Especiales Semana

Los colombianos de hoy

El Estudio Colombiano de Valores, un proyecto que parte de una investigación mundial auspiciada por la Universidad de Michigan, hace revelaciones sorprendentes sobre la felicidad, la desconfianza y el individualismo del país.

15 de febrero de 2004

En Colombia se acude a dos lugares comunes cuando se quiere hablar del problema de la identidad nacional. El primero es un cuento que circula de boca en boca y que explica las dificultades para construir una identidad por cuenta del 'aspiracionismo' de los colombianos. Según esta tesis no se ha podido tener una identidad fuerte y homogénea porque los de clase alta aspiran ser como los ingleses; los de clase media, como los estadounidenses y los de clase baja, como los mexicanos. El segundo lugar común al que se recurre es una frase del cuento 'Ulrica', del escritor argentino Jorge Luis Borges. Este texto relata el encuentro en Nueva York de Javier Otálora, un payanés, maduro, profesor de la Universidad de los Andes, con una noruega de nombre Ulrica. Cuando Otálora le dice su nacionalidad, ella le pregunta de un modo pensativo: "¿Qué es ser colombiano?". Y él le responde en la ficción de Borges: "No sé. Es un acto de fe".

Estas dos respuestas trilladas no aportan ninguna clave útil para resolver el problema real de la identidad colombiana. Si acaso dejan ver la marcada percepción que tiene la gente de la estratificación de la sociedad, que tanto sorprende a los extranjeros que visitan el país. Algunos escritores, como Gabriel García Márquez o William Ospina, han tratado desde la cultura de llegar hasta el meollo de este asunto. Otro tanto han hecho desde las ciencias sociales investigadores como Hernando Gómez Buendía o Daniel Pécaut. Cada uno, desde su campo, ha dado pinceladas de esa vaga y desconocida identidad nacional. Que dejará de serlo dentro de poco, y probablemente confirmará en forma científica muchas de las cosas que se han dicho al respecto en forma empírica, cuando se conozcan los resultados del Estudio Colombiano de Valores (ECV) que se está llevando a cabo en el país bajo la conducción del Centro de Estudios Culturales (CEC).

Este proyecto hace parte del Estudio Mundial de Valores, una investigación global sobre los cambios socioculturales y políticos de las sociedades, conducida desde 1988 por Ronald Inglehart, del Instituto de Estudios Sociales de la Universidad de Michigan. Los valores no son algo inmutable. Por esa razón, el estudio se ha llevado a cabo en cuatro oleadas, a partir de 1981, para medir los cambios que aquellos experimentan a través del tiempo. La investigación ha cubierto hasta ahora 80 países, en los que se concentra el 85 por ciento de la población mundial. En todos se ha aplicado la misma encuesta, por lo que los resultados son susceptibles de comparación. Inglehart sostiene que determinados valores están vinculados al desarrollo o al estancamiento de las sociedades y que la riqueza de un pueblo determina su manera de pensar. Para el investigador, "cuanto más rico es un país, más avanza hacia la democracia, la tolerancia, la igualdad de la mujer y la laicización". Con los resultados de la encuesta se puede determinar en qué grado está una u otra sociedad.

En Colombia, John Sudarsky y María Mercedes Cuéllar hicieron estudios similares en el pasado. El actual quiere superar la visión de economista de los anteriores e ir más allá de la discusión académica que siempre genera un informe de este tipo. El estudio quiere convertirse en una fuente de información para la elaboración de futuros planes de desarrollo. El proyecto arrancó en diciembre del año pasado con una encuesta de 324 preguntas hecha por la firma Napoleón Franco entre 1.215 colombianos. Los primeros resultados, que incluyen 30 preguntas, confirman algunas de las sospechas que existían sobre la identidad colombiana y sus valores.

El retrato robot

El Estudio Colombiano de Valores hace un retrato robot del colombiano común, o modal como lo llaman los investigadores, de comienzos del siglo XXI: es una persona de 18 años, de tez morena clara, casada y sin hijos. Este personaje terminó la secundaria, tiene un trabajo manual no especializado, el ingreso que recibe le alcanza apenas para vivir pero no para ahorrar. Vive en la ciudad, en estrato 2, y es de clase baja. Por género las diferencias con este perfil son mínimas. La mujer modal colombiana está casada, es ama de casa, tiene un hijo y se llama María Patricia González Gómez (estos son los nombres y apellidos que más se repitieron en los resultados de la encuesta). El hombre modal colombiano es soltero, no vive con sus padres, no tiene hijos y se llama Luis Antonio Rodríguez Hernández (ver recuadro de la página anterior).

Uno de los resultados sorprendentes del estudio tiene que ver con la felicidad de los colombianos. Un extranjero ve desde afuera que este país es el escenario de batalla entre tres ejércitos, uno legal y dos fuera de la ley. Buena parte de la población vive en la pobreza y hay una desigualdad en los ingresos muy grande. Sin embargo, en medio de esta situación, o pese a ella, los colombianos se sienten felices. Así lo revela el estudio y lo confirma la realidad. En diciembre, un francés que visitó Colombia por primera vez se maravillaba de esta paradoja y al ver el ambiente en un sitio de rumba comentó: "Al parecer en este lugar la felicidad es una droga. en mi vida había visto a tal cantidad de gente cantando, bailando, aplaudiendo, zapateando sobre las mesas, a tanta gente tan feliz al mismo tiempo".

Los investigadores del CEC tienen dos explicaciones para este fenómeno. La primera es que, pese a todo lo que sucede, en la mayoría de los casos el colombiano sale bien librado y eso le basta para ser feliz. La segunda tiene que ver con el denominado 'efecto burbuja', por el cual la gente se aísla de la realidad y, en la medida que no la toque, se acostumbra a ella y ya no le afecta. Otro hecho sorprendente es que estas personas se sienten colombianas antes que cualquier otra cosa y están orgullosas de serlo. Sin embargo, sólo 60 por ciento estarían dispuestos a ir a la guerra por el país e incluso 24 por ciento se abstendrían de hacerlo. Pero las sorpresas no terminan ahí.

El estudio revela que, tal y como lo habían advertido algunos escritores e investigadores en el pasado, la sociedad colombiana perdió la confianza. La mayoría de la gente vive precavida y está convencida de que si 'da papaya', los otros se van a aprovechar. El informe preliminar del CEC dice al respecto que "nuestra sociedad está resquebrajada y pese a que sobrevivimos por la ayuda mutua, no confiamos en los demás. Esto presenta un tejido social frágil y vulnerable a fenómenos de aislamiento en pequeños grupos que se autosoportan entre sí". Esto es muy grave porque la economía se mueve por la confianza y no tenerla pone en peligro la integridad del sistema. William Ospina ya había intuido que esto sucedía y había abogado por "lanzarnos a la búsqueda de esa confianza perdida, pero nadie conoce el camino que lleva hacia ella, porque la confianza es uno de esos extraños lazos vitales cuya realidad resulta mucho más fácil de percibir que de explicar".

Esta tendencia a ser una isla está ratificada en el estudio con un bajo índice, sólo 4 por ciento, de asociatividad. Esta es la capacidad de asociarse voluntaria y desinteresadamente en procura de un proyecto común. Es alta en sociedades que ya resolvieron sus problemas materiales de sobrevivencia porque cuando esto sucede, sus integrantes se vuelcan en procura de otros bienes no materiales, como las actividades deportivas y culturales, para lo cual requieren la colaboración de otros individuos. Ahí comienza el proceso asociativo. En Colombia, esto no ha sucedido porque la gente está todavía en plan de supervivencia, y por la misma desconfianza y la lógica paranoide que gobierna sus vidas se vuelca sobre la familia, a la que percibe como el último baluarte de afecto y de solidaridad. No obstante, con este tema se presentan de nuevo contradicciones.

La mayoría está de acuerdo con que la familia nuclear es la mejor para que un niño crezca feliz, una idea que se corresponde con la cosmovisión católica tradicional de la familia como eje de la sociedad. Pero esta visión, según la investigadora Florence Thomas, es trasnochada: "Hablar de familia es del siglo XIX. Hoy se habla de estructuras familiares diversas". Y los resultados del estudio muestran que la mayoría de los colombianos también están sintonizados con esta tendencia porque consideran el matrimonio una institución anticuada, aprueban que una mujer tenga un hijo sola, consideran que ser madre ya no es un requisito para que la mujer se realice en la vida y sólo 31 por ciento piensa que el divorcio no se justifica nunca. Esto podría ser un indicio, junto con un índice de tolerancia comunitaria alto, de que los cambios que introdujo la Constitución de 1991 comienzan a dar resultados. Hay una sociedad que comienza a despojarse de la cosmovisión religiosa, dogmática e intolerante que la aprisionó durante siglos y le apuesta a que dentro de 10 años se hará la paz y se presentará un alto crecimiento económico. Si estos dos hechos redundan en beneficios para todos los colombianos, es probable que los hijos de María Patricia González Gómez y Luis Antonio Rodríguez Hernández, la mujer y el hombre colombianos del común de hoy, sean mucho más abiertos, tolerantes y confiados de lo que fueron sus padres, que pese a todo son hoy felices como si vivieran en el Paraíso.