Especiales Semana

Los alambrofobos de la 93

Crónica del nacimiento de una comunidad digital.

15 de agosto de 2004

El parque de la calle 93 en Bogotá suele ser epicentro de las modas tecnoculturales. Lo fue a finales de los años 90, en los días de la burbuja punto com, cuando los yuppies criollos se paseaban por allí imaginando hilarantes planes de negocios y almorzaban en los restaurantes de alrededor con representantes de incubadoras para convencerlos de sus proyectos formidables con los que amasarían fortunas microsófticas.

Allí llegó el primer Café Internet estrato 6 que conoció la ciudad, fundado por el desaparecido portal Starmedia, que sucumbió con la burbuja, y la primera pista de hielo, instalada por un operador telefónico en tiempos navideños para darle el toque norteamericano que a los visitantes del parque les gusta añorar.

Por estos días, convertido en el HotSpot de moda, el parque está cubierto de invisibles ondas electromagnéticas transmitidas por los dos operadores de servicio Wi-Fi que pusieron bandera allí: Avantel y Flycom. En algunos de los restaurantes más sonoros se puede encontrar una tarjeta prepago de 10.000, 15.000 ó 20.000 pesos para navegar la web con el Vaio, el Inspiron o el Pavilion debidamente equipados de procesador Centrino mientras se degusta un plato bajo en calorías y se conversa acerca de negocios, música, farándula y seguridad democrática.

Los desenchufados

De a poco se va cuajando una comunidad de surfers que prefieren engancharse a la red a la manera de hoy, es decir, sin cables. Como el servicio Wi-Fi recién fue lanzado, algunos restaurantes no cobran, con el propósito de captar una masa de usuarios significativa. Lo que cuesta un entremés allí deja suficiente para subsidiar la tecnomanía. "Me gusta este cuento porque hace deliciosa la tarea de responder los 'email", explica Mauricio Ortiz, uno de los primeros internautas que abrazó sin restricciones la convocatoria. Como especialista en negocios internacionales, tiene su oficina cerca del parque y encuentra en él el ambiente adecuado para estar wireless.

Ángel Lenis y su novia prefieren hacerlo sobre el césped, en la mitad del parque, a la usanza neoyorquina. Del morral Fossil extraen un Presario 2100 y navegan la red bajo los rayos del sol urticante del mediodía bogotano. Estudiantes universitarios los dos, realizan prácticas profesionales en una compañía de la zona. Mac Donalds está atiborrado como para continuar allí después de la hamburguesa, y además sentarse sobre el césped a digerir el almuerzo es una práctica cada vez más frecuente en el parque.

Los alambrófobos de la 93 hacen parte del grupo pionero de colombianos que acoge los servicios inalámbricos callejeros. Los hoteles ya tienen comunidades de usuarios claramente definidas, pero la calle aún está a la espera de internautas suficientemente audaces que quieran conquistarla para el mundo del tecnoconsumo. Internautas dispuestos a desafiar el raponazo, la agresión climática y las miradas sorprendidas de los transeúntes que todavía no han oído hablar de la propuesta, fervorosos seguidores de una ola internacional a la que Colombia quiere engancharse oportunamente.

El clima bogotano no quiere cooperar con el espíritu unplugged y castiga con lloviznas repentinas la osadía de alborotar las ondas del espectro. Todavía son pocas las personas que se animan a poner el computador sobre sus piernas en un banco de la zona verde o sobre la mesa del Café Renault; no obstante, esta comunidad crece discreta pero exponencialmente, segura de inaugurar por estos días de una nueva tradición.