Especiales Semana

La conciencia de la empresa

Las nuevas funciones de las juntas directivas pretenden ya no aumentar la solvencia financiera, sino la solvencia moral de las empresas.

Luis Guillermo Cabrera Superintendente de Sociedades
1 de mayo de 2011

Hace unos años se presentó un inquietante documental titulado The Corporation, en el cual los autores se dieron a la tarea de construir un perfil psicológico del ente societario moderno, como si se tratara de una persona de carne y hueso.

Para esto entrevistaron a psiquiatras, sociólogos, académicos y abogados, con un resultado poco alentador: si las compañías contemporáneas no fuesen construcciones legales, sino seres humanos de verdad, sufrirían de un agudo caso de psicopatía. En opinión de los documentalistas, ¿cómo si no explicar la inusual ausencia de empatía combinada con un fuerte sentido de amoralidad escondido tras una apariencia externa de completa normalidad?

La conclusión, obviamente risible y exagerada, tenía como propósito polemizar. Sin embargo, como toda caricatura, tiene más de un grado de verdad.

Así como la inmensa mayoría de las sociedades mercantiles, además de cumplir su objetivo de maximizar ganancias para los asociados también generan valor para toda la comunidad, lo cierto es que algunas de ellas, en su afán desmedido de incremento patrimonial, no reconocen límite alguno de índole moral o legal.

De hecho, ya ha quedado claro que los excesos corporativos no son una patología exclusiva de los países desarrollados, como lo demuestran los casos de Enron, Worldcom, Lehman Brothers, AIG y Parmalat, para poner unos ejemplos, sino que también pueden tener brotes autóctonos como los confesados por los controlantes conjuntos del llamado Grupo Nule.

Ante esta situación, la medicina aplicada ha sido el desarrollo de mecanismos de buen gobierno corporativo; el más importante de los cuales es la junta directiva. Aunque en nuestra legislación este órgano societario es obligatorio solamente para las anónimas -siendo facultativo para las limitadas y para las sociedades por acciones simplificadas- consideramos que su calidad de administrador colegiado le ofrece una posición privilegiada para fijar las directrices estratégicas de la organización.

Ahora bien, la innovación que amerita comentario no es la función de la junta directiva relacionada con la creación de valor, por lo menos de valor para los asociados. Ese ha sido su papel tradicional: buscar fórmulas para ganar más dinero. Lo cual, por demás, resulta perfectamente aceptable en una economía de mercado. Ameritan comentario las nuevas funciones de la junta directiva, producto de las reflexiones acaecidas con motivo de las debacles corporativas y financieras de 1997, 2001 y 2008, que pretenden ya no aumentar la solvencia financiera sino la solvencia moral de la empresa.

En otras palabras, la junta directiva es, además del cerebro de la sociedad mercantil, su conciencia. Lamentablemente nuestra ley comercial no reconoce esta nueva dimensión de los órganos de administración y en esto contrasta con desarrollos legales más recientes como, por ejemplo, el Companies Act de 2006 del Reino Unido.

En esta novedosa reforma, la junta directiva debe velar por el éxito de la compañía, el cual define a través de los parámetros tradicionales de ánimo de lucro y además por otras consideraciones igualmente importantes, tales como los intereses de los trabajadores, las relaciones con los proveedores y los clientes, el impacto de las operaciones sobre la comunidad y el medio ambiente, las consecuencias de las decisiones en el largo plazo, la obtención de los más altos estándares de reputación corporativa y la necesidad de actuar equitativamente entre los asociados.

Esperamos que los recientes derrumbes financieros y morales sirvan de oportunidad para hacer una reflexión más profunda sobre el papel de la junta directiva. Hoy día las responsabilidades de la empresa ocupan un horizonte amplio, cargado por temas tan disímiles como los laborales, los ambientales, los sociales y los éticos.

Será entonces la junta directiva la llamada a abordarlos ya no como una guardiana del centavo, sino como la voz de la conciencia societaria.