Especiales Semana

LOS MILAGROS VALLENATOS

El Festival de la Leyenda Vallenata no es sino uno de los muchos milagros que los vallenatos han recibido de la benevolencia de la Virgen del Rosario.

ANTONIO CABALLERO
2 de junio de 1986

Mucha gente está convencida de que el Festival Vallenato no existe. Creen que es una leyenda que se inventó Alfonso López Michelsen para descrestar cachacos cuando era gobernador, y que se perpetúa gracias a una cadena sinfín de cachacos descrestados que quieren a su vez descretar a otros cachacos. La tesis es atractiva, mirada desde el altiplano cundiboyacense o las montañas de Antioquia. Pero es falsa. El Festival Vallenato, como los milagros, sí existe.
Más aún: no sólo existe uno, sino que existen por lo menos dos. Uno es el festival oficial, que el 30 de abril cumplió diecinueve años. Este Festival Vallenato, para empezar, no se llama así sino Festival de la Leyenda Vallenata. La cual Leyenda, a su vez, tampoco es una sola, sino por lo menos tres: la de que el festival en sí no es más que una leyenda, por un lado; por otro, la famosa de Francisco el Hombre, aquel acordeonero prodigioso que una vez le ganó una piqueria al mismo Diablo; y finalmente la Leyenda Vallenata propiamente dicha, que es la que da su nombre al festival y se refiere a un milagro que en el siglo XVI les hizo a los españoles la muy milagrosa Virgen del Rosario, resucitándolos después de que los indios los hubieran envenenado con barbasco. La Virgen, a quien el rencor de los indios puso por mal nombre La Guaricha, se convirtió ipso facto en patrona de Valledupar, y desde entonces se celebra su fiesta con gran recogimiento. Aunque últimamente no tanto, porque el Obispo ya no deja sacar a las calles en santa procesión a la auténtica imagen venerada, una talla española del Renacimiento que fue la que de verdad hizo el milagro, sino a una copia de pasta, una impostora. Con lo cual el esplendor de la parte religiosa de la fiesta ha decaído considerablemente.
Pero hablábamos del festival oficial, que tiene su programa oficial y sus participantes oficiales. Se centra en el concurso de acordeoneros para elegir rey vallenato. La competencia se celebra en la Plaza Alfonso López (todo en Valledupar se llama así: colegios, plazas, aeropuertos. Hay cachacos que quedan descrestadísimos), bajo un sol sin clemencia que cae verticalmente sin cesar, inclusive en las más hondas horas de la noche, inclusive cuando se suelta de golpe un aguacero torrencial -que allá son de agua caliente. Al sol tocan los músicos: docenas de concursantes, profesionales, mujeres, viejos, niños, y los jurados van tomando notas con lápiz y papel, en un río crecido, inextricable, de calor y de música. Al segundo sorbo, la cerveza helada empieza a hervir en las botellas. Al tercero, el más recio vallenatólogo acaba refugiándose bajo el vasto follaje majestuoso del gran palo de mango del centro de la plaza, entre las oleadas de la música. Acordeoneros de Fonseca y de Sincelejo, guacharaqueros de Arjona y de San Juan del Cesar, cajeros de Villanueva y de Barranquilla, cantores de Chimichagua y de Patillal. Toda la Costa, y gente que viene de Panamá y de Venezuela, y hasta vallenatólogos de Francia. Este año compitió en la piquería un soldado de Nobsa, Boyacá, y en canción inédita, sin duda para buscar lo que llaman "equilibrio informativo", un guerrillero en tregua del XXIV Frente de las FARC. Se toca en la plaza, se canta en el teatro, se baila a cielo abierto en las casetas, donde tocan los grandes. Y se elige al fin un rey.
No una reina de belleza, en este país que está agobiado de tantas. Un rey, que es el mejor acordeonero del año, y es coronado en la mitad de la plaza, en la tarima de Francisco el Hombre, ante las muchedumbres. Este año lo fue, por tercera vez, Alfredo Gutiérrez. ¿Qué reina ha sido coronada en Cartagena no una, sino tres veces? Y si a eso vamos ¿a qué Presidente de la República le ha ido bien en la reelección? Y de un rey vallenato se acuerda todo el mundo. ¿Quién fue reina en Cartagena en el año 68? Nadie lo sabe. ¿Y Presidente en el 68? Hay que echar mucha cabeza y ponerse a restar cuatrienios. En cambio hasta los más alérgicos a la vallenatología saben que el primer rey vallenato fue, en el 68, Alejo Durán. Que ahí sigue.
Pero además de este fragoroso festival oficial existe otro, el no oficial, en las espaciosas casonas umbrías de Valledupar, a la sombra de un árbol. Afuera ondula de calor el Valle hasta las estribaciones de la Sierra Nevada. Adentro, a la sombra pacífica del árbol, va creciendo la parranda de casa en casa, en amplios corros de mecedoras a donde va llegando el whisky, siempre recomenzado, como aseguran los poetas que es el mar. Un mar de whisky Old Parr sin estampilla, un mar sin tiempo en el que no se sabe si ya es hora de desayunar guiso de tortuga o todavía es tiempo de comer chivo o de probar un caldo de sancocho capaz de resucitar cachacos muertos, como la Virgen del Rosario resucitó españoles hace trescientos años. Va creciendo una parranda infinita, interminable, expandiéndose en la voz rota de Leandro Díaz o en el acordeón sincopado del viejo Emiliano, en los hondos pulmones de Poncho Zuleta, en los dedos de Nafer Durán, en la lengua de Toño Salas. Y a veces se levanta un parrandero, que sin duda es también enamorado y cantador, ganadero, algodonero, gallero y agricultor, y le suelta una canción a su madre, o a su mujer, o a una novia que tuvo, o a otra que tiene en Urumita o en Barrancas.
Y por si todo eso no fuera bastante, hay todavía otro festival más, que pudiera llamarse burocrático. A ese, que tangencialmente se toca con los otros dos, suele asistir el Presidente de la República, que ha llegado a inaugurar alguna cosa que en años anteriores se había quedado sin inaugurar y desembarca del avión presidencial cargado de ministros y altos mandos militares y jefes de institutos descentralizados y muchos invitados especiales. Desembarca, inaugura, asiste a un fragmento de parranda, y a las cinco de la madrugada vuelve a embarcar y despega con todos sus invitados, porque a las siete tienen en Bogotá consejo de ministros. En Valledupar falta todavía mucho para que vuelva a saberse de esas cosas, de elecciones y de discursos de Barco en la televisión, de guerras y de créditos Jumbo: faltan días y noches enteras, y procesiones, y riñas de gallos finos, para que empiece por fin a acabarse la parranda.
Porque si hay tantos festivales vallenatos, y caben todos simultáneamente bajo el cielo caliente del Valle, y encima nunca hay muertos, es porque hace diecinueve años los fundadores no supieron ponerse de acuerdo sobre qué era lo que querían exactamente. Consuelo Araujonoguera, la "Cacica Vallenata", que es el alma de varios de los que hay y acaba de crear una Fundación para mantenerlos todos, cuenta que "se corría el riesgo de hacer una parranda que se volviera interminable". Pero eso fue lo que acabó volviéndose. No una, sino muchas parrandas, todas interminables.
En eso consiste el tan cantado milagro de la Virgen del Rosario. Y no es de extrañar que los cachacos vuelvan de Valledupar tan descrestados.