Especiales Semana

La otra conquista

Las mujeres de hoy se defienden mejor que hace 50 años, pero sigue habiendo una resistencia que no les permite escalar mucho más dentro de la sociedad.

Florence Thomas*
3 de diciembre de 2005

Difícil hablar sobre lo que les falta por conquistar a las mujeres colombianas; difícil porque las mujeres colombianas son diversas étnicamente, socioeconómicamente y generacionalmente. Mujeres de pieles canelas, negras y blancas, mujeres ricas y pobres, mujeres urbanas y rurales, profesionales y campesinas, mujeres jóvenes, adultas y ancianas, mujeres quienes, lógicamente, tienen sueños y necesidades distintas. No obstante todas, o casi todas, tienen algo en común: todas, o casi todas, tienen una larga historia de discriminación, exclusión, maltratos y silenciamientos. Una historia que se inscribió en una memoria cuya trama esta hecha más de dolores y duelos, que de goces y alegrías. Y es esta memoria la que mejor nos puede guiar para tratar de enfatizar algunas de las cosas que les faltan por conquistar, a pesar de su revolución pacífica y silenciosa que ya cumplió 50 años, pero que se sigue desarrollando en las cuatro esquinas del país. Y sí, desde 1954, las mujeres colombianas han avanzado; han conquistado la ciudadanía, se han educado y han obtenido muy importantes cambios legislativos a su favor que buscan reconocerlas en cuanto sujetos sociales de derechos después de siglos de haber sido recluidas en el ámbito privado y dedicadas a la maternidad y a la domesticidad. Hoy son visibles, son sujetos de derechos, de palabras y de deseos. Sí, las mujeres colombianas han avanzado, pero no han llegado porque a veces parecería que esta revolución la han hecho solas. Ni el Estado, ni la cultura, ni siquiera sus compañeros de vida -los hombres que han amado o que aman- se han solidarizado con ellas. Me explico: si bien las condiciones materiales de su subordinación están desapareciendo, las condiciones culturales y subjetivas de esa subordinación no han desaparecido. Si bien las mujeres colombianas tienen herramientas jurídicas que les permiten defenderse mejor que hace 50 años, falta aún un enorme trabajo sobre una cultura que sigue manteniendo imaginarios muy resistentes para el lugar de lo femenino; falta un enorme trabajo con los hombres y con esa cultura de la virilidad que sigue atada a un poder que los ubicó en cuanto amos del mundo pero, sobre todo, en cuanto amos de ellas, de sus cuerpos y de sus vidas. En ese sentido a las mujeres colombianas les falta conquistar el reconocimiento de su autoridad en cuanto sujetas de palabras, de deseos, de sueños, en fin, en cuanto ciudadanas de tiempo completo. Una autoridad que, después de 500 años de resistencia ante los estragos del patriarcado, debería ser incontestable. Sé que para esto falta también que las mujeres aprendan a creer en sí mismas y a construir solidaridad de género. Sin embargo, pasar de la rivalidad a la solidaridad y a la complicidad es aún un ejercicio difícil para nosotras. Sólo así podremos historizar y politizar nuestras existencias, defender y proteger los derechos ya conquistados, denunciar las violaciones de tales derechos y conquistar nuevos que hacen falta. Y las mujeres colombianas están trabajando en esto. Los recientes debates alrededor de la liberalización del aborto en circunstancias excepcionales son un buen ejemplo de esto. Muestra que de manera colectiva y organizada nos volvemos capaces de negar y subvertir muchos elementos de viejas metáforas de nuestra manera de existir en el mundo, o mejor dicho, de no existir. Me referiré también a espacios que nos faltan por conquistar, espacios que resisten tenazmente a nuestros avances tal vez porque se hallan tradicionalmente atados al ejercicio por excelencia de la masculinidad, como lo son la política y la economía. Dos espacios fundamentales en la construcción de otros mundos posibles, dos espacios en los cuales la presencia de mujeres es indispensable, urgente e incuestionable. Lo hemos repetido varias veces: pocas mujeres en política, pocas mujeres en los altos cargos de la administración pública y en el poder legislativo, de pronto logran cambiar a las mujeres, pero muchas mujeres en política logran cambiar la política. Ya existen ejemplos de esta afirmación. En los países en los cuales se ha logrado una paridad casi total entre hombres y mujeres en el ejercicio de la política -países nórdicos ante todo-, la política está cambiando: las agendas cambian, el lenguaje cambia, las prioridades cambian, los tiempos del trabajo cambian, los viejos ritos politiqueros tienden a desaparecer y la política se vuelve poco a poco un ejercicio de administración del bien común y de búsqueda de nuevas formas de ejercicio y distribución del poder. Una nación hecha de hombres y mujeres, ciudadanos y ciudadanas, no puede seguir siendo administrada política y económicamente sólo por hombres. Las mujeres -por cierto hablo de las mujeres que no se disfrazan de hombres- tienen otra manera de habitar el mundo, otra manera de interpretarlo y de actuar sobre él, no lo olvidemos, y mutilar estas experiencias existenciales de las mujeres en el ejercicio de la política y de la economía es renunciar a la riqueza de un mundo mixto. Pero las mujeres colombianas, a pesar de contextos difíciles generados por los estragos de la guerra que multiplicaron las violaciones sistemáticas de sus derechos, ya iniciaron el camino que las llevará a una humanidad reconciliada. Un camino difícil, lleno de obstáculos y resistencias, por supuesto, pero esto ya no las asusta, lo sabían y sí, a veces tropiezan con sus fragilidades, con su poca fe en ellas mismas, con sus contradicciones a cuestas, con su memoria dolorosa; pero caminan -caminamos-, a nuestro ritmo y con la plena conciencia de que este camino hace parte del nuevo mapa de la humanidad. Y esto es probablemente lo más emocionante de ser mujer hoy. *Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad