Especiales Semana

Entre cañones y serranías

Santander, un departamento que ha tenido que vivir las confrontaciones, marca una página importante de nuestra historia.

17 de julio de 2005

En la tierra de los guanes, los carares y los yariguíes, la misma en la que se gestó la Revolución de los Comuneros en épocas libertarias, se levanta Santander, un departamento que desde entonces ha hecho su parte en la construcción de la Nación. Como en todas y cada una de las regiones de Colombia, el conflicto armado, la crisis económica y la corrupción histórica de las instituciones han hecho mella en el buen desarrollo humano del departamento. Pero con altibajos, puntos a favor y otros en contra, los santandereanos no paran en la tarea de sacar adelante la región.

A principios del año pasado, en el marco del Programa nacional de modernización, eficiencia, transparencia y lucha contra la corrupción, el departamento firmó el Pacto por la transparencia. Este instrumento, creado para que organizaciones de la sociedad civil y órganos de control puedan seguir de cerca el cumplimiento de las políticas públicas de la administración departamental, ha empezado a dar sus frutos. Hace dos semanas, las directivas departamentales hicieron rendición de cuentas a los santandereanos sobre las gestiones que se han hecho y las que falta por hacer. Los resultados dan un panorama de la situación actual del departamento.

Atravesado por el Magdalena Medio -una de las regiones con mayor índice de conflicto-, el departamento ha tenido que padecer la dinámica propia de la guerra. Esa situación ha generado desplazamiento, pobreza y miedo. Sin embargo, las cifras del último año son un aliento en medio del calor del fuego. El departamento triplicó la inversión en seguridad en 2004. De 586 millones de pesos se aumentó a 1.890 millones de pesos. Los ciudadanos no saben bien a qué adjudicar el clima más sereno del último año, pero creen que se debe a la presencia de fuerza pública en la totalidad de los 87 municipios de la región. Esa mejoría en el tema de seguridad y de orden público tiene resultados visibles: el secuestro ha bajado en 62%, las capturas de miembros de las autodefensas aumentó en 94%, y los 12 funcionarios que meses atrás debían despachar desde Bucaramanga, pudieron regresar a sus municipios y trabajar en el área.

Como todo paisaje tiene sus sombras, la población desplazada (migración interna y externa) aumentó en 7% durante el último año. Por esa razón, de la inversión en paz y derechos humanos -que se incrementó en 213% en relación con 2003-, se destinó un gran porcentaje a la atención de este grupo en relación con alimentación, educación y aseguramiento en salud.

El pancoger

Contrario a lo que ocurre con muchas ciudades del mundo que tienen grandes refinerías, Barrancabermeja no es un modelo de desarrollo industrial fuerte. En consecuencia, sus habitantes no se han visto beneficiados en calidad de vida. Allí, donde se produce cerca del 95% de los petroquímicos que se consumen en el país y el 75% de los combustibles que mueven a Colombia, aparece un fuerte contraste entre la riqueza que genera la industria de la refinería, y la pobreza de su gente. El secretario de desarrollo del departamento reconoce las dificultades de los pobladores y asegura que se están realizando esfuerzos desde los sectores gremiales para dinamizar la actividad económica de esta región, lo que se traduciría en mejores condiciones para los barranqueños.

Otra de las consecuencias de la presencia de los grupos armados en la región ha sido el uso de las tierras en todo el departamento para cultivos ilícitos. Organizaciones no gubernamentales, nacionales e internacionales; el Programa de desarrollo y paz del Magdalena Medio, y las mismas instituciones gubernamentales han puesto en marcha varios proyectos para la sustitución de esos cultivos. Algunos han fracasado, otros siguen dando la pelea contra los múltiples enemigos: uno de ellos, las fumigaciones con glifosato, que se llevan por delante, de la misma forma, lo ilícito y lo lícito.

Dos de los proyectos de sustitución que más fuerza han demandado son el del cacao, que beneficia a más o menos 200 familias agricultoras de los municipios de Landázuri y Cimitarra, y el del caucho, que busca incluir en la cadena productiva lícita a 413 agricultores de San Vicente, El Carmen, Barrancabermeja, Puerto Wilches y Landázuri.

En la búsqueda de un desarrollo económico que contribuya, además, a la construcción del tejido social de la región, se ha destinado una parte importante de las políticas públicas al fortalecimiento de la actividad del campo. A partir de procesos de emprendimiento local como las Agencias de desarrollo económico local, se ha focalizado este esfuerzo. Las agencias, por ejemplo, buscan desarrollar cadenas económicas con los productos representativos de los municipios. El modelo, que se basa en una metodología de Naciones Unidas, se aplica actualmente en Vélez, con los bocadillos veleños. "Con esta Agencia de desarrollo nosotros desarrollamos unas cadenas productivas que, en su caso, son: bocadillo - panela - agroturismo", cuenta Sierra. El proyecto beneficia a 90 cultivadores de guayaba y 15 microempresas productoras de bocadillo.

Los Centros de desarrollo productivo están enfocados a desarrollar la capacidad exportadora de las industrias locales. "Tenemos Centros de desarrollo de alimentos, joyería, confecciones y cuero. Eso ha hecho que el nivel exportador del departamento se haya incrementado", dijo Juan Carlos Sierra, secretario de desarrollo de Santander.

Aunque las cifras del Dane demuestran que durante 2004 las exportaciones del departamento se incrementaron en 52%, la industria busca estrategias para diversificarse y mantener el mercado. En Santander, la confección y la marroquinería han sido los renglones tradicionales y, de hecho, las exportaciones de estos productos han aumentado. Pero los esfuerzos de Antioquia y Norte de Santander les han quitado mercado. En este momento, el departamento es protagonista de dos tipos de industria: la avícola y el desarrollo de software.

El turismo es otro renglón que cobra fuerza en la región. Los índices de seguridad ha contribuido a que los caminos santandereanos se vuelvan a abrir ante los ojos de los viajeros como una opción. Entre cañones y serranías aparecen los pueblos coloniales, algunos que incluso hacen parte de nuestro patrimonio, con su historia y sus costumbres se cruzan y se intercalan a lo largo de más de 300 kilómetros de extensión.

Mientras no pierda la fuerza que corre por su sangre indígena, Santander seguirá en pujanza por un departamento que, además de belleza, tiene oportunidades.