Especiales Semana

INVASION!

Consternación mundial por intervención militar norteamericana en Panamá.

22 de enero de 1990

Esa noche Domitila Ramírez presentía que algo iba a pasar. Pero el suyo no era un presentimiento infundado. Su hijo, que trabajaba en labores de mantenimiento cerca de la base aérea del Fuerte Clayton, le había contado que el día anterior por lo menos diez grandes aviones de transporte militar habian aterrizado allí.
Con las cosas como estaban con los gringos, pensó, no sería nada raro que intentaran algo contra el gobierno del general Manuel Noriega. La que Domitila nunca se imaginó fue que su propia casa, situada cerca del cuartel general de las Fuerzas de Defensa, en el barrio del Chorrillo, pagara también los platos rotos.
Fue a la una de la mañana cuando los habitantes de Panamá se enteraron que ese día, que apenas comenzaba, iba a marcar para siempre las vidas de quienes lograran sobrevivir.
Primero fueron cientos, luego miles de soldados norteamericanos que entraron en territorio panameño como una avalancha humana. El primer objetivo militar, que era el Cuartel General (donde creían que estaba Noriega) ardió rápidamente bajo el fuego intenso de un violento bombardeo que arrasó también con cientos de viviendas humildes como la de la propia Domitila. Los ruidos del combate ahogaban los gritos de los pobladores, que en un éxodo despavorido buscaban refugio en las casas de amigos o familiares, cargando consigo los aparatos domésticos más preciados. La tragedia de Panamá había comenzado.

Como ocurre en este tipo de acontecimientos, lo primero que se apoderó de Panamá fue la confusión. Un testigo colombiano declaró que vio cómo un destacamento de marines desembarcó en la playa que queda frente a Ciudad de Panamá y atacó a la caballería de las Fuerzas de Defensa, que en pocos minutos quedó completamente destruida. El siguiente objetivo fue la pista del aeropuerto de Paitilla, el terminal que sirve para la aviación regional del pais, en el que colocaron bombas. En la mañana, la presencia allí de varios vehíiculos civiles atravesados daba testimonio de la determinación norteamericana de evitar a toda costa que el aeropuerto fuera usado de cualquier forma.

En el aeropuerto internacional Omar Torrijos, en la localidad de Tocumen, también se presentaron las primeras acciones de las tropas invasoras. Por lo menos 200 paracaidistas tomaron el terminal de pasajeros, mientras sus compañeros atacaban la base militar, situada al otro lado de la pista, y destruian en tierra todos y cada uno de los aviones y helicópteros de la Fuerza Aérea Panameña.

Pronto las acciones se desplegaron por todo el territorio de la república.
El mismo testigo pudo saber que a unos 150 kilómetros de Panamá, hacia la frontera con Costa Rica, los soldados norteamericanos, que en todo momento tuvieron apoyo aéreo de aviones y helicópteros, habian bombardeado y reducido a cenizas a un antiguo fuerte del ejército gringo, revertido a Panamá en virtud de los tratados del Canal. Ese lugar, donde el general Noriega solía pasar sus días de playa, fue destruido por la sola sospecha de que el hombre fuerte se pudiera encontrar refugiado allí.

EN LA CASA BLANCA
Mientras el caos iba apoderándose poco a poco de Panamá, los periodistas del mundo entero esperaban con ansiedad las primeras palabras oficiales de los Estados Unidos acerca de su intervención en el istmo. Ellas vinieron por boca del vocero Marlin Fitzwater, quien habló poco después del amanecer para anunciar la operación "Just Cause" (justa causa), que se habia lanzado en Panamá para "proteger las vidas de los ciudadanos norteamericanos residentes en Panamá". Pero no fue sino hasta pasadas las siete de la mañana cuando los norteamericanos se enteraron de que su gobierno había optado por la via militar. El presidente George Bush condimentó el desayuno de sus paisanos con el anuncio de que había ordenado la invasión luego de que el propio Noriega hubiera declarado el estado de guerra con los Estados Unidos. Búsh mencionó también la muerte de un oficial de la Marina de los Estados Unidos como el "florero de Llorente" que desencadenó su decisión, pero también habló de su interés en preservar la democracia en Panamá, de proteger el canal y de capturar al general Noriega para llevarlo ante los tribunales de su pais para que respondiera por los cargos de narcotráfico que se le imputan.

En cuanto al restablecimiento de la democracia, Bush sabia ya que Guillermo Endara, Ricardo Arias Calderón y Guillermo Ford--aparentes ganadores de las anuladas elecciones de mayo-se habían posesionado como presidente y vicepresidentes del pais, ante un juez panameño y en el interior de una de las bases militares norteamericanas, poco antes de que se iniciara la ofensiva. Pero la imposibilidad fisica de Endara de asumir realmente el poder y ante la desaparición de las autoridades, Panamá se fue convirtiendo, poco a poco, en tierra de nadie.

EL CAOS
Hacia las 9 de la mañana el presidente provisional puesto por Noriega, Francisco Rodriguez, hizo su última aparición en público. Fue ante las cámaras de la televisión cuando frente a un auditorio compuesto por unos cuantos periodistas canaleros y tres extranjeros, Rodriguez anunció que mantenia el control de la situación y que el general Noriega se encontraba al frente de sus tropas, dirigiendo desde algún lugar la contraofensiva.

Lo cierto es que diez horas después de iniciada la invasión, las tropas panameñas resistian casa por casa el ataque norteamericano. Los mayores combates se libraban en la zona de San Miguelito, en los alrededores de la alcaldia municipal de esa populosa colonia. Ese dia los bombardeos de la fuerza aérea norteamericana cesaron alrededor de las 10 de la mañana, pero los disparos y las detonaciones de artilleria continuaban en diferentes puntos de la ciudad.

Luego de destruir el cuartel de las Fuerzas de Defensa en el Chorrillo, los norteamericanos tomaron posiciones en la Avenida 4 de Julio, que divide la zona del canal y Ciudad de Panamá. Entre tanto, las tropas panameñas se replegaban, según varios testigos, hacia posiciones estratégicas en diversos puntos de la ciudad.

Pero ese era el campo abonado para que la confusión y el caos se apoderaran de la ciudad. Al mediodia, con las fuerzas enemigas en una situación de estancamiento momentáneo, no habia autoridad alguna que mantuviera el orden ciudadano. Pronto aparecieron los primeros saqueadores, que rompían las vitrinas de los almacenes de las áreas comerciales como la Vía España y el sector de la Avenida Central y salían cargados de electrodomésticos, ropa, alimentos y toda clase de articulos que algunos transportaban, como Pedro por su casa, en carritos de supermercado.

A esas alturas, los Batallones de la Dignidad --cuerpos paramilitares compuestos por civiles afectos a Noriega--todavia parecían mantener alguna cohesión orgánica. Su comandante, Agustin Colamarco, aseguraba por medio de la Cadena Nacional de Radio que "hemos logrado contener la invasión y, a pesar de las bajas sufridas, seguimos con la moral muy en alto". Minutos más tarde el coronel Edgardo López, jefe de relaciones públicas de las Fuerzas de Defensa dijo a través de la misma emisora que el bombardeo contra el cuartel general habia causado un número indeterminado pero no inferior a 200 muertos y heridos entre la población civil, y que las tropas agresoras habian tomado posiciones en la periferia de la capital y en la ciudad de Colón, que parecian ser los principales objetivos de la invasión.
Fue entonces cuando el ministro de Salud, José Esquivel, declaró a una cadena radial colombiana que la situación de los hospitales se hacia cada vez más crítica por los cientos de heridos y de muertos que, en sucesion casi ininterrumpida, abarrotaban las instalaciones, que además ya venía sufriendo el desabastecimiento de elementos médicos indispensables, como consecuencia del bloqueo comercial impuesto por Estados Unidos desde que comenzó, hace más de dos años la ofensiva para eliminar a Noriega del panorama político panameño. Entre tanto, las informaciones disponibles daban cuenta de que cada diez minutos aterrizaba un avion con pertrechos y soldados norteamericanos para reforzar las fuerzas invasoras.

Entre tanto, el principal objetivo de la operación norteamericana, que era la captura de Manuel Antonio Noriega, parecia alejarse cada vez más. Según algunas versiones, No riega había sido advertido por los servicios de inteligencia de Cuba de que en Estados Unidos se preparaba una invasión inminente, lo que le habia permitido ausentarse del Cuartel General antes de que comenzara el ataque. Según otros, Noriega se encontraba en otro lugar del país, en la región de Chiriqui, donde posee varias fincas y tiene un respaldo total de la población. Pero en lo que todos coincidían era en que el general se había esfumado como por encanto.
SE DAÑA LA FIESTA
Esa circunstancia acabó por enfriar la euforia que dominó a todos los funcionarios de la Casa Blanca en las primeras horas de la invasión. Para muchos observadores, Bush era consciente de que el costo político de una operación de esa naturaleza solamente se podía asumir en la medida en que el golpe fuera contundente, pero, sobre todo, rápido, y de eso era testigo el escaso reflejo que tuvo la invasión de Granada, llevada a cabo en 1983 por su antecesor Ronald Reagan. Pero en el caso panameño, no se había logrado ni lo uno ni lo otro.
Con Noriega en circulación, todos los anuncios de victoria adquirían un tono retórico nada convincente. Las declaraciones de Fitzwater, según las cuales "hemos descabezado una dictadura", sonaban huecas.

Pero si esa era una preocupación fundamental de la Casa Blanca, otra estaba constituida por la imposibilidad de mantener el orden en el país y por la manifiesta incapacidad de Guillermo Endara para asumir el poder, refugiado como permanecía en el interior de la base norteamericana en la que se llevó a cabo su posesión. De nada parecía servir que el gobierno de Washington se hubiera apresurado a reconocer a su patrocinado, ni que Bush hubiera anunciado el levantamiento de todas las sanciones económicas que pesaban sobre Panamá.
Las reacciones mundiales no eran las que el Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos había calculado, ni el pueblo panameño se había levantado al son de los disparos gringos contra su antiguo gobernante.
Por el contrario, a medida que terminaba el día los informes daban cuenta de éxitos militares contra objetivos de las Fuerzas de Defensa, pero poca o ninguna manifestación de respaldo popular a la acción norteamericana. Bush veía cómo sus objetivos militares eran conquistados, pero a destiempo y en medio de un creciente clima de desaprobación internacional. Pero, además, a pesar de los avances militares, era evidente que la resistencia aún no había desaparecido. La principal fuente de esa sensación era la continuada presencia en el aire de las emisiones de Radio Nacional, que difundía proclamas patrióticas y mensajes a los combatientes, en un intento por coordinar los efectivos de los Batallones de la Dignidad.

Pero a eso de las siete, varios helicópteros artillados se acercaron al edificio de la Contraloría General de la República, en cuyo piso 4. funcionaba la emisora, y dejaron caer sobre el techo a un contingente de marines que, luego de ganar el interior del edificio, pusieron bombas en los estudios de la radiodifusora. Las últimas palabras de la locutora, mientras se acercaban los soldados, podrían pasar a la historia épica del medio radial. "Lamentamos las dificullades para seguir transmitiendo, pero estamos siendo atacados. La consigna es seguir luchando hasta la muerte". Un silencio sepulcral siguió a la interrupción.

Unas dos horas más tarde los asombrados panameños lograron oir por primera vez desde el comienzo de la invasión la voz del general Noriega.
En una grabación "desde las trincheras", Noriega se dirigió al país por las emisoras que quedaban de la "Cadena de la Resistencia" para pedir ayuda al mundo "en hombres, dignidad y fuerza". La dramática alocución terminó cuando Noriega dijo con voz entrecortada: "Felicito a los compañeros de las Fuerzas de Defensa y al pueblo por resistir. Hay que resistir y avanzar. La consigna es vencer o morir. Seguir adelante a paso de vencedores".

Con esa patética proclama, muchos panameños quedaron convencidos de que el capítulo de la invasión norteamericana estaba lejos de estar cerrado. La desesperación de Washington por encontrar y capturar a Noriega se hizo más evidente cuando, más de 30 horas después de iniciados los combates, ofreció un millón de dólares por las informaciones que dieran lugar al apresamiento del general. Algo que, al cierre de esta edición, aún no se había producido.

INVASION ANUNCIADA
Pero no sólo Domitila Ramírez había presentido que sobre Panamá se cernía la sombra de la guerra. Los observadores lo preveían desde el nombramiento del general Noriega como jefe de gobierno y tras una serie de confusos incidentes en Panamá --en uno de los cuales resultó muerto un oficial norteamericano de origen colombiano--que serian, en conjunto, los eventos que llenaron la copa de George Bush, quien se consideró con justificación suficiente como para invadir el país. Pero, además, la aproximación de la fecha límite para el nombramiento del administrador panameño del canal, que Estados Unidos no estaba dispuesto a aceptar en la persona de un amigo de Noriega, conformaba un coctel explosivo.

Un explosivo que, además, tuvo la mecha en una decisión de la semana anterior del Departamento de Justicia según la cual, en contra de cualquier norma internacional, y hasta del sentido común, las fuerzas militares estadounidenses estarían autorizadas para arrestar a sospechosos de tráfico de drogas fuera de las fronteras de Estados Unidos. La decisión legal se basa en la modificación a la interpretación de una ley conocida como " 1978 Posses Comitatus Act", que prohibía estrictamente al ejército actuar en asuntos de policía. La decision de ahora llevó al absurdo de que las Fuerzas Armadas podrían hacer fuera de su país lo que no se le permite en el interior del mismo.

Es precisamente por eso que el Pentágono, con el general Colin Powell a la cabeza, y la Casa Blanca se han referido a Noriega como "el fugitivo", porque lo que están haciendo, en opinión de muchos observadores, no es necesariamente la protección de la democracia en el continente sino una simple operación de policía destinada a poner tras las rejas a un hombre que en otras épocas había sido su íntimo aliado.

Pero, además, dicen los analistas el objetivo de mantener la democracia no resultaba muy afortunado si se tenía en cuenta que la posición de Guillermo Endara y sus compañeros de fórmula, después de haberse posesionado de la Presidencia en una base extranjera y mientras aún sonaban los disparos de los invasores, no podría resultar políticamente viable.

Los objetivos democráticos quedaron rápidamente desvirtuados por lo violento de la cacería que desencadenaron los militares estadounidenses en la ciudad de Panamá, donde, con una sevicia digna de los piratas del siglo XVI, se lanzaron a arrasar todos los sitios en los que pudiera estar refugiado Noriega (sin importar las victimas civiles), en una operación que un funcionario panameño describió como "querer secar el rio para encontrar al pez". Esa búsqueda desenfrenada incluyó, en la tarde del jueves, el bloqueo de las embajadas de Cuba y Nicaragua, para lo que seguramente se basaron los norteamericanos en la patente de corso que les habia otorgado su Departamento de Justicia.

Sea como fuere, al cierre de esta edición se mantenía una violenta oposición armada a la invasión norteamericana y no se veía cerca el desenlace de este episodio. La imágen de los norteamericanos arrasando una ciudad tercermundista parecía capas de echar por tierra tantos años de proyectar ante la opinión pública mundial la imagen de ser los buenos de la pelicula. El rechazo casi unánime de los gobiernos del mundo, incluido el de la URSS, era la demostración de que George Bush podría pasar a la historia, si no como el más torpe, si como el presidente más sanguinario de los últimos años en los Estados Unidos.

El gobierno de Nicaragua propició una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo resultado aún no se conocía al cierre de esta edición y el canciller venezolano citó a una reunión de la OEA que no pudo llevarse a cabo por falta de quórum en Washington. Pero se conoció una declaración del Grupo de los Ocho en la que se condenó enérgicamente la invasión norteamericana, que, según el documento, no se justifica en ningún caso, y se demandó el retiro inmediato de la fuerza agresora. En el mismo sentido se pronunció la mayoría de los países del mundo, ninguno de los cuales, por otra parte, tuvo palabras de aliento para Noriega. Sólo la Gran Bretaña de Margaret Thatcher aplaudió la invasión, seguramente con el espectro de la guerra de Las Malvinas de por medio.

Todavía no se sabe cuál será el futuro de la población panameña, pero sí cuál será el futuro de las relaciones interamericanas, en las que la desconfianza por el gigante del Norte volverá a ser, según los analistas, (incluso norteamericanos) el nombre del juego. Muchos, por otra parte, se preguntan porqué Mijail Gorbachov quien ha puesto la cuota de buena fe en las relaciones Este-Oeste, no ha enviado sus tanques a Rumania para aplastar un régimen enemigo de su pueblo como el de Nicolae Ceausescu. ¿Será, se preguntaban algunos porque algo va de Pablo a Pedro? ¿O más bien, dirían otros, por que el fin nunca justifica los medios, ni siquiera porque ese fin se llame Noriega y sea uno de los personajes más funestos de la historia de Latinoamérica?-

UNA LARGA HISTORIA
Los escrúpulos nunca han sido un problema para los norteamericanos cuando de intervenir en América Latina se trata. Al fin y al cabo, desde principios del siglo pasado los estados norteños de México cambiaron de mano por decisión unilateral y omnímoda del Tío Sam.

Ese antecedente, que a primera vista parece demasiado lejano, fue seguido muy pronto por la primera intervención de Nicaragua, que se produjo en 1850. En esa época comenzaba a hacerse evidente la importancia estratégica del istmo centroamericano por la posibilidad de construir un canal interoceánico. En Nicaragua el rio San Juan y el Lago de Nicaragua ofrecian perspectivas especialmente atractivas, que entusiasmaron a los británicos, que en esa época no eran tan amigos de los gringos. Pero Estados Unidos, apoyado en la recién dictada doctrina Monroe (América para los norteamericanos) invadió a Nicaragua para decapitar de raíz los coqueteos de su gobierno con su antigua metrópoli.

Estados Unidos ocupó a Nicaragua en 1850, 1853, 1854 y 1857, como para que no quedara duda de quién era el dueño. En la última oportunidad, un ataque popular contra la sede diplomática de Estados Unidos en San Juan del Norte justificó que el barco de guerra norteamericanc "Cayne" bombardeara indiscriminadamente a ese puerto del Atlántico.

Pero esa no iba a ser la última invasión a Nicaragua. En 1912, los marines se abrieron paso para respalda una revuelta del partido conservado contra el presidente José Santos Zela ya y permanecieron allí, en forma intermitente y con diversas justificaciones, en ocasiones contradictorias durante los siguientes 20 años. No fue sino hasta 1933, bajo la fuerte presión de la resistencia del general Augusto César Sandino, que abandonaron por fin el país, pero, eso si, dejaron firmemente en el poder al general Anastasio Somoza (padre), al mando de una bien entrenada Guardia Nacional.

Pero Nicaragua es apenas un capítulo de esa historia de invasión. Panamá comenzó a sufrir ese flagelo desde 1855, desde cuando, siendo aún departamento colombiano, inversionistas gringos construyeron en el istmo un ferrocarril para conectar los dos mares y facilitar el transporte de pasajeros y carga hacia el extremo oeste de su país, donde se desarrollaba la fiebre del oro. Entre 1856 y 1885 el ejército de Estados Unidos intervino cinco veces en Panamá para proteger al ferrocarril de hipotéticos ataques del movimiento independentista. Pero unos cuantos años más tarde cuando el canal era ya una posibilidad técnica alcanzable, el Tío Sam apoyó con una flota al mismo movimiento independentista para que rompiera con Bogotá, a cambio de la construcción del canal y una serie interminable de concesiones sobre la soberanía del país.
En desarrollo de esas prerrogativas, un grupo de marines ingresó a la provincia occidental panameña de Chiriquí y permaneció allí dos años, con el pretexto de guardar el orden ante una serie de levantamientos populares. Y en 1925, 600 soldados yanquis entraron a la capital panameña para disolver una huélga y se quedaron 15 dias, para "mantener el orden público y las propiedades de empresas y ciudadanos norteamericanos".

Con Guatemala las cosas han sido a otro precio. Allí la intervención no ha sido directa sino con la "dirección técnica" de la CIA. En 1954 una invasión dirigida por el coronel Carlos Castillo Armas, pero orquestada, financiada y lanzada por la Agencia de Inteligencia derrocó al presidente Jacobo Arenas, elegido democráticamente pero demasiado reformista para el gusto "americano". Esa tendencia reformista habia comenzado 10 años atrás con Juan José Arévalo, pero la expropiación de tierras de la United Fruit era demasiado para la tolerancia de Washington, que en ese entonces tenia, por lo visto, otra concepción de la "defensa de la democracia".

En República Dominicana la cosa habia comenzado desde 1916, cuando Estados Unidos invadió al pais y le impuso un protectoradó hasta 1924.
Los marines regresaron en 1965, para aplastar una contra-rebelión que se habia enfrentado a los militares que recién habian derrocado al presidente (democrático) Juan Bosch. El coronel Francisco Caamaño no era para ellos un buen defensor de la democracia, pues tenia tendencias "catrocomunistas".

Haití tampoco se escapó. El otro estado de la isla La Española fue escenario de una prolongada ocupación norteamericana entre 1915 y 1934, desde que Estados Unidos depuso al presidente Alexandre Petion por haber faltado a compromisos financieros con banqueros norteamericanos.

Cuba, hoy la mayor espina para los norteamericanos, tampoco estuvo exenta. La intervención gringa allí se remonta a 1898, cuando ante el inminente triunfo de las fuerzas independentistas sobre el colonialismo español, Washington quiso asegurarse de que el resultado iba a favorecerlo.
Las fuerzas norteamericanas gobernaron el país hasta 1902 y cuando se fueron se "llevaron" un importante botín, el enclave de Guantánamo donde, 87 años después, mantienen aún una base naval.

En 1961, dos años después del triunfo de la revolución castrista en Cuba, exiliados cubanos armados y organizados por Estados Unidos protagonizaron la-intentona de Bahia de Cochiuos, 22 años más tarde, Ronald Reagan lanzó la invasión de Granada, que hasta el miércoles parecia marcar el final de esta historia. Pero los sucedido en Panamá la semana pasada pareció demostrarle a America Latina que Estados Unidos aún no ha cerrado, y quién sabe si alguna vez cerrará, ese capitulo.

DE CASTAÑO CLARO A CASTAÑO OSCURO
Ser uno de los protegidos del gobierno estadounidense durante tanto tiempo le hubiera significado al general Manuel Antonio Noriega estar sentado hoy en día en la misma mesa del presidente Bush, firmando el traspaso de la administración del Canal de Panamá en medio de sonrisas, fotografías para todos los medios de información del mundo y una ovación prolongada del auditorio.
Noriega, quien según revelaciones del diario The Sun, de Baltimore, realizadas a mediados del año pasado, tenía relaciones estrechas con Washington desde 1961, cuándo apenas era un militar de bajo rango en las filas panameñas, es uno de los hombres que más ha gozado de los afectos de la potencia en este siglo.

Su relación con los gringos fue un idilio de varios lustros. Un romance mantenido en secreto al comienzo, con affaires desmedidos de parte y parte. Noriega, a pesar de su jerarquía de segundón en el ejército panameño, se encargó de entregarle a organismos como la CIA y la DEA informaciones de muchos quilates que los norteamericanos supieron aprovechar en su carrera contra el bloque comunista y en su lucha contra el narcotráfico. Pero náda se hizo gratis.
Noriega recibió por sus acciones no sólo las recomendaciones que lentamente fueron delineándo su posición de "hombre fuerte", sino también elevadas sumas de dinero. En febrero de 1988 la cadena de televisión NBC informó que Noriega había recibido dos millones de dólares sólo por concepto de sus favores con la CIA durante los últimos 10 años.
Sin embargo, cuando todo hacía pensar que entre Noriega y los gringos existía un amor eterno a prueba de cualquier desliz, la infidelidad ya habia comenzado. Noriega sabia que Panamá no sólo era el punto estratégico donde se mezclan las aguas de los océanos Atlántico y Pacífico. Estaba seguro también de que en el despacho principal de ese ambicionado cuartel general al que habria de llegar algún día con todas las condecoraciones podia mezclar sin escrúpulos las más celosas informaciones de los Estados Unidos y de la Unión Soviética. Las perspectivas de poder eran inmensas entonces, pero nada parecia llenar su deseo. Por eso, como un pulpo que quiere aprovechar al máximo cada brazo, Noriega también sucumbió frente a las tentaciones del narcotráfico. El "hombre fuerte" de Panamá conocia muy bien la cadena de la droga que se iniciaba en Colombia y terminaba en los Estados Unidos, y un buen dia decidió convertirse en un eslabón más de ella.

Las sorpresas no se hicieron esperar. En febrero de 1988, mientras en Washington la prensa publicaba un documento titulado "16 años de lucha contra el narcotráfico", en el que se reproducia un articulo consignado por el diario The New York Times en 1973, en el que se alaba la cooperación de Noriega con la noble causa y el cual habia sido archivado por el Congreso de los Estados Unidos como antecedente del general panameño, en el estado de Florida las investigaciones empezaban a señalarlo como pieza clave de la cadena del narcotráfico colombiano. Esta fue la chispa que inició el incendio.

Con decepción cada vez mayor, los norteamericanos fueron descubriendo que su protegido de otros tiempos se había convertido en uno de sus peores enemigos. Además de los nexos con los carteles de la droga, se comprobó que Noriega habia hecha tratos secretos con los soviéticos e incluso habia recibido armamento de estos para una conexión cubana.
La sorpresa mayor, sin embargo, llegó cuando el ex cónsul panameño José Blandón reveló ante una comisión del Senado estadinense que el "hombre fuerte" habia vendido a Cuba y a El Salvador información secreta de la CIA, habia recaudado alrededor de 80 millones de dólares con la venta de pasaportes y visas del pais del norte y habia hecho negocios de alto calibre con la aerolinea soviética "Aeroflot" .

En pocos meses la reputacion de niño bueno que Noriega habia logrado conservar frente a los gringos durante más de 26 años se cambió por la del más repudiado de los chicos malos.
Al general panameño ya no le valieron ni siquiera las amenazas de que con sus revelaciones era capaz de alterar el resultado de las elecciones norteamericanas de noviembre de 1988.
Los comicios darían como ganador a uno de los funcionarios que más habia apoyado los contratos secretos con Noriega. No obstante, el presidente Bush, el viejo amigo del "hombre fuerte" de Panamá, se deshizo muy pronto de cualquier atadura, echó a la basura los afectos por Noriega y se encargó de orquestar en su contra la más controvertida invasión extranjera por parte de su país en los últimos años.-