Especiales Semana

Lucila Rubio de Laverde

Una luchadora por el voto femenino, criticó a la Iglesia por no atender los derechos de las mujeres, y enfrentó la cultura patriarcal de su época.

María Teresa Arizabaleta de García*
3 de diciembre de 2005

Era mi primer viaje en avión. Tendría 12 ó 13 años y la mañana brumosa en el aeropuerto de Cali se presentó como una promesa. Llevaba en mi bolsillo una nota de la directora de mi colegio, Matilde González Ramos, en un pequeño sobre que, como una tentación, estaba abierto. Cedí a la llamada de ese pecado leve y leí su contenido: "Lucila, te presento a una niña líder". El corazón saltó, el estómago dio vueltas y revueltas, y el orgullo se encumbró hasta alturas que no conocía. Bogotá me esperaba con una mañana espléndida y lo siguiente que recuerdo es a una mujer muy bien puesta, con el pelo recogido en una moña. Su rostro, de facciones finas, no revelaba el carácter fuerte que le dictaba críticas contundentes al Estado patriarcal. Lucila Rubio de Laverde organizó la Alianza Femenina de Colombia, de orientación socialdemócrata, a la que invitó a todos los grupos que se comenzaban a gestar alrededor de la incidencia política por el voto de la mujer. Y lo contó al país entero. Era una convencida de la difusión de los hechos para darles vigencia y carta de nacionalidad. Llovieron las maledicencias y tronaron los desacuerdos. Pero Lucila se plantó como ceiba y hundió sus raíces hasta lo más profundo de sus convencimientos. Su trabajo con las mujeres de base popular fue, quizá, uno de los más efectivos de aquella época. Las comprometió en su lucha sufragista. Católica por bautismo, no le temblaba la mano para expresar su disgusto con la Iglesia por su "parsimonia para entender los argumentos a favor de los derechos de la mujer". Así lo decía. En la década de los 30, participó activamente en la lucha por el reconocimiento de los derechos patrimoniales de la mujer y fue cogestora de lo que se llamó Régimen de Capitulaciones Matrimoniales. En 1944 fue la primera mujer que habló en el Congreso de la República a favor del voto de la mujer. Enfrentó poderes tradicionales por el divorcio del matrimonio civil, porque lo consideraba importante para la consolidación de la pareja. No le parecía justa la convivencia "hasta que la muerte los separe" si no existían razones justas para compartir la vida. Cuando el voto de la mujer fue un hecho, yo le manifesté mi desagrado porque a la gente de mi barrio el logro no le producía más que una indiferencia dolorosa. "Son años de cultura patriarcal; no es indiferencia", me dijo. Un día recibí un sobre sin remitente. Contenía los tiquetes aéreos para ida y vuelta a Bogotá, y una nota: "Murió Lucila Rubio de Laverde. Mañana es el funeral. Sabemos cuánto usted la quería". Mis sentimientos me arrugaron el corazón, pero logré mantener mi serenidad mientras recordaba una de sus más significativas enseñanzas: "Eduquemos un hombre y habremos educado a un individuo. Eduquemos una mujer y habremos educado a una generación". *Integrante de Unión de Ciudadanas por Colombia