Especiales Semana

La travesía

El carbón se ha convertido en la columna vertebral de la economía de la Costa Caribe. SEMANA acompañó a dos maquinistas de la Drummond en el tren que lleva este mineral para su exportación.

22 de abril de 2006

Los amaneceres en el departamento del Cesar despuntan con una fascinante mezcla de colores: una gama infinita de verdes pinta las vastas llanuras y otra de rojos intensos colorea el cielo. Ayen Antonio Yance Mendivil contempla la alborada y sentencia: "Día tras día de mis 62 años de vida jamás he visto dos iguales. La que llega siempre será más bella que la anterior".

Su compañero de tareas, Rafael Narváez Barrios, asiente mientras echa un último vistazo a la locomotora en la que pronto van a iniciar un nuevo viaje. Ambos son contemporáneos de generación pues nacieron por allá en la década del 40. Y llevan un rosario de años como maquinistas de trenes aunque no han transitado por carrileras distintas a las de la Costa Caribe. Siempre entre plantaciones de banano y ciénagas hasta, por fin, adentrarse en Santa Marta.

De ahí que tal vez no haya otros dos hombres en Colombia que tengan tanta experiencia como ellos en la operación de los trenes. Ambos se iniciaron en el transporte de pasajeros en el que cobrar 20 centavos era considerada una cifra escandalosamente cara y hoy arrastran un tren que lleva una cola de 100 vagones con 6.000 toneladas de peso. Llevan carbón que en el mercado internacional tiene un precio que prefieren ni siquiera calcular. Ellos viajan en la locomotora y el mineral atrás, en la fila de 1,3 kilómetros de cada tren. Es, sin duda, uno de los vehículos más largo del mundo.

Trabajan para Drummond, la compañía norteamericana que extrae el carbón de las minas de La Loma, en el municipio de El Paso (Cesar). Es decir, que sobre los hombros de los dos recae una responsabilidad enorme de una de las empresas que jalona la economía del país y en particular de la Costa Caribe.

Y aunque en la cabina no viaja otra persona, a través de los radios siempre están escuchando los llamados de un complejo sistema de vigilancia cuyo murmullo se extiende desde las minas hasta el puerto. Además, cada kilómetro un vigilante los cuida con sus ojos.

"Esto es como la paz que tuve en mis inicios", dice Yance Mendivil. Se refiere al año de 1961 cuando empezó como aprendiz de locomoción en los Ferrocarriles Nacionales de Colombia. Por aquel entonces la locomotora era a vapor, razón por la cual la generación de este hombre y de sus colegas de oficio es conocida como los vaporinos. Esas legendarias máquinas son las mismas que hoy están en los parques de algunas ciudades como Santa Marta y Girardot, en donde los niños se suben para tomarse fotos.

Los maquinistas transportaban los racimos de gente y de bananos a través de las plantaciones. Iban de pueblo en pueblo en donde los recibían con banderas y bandas musicales aunque también les tocaba parar en estaciones vacías porque los pueblos se habían detenido en la historia. Una historia rica y centenaria. El tren en el Magdalena cumple este año un siglo de existencia. En efecto, fue en octubre de 1906 cuando se hizo realidad impulsado por los samarios que encontraron en este sistema de transporte una solución a las dificultades para la navegación que provocaban los caños de la Ciénaga Grande.

Luego el tren se convirtió en protagonista de la historia de la región pues gracias a él se vivieron los tiempos de esplendor de la empresa United Fruit Company que terminaron en la masacre de las bananeras en 1928 y que sirvieron de inspiración a Gabriel García Márquez para construir su obra cumbre: Cien Años de Soledad.

Por años, la región cayó en el olvido. Hasta que en los años 60 empezó la recuperación. Eso lo recuerda bien Yance Mendivil, quien en sus inicios tuvo la premonición de los días felices por venir. Eran los tiempos en que él llevaba su vaporina de aquí para allá y allí para acá. En su memoria están intactos los días calurosos de febrero en los que encima de los trenes iban juglares y marimondas, garabatos y congos para los carnavales de Ciénaga, donde él nació, que en su momento no tenían que envidiarle nada a los de Barranquilla. A él le tocaba hacer viajes extras en los trenes para llevar los bloques gigantes de hielo para que calmaran la sed de los bailarines de aquellas fiestas inolvidables.

Pero el sistema ferroviario cayó en el olvido y las redes empezaron a ser devoradas por el óxido. Hasta hace una década cuando se inició la extracción de las miles de toneladas de carbón que la mina de La Loma albergaba en sus entrañas. La compañía Drummond de inmediato vinculó a los más experimentados maquinistas. Entre ellos están Yance Mendivil y Narváez Barrios, dos hombres que a pesar de los días difíciles jamás abandonaron su oficio.

En el día de hoy atraviesan solitarios un puñado de pueblos inscritos en algunas de las mejores páginas de la literatura: La Loma, Bosconia, Caracolicito, El Copey, Algarrobo, Fundación, Ciénaga y, por supuesto, Aracataca, la tierra donde nació García Márquez y el epicentro del realismo mágico. En total son 197 kilómetros de una línea que marca el futuro del país y por donde ellos transportan miles de toneladas de carbón, una de las fuentes de energía con las que cuenta la humanidad en el despuntar del siglo XXI.