Especiales Semana

La chiva

En ella no sólo viajan pasajeros de carne y hueso con los más inverosímiles bagajes: también viaja la memoria de esa cosa intangible y dulzona que es ser colombiano.

Carlos Mauricio Vega*
24 de junio de 2006

Si las autoridades fueran consecuentes con su poca real reglamentación del tránsito, prohibirían las chivas. Vaya y móntese en una de esas cosas: hay que esperar a que el conductor complete el pasaje, llene el techo de racimos de plátano, maletas despanzurradas, bultos de café y costales con gallinas vivas. Y cada vez que hay un accidente, las carrocerías se astillan y empalan a los pasajeros, como le pasó a Frida Kahlo una tarde en que viajaba "feliz, en un autobús de esos de madera barnizada", el 17 de septiembre de 1925, en México.

Pero si usted viaja de Paicol a Palermo, en Huila, o de Andes a Jardín, en Antioquia, o de Filandia a Circasia, en Quindío, tendrá la fortuna de montarse en una de estas antigüedades ambulantes. La chiva -como su primo, el 'yipao'- es un estudio sociológico rodante, un objeto de arte móvil, la expresión de lo religioso y lo 'naïf' hecha ruedas, madera y sudor: el país. Sus ventanas sin vidrios, con cubiertas de lona, y la sonrisa pegajosa de su desdentado vecino serán la mejor manera de conocer la región por donde viaja. Los nombres de los buses y de los camiones -el 'Rey del Oriente', 'La Pirinola', 'El Turpial' o 'El Azaroso'- son nombres de arriería. La gastronomía, las fondas del camino, las vestimentas de choferes y ayudantes, vienen de ese mundo que se niega a acabarse.

Las chivas o buses escalera no son un invento colombiano: existen en Ecuador, Panamá y Centroamérica arriba, hasta el sur de México. En Filipinas existen los jeepneys, o chivas construidas sobre antiguos camperos de la Willys Overland abandonados por el Ejército estadounidense y decorados con motivos católicos y populares.

La chiva es una expresión popular tan viva como el sombrero vueltiao de Tuchín o la hamaca de Morroa en el Sinú. Es una mezcla de colorido indígena con imaginería religiosa y remanentes del art noveau de los vagones de tren, los tranvías y los carruajes decimonónicos. De allí también viene la tradición de las carrocerías artesanales elaboradas en madera sobre bastidores de camión.

Hay que buscar los orígenes de las chivas de madera en la primera empresa de buses privada de Medellín, fundada por don Ricardo Olano, hacia 1913. Se importaban los chasises o bastidores de camiones desnudos, y había que carrozarlos en el país. No había industria metalmecánica. Tampoco era extravagante en el mundo de entonces construir los automóviles sobre el material básico enviado por los fabricantes.

Los primeros buses fueron carrozados a imagen y semejanza de los tranvías de mulas: cuatro bancas abiertas por ambos lados, ventanas inexistentes. Techo de lona o de latón, vigas de madera, paneles laterales de latón. La tenaz tradición artesanal de los antioqueños llevó hasta los años 70 esta técnica de carrocería: los buses escalera más valiosos son Fords y Chevys de 1948 a 1964 más o menos, aunque sé de un par de modelitos de 1938 aún vivos en Medellín. Los modelos de 1964 en adelante se pueden considerar falsificaciones turísticas: toda chiva con aire de modernidad tiene la misma autenticidad de un 'yipao' hecho con un campero Mitsubishi.

'El As de la Montaña', 'La Bohemia', 'La Flor de Oriente', 'El Macareno', 'La Sombra', 'El Pirata Negro' y 'El Galante' son preciosos remanentes de ese arte de carrozar como buses cabinas de camiones. Los conservan relucientes, como clásicos del automovilismo que son. Básicamente, se trata del mismo concepto, pero desarrollado en madera, del school bus norteamericano.

Capítulo aparte merecen los cuadros que lucen algunas chivas sobre el panel trasero de latón. Caben motivos que van desde los clásicos perros que juegan billar, hasta un atardecer de extraterrestres colores, pasando por una imagen del Señor Caído o de algún milagro. El más joven y más famoso pintor de chivas, apodado 'Tarzán', trabajaba en el fondo del barrio Guayaquil de Medellín. Decoraba buses, bares, casas. Para él, bus que no llevara un cuadro en la parte de atrás era un bus incompleto. Tal vez la más famosa de esas pinturas traseras de óleo sobre latón sea 'El Accidente', de Frida Kahlo (1926).

Puede que el destino de las chivas verdaderas, al llegarles la obsolescencia técnica y legal, sea el mismo de los jeepneys filipinos: el museo. Pero hay un montón de ensambladoras de buses escalera que siguen trabajando a todo vapor, y son de cerámica: desde Ráquira hasta San Sebastián de la Ciénaga, en Córdoba, pasando, desde luego, por Pitalito, se producen miles y miles de buses escalera en miniatura, en todas las escalas, desde las que tienen el más exquisito detalle de los bananos del techo hasta las miniaturas de cinco centímetros. La chiva pervive en el imaginario de todo el pueblo colombiano, sin distingo de clases sociales, como si su repleto techo fuera una versión motorizada del Arca de Noé.

* Periodista