Especiales Semana

LOS BRUJOS DEL DEL BRASIL

Por iniciativa del presidente José Sarney, dos brujos del Amazonas salvan la vida de un científico brasilero

17 de marzo de 1986

Que un naturalista al borde de la muerte por haber tocado un sapo venenoso diez años atrás sea salvado por dos brujos, no tiene nada de raro. Tampoco que ese científico se convierta en objeto de preocupación para millones de personas que siguieron durante tres días el tratamiento a través de las transmisiones en vivo de la radio y la televisión.
Lo que sí es curioso, pintoresco y hasta folclórico es que haya sido el mismo presidente del Brasil, José Sarney, el propiciador y también el responsable del encuentro del moribundo naturalista con dos brujos de las selvas del Amazonas, quienes apelaron a alucinógenos, hierbas y conocimientos milenarios para rescatar a un hombre que lleva muchos años estudiando la flora, la fauna y las tribus de las selvas brasileras.
El protagonista de esta historia se llama Augusto Ruschi, tiene 70 años y es mundialmente conocido por el tiempo, la paciencia y la sabiduría que ha invertido en el estudio de las zonas boscosas de su estado natal de Espíritu Santo, zonas que han sido devastadas por los ingenieros e industriales en busca de maderas y minerales. Durante todos estos años Ruschi ha escrito, hablado e implorado para defender esos bosques, pero siempre se topó con la silenciosa complicidad oficial.
Condena al protector
El 12 de enero último, Ruschi apareció en el Jornal do Brasil, un matutino de Rio de Janeiro, no como investigador científico sino como víctima de un sapo venenoso, de los llamados Dendrobates, al que tocó cuando realizaba una gira en la región amazónica de Amapá. Eso fue en 1975 y sólo durante los últimos meses el veneno contraido comenzó a surtir efecto. La noticia sobre la agonía de Ruschi tenía un título poético: "La naturaleza condena a un hombre que la ha protegido".
Algunos medios informativos se hicieron eco de la información, buscaron al naturalista, comprobaron que estaba muy mal y tres días más tarde apareció una columna firmada por el poeta brasilero Affonso Romano de Sant'Anna en la que retomaba el tema con un título sugestivo y no tan original: "Crónica de una muerte anunciada". En esa columna el poeta se dirigía directamente al hombre que, según él, podía salvar al naturalista de la muerte: el presidente Sarney.
Como cosa extraña, en esta ocasión al Mandatario no se le pedía una nueva calle para un barrio o agua para las favelas o electricidad para las zonas marginadas: se le pedía que solicitara inmediatamente a Estados Unidos, la Unión Soviética y otros países un antídoto contra ese envenenamiento y si esas diligencias fracasaban, entonces quedaba un último recurso entre las tribus que se hallar concentradas en la reserva del parque nacional Xingu. El poeta añadía "Brasil no puede permitirse la pérdida de un hombre de la estatura y la importancia de Ruschi sólo porque unos sapos vergonzosos lo declararon su enemigo".
Dicen que Sarney se sintió conmovido y le ordenó a su ministro del Interior, Ronaldo Costa Cuotomque que se pusiera en contacto con Raoni el veterano cacique de los 4 mil indígenas de la tribu Txucarramae, un hombre de unos cincuenta años que ha actuado últimamente como vocero y defensor de los 180 mil indios que sobreviven en ese país. Usando distintas formas de comunicación, Raoni fue encontrado y pocos días después apareció en un sitio que nada tenía que ver con sus casas de madera y paja de la selva: el palacio presidencial en Brasilia.
Con sus collares, con su labio inferior deformado por un aro que los de su tribu se colocan desde pequeños como símbolo de adorno y coraje, Raoni fue recibido enseguida por el Presidente. Comenzaba la segunda etapa de la operación rescate y mientras otros asuntos políticos, administrativos y financieros quedaban congelados Sarney asumía personalmente la dirección de lo que se convertiría en la obsesión de millones de brasileros.
Raoni ya estaba enterado del drama. Durante las últimas noches había soñado y en esos sueños se había topado con el cuerpo del naturalista, sumergido en una laguna repleta de sapos. Miró detenidamente las fotos que había del enfermo en el despacho presidencial y llegó a una rápida conclusión: "Ya tiene cara de sapo. Se ha convertido en un sapo. Tenemos que sacarle ese sapo o podrá morir dentro de poco".
Cura por T.V.
Un avión de la Fuerza Aérea Brasilera fue despachado entonces a la región de Xingu con el fin de recoger numerosas hierbas medicinales y a otro brujo, de la vecina tribu de los Caimura, llamado Sapaim. Entonces, en presencia de las cámaras de televisión y de cine, junto a micrófonos grabadoras, máquinas de fotografía, y temblorosos y ansiosos reporteros, comenzó la salvación del naturalista a manos de los dos brujos. El escenario fue una casa de Rio de Janeiro, donde el científico con voz débil le contó a los periodistas cómo durante el último año los síntomas del envenenamiento habían empeorado con dolores intensos en todo el cuerpo, naúseas, fiebres, hemorragias nasales, mientras sólo podía conciliar el sueño durante dos o tres horas cada noche. Los reporteros lo vieron como un hombre estragado por el veneno, incapaz de hacer el mínimo movimiento y con los ojos y boca totalmente hinchados y enrojecidos.
El Jornal do Brasil dedicó amplio espacio a contar durante varios días el avance del tratamiento, mientras al borde de la cama se encontraba la esposa del enfermo, Marilande. Los dos brujos se instalaron y en esa etapa inicial fumaron largos cigarros que tenían hierbas alucinógenas y ese humo lo soplaban sobre el cuerpo devastado, a tiempo que cantaban en su propia lengua.
Raoni masajeaba el cuerpo de Ruschi hasta extraerle una masa verdosa que apestaba: el veneno del sapo. Uno de los brujos tomó esa masa, que todos se encargaron de fotografiar con cuidado, la frotó entre sus manos, le sopló humo y la masa desapareció. Entonces lo levantaron de la cama y lo bañaron con hierbas medicinales.
Durante tres días y mientras los millones de brasileros, como si se tratara de una de sus populares telenovelas, seguían paso a paso el tratamiento, se repitieron esas ceremonias hasta cuando el cientifico comenzó a sentirse mejor, según sus propias palabras.
Cuando los brujos quedaron convencidos de la curación, lo anunciaron públicamente, le contaron al Presidente y dejaron que el naturalista se levantara. Pero ahí no terminaba todo: para que la cura fuera perfeccionada, los brujos indicaron que según la tradición, la persona que los había buscado y llamado, o sea, el Presidente, tenía que darles un regalo como agradecimiento. Entonces los dos brujos acompañados por el ministro del Interior, quien iba pagando las cuentas en los almacenes, se dedicaron una tarde a comprar algunos objetos domésticos para los indígenas en la selva. Ese regalo sería entregado después por el mismo Sarney a los dos brujos en una ceremonia también muy publicitada en su despacho presidencial.
En medio de las reacciones de escepticismo de varios médicos brasileros, tanto el naturalista como los dos brujos aprovecharon ese último encuentro para pedirle al gobierno que ayude más a los indígenas y promulgue nuevas leyes para proteger el medio ambiente. El sapo que envenenó al científico no sabía que con su simple acto de defensa, pondría en marcha diez años después toda una campaña indigenista y ecológica.--