Especiales Semana

NI ZANAHORIA NI GARROTE

Nada le sirvió a Gaviria contra la guerrilla: ni los intentos de diálogo ni las ofensivas militares.

28 de febrero de 1983

El gobierno del Presidente Gaviria ensayó todo con la guerrilla. Le puso a su disposición la Asamblea Nacional Constituyente, le atacó sus cuarteles generales de Casa Verde, en La Uribe, le aplicó la estrategia de la zanahoria y el garrote, y nada parece haberle funcionado.
La subversión colombiana desaprovechó una oportunidad que había reclamado durante 40 años. La Constituyente pudo haberse convertido en el canal político que durante décadas les estuvo cerrado a los movimientos de extrema izquierda, pero éstos se negaron a participar en el proceso de definición de las nuevas reglas del juego del país. Sólo grupos minoritarios al margen de la ley se acogieron al ofrecimiento, y fue necesario volver a explorar los caminos del diálogo para tratar de darle una solución al conflicto armado.
Para evitar que se repitiera el esquema de la zona de desmovilización donde el Ejército no pudiera entrar -como sucedió con Casa Verde desde tiempos de Belisario Betancur- el gobierno se negó a acceder a un cese al fuego y trasladó la mesa de diálogo a Venezuela. A las dos rondas de conversaciones de Caracas, en 1991, la guerrilla llegó muy poco convencida de que fuera a lograrse algo concreto y, de hecho, los resultados fueron escasos. La falta de cohesión interna de la Coordinadora, y el que la subversión le hubiera apostado al descalabro de la apertura económica y del programa de gobierno de Gaviria, hicieron fracasar el capítulo venezolano.
Meses más tarde, y en buena medida por un error de interpretación del Presidente, se reanudaron los diálogos. Gaviria, quien había confundido la tradicional tregua navideña de la guerrilla con un signo de voluntad de paz, decidió abrir un nuevo capítulo en las negociaciones. En la tercera ronda, llevada a cabo en Tlaxcala (México), el gobierno envió como negociador al liberal más respetado por los alzados en armas: Horacio Serpa. Y a pesar de ese gesto, los diálogos se convirtieron en uno de los espectáculos más vergonzosos en la historia del proceso de paz colombiano. Allí el gobierno se dedicó a darle explicaciones a la subversión, y ésta a tomar del pelo a sus interlocutores a tal punto que el propio Serpa regresó a Colombia con la convicción de que los alzados en armas solamente habían ido con la intención de hablar, pero jamás con la de llegar a un acuerdo.
Ante la obvia falta de respuesta por parte de la subversión, la administración Gaviria se dedicó a la guerra. Durante más de dos años de represión -en el transcurso de los cuales los alzados en armas se hicieron cada vez más terroristas- la guerra total de Gaviria produjo algunos resultados. Las bajas, y ciertas capturas y acciones, golpearon la estructura de las organizaciones guerrilleras. Pero éstas, a su vez, protagonizaron acciones terroristas como la ocurrida recientemente en Bogotá y sus alrededores, y el asesinato del general Carlos Julio Gil Colorado, que pusieron en evidencia el hecho de que la Coordinadora conserva un gran poder de perturbación.
El gobierno de Gaviria puede reclamar solamente un premio de consolación: si bien sigue bastante fuerte en el campo militar, la guerrilla colombiana, en buena medida por no haber ido a la Constituyente y por haber escupido en la mano tendida tantas, veces hasta hoy, está hoy políticamente, más deslegitimada que nunca. Una encuesta realizada hace pocos días por Napoleón Franco, así lo certifica. A 1.584 encuestador de zonas urbanas y semirrurales se les preguntó sobre la percepción que tenían de la guerrilla. El 65 por ciento estuvo de acuerdo en que "se ha convertido en simple delincuencia" y el 27 por ciento se identificó más bien con la idea de que "representa un ideal revolucionario y la búsqueda de un país mejor". -