Especiales Semana

LA HISTORIA EN PRESENTE

Las candidatas salieron de su cuartel oficial y se encontraron de cara con el pasado de la ciudad amurallada.

9 de diciembre de 1996

Sentada sobre una pequeña butaca Manuela Monsalve pasa su vida vociferando. No para de quejarse de los males de la vida, del reuma que no la deja pegar los ojos en la noche, de sus hijos que están regados por las sabanas de Córdoba y que, según sus propias palabras, son unos buenos para nada. Ella, a sus 72 años, que lo ha visto todo o casi todo, no pierde un solo detalle de las fiestas novembrinas. Se las arregla para poder ver de cerca a esas 'niñas' bonitas que la deslumbran porque parecen sacadas de un cuento de hadas.Con sus gruesas y torpes manos acomoda en un viejo cesto de mimbre los mangos biches, las enormes patillas y los jugosos y provocativos zapotes. Con voz ronca grita a todo pulmón que la mercancía se está acabando y lanza una maldición contra Candelario, su hijo menor, que no aparece por ninguna parte con una nueva provisión de frutas. Pero sus reclamos se los llevó el viento. Ese día no había tiempo para sus quejas. Toda la atención y las miradas estaban centradas en las 22 candidatas que llegaron en punto de 10 de la mañana al recién remodelado centro artesanal en Cartagena la Vieja. Pero el barniz amarillo quemado y el olor a madera nueva no han podido borrar las huellas de ese lugar. Esas enormes bóvedas sirvieron en el pasado como centros de tortura. Fueron construidas por la Santa Inquisición y los negros del palenque pagaron con sus vidas su rebelión. Con el tiempo las habilitaron como cárceles para presos políticos y el más ilustre de ellos fue Mariano Ospina. En medio de la historia y la frivolidad las 22 candidatas recorrieron sus vericuetos, su tenebroso pasado y su próspero presente.No fue el único lugar histórico que las candidatas visitaron. En los primeros días se adentraron en la apasionante historia de esa Cartagena de casas antiquísimas repletas de leyendas. En la mañana, antes de los ensayos en el Centro de Convenciones, el bus real realizó varias escalas. Se detuvo en el Club de Pesca, en la Calle de los Escribanos, en el claustro Santa Teresa, en El Fuerte, en la Torre del Reloj. En fin, en cada rincón de una ciudad mágica y macondiana.En las noches de nuevo la frivolidad mandó la parada. Las pasarelas de clubes y hoteles sirvieron de escenario para darle rienda suelta al canutillo y la lentejuela. Y en cada una de esas apariciones se fueron sumando los puntos suficientes para lograr el título. Si bien el jurado calificador sólo se hizo presente en los últimos días del Reinado, la voz del pueblo ya tenía a sus preferidas y a su reina elegida. Y Manuela fue una de ellas. Con una pícara mirada y una estruendosa carcajada sentenció: "La mía es la que van a elegir". Luego partió sin rumbo definido en busca de unas horas de descanso porque el reuma la dejó en paz por unos días, mientras el ron y la fiesta se tomaron las calles de Cartagena.