Especiales Semana

Las viudas del narcotráfico

La violencia les quitó a sus maridos. SEMANA investigó cómo han reconstruido sus vidas.

4 de junio de 1990

En Colombia ya es un lugar común decir que la muerte se ha convertido en un aspecto rutinario de la vida, en un miembro más de la familia a la hora del desayuno. Los colombianos se despiertan todos los días con noticias de nuevas muertes.
Pero esa muerte a la que los colombianos han venido acostumbrándose no es una muerte cualquiera. Es violenta y repentina, generalmente ordenada desde arriba por un capo de la mafia, para que algún adolescente con vocación suicida la haga realidad por unos pesos. Así, por obra y gracia del narcoterrorismo, cientos de mujeres han perdido a su pareja. Colombia se ha convertido en un país de mujeres en duelo. Son las viudas del narcotráfico. Unas famosas, otras anónimas. Unas con recursos, otras pobres, unas fuertes, otras vulnerables. Todas iguales en una misma condición: la viudez. Todas iguales en un mismo sentimiento: el dolor.
Muy pocos colombianos pueden olvidar imágenes recientes de dos mujeres que, horas después de ver caer asesinados a sus esposos, sin derramar una lágrima, tuvieron el valor de hablar de paz y no de venganza: Gloria Pachón de Galán y Mariela Barragán de Jaramillo. Antes que ellas Nancy de Lara Bonilla, Ana María de Cano y Gloria de Pardo Leal habían pasado por la misma cruel experiencia. Y hace algunos días volvieron a repetirla más de una docena de jóvenes esposas de policías, asesinados por la mafia cuando cumplían con su deber.
Cientos de hijos han quedado sin padre, cientos de hogares sin sustento, ante la impotencia de la sociedad y la fragilidad de un estado puesto en jaque por la más tenebrosa organización criminal.
El problema ha adquirido tales dimensiones, que la situación de las viudas y los huérfanos trasciende los límites de lo privado y familiar, para invadir el terreno de lo público y convertirse en un conflicto social. Eso es lo que perciben muchos colombianos. Concretamente, las esposas de oficiales de la Policía hicieron hace pocos días un dramático llamado a la sociedad colombiana, para pedir solidaridad con las familias de los policias asesinados. En un aparte de su comunicado ponen el dedo en la llaga: "resulta vital para la supervivencia de las instituciones democráticas, de la estabilidad familiar y, por ende de la misma sociedad, que todos los colombianos asumamos con valor y firmeza una posición activa frente a la ola de violencia auspiciada por los cabecillas del narcotráfico (...) La sociedad no puede seguir consintiendo un drama que vulnera la dignidad de la vida misma, ni mucho menos aceptar con indiferencia las angustias padecidas por miles de viudas y huérfanos afectados por la actitud demencial de una minoria..."
Así, a los factores emocionales y psicológicos que implica la pérdida por muerte violenta, se agregan los económicos que no son de poca monta y que complican aun más la situación de las viudas. La muerte les ha arrebatado no solo al compañero de toda la vida y al padre de sus hijos, sino a la principal fuente de sustento de toda la familia. Así lo corroboran las esposas de oficiales de la Policía que integran el Comité de Obras Sociales en Beneficio de la Policía Nacional: "las personas que hemos tenido la oportunidad de observar de cerca la situación que afrontan los damnificados de la violencia, nos sentimos obligadas moralmente a convocar a toda la comunidad para que participe positivamente en la redención de estas familias desamparadas, muchas de las cuales actualmente se encuentran en estado de indigencia".
Al respecto, vale la pena destacar el caso de Beatriz Buitrago de Rivera, una mujer de apenas 28 años. Con tres hijos entre los seis años y un mes, perdió a su marido, que era agente de la Policía Metropolitana de Medellín, en el atentado que tambien le costó la vida al gobernador de Antioquia, Antonio Roldán Betancur. Recibió promesas de ayuda para obtener vivienda y para la educación de sus hijos. Pero en eso quedaron, en promesas. Hoy se encuentra atravesando por una difícil situación económica. Es tal vez uno de los casos más dramáticos de las viudas del narcotráfico. Representa a las anónimas y, por consiguiente, a las más desamparadas. (Ver recuadro).
Esta es la realidad y no solo la de las familias de los policías muertos en el cumplimiento de su deber, sino la de muchas otras que se sienten totalmente ajenas a la guerra que libra el Estado contra la mafia del narcotráfico. Son muchos los colombianos que han caído, víctimas inocentes de atentados terroristas como el de la bomba al DAS o la del avión de Avianca. Son muchas las familias sin padre y las esposas sin marido. Y no hay diseñados mecanismos institucionales para indemnizarlas económicamente. Como si no fuera suficiente con la pena y el dolor sicológicos.
Los hijos son, si se quiere, las víctimas más inocentes. De un momento a otro, sin entenderlo a pesar de haber vivido en un ambiente enrarecido por las amenazas, custodiados, sin posibilidad de moverse a sus anchas como los demás amigos y compañeros de clase, pierden a su padre. El impacto emocional puede dejarles innumerables secuelas y corren el riesgo de un desarrollo traumático si no se les pone especial atención. Los más pequeños presentan, a veces, comportamientos regresivos --vuelven a mojarse en la cama, por ejemplo-- y los sentimientos de inseguridad aumentan. Se despiertan llorando por las noches, sus miedos se exacerban. Muchos otros empiezan a dar muestras de indisciplina y desmejoran el rendimiento académico en el colegio. No pueden concentrarse, pierden interés y motivación. Quienes debían estar más protegidos, resultan a la larga los más desprotegidos.
Las viudas se ven enfrentadas entonces no sólo a su propia pena, sino a la de sus hijos. A la responsabilidad y el reto de salir ellas adelante se suman los no menos difíciles de sacar, adelante también, a sus hijos. Muchas se sienten desfallecer. La cruz que les toca llevar es demasiado pesada. Se han convertido de la noche a la mañana en padre y madre simultáneamente. Y no pocas, inconscientemente, depositan en sus hijos responsabilidades que no les corresponden y que, es más, les quedan grandes. O sin quererlo, les hacen exigencias que ellos no pueden llenar. Todo es más complicado cuando se deben conciliar las responsabilidades maternales con la necesidad de trabajar y establecer un nuevo equilibrio emocional y social en sus vidas, con la necesidad que sienten de llenar el vacio que dejó el padre asesinado. No existen estadísticas sobre las víctimas de la violencia narcoterrorista, pero podría decirse, tal vez, sin equivocarse, que en Colombia se han producido en los últimos cinco años más de 20 mil muertes relacionadas directa o indirectamente con el narcotráfico.



Técnicas de duelo
En el país hay superproducción de investigaciones y estudios sobre la violencia y hasta se habla de una disciplina, inventada en Colombia, la "violentología". Sin embargo, parece que no hay suficientes instrumentos para medir el impacto de ese fenómeno de múltiples caras en la sociedad colombiana, ni recursos humanos y científicos suficientes para ayudar a sus víctimas.
No obstante, no pocos sicólogos y siquiatras han decidido especializarse en el duelo. Son los tanatólogos, profesionales que se dedican a ayudar con terapias de apoyo a todas aquellas personas que experimentan una pérdida en su familia. Y si bien a los consultorios venían acudiendo de cuando en vez las tradicionales viudas, ahora cada día más tocan a sus puertas, mujeres cuya viudez ha sido ocasionada por la guerra que se libra contra el narcotráfico. En muchas de ellas el impacto es tan traumático que no pueden adaptarse a las nuevas circunstancias que la violencia les ha generado.
Aunque no existe una receta universal para superar un duelo y apenas se está empezando a conocer el espectro completo del dolor humano, los especialistas dividen la muerte en dos categorías: muerte anticipada --la de aquella persona que sufre una enfermedad terminal-- y que realmente no coge por sorpresa a sus familiares, y la muerte repentina o inesperada en general, que es la que toma por sorpresa --accidente, infarto, homicidio. A esta categoría, claro esta, pertenecen las muertes derivadas del narcoterrorismo.
Paradójicamente, podría afirmarse que estas muertes son, en su mayoría, anunciadas. Las personas han recibido amenazas que las han obligado a variar su rutina, a vivir permanentemente rodeadas de escoltas, a utilizar chalecos antibalas o a portar armas. En fin, a contemplar la muerte como algo más posible que para el común de los mortales. Empero, para poder sobrevlvir sin sucumbir ante el peligro, y para evitar el desarrollo de sentimientos de paranoia, las personas amenazadas, por lo general, distancian la amenaza y la manejan intelectualmente. Esto lleva a las generalizaciones del tipo, "hay muchos en mi misma situación", o a desarrollar mecanismos de defensa que les permiten pensar que no se va acumplir la amenaza. Y sin embargo, se cumple, con demasiada frecuencia.
Es larga ya la lista de muertos por causa de la guerra contra el narcotráfico. El primero, Rodrigo Lara Bonilla, seguido por jueces, periodistas, magistrados, policías, un Procurador General de la Nación, tres candidatos a la Presidencia, alcaldes, gobernadores y cientos de ciudadanos que sienten que nada tienen que ver en esa guerra. Todas sus viudas, sin excepción, viven un duelo. Un duelo que --afirman psicólogos y psiquiatras- conlleva una cuota extra de traumatismo, porque existe una sensación más fuerte que la normal de haber sido injustamente despojadas. Alguien siniestro quiso hacerles daño y maquinó el asesinato que les arrebató a su compañero de toda la vida. Esa sensación de raponazo, además, puede producir reacciones desmesuradas de ira, y refuerza los sentimientos negativos de pérdida y abandono, de desprotección y vulnerabilidad. Las viudas, entonces, empiezan a ver el mundo a través del filtro del dolor emocional y todo parece perder significado. La vida diaria parece salirse de control.
Desde la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de los millones de víctimas, se abrió un campo inmenso de investigación sobre el duelo y, en general, se llegó a la conclusión de que la única forma sana de superarlo era asumiendo y viviendo el dolor que se experimentaba. Según Isa Fonnegra de Jaramillo, tanatóloga, es necesario para una viuda, o viudo, pasar por el período de duelo. Hay que ventilarlo para poder resolverlo. Y en ese proceso lo que se va produciendo es un recorte de los múltiples vínculos que antes ataban a la persona con el ser querido que perdieron, lo que no significa que dejen de quererlo. El duelo resuelto significa que se sabe que hay una herida, pero que ya cicatrizó y por eso ya no duele".
Pero no siempre es facil resolver el duelo. En la sociedad, las personas que pasan por un proceso de dolor, con frecuencia encuentran una sutil presión para mostrarse o más tristes y deprimidas de lo que se sienten, o para animarse y acomodarse a la vida normal más pronto de lo que realmente pueden hacerlo, lo cual dificulta el completo proceso normal.
Según los expertos en el tema, para poder resolver un duelo en forma emocionalmente sana hay que pasar por cuatro etapas. Estas constituyen todo un proceso emocional que puede durar más o menos tiempo, según la persona y las condiciones que la rodean:
--Aceptar la realidad de la pérdida.
--Experimentar el dolor de la pérdida, independientemente de las presiones sociales y del medio familiar.
--Adaptarse al ambiente en el cual falta la persona muerta.
--Reinvertir la energía en nuevas cosas.
No todas las personas pasan por estas etapas y pueden resolver su proceso de dolor. A algunas el duelo se les vuelve crónico, lo cual, según los tanatólogos, es tan negativo como no resolverlo. A otras, la presión social las lleva a asumir roles que les impiden aceptar la pérdida y que las obligan a ocultar los sentimientos negativos que las invaden. Unas y otras corren el riesgo de no poder volver a recuperar el balance y el equilibrio de sus vidas.
Por regla general, la muerte violenta causa, más que cualquiera otra, una respuesta básica de conmoción e incredulidad. Y son más fuertes las sensaciones de injusticia e innecesariedad, lo mismo que de miedo. Los sentimientos de reproche e inclusive de culpa tampoco faltan. No es raro que en estos casos de muerte por homicidio de personas amenazadas, las reacciones sean un tanto desmesuradas. El interrogante ¿por qué el y no otro? puede prácticamente enloquecer a las viudas. Por otra parte, con mucha frecuencia, los sentimientos de culpa las llevan a cuestionarse por lo que hicieron o por lo que dejaron de hacer, a creer que se hubieran podido tomar más precauciones para evitar la muerte. Estos sentimientos son normales, pero si la persona no la sabe y, en caso de necesidad no busca ayuda, todo puede derivar en situaciones de subestima y depresión agudas, con graves repercusiones personales y familiares. Son muchos los casos de muerte que llevan a las personas viudas a desarrollar sentimientos de culpa. Pero para defenderse de esos sentimientos, la mente humana desarrolla ciertos mecanismos de defensa, especies de escudos y de armaduras que las personas utilizan para protegerse de nuevas y difíciles situaciones. Entre ellos figuran los que se conocen como idealización e identificación.
La idealización supone que la persona renuncia a traer a colación recuerdos negativos y sólo se permite pensar en las cosas buenas de la pareja asesinada. Al no poder o no darse el permiso de tener recuerdos malos, lo que hace la viuda es ponerle freno a un proceso normal de dolor. Aunque es humano inicialmente intentar echarle tierra a los sentimientos negativos, el peligro radica en estancarse en ese punto.
El mecanismo de la identificación lleva a que, en algunas oportunidades, la viuda asuma la causa de la persona asesinada. Son los casos tipicos de Corazón Aquino y Violeta de Chamorro.
No son pocas las veces en que "la causa" se adopta sin que necesariamente la viuda tenga la vocación, la preparación o el deseo de hacerlo.
Se identifica con su pareja muerta y con su causa, por obligación, por lealtad, porque siente que las circunstancias se lo imponen. Generalmente, afirma Isa de Jaramillo, "la decisión se toma bajo el efecto del dolor agudo, que es el momento menos adecuado para tomar decisiones correctas. El shock originado por la muerte del esposo no solo produce sentimientos de abandono y de desprotección, sino de desubicación y confusión. Tomar decisiones dentro de ese caos emocional puede conducir a que la esposa asuma un papel que no le corresponde y a transmutar su identidad por la de su marido asesinado. Es como si con la muerte del esposo hubiera muerto también su propia identidad. Esta es otra forma de negar el dolor, y la persona lo hace como mecanismo de defensa, pero es negativo para el proceso de recuperación y de adaptación a las nuevas circunstacias y a la viudez".

De un solo golpe
La muerte del esposo produce muchas situaciones nuevas en la vida de la viuda. En primer lugar, la fuerza a salirse de la rutina diaria y le exige nuevas formas de comportamiento. En general, aun cuando no todos los matrimonios son oasis de paz y algunos de los roles que imponen a la pareja femenina son limitantes, las mujeres derivan comodidad y seguridad de la rutina familiar. De ahí que la transición a una nueva etapa sin la presencia del esposo sea difícil.
Mientras más largo y envolvente haya sido el matrimonio, más severos pueden ser los signos y puede durar mucho más el proceso de recuperación. Cuando se ha invertido mucho tiempo y energía emocional en una relación, su fin puede llevar a una profunda depresión y despertar sentimientos de hostilidad, remordimiento, autocompasión, ansiedad y miedo. Demasiados complejos para entenderlos de un solo golpe y demasiado poderosos para hacerles frente de una vez por todas.
El grado de la reacción que puede producir en una mujer la muerte de su esposo está en proporción directa al papel que el matrimonio haya jugado en la configuración de su identidad. Para muchas mujeres, especialmente en una sociedad como la colombiana, el matrimonio es el determinante primario de su identidad. Son esposas y madres antes que otra cosa. Esas son sus razones de vivir. Por eso la muerte del esposo puede ser mucho más traumático aún. No sólo se lo han quitado fuerzas malignas, sino que con él se ha muerto la relación y se ha ido parte de su identidad. El dolor parece insuperable. Si no se acepta y no se inicia un proceso de recuperación de la propia identidad --si es necesario con ayuda psicológica-- la persona puede quedarse estancada en el pasado, nadando en la autocompasión, idealizando a la persona y a la relación perdida. Así cae en la trampa de la inactividad y de la impotencia, y no se da cuenta de que renuncia a la posibilidad de restablecer su identidad y de recuperar el equilibrio de su vida.
Pero hay muchas más trampas que impiden hacer el duelo. En el caso de las muertes violentas que se producen en Colombia por causa del narcoterrorismo, existen ciertas consideraciones políticas, sociales y psicológicas en el medio, que llevan a ensalzar la pena. Se sobrevaloran la entereza y el control. Como los muertos en esta guerra que se libra contra el narcotráfico son vistos como héroes y como símbolos, no es raro, entonces, que las mujeres vean en la muerte de su esposo la muerte de un símbolo. Con ello, sin darse cuenta, están alterando sus verdaderos y reales estados emocionales interiores.
Estos factores por lo general determinan un proceso de sublimación de la pena, que lleva a que las viudas no puedan asumir el dolor como personas comunes y corrientes, de carne y hueso. El medio prácticamente les impone un papel de viudas de héroes, heroinas ellas también, para el cual no están preparadas o --no se sienten capaces de confesarlo-- no quieren asumir. La presión social las obliga a negar el dolor, a tapar el duelo. Se encuentran de pronto enquistadas en sus propias emociones, la sociedad no les permite ventilarlas.
Por todo esto no resultan extrañas las imágenes de esas viudas con la cabeza en alto, en pleno control de sus emociones, que parecen poder asumir todo el peso de la carga que dejara su marido muerto. Algunos expertos aseguran que la ausencia aparente de un gran dolor es solo el resultado de un embotamiento emocional y de una negación insana de la realidad, fenómenos que más tarde pueden dar paso a un gran abatimiento y a un callejón sin salida que impide rehacer la vida. Y rehacer la vida es lo normal, a pesar de todo.
Sin embargo, hay nuevos estudios que señalan que no necesariamente los seres humanos que no se muestran destrozados después de la pérdida de su pareja son "anormales". Aunque no es lo común, se da el caso de una minoría de personas que no atraviesan por períodos de severo dolor o depresión. Y esto tiene una explicación que no necesariamente quiere decir que sean frías o poco afectuosas sino algo más profundo. Puede significar que son más fuertes psicológicamente y que --es una característica de quienes reaccionan así-- tienen una profunda creencia en algo, generalmente espiritual.
Aunque la mayoría de las personas experimenta la pérdida de su pareja en forma muy dolorosa y pasa por las etapas de duelo que se han mencionado, no todas duran el mismo tiempo en ese proceso. Mientras algunas de ellas pueden lograr un proceso de recuperación relativamente rápido, se calcula que el 40% después de los cuatro años, aún experimenta ansiedad y depresión.

Luz al final del túnel
Hay una sola cosa en la que todos los expertos están de acuerdo. En que para que termine el proceso de duelo, es necesario que la persona encuentre un significado que le permita ponerse en paz consigo misma y con la vida. Encontrarlo, aun así, cuesta trabajo. Para muchas pasan los años y la misma pregunta sigue rondando: ¿por qué?
Un duelo "bien hecho", dicen psicólogos y psiquiatras, es conveniente desarrollarlo dentro del ambiente en que se vivía. Sin embargo, y precisamente porque las viudas del narcotráfico y sus familias tambien son amenazadas, algunas de ellas se ven obligadas a salir del país y este extrañamiento a veces dificulta aun más la recuperación. No sólo existe la pérdida del esposo, sino la pérdida del medio social, de los amigos y de las cosas familiares, lo cual puede profundizar más el dolor. Y si a eso se añade que hay que recuperar en muchos casos la propia identidad --antes se era más la "señora de..." que cualquiera otra cosa --resulta una tarea verdaderamente compleja.
Por todas las razones mencionadas, la experiencia indica que siempre es necesario un poco de soporte externo para no caer en la red de la autocompasión, la permanente depresión y la ausencia de esperanza.
Aceptar la pérdida y reconocer la muerte de la persona y de la relación es el primer paso. Experimentar el dolor de la pérdida viene después. Reconocer la realidad y aceptarla es doloroso, pero se puede hacer y para ello el trabajo puede constituir una valiosa ayuda. El trabajo es un recurso de renovación y de continuidad simultáneamente. Trabajar como un acto de voluntad más que de deseo o de necesidad es también un instrumento para salir adelante en términos emocionales y psicológicos. Es un mecanismo que permite entender que la vida sigue, no igual, pero sigue.
Las pérdidas producen profundas crisis emocionales y hasta disrupciones de la identidad. Pero también liberan energías. La nueva situacion, por dura que sea, puede llevar a que las viudas descubran habilidades que no sabían que tenían y a poner a prueba una fortaleza que creían no poseer. Se liberan, entonces, energías emocionales, pues hay la necesidad de restituir el balance perdido. De ahí la importancia de canalizarlas en forma constructiva. Si el período de dolor se reconoce y se acepta, si no se niega la posibilidad de vivir un poco a través de las emociones y sentimientos negativos para exorcizarlos, se está dando un paso definitivo para salir del atolladero.
Para restablecer el equilibrio psicológico y emocional se deben aceptar todos los sentimientos que suscita la pérdida. Probablemente no son sentimientos placenteros, pero ventilar y reconocer las emociones encontradas es positivo para salir adelante. "Hay que trabajar sobre los sentimientos ambiguos para poder abonar un nuevo campo que permita reedificar la identidad como persona independiente y reorientar la energía que antes se canalizaba hacia el esposo perdido. Y hay algo que muchas consideran inconfesable, pero que no por inconfesable es menos cierto: toda pérdida es dolorosa, pero tiene una ganancia. Por ejemplo, en algunos casos la viuda puede sentirse liberada de las amenazas, o de la política... Esto puede llevarla a encontrar otros motivos, sus propios motivos, para seguir viviendo. Es una manera absolutamente legítima de sobrevivir: encontrar un por qué vivir personal que, de pronto, no tenía antes, porque su vida dependía enteramente de la de su marido. El dolor puede ser creativo", afirma Isa de Jaramillo.
Pero para llegar a puerto sano salvo, es necesario navegar por aguas tormentosas. Eso significa pasar por esa etapa de repliegue personal de la realidad, por un periodo transitorio de dolor. Mientras tanto, la persona recupera sus fuerzas internas y se adapta a la nueva vida. La seguridad llega con el tiempo. No puede darse de la noche a la mañana.
El signo más significativo de que se está saliendo de la crisis es el sentimiento de que se ha sobrevivido, de que a pesar de la nostalgia y la tristeza, el pasado ya no domina por completo al presente. "Es cuando se puede recordar sin sentir que se le parte a uno el alma", sostiene Isa de Jaramillo. La pregunta es si esta esperanza es suficiente para las viudas del narcotráfico.-

GLORIA PACHON DE GALAN
Nueva vida en París
Todas las viudas seleccionadas para este informe fueron entrevistadas personalmente por SEMANA, con excepción de doña Gloria de Galán, quien se encontraba en el exterior. Gracias a los testimonios de sus allegados se reunió la siguiente informacion:
Para Gloria Pachón, la vida ha cambiado mucho desde la noche del 18 de agosto del año pasado cuando su esposo, Luis Carlos Galán, fue asesinado por sicarios del narcotráfico. En estos ocho meses, su familia, al igual que las miles de familias colombianas enlutadas por la guerra del narcotráfico, ha tratado, después del inmenso dolor y de la indignación, de volver a vivir.
Hoy Gloria y sus hijos Juan Manuel, de 18 años, Claudio, de 15, y Carlos Fernando, de 12, residen en París, donde ella se desempeña como embajadora de Colombia ante la Unesco. La mejor terapia para la viuda del asesinado caudillo ha sido sumergirse en su trabajo con una intensidad que ni siquiera ella, acostumbrada a trabajar duro y parejo, había conocido. En los aletargados y burocráticos corredores del edificio de la Unesco, no ha dejado de causar sorpresa el empuje y el interés de la nueva delegación colombiana. Dedicada desde su llegada a trabajar en el tema que más conoce, el de las comunicaciones, no hay comité en el que sus intervenciones no marquen la pauta. "La verdad es que desde que se hizo cargo de su embajada, ha ejercido en todo el grupo de delegados un liderazgo natural, inicialmente debido al respeto que despertó su condición, y luego como resultado de la demostración de sus capacidades", asegura un funcionario de la Unesco.
Aunque Gloria siempre ha sido una profesional competente y respetada, la dimensión política de su marido para muchos la dejaba en un segundo plano. Ahora está en primera línea. Por el momento en la Unesco y quienes la conocen aseguran que no descarta participar en política cuando regrese a Colombia. Su mayor interés en la actualidad se centra en poner a funcionar la Fundación Luis Carlos Galán.
Pero de la familia, tal vez el más interesado en hacer política es Juan Manuel Galán, el hijo mayor del líder asesinado y a quien todos los colombianos recuerdan el dia del entierro de su padre cuando, en un conmovedor discurso, entregó las banderas del Nuevo Liberalismo a Cesar Gaviria.
El segundo hijo, Claudio, piensa seguir periodismo, carrera importante tanto para su padre como para su madre. El tercero, Carlos Fernando, es quien más problemas ha tenido para recuperarse de la conmoción producida por la muerte de su padre. En temperamento es el más parecido a él y de los hijos es el único que logró saltarse un año de estudio, a pesar de no hablar el idioma.
La mayor ventaja que el exilio parisino le ha traído a todos ellos es la libertad. Acostumbrados a movilizarse en carros blindados y rodeados por guardaespaldas fuertemente armados, se habían olvidado de lo que era caminar desprevenidamente por las calles.-

ANA MARIA DE CANO
"No sé cómo estoy cuerda todavía"
La noche que asesinaron a Guillermo Cano, en medio del estupor y la indignacion, los colombianos descubrieron en su esposa, Ana María Busquets de Cano, la fortaleza de las mujeres bíblicas. Con una entereza admirable, esa mujer de origen catalán, que durante 34 años estuvo al lado del director de El Espectador, hizo frente a su dolor para retomar la bandera de una lucha que su esposo estaba librando desde las páginas editoriales del periódico. Esta actitud convirtió a la viuda de Guillermo Cano en una especie de Violeta de Chamorro, no solo ante el país, sino ante diversos foros internacionales a los que ha sido invitada como símbolo de la guerra que el país libra contra el narcotráfico.
Pero a diferencia de las esposas de las otras víctimas, quienes sabían que la vida de sus maridos corría peligro el asesinato de Guillermo Cano no tuvo el terrible preaviso de la amenaza. Aunque en ese momento para nadie era un secreto que se requería valor para mantener una posición irreconciliable frente al narcotráfico, nunca hubo una amenaza concreta contra su vida. Por eso, en el más completo estado de indefensión, Guillermo Cano cayó víctima de las balas de los sicarios. Y después de su muerte, la familia no quedó libre de las amenazas. "Por el contrario, empezaron como nunca antes. Su muerte marcó el comienzo de una angustia que no ha terminado".
Tres años y medio después, Ana María Busquets de Cano aún amanece con el credo en la boca. "Siento verdadera admiración por mis hijos --Juan Guillermo y Fernando, codirectores de El Espectador. Ellos se estaban preparando para ocupar un puesto en el periódico pero, con la muerte de Guillermo, tuvieron que superar su pena para asumirlo, con valentía e inteligencia, antes de lo pensado. Muchachos que están empezando a formar una familia, que no tienen más patrimonio que su trabajo y que han tenido que afrontar esta amenaza. Yo no se cómo estoy cuerda todavía".
Desde la noche del 17 de diciembre de 1986 la solidaridad ha sido constante con ella y su familia. No sólo por la muerte de don Guillermo, sino después con las demás tragedias. Ana María dice: "En su gran mayoría la sociedad ha sido solidaria. Pero en los últimos tiempos, la gente se ha vuelto pasiva, quiere vivir "tranquila" sin pensar a qué costo se consigue esa tranquilidad y sin pensar en el futuro. El sacrificio de Guillermo y el de los demás, ahora parece inútil. Sin embargo, es posible que con el tiempo se pueda pensar que ha valido la pena no sólo el sufrimiento nuestro sino el del país".
En cuanto al gobierno, Ana María reconoce que les ha proporcionado seguridad, escoltas, etc., actuando en defensa de la libertad de prensa. Pero, a su juicio, "no sólo este, sino los gobiernos anteriores han sido débiles y tardíos para actuar. Si desde un comienzo, hace diez años, se hubiera hecho caso a lo que Guillermo Cano dijo y advirtió, en este momento no pasaría lo que está pasando".-

NANCY DE LARA BONILLA
"No somos los únicos en esta tragedia"
Un mes y medio después del asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, el 30 de abril de 1984, su esposa Nancy y sus tres pequeños hijos --Rodrigo, de 9 años; Jorge Andrés, de 7, y Pablo, de 3 --partieron para España. No era nada fácil para esa joven tímida y consentida, que se casó apenas terminó el bachillerato, iniciar sola una nueva vida en un país diferente. Al inmenso vacío de la pérdida de su esposo, del cual ella, por su juventud, dependía en todos los aspectos, se agregaba también la lejanía de los suyos. Después de un año en Madrid, la viuda del ministro de Justicia y sus hijos viajaron a Berna, Suiza, donde Nancy desempeña hoy el cargo de consulesa. En su trabajo diplomático tuvo que visitar en las cárceles suizas a muchos colombianos, la mayoría presos por narcotráfico. Una situación paradójica y dolorosa, que ella, con valor admirable, convirtió en compasión y ayuda por esas otras víctimas de la droga.
Han pasado seis años y Colombia sigue presente en su corazón. "La ausencia de Rodrigo a todo nivel ha sido una experiencia terriblemente dolorosa, que, por desgracia, cada día en Colombia más compatriotas comparten conmigo. La recuperación de su ausencia en nosotros está relacionada con el hecho de residir en el exterior --dice Nancy. Sentimos necesidad de Colombia, de su gente, de su forma de vida. Pero esa distancia también nos permite querer al país y preocuparnos por sus problemas. Nuestros tres hijos tienen en la imagen de Rodrigo un desafío, un ejemplo y una invitación a ser hombres entregados a