Especiales Semana

LA PENA MUNDIAL

A pesar de la tendencia a abolirla, la pena de muerte sigue vigente en un centenar de países por fusilamiento y hasta lapidación.

9 de noviembre de 1992


UN ANALISIS DE LA SITUACION DE LA PENA DE muerte en el mundo permite rápidamente sacar dos conclusiones: la primera, que son muchos más los países con pena de muerte que sin ella. Y la segunda, que como van las cosas esta tendencia puede llegar a invertirse en unas cuantas décadas. En efecto, en el mundo 99 países cuentan con una legislación que establece la pena de muerte para distintos delitos, entre ellos el homicidio. Otros 27 países son considerados abolicionistas de hecho pues aunque conservan la posibiliSad de aplicar la pena capital no han ejecutado a ningún condenado desde hace más de una década. Una tercera categoría la integran 18 países que han abolido la pena de muerte para delitos ordinarios y la conservan solamente para aplicarla a ciertos casos excepcionales en tiempos de guerra. El cuarto grupo, al que pertenece Colombia al lado de otros 34 países, es el de aquellos que han abolido la pena de muerte para todos los delitos o que simplemente nunca la han contemplado en su legislación.
Este último grupo tiende a crecer. En la última década una larga lista de países ha abolido la pena de muerte de manera general. Australia en 1985, Filipinas y Haití en el 87, Holanda en el 82, y en el último año buena parte de los países de lo que fuera la órbita comunista. A ellos se suman las naciones que la han abolido para delitos ordinarios, conservándola sólo para delitos militares en circunstancias excepcionales como la guerra exterior. Es el caso de Argentina, que la abolió en el 84 y Chipre y El Salvador que lo hicieron en el 83. El próximo candidato a sumárseles es México, que no la aplica desde 1937 y cuya Cámara de Representantes está estudiando la posibiiIdad de eliminarla.
Pero estas tendencias no parecen estarse imponiendo en los países islámicos donde, por el contrario, el despertar fundamentalista de la década pasada ha endurecido la legislación. Estos países, en unión de algunos otros de Africa y Asia, han concentrado más del 70 por ciento de las más de cinco mil ejecuciones que se han dado por vía judicial en el mundo en la última década. En los países islámicos la posibilidad de la abolición parece remota. La pena de muerte y los delitos a los que debe aplicarse están contemplados en las propias páginas del Corán, algo que para los islámicos es superior a las leyes y a la propia Constitución.

METODOS Y ESTILOS
Los métodos para ejecutar a los senténciados también varían en las distintas latitudes. Estados Unidos es el campeón de la variedad, pues según el Estado el menú puede incluir la horca, el fusilamiento, la silla eléctrica, la cámara de gas o la inyección letal. Los dos primeros métodos son los más populares en el resto del planeta, siendo el fusilamiento el más practicado en estos días. Los países árabes y algunos africanos han preservado en sus legislaciones el método de la decapitación. Sorprendentemente, y aunque esto no sea sino a nivel legal, Bélgica también contemplaba este método hasta hace algún tiempo. Pero sin duda lo más dramático es el hecho de que siete países islámicos sigan en nuestros días utilizando el prehistórico método de la lapidación, reservado por el propio Corán para las mujeres adúlteras. Se trata de Arabia Saudita, los Emiratos Arabes Unidos, Irán, Mauritania, Pakistán, Sudán y Yemen.
Pero en este campo el campeonato de la crueldad lo gana sin duda el Irán de los ayatolas. Su código penal señala que "en el castigo de lapidación hasta la muerte, las piedras no deben ser tan grandes que la persona muera al ser golpeada con una o dos de ellas; tampoco deben ser tan pequeñas que no se consideren piedras". Sin embargo, si de aumentar el dolor se trata, las autoridades de Nigeria emularon a las iraníes hace pocos años. En ese país la pena de muerte se aplica en la silla eléctrica, y en 1986 el gobernador militar de una de sus provincias ordenó el siguiente método para las ejecuciones de los sentenciados por robo a mano armada: después de dispararles a los tobillos, la electrocución debía hacerse con intervalos, de tal manera que antes de morir el condenado alcanzara a sacudirse varias veces.
Algunos verdugos, en cambio, tienen mayores consideraciones hacia sus víctimas. Nathan Foster, un preso que llevaba siete años y medio condenado a muerte, entró en estado de pánico cuando se disponían a llevarlo finalmente al patíbulo, en febrero de 1988. Decidió enfrentarse con los funcionarios de la prisión, y en la lucha se rompió un brazo. Finalmente fue conducido a la enfermería, de donde salió con el brazo escayolado para una convalecencia de 10 días, al final de los cuales fue ejecutado con el brazo atado a la espalda.
Pero los más crueles son sin duda los errores judiciales. A pesar de lo poco que se investiga a posteriori, en Estados Unidos existen 23 casos perfectamente documentados de inocentes que no pudieron evitar ser ejecutados. Uno de los más sonados es el de Edward Earl Johnson, quien murió entre convulsiones en una cámara de gas en Mississippi en mayo del 87.
Johnson fue detenido en el 79, y un año después se le acusó de haber dado muerte a un agente de policía blanco.
Johnson era negro y fue juzgado por un jurado integrado por 10 blancos y dos negros en un condado donde la mitad de la población es negra. El único testigo ocular del caso era una mujer blanca que conocía a Johnson de toda la vida y declaró que él no era el asesino, pues éste era corpulento y tenía barba, y Johnson delgado y más bien lampiño. La falta de recursos del acusado para pagarse un buen abogado lo obligó a acudir a defensores de oficio que según las investigaciones posteriores a su muerte descuidaron el proceso. El caso llevó a muchos a recordar la frase del marqués de Lafayette uno de los primeros abolicionistas de historia: "Solicitaré la abolición de la pena de muerte mientras no se me demuestre la infalibilidad de los juicios humanos".
Pero si la justicia falla también fallan los métodos de ejecución que se consideran infalibles. James Autry fue ejecutado por medio de una inyección letal en Texas, el 14 de marzo de 1984. Según la revista Newsweek, Autry "tardó por lo menos 10 minutos en morir, y durante gran parte de este tiempo estuvo consciente, moviéndose y quejándose del dolor. El médico de la prisión, que fue testigo de la ejecución, aseguró después que, al parecer, la aguja del catéter se había obstruido haciendo así más lenta la ejecución.
La horca, considerada como un método de muerte rápido y seguro, también falla. Un trabajador de la construcción ahorcado en Kuwait en 1981 tardó más de nueve minutos en morir, porque su poco peso no fue suficiente para romperle el cuello. Finalmente, y en medio de su desesperación, murió estrangulado. En Taiwan, en 1988, se descubrió que un ejecutado aún respiraba una hora después de haber recibido dos descargas del pelotón de fusilamiento.
El macabro anecdotario de la pena de muerte es apenas uno de los muchos argumentos que se esgrimen en su contra. Pero es sin duda uno de los más impactantes, y de seguro seguirá contribuyendo a que la tendencia abolicionista cubra cada día a más países del planeta.