Especiales Semana

LUIS CARLOS GALAN

CESAR GAVIRIA
9 de noviembre de 1998


Nació en Bucaramanga en 1943, cayó asesinado en 1989. Abogado javeriano, se especializo en Roma. Trabajó como periodista en El Tiempo bajo la tutela de Eduardo Santos.
Fue nombrado Ministro de Educación por el presidente Misael Pastrana Borrero. Fue embajador en Roma y en 1979 fundó el movimiento Nuevo Liberalismo,apatandose del oficialismo liberal.
Liquido el Nuevo Liberalismo para ingresar al oficialismo, y era considerado el favorito para suceder a Virgilio Barco en la Presidencia cuando fue asesinado en plena campaña en la plaza pública de Soacha.
MAS QUE PRETENder realizar una semblanza biográfica de Luis Carlos Galán o adentrarme en su dimensión familiar o humana, quisiera hablar del Galán que yo conocí, del hombre público, de aquel que casi todos reconocen hoy como el llamado a ser el gran reformador del Estado y de la sociedad colombiana en la segunda mitad del siglo XX.
Conocí a Galán, el dirigente, desde ambos lados del espectro político: cuando lideraba su disidencia liberal y cuando lo acompañe en su campaña a la Presidencia de la República, luego del proceso de unión del liberalismo. Siempre pensé que él llenaba como pocos una de las grandes aspiraciones de nuestro tiempo, la de los grandes líderes, cuyos pasos, al decir de Richard Nixon, "son como truenos que hacen retumbarla historia ".
Galán representó para el país ese liderazgo fuerte, creativo y renovador que Colombia estaba requiriendo al finalizar el período del Frente Nacional y al acercarse el fin del siglo. Fue Galán el primer dirigente político a quien oí hablar de globalización mucho antes de que el término se popularizara. El sabía que la nuestra sería una época que demandaría un profundo proceso de modernización económica, imperioso por la integración en el ámbito hemisférico y mundial. Simultáneamente con ello Colombia requería con urgencia un intenso proceso de cambio político. Nuestro país estaba atrapado en actitudes e instituciones que correspondían a circunstancias que otros países americanos habían superado hada décadas y era ajeno por completo a las discusiones sobre modelo económico o insti tuciones políticas que ya tenían lugar en las demás naciones de nuestro hemisferio. En las plazas públicas Galán exponía estas ideas con lucidez.
En un país donde tanto los dirigentes como los ciudadanos teníamos una vida de permanente acomodo a las circunstancias de la compleja realidad de violencia, Luis Carlos Galán se enfrentaba a semejante situación de manera distinta. Era un hombre de principios, arraigados en un marco de valores surgido del seno del hogar, de su proceso educativo y de su intenso proceso de reflexión y conocimiento de la realidad colombiana, que mostró siempre opiniones consistentes. Esas características de su temperamento en su corta pero intensa vida pública lo hacían ver, aun para muchos que lo admiraban así no lo acompañaran en las lides políticas, como intransigente y carente de pragmatismo. Galán no acomodaba su ideario a las cambiantes situaciones políticas o a las particulares amenazas que el ejercicio de una vida como la suya implicaban en una socidad en la cual las organizaciones criminales habian adquirido tanto poder y preeminencia.
El temperamento de Galan, que bien se reflejaba en los afiches de la campaña galanista, por momentos parecia asemejarse más al de aquellos jóvenes que se volcaron a las calles de París, en mayo del 68, que a la actitud acomodaticia que aún prevalece en la vida política colombiana. Sus adversarios se llenaban de impaciencia frente a sus declaraciones, ante la consistencia de su discurso político o a las orientaciones que emitía a los miembros del Nuevo Liberalismo. Y estas posiciones suyas eran particularmente difíciles de asimilar para la dirigencia política que muchas veces encontró el discurso galanista un tanto utópico, ajeno a las habilidosas prácticas que ayudan a tantos políticos a perpetuarse en el poder y a amalgamar intereses totalmente contrapuestos.
Esto no le impidió, con el correr de los años, confirmar que era posible enderezar la ruta del liberalismo, democratizar sus decisiones, renovar sus cuadros y darle una orientación y un ideario que sirvieran en verdad de instrumento para transformar y modernizar las instituciones políticas, sociales y económicas de Colombia.
Tuve la ocasión de tratar de cerca a Galán en el transcurso del gobierno de Virgilio Barco, y fue en ese período, cuando tuve la oportu nidad de conocer a un Galán profundamente preocupado por la evolución de las instituciones políticas, por su legitimidad a los ojos de los ciudadanos, por la baja participación política de los colombianos, por la necesidad de fortalecer nuestras instituciones de justicia y de dignificar la vida de los jueces, por avanzar en un proceso constitucional que nos permitiera tener una Constitución generosa en materia de derechos. Fui testigo de su preocupación por el escepticismo de la juventud en las posibilidades de la política para realizar las transformaciones que estaba demandando el país. Se había propuesto impulsar cambios de tal magnitud que ayudaran a que los jóvenes inconformes encontraran en esos derechos y en los instrumentos para hacerlos eficaces la esencia de su lucha política, y cerrar así una de las principales causas de violencia política.
En mis funciones como Ministro de Gobierno de la administración Barco me correspondió participar en el proceso de unión liberal entre Galan y el entonces presidente de la Dirección Nacional Liberal, Hernando Durán Dussán. Ellos acordaron con el gobierno un conjunto de principios y propuestas para desarrollar una reforma constitucional de clara estirpe democrática que nos ayudara a crear una sociedad más abierta y sin exclusiones. El acuerdo buscaba una reforma que nos ayudara, por una parte, a borrar los rasgos de intolerancia y autoritarismo que tanto daño le han hecho a nuestra sociedad, y por la otra, a fortalecer nuestra justicia para resolver nuestros problemas y conflictos no por mano propia ni apelando a la violencia, sino por vías institucionales.
Durante la corta campaña presidencial en la cual lo acompañé como jefe de debate pude conocerlo más de cerca y ser testigo directo de su fortaleza y consistencia, de sus amplias capacidades políticas y del entusiasmo que sus tesis y su personalidad despertaban entre colombianos de todas las regiones y de sectores y estratos totalmente distintos. Pero pude apreciar sobre todo sus grandes cualidades humanas, su sentido de la lealtad y la amistad y el amor que profesaba por Gloria, su esposa, y por sus hijos Juan Manuel, Carlos Fernando y Claudio Mario y desde luego por sus padres y su familia toda.
Su temprana desaparición nos privó de tener un gobernante preparado no solo para confrontar la compleja realidad colombiana sino, como ninguno otro, para realizar las tareas de modernización del Estado. Hoy, cuando es posible advertir síntomas de fatiga, cansancio y desesperanza en el Partido Liberal, que está regresando a los mismos mecanismos y prácticas que Galán tanto combatió, tenemos una oportunidad particularmente propicia para recordarlo. Solo si recupera su ideario y su actitud siempre rebelde y transformadora podrá el liberalismo encontrar el vigor y el entusiasmo que se generó dentro del Nuevo Liberalismo. Sólo si busca nueva fuerza en el espíritu reformista de Galán podrá encontrar de nuevo el sendero que le permitirá ser una vez más autor y protagonista de la transformación de Colombia.