Especiales Semana

EL VALLE DE LA MUERTE

Un anàlisis de las causas de la tragedia que dejò centenares de muertos, heridos y damnificados en el Valle del rìo Pàez, permite concluìr que la naturaleza està lejos de ser la ùnica culpable.

11 de julio de 1994

OMAR DARIO CARDONA, DIRECTOR DE LA Oficina Nacional de Prevención y Atención de Desastres, no sintió el temblor que se presentó en el país el lunes 6 a las tres y media de la tarde. La razón: se encontraba en un avión que lo traía de regreso a Bogotá luego de haber participado en la Conferencia Mundial de Reducción de Desastres Naturales organizada por la ONU en el Japón.

Cardona, quien había ocupado el puesto de presidente de la conferencia gracias al prestigio que tiene Colombia a nivel mundial en atención de calamidades naturales, se enteró del sismo tan pronto llegó al aeropuerto Eldorado. Eran las siete de la noche cuando los funcionarios de la oficina que lo esperaban para transportarlo a su residencia le informaron lo que había sucedido. Le explicaron que se trataba de un temblor de 6 grados en la escala de Richter, con epicentro en el municipio de Toribío (Cauca), y con una profundidad no superior a los 10 kilómetros.

Tan pronto conoció esos datos, el director de la Oficina de Prevención se dio cuenta de que estaba frente a una tragedia de gran magnitud.

De inmediato se dirigió a la oficina para iniciar las acciones de coordinación en la zona del desastre. Allí se encontró con sus asesores, quienes acababan de enterarse por la radio de que, además del temblor, se estaba presentando una fuerte avalancha debido al represamiento del río Páez. Los pronósticos de Cardona resultaron entonces más negros. De hecho, cuando telefoneó al presidente César Gaviria para ponerlo al tanto de todo lo que estaba sucediendo, le dijo: "Presidente, esta vaina es de grandes dimension es, pero no me pregunte qué tan grandes".

La pregunta siguió sin respuesta durante las horas siguientes. Los periódicos del martes reportaron que en la zona de la avalancha sólo cuatro muertos aparecían registrados. A tal punto llegó el despiste inicial que surgieron versiones según las cuales una erupción del volcán nevado del Huila -relacionada con el terremoto- había originado la avalancha. Algunos medios llegaron incluso a transmitir confusos testimonios de campesinos que aseguraban que el volcán había arrojado lava sobre la región.

UNA REACCION EN CADENA

Ingeominas, la entidad gubernamental encargada de estudiar la actividad volcánica, tuvo que salirle al quite a estas versiones. El miércoles aseguró oficialmente que ninguna de las cuatro estaciones ubicadas en la zona había percibido señales de dicha actividad. Quedó claro así que la tragedia había sido desencadenada por un sismo. ¿Pero qué tenían con ver con ello las avalanchas de lodo?

La explicación fue surgiendo a medida que avanzó la semana: el fuerte temblor causó grandes deslizamientos de tierra de las laderas y zonas altas de las montañas de las vertientes suroriental y suroccidental del nevado del Huila, derrumbes a los que contribuyó el estado deleznable de la tierra empapada por los fuertes aguaceros de la temporada invernal. Toneladas de tierra, piedras y capa vegetal cayeron entonces al fondo del cañón del río Páez y formaron gigantescos diques, los que a su vez represaron el curso de éste y otros ríos como el Símbola, Moras y Negro, así como de otras quebradas menores. Horas después del sismo esos mismos diques se reventaron ante la fuerza de las aguas represadas -abundantes en estos meses de invierno- y generaron las descomunales avalanchas que se llevaron por delante varios municipios, corregimientos e Inspecciones de Policía, entre los cuales los más afectados fueron Irlanda, Tóez, Cohetando, Wila, Mosoco, Tálaga y Belalcázar (ver mapa). Muchos de estos ríos parecen muy pequeños para haber causado tanto desastre. Pero por cuenta del represamiento cualquier quebrada, por pequeña que sea, puede convertirse en el más asesino de los caudales, del mismo modo que un lavamanos tapado puede inundar una casa.

No fue sólo una, sino decenas de avalanchas las que afectaron la región. Asì lo confirmaron quienes viajaron a la zona tras la tragedia y dijeron haber visto "varios 'Armeros' pequeños regados por toda la cuenca".

Pero más allá de esta descripción, acertada pero bastante general, resultó difícil precisar la verdadera dimensión de la destrucción. Al cierre de esta edición aún no estaba claro el número de desliza mientos presentados, ni el de las avalanchas, ni el de los pueblos afectados, ni mucho menos el balance definitivo de muertos, heridos y destechados. Y es que aparte de la dispersión del fenómeno -decenas de poblaciones a lo largo de 40 kilómetros del valle del Páez-, la zona es una de las más pobremente censadas del país. Al conocer la tragedia ninguna autoridad nacional sabía con precisión cuántos habitantes tenía la región, qué clase de viviendas existían, con qué tipo de servicios contaban...

Lo anterior, sumado a las características naturales de la comarca, dificultó la realización de cualquier tipo de diagnóstico. Varios de los socorristas que han visitado el sitio aseguran que acceder a él era -antes incluso de la tragedia- una de las operaciones más difíciles que había en el país. Es una zona escarpada, de profundos y estrechos cañones, con carreteras en mal estado, vientos fuertes y días de niebla en el invierno que complican la llegada de los helicópteros.

ERA POSIBLE PREVENIRLA

En principio la cadena de fenómenos que originó la tragedia puede explicarse exclusivamente por causas naturales. La primera de ellas es un sismo, que produce los deslizamientos que luego represan los ríos y generan las avenidas de lodo. Pero si el asunto es examinado con mayor profundidad, es fácil ver cómo aparece la mano casi siempre destructiva del hombre como gran cómplice y agravante del proceso.

De tiempo atrás un estudio del Inderena, concluido el año pasado, había registrado la forma como en esta región -tal y como sucede en muchas otras del país- el avance de la deforestación está convirtiendo las otrora sólidas montañas en castillos de arena. La colonización desmedida e incontrolada, la siembra de coca y amapola, los conflictos de tierra que producen grandes grupos de desplazados que se ven obligados a tumbar monte nativo, todo ello ha hecho de la deforestación uno de los mayores problemas ecológicos de Colombia.

¿Pero qué tiene que ver esto con lo sucedido? El antropólogo Maurició Puerta, uno de los mayores conocedores de la zona, aseguró que "no es exagerado decir que sin deforestación las laderas de las montañas no se habrían deslizado tan fácilmente, y los diques y avalanchas quizás no se habrían presentado o se habrían dado en una escala mucho menor". Además de esto, hay otro problema sin el cual posiblemente el fuerte temblor hubiera sido solo un gran susto. Es una zona tan pobre, donde por décadas colonos e indígenas se han disputado las tierras, que los desplazados por estos conflictos terminan instalando sus viviendas y parcelas al borde de los ríos, justamente allí por donde pasan las avalanchas.

Estos fenómenos eran estudiados y las primeras conclusiones habían tratado de accionar las alarmas. Uno de ellos fue el que adelantó Ingeominas en 1986, luego del desastre de Armero en el que concluyò que, en caso de una eventual activación del volcán nevado del Huila, los sectores más vulnerables serían los ríos Páez y Símbola y la población de Belalcázar. Sin embargo, este estudio se limitó a tratar los riesgos vulcanológicos y aclaró que, de acuerdo con lo detectado, no se podría pronosticar una futura erupción de este volcán nevado.

Pero a diferencia de lo que varios representantes de la Oficina de Desastres y del Gobierno afirmaron la semana pasada, el segundo estudio, realizado por el Inderena, sí advertía los riesgos que podría correr la zona tras la ocurrencia de un movimiento telúrico de gran intensidad. El estudio explicaba las tareas por realizar, no para evitar la ocurrencia del sismo -algo que la ciencia aún no ha podido lograr-, sino para aminorar la tragedia humana. En ese documento, finalizado el año, pasado, los expertos afirmaron que "en la región existen todas y cada una de las condiciones necesarias para desarrollar flujos de escombros y lodos en la cuenca del río Páez, ya sea por actividad volcánica o sismotectónica". Agregaba el informe que mientras no se pudieran descartar erupciones o sismos de gran intensidad era necesario extremar las medidas de vigilancia, monitoreo, educación y prevención respecto de la existencia de avalanchas y de crecientes súbitas del caudal del río Páez.

Aunque el estudio planteaba en primera medida las consecuencias que acarrearía la actividad del volcán del Huila, como segundo gran riesgo mencionaba un temblor, que en el caso de ser intenso podría generar un desprendimiento de la capa de nieve de las cumbres del Huila o deslizamientos de las laderas del valle sobre la cuenca. Naturalmente, el informe también dio recomendaciones. Propuso la instalación de una red de alarmas desde el volcán hasta la represa de Betania, en el río Magdalena, del cual es afluente el Paéz; la realización de simulacros de evacuación con los habitantes en riesgo; la construcción de helipuertos en sitios estratégicos cercanos a las poblaciones situadas a lo largo de la cuenca del Páez; el fortalecimiento del sistema hospitalario y de emergencias; la señalización de vías de escape, y el adecuamiento de sitios de refugio.

Los resultados de este estudio se dieron a conocer el nasado mes de octubre en Neiva durante un simposio en el que estaban presentes los delegados de las gobernaciones, el director de la Oficina de Atención de Desastres del Huila, el director del Parque Nacional Nevado del Huila y una serie de expertos en materia de amenazas naturales. "Todos ellos me hicieron sentir como un ser apocalìptico y chiflado -le dijo a SEMANA el geólogo Edgar Roa, director dél estudio-. Pero la verdad es que todos se equivocaron al creer que el riesgo sólo se derivaba de una posible actividad volcánica y no de un temblor. Estos funcionarios son un monumento a la ineficiencia. Después de ocho años y medio se repite lo de Armero sin que el paìs haya aprendido nada".

Queda en claro, pues, que estos funcionarios regionales subestimaron los riesgos claramente advertidos por el estudio del Inderena, y que lo justo es que sean investigados por ello, pues lo mínimo que han debido hacer es diseñar unos planes de reubicación de pobladores para evacuar, si no todas las zonas en peligro, cuando menos aquellas de mayor riesgo. En eso, al menos a nivel regional, falló el Sistema de Prevención de Desastres. Y si se confirma, como algunos lo aseguran, que la propia Oficina Nacional conoció el documento, la responsabilidad trascenderá el plano regional.

La verdad es que los funcionarios suelen rechazar, casi automáticamente, las propuestas de evacuación y reubicación, debido principalmente a los conflictos que genera su puesta en marcha. En Colombia son numerosos los casos en los que los mismos habitantes son los que se niegan a abandonar su región, su casa y sus propiedades ante la eventualidad -que prefieren ver como remota- de una catástrofe natural. Incluso cuando la posibilidad de la tragedia pasa de ser una amenaza para convertirse en una realidad, muchos pobladores son reacios a dejar sus parcelas. Esto es aún más claro en zonas tradicionalmente afectadas por conflictos de tierras, como lo es la del valle del río Páez, donde habitan 16 resguardos paeces y guambianos desde siglos atrás, constantemente amenazados por los colonos y terratenientes.

Aun así, nada de lo anterior puede servir de excusa para la indiferencia con la cual actuaron los funcionarios que fueron alertados por el informe del Inderena. Si los estudios advierten los riesgos a tiempo y nada se hace, la conclusión obvia es que el Sistema de Prevención de Desastres no está funcionando. Lo grave es que los hechos de la semana pasada parecieron demostrar que, además de las faltas en prevención, sigue habiendo graves fallas en la atención misma de emergencias como esta. Las primeras horas fueron caóticas: la ayuda más urgente se demoró en llegar incluso varios días, algo que resulta inexplicable después de las experiencias adquiridas en Armero en 1985 y Murindó (Antioquia) a principios del año pasado. En este último caso el Sistea de Atención funcionò como nunca, en contraste con lo sucedido la semana asada.

La explicación puede ser el nivel de desarrollo alcanzado por el departamento de Antioquia en estas materias. Según un alto funcionario del gobierno central, "todo indica que la Oficina Nacional en Bogotá creyó que en el Cauca el sistema regional de Atención iba a operar tan eficientemente como el antioqueño en Murindó, y quien crea eso se equivoca, pues el Cauca es un departamento pobre y poco desarrollado institucionalmente, al contrario de lo que pasa en Antioquia".

Otro caso que demuestra el daño que en estas situaciones causa un funcionario que actúe con la tradicional ineficiencia de la burocracia es el del destituido gerente del Idema en el Huila, Jairo Trujillo Delgado. El miércoles, cuando fue requerido por los ministros de Gobierno, Fabio Villegas, y de Defensa, Rafael Pardo, por las razones que tenía para haber demorado casi un día el envío de centenares de mercados a las poblaciones afectadas, argumentó -según la versión del gobierno nacional- que los trámites y papeleos que autorizaban el envío no habían sido culminados.

Por fortuna, al final de la semana la ayuda estaba comenzando a llegar masivamente. Además, la ya conocida solidaridad de los colombianos alcanzaba sus máximos niveles con numerosas recolectas de ropa, víveres y dinero. Pero todavía así, aun si todo este esfuerzo logra mitigar los sufrimientos de los habitantes del valle de la muerte, una vez más se habrá dado el caso de curar lo que quizás se hubiera podido prevenir.

"Qué fue del padrecito?"
"Dónde está el padrecito Ignacio? Nadie lo ha visto? Es el único que me dicen que hace falta. Quién tiene la lista de sobrevivientes?". La hermana María Dolores hace parte de la comunidad misionera que evangeliza a los indígenas paeces en Huila. El día de la tragedia se encontraba en una vereda a pocos minutos de Irlanda, uno de los pueblos más destrozados donde, además, existían dos seminarios, los cuales fueron derribados por la avalancha. "Gracias a Dios nos salvamos algunas personas. Lo nuestro fue un milagro. Ojalá que aparezca el padrecito. Por qué no salen a buscarlo?". Pese a las intensas labores de rescate, cinco días después de la tragedia aún las autoridades y los organismos de socorro ignoraban la suerte del sacerdote.

"La tierra nos tragó a todos"
"...Y usted, qué quiere que le diga? Que el río se nos vino encima, que las montañas nos tiraban piedras, que la tierra se revolcaba y se abría para tragarnos a todos. A María Valdés, don Teodoro, el viejo Marcelino Mesa, los Guigia, a todo el mundo se llevó la corriente del Páez. A mis dos hijos. Al profesor Delgado, a Jesús Duque, a Alicia la de doña Zoila, a Miguel Baicué, a Lorenzo Cuene, al hijo de Inelia. Mire no más cómo quedó el pueblo. No hay nada, señor. Ni la iglesia, ni la escuela, ni la calle central que pasaba por allá. Quiere que le diga qué pasó con mi mujer? Desapareció. A ella también se la tragó la tierra".
Testimonio de Reinaldo Baichué Cuspian, Meseta de Tóez.

"La desgracia se juntó con la pobreza"
Fannor Zambrano lo perdió casi todo. Sus amigos, su casa, su negocio de billar y la cantina donde vendía cerveza helada fueron arrasados por la avalancha. Su familia, sin embargo, sobrevivió toda: su mujer proque había salido un día antes para Popayán a hacerse unos exámenes médicos, y sus dos hijos, Lucio y Cristian Camilo, porque, a pesar de la angustia y la desesperación, sacaron fuerzas para correr más que la corriente del río Páez. Aunque su situación parece más llevadera, comparada con la de otros miles de damnificados, Zambrano no parece muy feliz: "Ahora sí nos jodimos todos: No ven que la desgracia se juntó con la pobreza?".

"Alguien trajo agua?"
"No queremos periodistas, ni fotógrafos, ni candidatos. Para qué nos toman fotos? No queremos decir nada. Ustedes se están aprovechando de nuestro dolor. Eso lo castiga Dios. Por qué no se quedan ustedes aquí y nosotros nos vamos en su helicóptero? Llevamos tres días sin comer nada, aguantando frío y la tierra sigue temblando. Necesitamos drogas y alimentos cocinados. Para qué nos traen arroz en bolsas si no tenemos en dónde prepararlo? Alguien de ustedes trajo una olla? Alguien trajo una bolsa de agua? Nadie? Ven por qué decimos que se están aprovechando de nuestro dolor? Ya les dije: no queremos más fotos".
Testimonio de Enmanuel Inbachí Cuene, Alto de la Troja.

En medio de la muerte, la vida
Cuando Maria Angélica Velasco abrió los ojos, se vió rodeada de regalos. Había muñecas de felpa inmensas, grandes, más grandes que ella, biberones, vestidos y zapatos blancos. Una manta rosada y suave le cubría a ella y a Alicia, su madre, una campesina de 25 años que se dedicó a lavar ropa ajena después que su marido la abandonara hace ocho meses. Ahí estaban, sonrientes, los médicos de la policlínica, las enfermeras, dos pilotos que las sacaron del fango, una monja y un sacerdote feliz que la bañaba con agua bendita. Era el miércoles 8 de junio. Ella había nacido 24 horas antes en medio del lodo, rodeada de muertos, arrullada con llanto y bañada con lágrimas. María Angélica fue el milagro de la avalancha. Cuando la muerte pasó enfurecida, bramando por todo el cañón del río Páez, llevándose todo lo que encontraba a su paso, la dejó a ella sembrada en una loma de Belalcázar. La suya es quizá la única historia con final feliz en medio de tanto dolor.