Especiales Semana

LA PAZ EN SU LABERINTO

El analista estadounidense Michael Shifter escribe en exclusiva para SEMANA un artículo sobre <BR>el proceso de paz visto desde Washington.

23 de agosto de 1999

El proceso de paz colombiano está paralizado. Tiene todas las cualidades de una broma cruel.
La sucesión de retrocesos ha generado profundas y legítimas dudas hasta en las mentes de los más
optimistas observadores. No está en duda la buena voluntad y el deseo de paz de la mayoría de los
colombianos. Pero sí lo está la intención de las Farc de negociar seriamente. Intención que para algunos
estuvo en duda desde el comienzo. Quienes pensaban lo contrario, que las Farc eran serias, se están
quedando sin argumentos.El accionar atrevido del ELN, y sus repetidas violaciones del derecho
internacional humanitario, va más allá de lo imaginable. Han sacudido a la ya entumecida Nación. Por su
parte, las atrocidades de los paramilitares no han disminuido. Cada una de estas fuerzas dice querer la
paz, y cada una de ellas quiere participar en el proceso. Pero lo que tienen en mente son distintas formas de
cómo llegar a dicha meta.Tampoco están en duda las buenas intenciones, finos instintos y gestos audaces
del presidente Pastrana en cuanto al tema de la paz. Pero otra cosa es la habilidad política de su
gobierno y su capacidad estratégica. La tan dividida Nación exige un liderazgo fuerte y efectivo así como la
destreza para generar un consenso entre los sectores en conflicto. Nadie dijo que iba a ser fácil. Un año atrás
la comunidad internacional tenía grandes expectativas y muy buena voluntad frente al proceso de paz en
Colombia. Esas expectativas, no obstante, le han dado paso en forma gradual a preocupaciones y
frustraciones. Hay gran predisposición para ayudar a Colombia en la forma que sea necesaria. Sin embargo,
hace falta una idea clara y precisa de lo que los colombianos quieren, desean, y esperan de otros países.
Existe la sensación de que en determinado momento la comunidad internacional será llamada a asumir un
rol importante en el proceso. Y si bien está preparada para ello, también está ansiosa por saber en qué forma
puede ayudar.Muchas reacciones, algunas enojadas, han sido fruto de la impaciencia y de la frustración.
Pero llama la atención la escasez de propuestas alternativas cuidadosamente pensadas y elaboradas.
Las opciones netamente militares no parecen viables. Algunos podrán pensar que no está fuera de las
posibilidades derrotar a la guerrilla colombiana mediante el uso de la fuerza, pero hasta donde he visto, nadie
está dispuesto a afirmarlo en público. Pero Colombia está en guerra. Hoy nadie puede discutir o desafiar
esa afirmación. El elemento militar, es decir, el fortalecimiento y profesionalización de las
Fuerzas Armadas, debe ser parte de cualquier estrategia amplia de paz. Muy a menudo se piensa que buscar
la paz y apoyar a los militares son fines mutuamente excluyentes. Esto no debería ser así. Esta falsa
dicotomía sólo logra polarizar aún más la ya compleja situación política en torno a los esfuerzos de paz de
Colombia.Es crucial mantener la determinación y acercar a todos los componentes que sean importantes para
una política de paz exitosa. Este es un desafío fundamentalmente político y estratégico. El presidente
Pastrana tiene la gran responsabilidad de dirigir este esfuerzo, y de convocar y guiar a los sectores claves de
la sociedad colombiana. Pero existen también otros grupos y fuerzas políticas que deben ser movilizados, para
encaminarse detrás del liderazgo político del país.Es cierto que es muy difícil construir las condiciones
favorables para la paz en medio de la severa recesión que afecta a Colombia. La economía se suma a la ya
extensa lista de problemas. El riesgo es que la crisis económica pueda ser fácilmente utilizada como una
excusa para no emprender un esfuerzo de paz más enérgico. Pero quizá la crisis pueda servir de estímulo
para el accionar político conjunto, y así sentar las bases para un consenso mayor.Esto es lo que se
necesita para reactivar los esfuerzos de paz. Las frustraciones y los retrocesos pudieron haber sido
fácilmente pronosticados un año atrás. Pero lo que pocos anticiparon fue que el proceso de paz sería tan
problemático y conflictivo en casi todas las instancias. Existe una tendencia, comprensible por cierto, a
pensar que los problemas de Colombia serán eventualmente solucionados por Estados Unidos, que verá
sus intereses (seguridad, drogas, medio ambiente, entre otros) amenazados y entonces dará cualquier paso
que sea necesario para protegerlos. Esta actitud no sólo induce a la complacencia sino que también genera
una especie de fatalismo. También refleja una interpretación equivocada del escenario político de Estados
Unidos, así como de nuestras capacidades y de nuestra voluntad de actuar. El enfoque de Estados Unidos
hacia Colombia y su proceso de paz se parece más a una convulsión que a una política coherente. La
creciente frustración e impaciencia han generado en Washington el deseo de 'hacer algo' y de 'ser duros'.
Pero no está claro si el creciente involucramiento norteamericano en Colombia es el resultado tanto de una
meditación cuidadosa de cuáles son las metas y objetivos realistas y posibles, como de un buen
entendimiento de cuan lejos estamos dispuestos de ir en este esfuerzo.Son muchos los intereses en
conflicto (burocráticos y políticos) que intentan influir en el diseño de la política norteamericana para Colombia.
Pero lo que ha estado faltando es un compromiso sostenido y una atención prioritaria por parte de los más
altos niveles del gobierno de Estados Unidos. Esto es importante para llevar adelante una política consistente
y para disciplinar a los funcionarios que la diseñan, ya que estos pueden estar enviando señales
contrapuestas o moviéndose en distintos sentidos.Una atención constructiva y sostenida en Washington
requiere que Bogotá desarrolle una estrategia de paz clara y coherente. Es cierto que Washington tiende a
ser más impaciente que Bogotá, y que Bogotá es menos paciente que San Vicente del Caguán. Una
estrategia de paz, claramente expuesta, ampliamente difundida y consistentemente implementada, podría
contribuir a la sincronización de las mentalidades de los diversos actores, sobre todo la sociedad en general.
También podría reforzar la legitimidad y la capacidad del gobierno, y daría paso al tipo de reconciliación y al
profundo cambio institucional que los colombianos anhelan en forma desesperada.