Especiales Semana

Extasis

Es la droga de moda entre los jóvenes de estratos altos. Muchos creen que es inofensiva. Pero no lo es.

4 de junio de 2001

Las noches del viernes y del sabado es la rumba fuerte. Los jóvenes quieren desconectarse, hacer catarsis, sacudirse del trajín de la semana a como dé lugar. Los bares están bien para comenzar. Luego, pasada la hora zanahoria, los ‘clubes sociales’, que no es sino un eufemismo y un recurso jurídico para hablar de los mismos bares, siguen abiertos hasta la madrugada para los amantes de la rumba. O con un par de contactos se puede encontrar el camino hacia los after-party clandestinos. Estas fiestas, sui generis e ilegales desde su nacimiento, han puesto de moda su propio estilo de diversión. Su versión de la rumba es un coctel que incluye gente joven que quiere liberar el estrés y saturar sus sentidos por medio de la combinación de música electrónica, juegos de luces con rayos láser y las denominadas bebidas inteligentes. Pero de un tiempo para acá la reina de la noche es una pequeña pastilla de llamativos colores y formas, con nombre sugestivo y fama de inofensiva, que empieza a ser consumida cada vez más en estos espacios: el éxtasis. Su uso está asociado con los lentes oscuros para que la luz no afecte las pupilas dilatadas, y con el generoso consumo de agua para evitar una deshidratación, y de colombinas para contrarrestar la resequedad de la boca. En estas fiestas, o en los exclusivos bares donde se consume a manos llenas, una botella de agua se negocia como si estuviera siendo adquirida en un oasis del desierto del Sahara: entre 20.000 y 30.000 pesos. Esta es la manera como los bares y los after-party hacen negocio ya que, una regla tácita del consumo de éxtasis, es no combinar la pepa con alcohol para evitar el aumento de daños hepáticos. Por 40.000 pesos los expendedores de droga ofrecen el éxtasis como la llave que abre por cuatro horas las puertas de la percepción a una sensación única de comunión. Es ‘la reina de la noche’. Por sus cualidades energizantes la promocionan como ‘la droga del baile’ y por sus efectos desinhibitorios como ‘la droga del amor’. En el mundo se venden hasta 500 tipos de pastillas de diferentes colores y tamaños, marcadas con diseños de pájaros, mariposas, personajes de cómic o de dibujos animados, el símbolo de dinero, corazones, letras, abreviaturas, rayos, marcas registradas, conejitos de Playboy, lunas, estrellas y soles, entre otras figuras. En Colombia venden hasta 15 tipos de pastillas con nombres como ‘mitsubishi’, ‘motorola’, ‘dove’, ‘eva’, ‘playboy’, ‘supermán’, ‘smile’ y ‘piscis’, entre otras. La ‘pepa del amor’ Quienes la han probado no ahorran palabras para describir lo placentero de la experiencia después del golpe inicial, cuando el cuerpo la asimila. Un consumidor de una pastilla de 120 miligramos escribió sobre su vivencia: “Me siento totalmente limpio en mi interior, no hay nada excepto la más pura euforia. Nunca me he sentido tan grande o creído que esto fuera posible”. Otro habló de lo que le ocurrió como “una separación de cuerpo y alma”. Los propios médicos saben que la pastilla abre la mente a los sentimientos propios y a los ajenos y mejora el estado de ánimo. Estos testimonios positivos se difunden con rapidez por el correo de las brujas y, sumados a la novedad que supone la pastilla y al aura benévola que la rodea, muy diferente a la historia negra que acompaña la inhalación de cocaína o la inyección de heroína, alimentan la curiosidad de la gente por probarla. Al hacerlo se sienten audaces y transgresores por su carácter ilícito, pero también cómodos porque lo hacen con amigos en un ambiente festivo y relajado propicio para cualquier cosa. Es un ritual de fin de semana para niños bien. En 1997 una encuesta contratada por SEMANA encontró que las cifras de consumo de éxtasis en Colombia eran insignificantes en términos estadísticos. Ahora hay indicios de que su consumo ha aumentado y que cada vez es menor la edad de quienes lo ingieren. El pasado 26 de abril, por ejemplo, la Policía decomiso 12.000 pastillas de éxtasis en el Parque de la 93. Las pepas iban a ser vendidas por tres hombres, en ese exclusivo lugar del norte de Bogotá, en 700 millones de pesos. Los propietarios de otras 38.000 pastillas que hacían parte del negocio, repartidas en varios carros alrededor del parque, desaparecieron junto con su mercancía cuando se percataron del operativo. Esta incautación es la más grande que se ha hecho en América Latina (ver secuencia fotográfica). Las autoridades temen que si se generaliza el éxtasis puede convertirse para esta generación lo que la marihuana representó para la de los 60. Ahora la fachada de cuento de hadas del éxtasis está empezando a desmoronarse. Por una parte, cada vez más estudios médicos comprueban el efecto nocivo que tiene para los seres humanos su consumo continuo, solo o asociado con otras sustancias sicoactivas (ver recuadro). Por otra, las autoridades han sacado a la luz el lucrativo negocio que tienen montado narcotraficantes del oeste de Europa, en asocio con la mafia rusa y la israelí, para expandir el mercado del éxtasis y otras drogas sintéticas. Todo parece indicar que han tenido éxito en esta empresa delictiva. El consumo recreativo y automedicado aumentó tanto en países como Estados Unidos que revistas como Time y la dominical de The New York Time dedicaron sus portadas a explicar un fenómeno que se resiste a ser demonizado. El tráfico de éxtasis se ha disparado, según la Interpol, en Oceanía, el Lejano Oriente, Europa del Este, Norteamérica y Surámerica, incluido Colombia. “Nuestro país es líder en innovación en narcotráfico. Alguien metido en este negocio debió cambiar cocaína por drogas sintéticas. Las vendió acá, causó furor y por eso varia gente empezó a traer… como no había ningún control para el ingreso”, le dijo a SEMANA uno de los investigadores de la Dijin que lleva más de un año tras la pista de los traficantes de esta sustancia ilícita. Droga reencauchada El éxtasis lleva 89 años dando de qué hablar en el mundo. En 1912 fue sintetizado por los laboratorios Merck y bautizado con el nombre químico de metilenedioximetanfetamina (Mdma). Pertenece al grupo de estimulantes de tipo anfetamínico (ETA), cuya estructura química es similar a la de los neurotransmisores que trabajan en el cerebro humano. Dos años después fue patentado como una sustancia intermediaria para el desarrollo de futuros compuestos terapéuticos. No se volvió a hablar del Mdma hasta 1953, cuando la Universidad de Michigan, por iniciativa del ejército de Estados Unidos, probó su toxicidad en animales. Los militares querían saber si era útil para desorientar a las tropas enemigas en el campo de batalla o como suero de la verdad durante el interrogatorio de prisioneros. De alguna forma la pastilla salió a las calles y fue una más de las tantas drogas que se consumieron durante la década de los 60. Algunos sicoterapeutas de vanguardia la usaron entonces como herramienta para la solución de problemas sicológicos y mejorar las relaciones interpersonales. Años después, en 1978, el bioquímico ruso Alexander Shulgin y su esposa Ann escribieron Pihkal, a chemical love story, una obra clásica en la que contaron sus experiencias con 172 sustancias sicoactivas, incluido el Mdma. Para Shulgin la pastilla “era como un martini sin calorías, un intoxicante, lo estudié como una alternativa al alcohol”. También dejó en claro que el éxtasis no era un afrodisíaco: “Te da un acercamiento a los demás, una calidez emocional, pero no necesariamente una erección. Es algo sutil”. El libro de los Shulgin lanzó al estrellato esta droga sintética, que comenzó a ser producida para ser vendida en discotecas y bares gay. Sus consumidores eran universitarios, profesionales jóvenes y personas vinculadas a ciertos movimientos espirituales de la nueva era, quienes lo usaban en la meditación. En 1985 la DEA la prohibió en Estados Unidos y un año después fue incluida por las Naciones Unidas en la lista de sustancias controladas. Lo paradójico es que hasta ese momento, según siquiatras españoles de la Universidad de Oviedo, la imagen de droga segura que irradiaba el éxtasis tenía fundamento porque “el número de reacciones adversas comunicadas (en particular al sistema de notificación estadounidense, Dawn) era muy bajo”. Después de la prohibición el problema de la producción y el consumo de éxtasis se incrementó en forma gradual hasta alcanzar los niveles actuales. Entre 1980 y 1994, según las Naciones Unidas, aumentó seis veces el número de laboratorios que producían anfetaminas descubiertos por las autoridades. A finales de los 80 y durante toda la década de los 90 el éxtasis ilegal se reencauchó en Europa de la mano de la música electrónica. Sus propiedades empáticas y de comunicación lo convirtieron en la droga bandera de los raves. Estas son fiestas multitudinarias en las que la individualidad se desvanece en aras de una comunión temporal, obtenida por medio de la combinación de música, baile y drogas. La música es hecha a partir de mezclas realizadas por un DJ, se caracteriza por tener un nivel muy alto de bajos que laten a 120 beats por minuto, lo cual simula el latido del corazón. Para bailar esto no hay normas establecidas, se trata simplemente, en palabras de un raver, “de perderse uno mismo en el beat, llegando a ser uno con la música y dejando que la música controle tus movimientos”. Hacer esto es fácil con una dosis de éxtasis circulando por el torrente sanguíneo. Paradójicamente fue en estos festivales de exaltación del éxtasis que la pastilla perdió su aura de inofensiva. “En Europa esta sustancia ha presentado mayor número y gravedad en sus efectos tóxicos, quizá debido a las diferentes circunstancias en que se consume”, comentaron en un informe los siquiatras de la Universidad de Oviedo. La Policía Criminal Federal de Alemania coincide con ellos en esta apreciación: “A menudo, lo peligroso no es el efecto secundario principal, sino más bien las circunstancias que rodean al consumidor (…) el peligro de estas sustancias está en su abuso unido a un ejercicio físico extenuante (baile)”. Los raves se popularizaron en toda Europa y de allí fue que algunos empresarios tomaron la idea para hacer algo similar en Colombia. La ley zanahoria se convirtió en el pretexto perfecto para montar after-party los fines de semana en hangares, bodegas, mansiones abandonadas o parqueaderos. Las multitudes que se reunían a bailar sin descanso les permitían a los jíbaros trabajar sin problemas. Los narcotraficantes aprovecharon este movimiento hedonista (cuyo ideario está contenido en la sigla Plur (que significa Peace, Love, Unity, Respect) para vender su mercancía. El negocio es redondo. Se montan pequeños laboratorios, incluso algunos móviles, en los que un químico puede producir, de seis formas diferentes, las pastillas. Una pepa hecha en Holanda, el mayor productor de éxtasis del mundo, cuesta menos de un dólar. Un comprimido se consigue en ese país, según Joost van Slobbe, agregado de la embajada de los Países Bajos en Colombia, en cinco dólares. A este precio lo compran para la exportación al por mayor las redes de narcotraficantes. Luego distribuyen el éxtasis, según la Interpol, por medio de embarques aéreos, contenedores marítimos o correo expreso. Este método es muy popular. En 2000 el Servicio de Aduanas de Estados Unidos decomisó nueve millones de tabletas que intentaron introducir a ese país por esta vía. Pais de transito El año pasado la Policía Aeroportuaria colombiana registró dos casos de incautaciones de pequeñas cantidades de éxtasis. Este año, como ya se extremaron y refinaron los controles, van en 18. Es imposible calcular cuántas pastillas ingresaron al país en el pasado camufladas como vitaminas. Lo cierto es que el éxtasis es conocido desde los primeros años de los 90, como lo comprobó un estudio exploratorio que sobre el tema realizó en 1996 la Unidad Coordinadora de Prevención Integral (Ucpi) de la Alcaldía Mayor: “Según los consumidores, el éxtasis se conoce en Bogotá hace aproximadamente tres o cuatro años y se ha hecho aún más popular desde hace dos años”. En esa época quienes lo traían del exterior lo usaban para consumo personal o para venderlo y, en sus propias palabras, “sacarle provecho al viaje”. Hoy, según las autoridades, la importación y comercialización de esta droga está en manos de cinco grupos de narcotraficantes con sede en Bogotá. Son organizaciones con capacidad para traer hasta 100.000 pepas en un solo viaje, distribuirlas en cantidades menores en circuitos preestablecidos en las principales ciudades del país y dejar un excedente para la exportación a Ecuador, Panamá y Estados Unidos. Por debajo de estos capos están los ‘tramitadores’, personas jóvenes de buena posición social y solventes económicamente, que controlan el menudeo del éxtasis en lugares como el Parque de la 93, la Zona Rosa y la calle 116. Hasta ahora el alto precio de la pastilla y su vinculación con un tipo de rumba muy definido ha mantenido el uso del éxtasis dentro de un grupo muy específico de la población. Hay excepciones, como las que registró el Sondeo nacional del consumo de drogas en jóvenes, hecho por el programa presidencial Rumbos, que encontró cifras significativas de consumo de éxtasis en capitales como Yopal (Casanare) y Puerto Carreño (Vichada). Este fenómeno podría estar relacionado con el hecho de que estos lugares son rutas del narcotráfico y por eso mismo son más vulnerables a la creación de mercados locales de algún producto ilícito. Lo que las autoridades temen es que los laboratorios colombianos fabricantes de éxtasis (se sabe de la existencia de uno en Medellín y otro en Cali) refinen su producción y saquen al mercado una pastilla más económica que la importada. Esto podría atraer a consumidores de otros estratos y ampliar el mercado. Cuando esto ocurre está comprobado que la calidad de la droga baja. En Holanda en 1997, según el centro médico de la Universidad de Leiden, el porcentaje de pastillas de éxtasis puras bajó de 60 a 20 por ciento. Esto aumenta las probabilidades de intoxicación o de muerte del consumidor por causa de una droga adulterada. Para evitar este problema en Holanda, donde las drogas sintéticas son ilegales, existe Safer House, una organización que se encarga de analizar y controlar en forma gratuita la calidad de la pepa. Los jóvenes han decidido ignorar todos los riesgos y consumir esta pastilla que, por unas horas, los ayuda a desconectarse de la realidad y los comunica con un mundo personal o de amigos que los adultos desconocen. Con el éxtasis no buscan tener experiencias trascendentes o manifestar su rebeldía contra la sociedad, sólo gozar del momento y escapar de su entorno en el espacio de la rumba. El problema es que en ese ‘viaje’ químico pueden encontrar la muerte.