostraron, sin embargo, que esta diferencia bioquímica no explicaba por sí misma la debilidad de las respuestas obtenidas ante las infecciones en las mujeres deprimidas. Debía haber algo más. Cuando él y sus colegas comenzaron a examinar con más detalle a sus pacientes descubrieron que las personas deprimidas mostraban diferencias importantes en su modo de vida: fumaban más, consumían más bebidas con cafeína, no dormían apaciblemente sino con interrupciones frecuentes y hacían mucho menos ejercicio. Lo más sorprendente es que sólo una de estas diferencias, la actividad física, resultó relacionada significativamente con los niveles de producción de linfocitos.

El doctor Miller halló que la actividad física explicaba cerca de la mitad de la diferencia en potencia inmunológica encontrada entre las mujeres deprimidas y las normales. El considera que el ejercicio representa el primer elemento de comportamiento que se ha podido relacionar de manera clara con la depresión y la disfunción del sistema inmunológico. Si esta hipótesis es corroborada por estudios ulteriores podría resultar muy eficaz estimular a los depresivos a hacer ejercicio para protegerlos de las enfermedades y al fin se estaría encontrando una razón para la misteriosa relación observada entre depresión, pulmonía e influenza.