Especiales Semana

Ni tan inútiles

Las humanidades, por mucho tiempo consideradas carreras inservibles y nada lucrativas, empiezan a encontrar un puesto privilegiado en la sociedad actual.

26 de febrero de 2002

Esos filósofos, historiadores, sociólogos, antropólogos son todos unos charlatanes, locos y buenos para nada”, dice doña Nubis, una manicurista del norte de Bogotá. Y como ella, la mayoría de colombianos preferiría que sus hijos estudiaran una carrera que pareciera más práctica. Por eso los jóvenes que se atreven a desafiar estos estereotipos y deciden estudiar una de estas ‘ciencias inútiles’ son duramente juzgados por su familia y su entorno. Los padres consideran que el pago de la matrícula es una inversión que se recupera con el dinero que sus hijos ganan luego como profesionales y, como tradicionalmente se asume que el único camino para los humanistas es dedicarse a la mal pagada docencia, la inversión parece injustificada. “Cuando le dije a mi papá que quería estudiar antropología me respondió que él no me iba pagar esa vagabundería, que más bien estudiara administración y cuando trabajara y tuviera con qué yo misma me podía pagar el antojito”, recuerda Juana Rosas.

Sin embargo el prejuicio hacia las humanidades empieza a hacer crisis por varios motivos. Para comenzar, cada vez es más difícil conseguir un trabajo que pague la inversión sin un posgrado. Las universidades estadounidenses, que son las que marcan la pauta en Colombia, han optado por hacer pregrados más cortos con un enfoque más global, pensando en que los estudiantes continúen luego con un posgrado. Desde entonces las humanidades han comenzado a adquirir mucha más importancia en el pénsum de los programas de administración de empresas. Gretel Wernher, decana de artes y humanidades de la Universidad de los Andes, explicó el fenómeno a SEMANA: “Lo que se aspira a formar es a una persona que haya desarrollado buen criterio, que pueda tomar decisiones rápidas y adecuadas y logre desempeñarse en varios campos disciplinarios con decisión y percepción”.

Por eso desde hace unos años en el mercado laboral de países como Japón y Estados Unidos, en donde se solía despreciar a los egresados de ciencias sociales, hoy se les empieza a privilegiar para ocupar los más altos puestos. Se trata del fenómeno de altos ejecutivos formados en distintas ciencias sociales y humanidades a los que se les paga por pensar y ser creativos. Son los nuevos ‘filósofos gerentes’.

Según un artículo de Ask the Headhunter, publicación electrónica especializada en búsqueda y contratación de ejecutivos, los profesionales más enganchados por firmas de headhunters (cazadores de cerebros) en los últimos años son los que tienen un pregrado en artes liberales o humanidades y que luego realizan una especialización en un área específica. Nick Cocodrillos, quien empezó estudiando inglés y luego se graduó de sicología, cuenta cómo consiguió un puesto como asesor del presidente de una compañía de comercio electrónico. El ejecutivo no sabía escribir muy bien y por eso lo contrató a él. Según Cocodrillos, con el crecimiento de Internet y de los nuevos medios la escasez de profesionales con carreras técnicas y de negocios pero talentosos se hace cada vez más evidente. Por eso los empleadores empiezan a preferir a profesionales graduados de carreras no relacionadas con los negocios.

Dentro del mundo empresarial los humanistas no sólo han colonizado los nuevos medios. Las firmas de análisis de mercadeo, por ejemplo, contratan antropólogos, sicólogos y sociólogos que trabajan con grupos focales. Marcela García, analista cualitativa de Market Research de Colombia, explicó a SEMANA que en su labor su formación en una ciencia social le da las herramientas indispensables. Por ejemplo, la posibilidad de un discurso, conocer el medio de consumo y la metodología de observación de campo. “Eso no lo puede hacer un administrador o un economista”, dice.

Por último, los problemas sociales y políticos que enfrenta nuestro país requieren una comunidad académica fuerte que sea capaz de pensar el país con una visión global y humana y no sólo con la visión de técnicos o especialistas en una rama en particular. Según el profesor de filosofía Felipe Castañeda, “lo que pasa es que no todos los saberes cumplen con la misma función. Es como una casa: nadie puede vivir sobre la estructura solamente, pero sin estructuras la casa se cae”.