Especiales Semana

GAVIRIA,EL HOMBRE

Con más peso en la cola que lo que indican sus años y su figura, es el nuevo Presidente de la República.

25 de junio de 1990

Los que trabajan con él dicen que cada día madruga más. Pero más que una manía, él lo considera una necesidad. Lo hace para oír, antes que nadie, las primeras noticias de la radio, para leer los periódicos, para hacer -con el primero de sus colaboradores que se le cruce por delante un análisis de lo que está pasando, o para, simple y llanamente, escaparse a la única actividad que lo saca de los problemas y lo relaja: Jugar tenis.
Todo lo anterior puede fácilmente suceder antes de las 6:30 de la mañana. Es un ritual que sólo rompe cuando está en vacaciones, algo que posiblemente no le vuelva a suceder antes del 7 de agosto de 1994. En épocas de trabajo les concede gran importancia a estas primeras horas del día. Para él, no basta con estar bien informado. Hay que tener, desde temprano, un análisis y una interpretación de los hechos. César Gaviria considera que esa es una de las mayores obligaciones de un político.
La mañana le rinde y le rinde todo el día. Nada obsesiona más al nuevo presidente de los colombianos que organizar racionalmente su tiempo. Es puntual como pocos. Su agenda define las citas con una precisión de minutos. Por eso mismo quizá, nada lo exaspera más que el incumplimiento de una de ellas, o que el visitante o el interlocutor telefónico le robe tiempo hablándole de todo y de nada, una costumbre muy arraigada entre los colombianos. Su paciencia se agota cuando un desayuno, un almuerzo o una reunión de cualquier tipo se prolonga innecesariamente por cuenta de la cháchara o la carreta.
Sólo un huracán llamado María Paz, su hija de seis años, es capaz de abrir todas las puertas, interrumpir las reuniones y saltar sobre Gaviria. La debilidad del nuevo presidente por sus hijos hizo que alguna vez alguien comentara, en la casa de los Gaviria: "Aquí el pulso firme corre por cuenta de Ana Milena". Pero, aparte de sus hijos, nada irrespeta los horarios de Gaviria. Le satisface ir despachando su agenda en los tiempos previstos. Sólo al final de la tarde, y si esa agenda se ha agotado, se da un permiso de no más de media hora para hablar tranquilamente con sus colaboradores o con algún visitante ocasional. Pero la informalidad de la charla deriva fácilmente hacia algún tema o asunto que Gaviria deba resolver. Entonces, abre una discusión generalmente con una pregunta en la que evita dejar traslucir su posición. Suelta una opinión polémica, casi atravesada, le pica la lengua a sus interlocutores y sólo se da por satisfecho cuando saca una conclusión. Rara vez tarda mucho en hacerlo. Rara vez una discusión con César Gaviria dura más de una hora. Le molesta dar vueltas indefinidamente alrededor de un tema sin agotarlo. Cuando el ejercicio racional le resulta insuficiente para sacar algo en claro o para tomar una decisión, acude al olfato y a la intuición. Estos elementos han intervenido en algunos de los trances más importantes de su vida pública.
En problemas que no requieren su intervención directa, delega sin rodeos. Pero no sin antes preguntarle al colaborador en quien está delegando: "¿Me puedo olvidar de eso?". Si el problema se arregla, no vuelve a mencionarlo ni a preguntar por él. Pero si no, se la dedica por varios días a quien le falló y en la siguiente oportunidad en que le va a delegar algo, le dice: "Y usted si será capaz de hacer eso?".
Es un hombre estudioso y disciplinado. Si tiene que preparar un documento o un discurso, hace la tarea como el más aplicado colegial. Consulta documentos que le sirvan de base, toma notas, hace algunas llamadas, pregunta aquí y allá. El mismo escribe a mano o dicta en una grabadora sus borradores. Luego Inés, su secretaria desde hace siete años, los pasa a limpio antes de que el les vuelva a meter mano llenando el texto con correcciones al margen de la hoja, con una letra menuda y fina escrita siempre con lapicero.
Ese mismo orden se refleja en la forma como maneja los papeles de su escritorio. Se altera cuando ve, con cara de desesperación y como si quisiera pedir auxilio, que han crecido cerros de papeles frente a él. Se queja entonces de la falta de tiempo y se promete a sí mismo madrugar un poco más que de costumbre al día siguiente para ponerse al día. Despacha los documentos uno por uno y si no hay necesidad de conservarlos, se deleita destrozándolos, alimentando con ellos una maquinita que los vuelve picadillo y que en su oficina hace las veces de caneca.
Su tiempo libre -alguna vez dijo que los hombres importantes siempre debían tener tiempo libre es escaso. Pero le gusta reservarse algunas horas a la semana. Aparte del tenis, le gusta ver los partidos de la Selección Colombia y frente al televisor es capaz de saltar con los brazos en alto por un gol o manotear por una jugada. Lo otro es la música. Y no sólo el rock, del que tanto se ha hablado. Con Ana Milena, comparte sus preferencias musicales y a su lado disfrutan por igual a David Bowie o a Chopin. En cuanto al rock, sus preferencias son claras. Hijo leal de los años 60, es fiel a la tradición de los Beatles y escucha con aire de desprecio todo lo que le suena a música disco o rock meloso.
A pesar de su imagen de hombre frío y serio, tiene un particular sentido del humor. Rara vez hace chistes, pero su risa es generosa con los apuntes de los demás. Le gustan las anécdotas y él mismo cuenta las suyas sin temor a reírse de sí mismo. El mal genio no le dura mucho, pero cuando está bravo, está bravo. No lo oculta, dice claramente lo que le molesta, muy rara vez levanta el tono de la voz o se sale de casillas. Y él mismo se encarga, cuando ya se ha desahogado, de pasar la página. Alguien que lo conoce hace tiempo, asegura que el nuevo presidente "es ordenado hasta con el mal genio".
Ese dominio del que hace gala tanto en privado como en público, el mismo que los colombianos le conocieron como ministro de Hacienda, de Gobierno y en las nueve oportunidades en que asumió funciones presidenciales, puede ser su mejor aliado en los difíciles días que le esperan.